| Siendo extraño y peregrino: la xeniteía. |
¡Pero todavía hay más! La más difícil y más gloriosa
de las acciones ascéticas es, según san Nilo, la xeniteía. Es decir, la vida de extranjero a la que ha sido condenado
o a la que se ha condenado el propio individuo que se aleja para vivirla; haciéndose así
único en su especie, en su raza, en su lengua, dentro de un país que no es el
suyo. Tal como sucede entre los ascetas que tienen como objetivo supremo la
contemplación…
El primero de los más insignes combates es la xeniteía, que consiste en emigrar solo y despojado, al igual que un atleta, lejos de la patria, de la raza y de los bienes […] [74].
Abba Ammonas, sin embargo, considera más preferible
que el solitario “se siente en su celda, que coma un poco todos los días y que
siempre tenga en su corazón las palabras del publicano” [75]. Pero Ammonas no
contradice a san Nilo, simplemente cree que la xeniteía puede
practicarse dentro de la celda sin los inconvenientes que aquella conlleva;
como degenerar fácilmente en un girovaguismo [76].
Aunque la permanencia dentro de la celda tampoco debe
convertirse en un apego irrestricto, pues uno se queda en ella para huir de los
hombres y así poder atender a la oración pura. A veces es necesario abandonar
la celda debido a la caridad o para escapar a un peligro de orden espiritual:
No te quedes en un lugar en donde veas que los demás tienen envidia de ti. Si lo haces, no harás ningún progreso [77].
Abba Agatón y sus discípulos pasaron mucho tiempo construyendo un kellíon, y al terminarlo fueron a habitarlo. Pero durante la primera semana, Abba Agatón vio algo que no le resultó edificante y por eso le dijo a sus discípulos: "Levántense, vámonos de aquí". Entonces éstos delicadamente le objetaron que así se los tendría por inconstantes, pero Agatón se obstinó en partir [78].
¡No se nos dice qué es ese “algo” no edificante! Pareciera
que se trata de algo oculto a nosotros. Y la misma vaga expresión también se
halla en otro lugar:
Abba Ammoes obtuvo una provisión de cincuenta artabas de trigo [unos 100-150 kg.] y las había expuesto al sol. Pero antes de que estuvieran bien secos, vio en cierto lugar algo nada edificante y por eso le dijo a sus jóvenes: “Vámonos de aquí” [79].
De cualquier manera, estos apotegmas nos sirven para
evaluar en su justa medida la recomendación de no abandonar la celda; tanto el
hecho de evitar dejarla por curiosidad, por acedia o por temor al sufrimiento
[80], como también el evitar permanecer en ella a causa del espíritu de
propiedad | y de apego |.
En oriente, el tema de la estabilidad del monje
comprende diversos aspectos [81]. Desde el punto vista espiritual, se ve
dominada por la búsqueda de la hesiquía (y el análisis psíquico, por cierto,
con frecuencia revelaba lo que los ancianos denominaban: akēdía). Uno de
los capítulos más largos de la Synagogé, de Pablo Evergetinos, tiene como encabezado lo siguiente:
No es necesario cambiar pronto de residencia o abandonar la morada [moné] en la que se ha prometido a Dios tender a la perfección; pues ni siquiera los padres se alejaron fácilmente de sus celdas, en donde encontraban una utilidad espiritual poco común [82].
En tal capítulo hay anécdotas y sentencias extraídas
de diversos libros autoritativos para los monjes, como la Historia Lausíaca, el Vitae
Patrum, la vida de san Eutimio, la vida de santa Sinclética, la vida de
santa Teodora; y también de las obras de san Efrén (a quien dedica siete largas
columnas), de san Máximo, del Gerontikón y otra vez de san Efrén.
Citemos aquí solamente un “capítulo” de san Máximo:
En momentos de tentación no abandones tu monasterio y soporta valientemente el oleaje de los pensamientos, sobre todo los de la tristeza y de la acedia [83].
Esta cita es del s. VII, pero la misma ya había sido
escrita de manera literal en el s. IV por Evagrio Póntico; si bien hay una
palabra diferente: en lugar de “monasterio” Evagrio había escrito “celda” [84].
La doctrina, por lo tanto, permanece siendo la misma, tanto para cenobitas como
para eremitas.
El propio san Basilio, tan poco favorable al
eremitismo y a su vocabulario (y quien dijo que el hombre no es un zóon
monastikón, sino un ser hēmeren kaí koinōnikón [85]), quizás a pesar
suyo haya contribuido a mantener aquella obsesión por la soledad a través de su
sexto tema, titulado: “A fin de vivir según las reglas de la exacta piedad, es
necesario alejarse de la conversación con los hombres” [86].| Sin lugar a dudas, la posterior demanda habla bastante mal del biós
apidiastikós, de la vida en compañía; pero, ¿acaso existe una gran
diferencia entre idiazéin y apidiázein, entre estar solo y estar
acompañado? Pues, cuando realmente estamos dedicados a una sola cosa, tan
pronto como nos entregamos a ella fácilmente nos hacemos sordos a cuanto
pudiera seguir [y a lo que hay a nuestro alrededor].|
De cualquier manera, una cosa es cierta: si es que lo
intentó, san Basilio no consiguió suprimir ni tampoco moderar demasiado la
aspiración por la soledad. Y eso por el simple hecho de que ella era necesaria
para la quietud al igual –si se nos permite decirlo- que el aire es necesario
para la respiración, o tal como el alimento es necesario para la
nutrición.
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74.
Nilo, Tract. ad Eulog., c. 2, PG 79, 1096; cf. Von Campenhausen, Die
asketische Heimatlosighkeit, Tübingen, 1930.
75.
Alf. Ammonas, n. 4.
76.
Alf. Poemén, n. 18.
77. Ibíd.
78. Alf. Agatón, n. 6.
79. Ammoes, n. 5.
79. Ammoes, n. 5.
80. Cf. Ammonas, n. 5.
81. Cf. el artículo de P. Herman, La “stabilitas
loci” nel Monachismo bizantino, OCP XXI (1955), pp. 115-142.
82. I c. 40, ed. di Constantinopoli 1861, pp. 137-148; 145.
83. Máximo el Confesor, De charitate I, 52.
84.
Practikós I, 19, PG 40, 1225.
85.
Reg. Fus. Tract. III, PG 31, 917 A. La expresión significa que
el hombre no es un animal solitario (zóon monastikón), sino un ser refrenado/civilizado
y comunitario (hēmeren kaí koinōnikón).
86. Trad. de G. Hermant.
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