| La “huida” y la celda. |
En los siglos posteriores, no serán tanto los diversos
medios de exhortaciones (ya había suficientes en los escritos más venerables)
sino las hagiografías las que predicarán el amor a la soledad a través de los ejemplos que registren. Será así en todos los países de la cristiandad. Y con
mucha frecuencia tal amor parecerá ser indomable, pues la soledad se verá
poblada a través de la atracción que ejerce el eremita; y éste, transformado en
“padre de monjes” aunque no lo quiera, tendrá que huir de nuevo. Tal es el caso
de san Neófito el Recluso, en el s. XIII, quien incluso sobrepasó a los
antiguos modelos y no admitió la compañía de ningún discípulo.
Es verdad que las fugas sucesivas se debían al deseo
de escapar del demonio de la vanagloria, pero ya que la vanagloria proviene de
los hombres (vani vanam – lo vano proviene de lo vano), huir
de aquella equivale a huir de éstos; salvo para los salói [tontos o
imbéciles], quienes creen escapar mientras cometen cierto tipo de locuras.
Quizás esto explique uno de los fenómenos más curiosos de la hagiografía
oriental: personas santas que recorrían el mundo en busca de la soledad.
Citemos solamente algunos nombres de santos que se han distinguido por esa
búsqueda de la hesiquía a través de fugas reiteradas: san Joanicio,
contemporáneo de san Teodoro Estudita y quien a causa de éste tuvo que combatir
contra sus pares cenobitas por la atracción que sentía hacia la vida eremítica
[61]. Fue por eso que cambió de monasterio una docena de veces, pues “como ciervo
alterado, tenía sed de la deificante hesiquía” [62]. Y también están san Lucas
el Joven, san Miguel Maleinos, san Nicéforo de Mileto, san Melesio el Joven y
muchos otros más [63].
Y no olvidemos de ninguna manera a los sirios, cuyo
biógrafo fue Teodoreto y quienes fueron un verdadero ejemplo de soledad, con
maneras sobre todo rudas para defenderse. Fueron también los autores de la
genial invención de la modalidad estilita, al principio blasfemada en nombre de
la discreción por quienes se consideraban guardianes de las formas
tradicionales; siendo que la modalidad estilita es en definitiva una “huida de
los hombres”. En Siria, los anacoretas y los predicadores del anacoretismo no
faltaron en ninguna época. En el s. XV, por ejemplo, estará presente Macsoud de
Tour Abdin, de quien se ha publicado recientemente su Exhortación a la vida
solitaria: “A través del trato con los hombres se desgarra la gloriosa
vestimenta de la soledad que nos une a Dios […]” [64]. Su editor no ha notado
el hecho que Macsoud se expresa exactamente igual que el anciano Ammonas; a
veces con sus mismas palabras. Y en nuestros días se encuentra un hombre santo
del que se habla mucho en Próximo Oriente: el eremita Charbel Makhluf; | el “profeta
del silencio”. Beatificado el 06 de diciembre de 1965, dos días antes del
término del Concilio Vaticano II; y canonizado el 09 de octubre de 1977 [65] |
Pero no a todo el mundo le gusta vivir sobre una
columna, ni tampoco todos tienen los medios suficientes para construirse una. Y
cuando los lugares propicios a la vida eremítica se hacen cada vez más raros, para
huir de los hombres no queda más remedio que encerrarse en la propia
habitación; si es que se tiene una. Esto fue así no solo en los cenobios sino
también en las colonias de eremitas y en las laúras.
Los elogios a la celda han sido cantados bajo todas las
tonalidades posibles. He aquí el leitmotiv de todas esas variaciones:
“Permanece sentado en tu celda; ella te enseñará de todo”. ¿A quién pertenece
esta histórica frase? Las personas lo han repetido tanto, que no sabemos a
quién atribuirle el honor de su invención. Este breve “dicho” ha sido tan
citado –para todo tipo de referencias- que incluso pareciera haberse convertido
en un texto sagrado (y ciertamente lo es debido a su sacrosanta tradición),
precediendo en muchos casos los versículos de la sagrada escritura. Es así como
sucede en el Método de oración hesicasta,
del s. XIV [66]; y también en una obra siríaca del s. XVII, de Isaac de Nínive
[67]. Remontándonos todavía más lo encontramos también en Abba Moisés, uno de
los más ilustres padres [68]; y mucho mejor en Macario el Grande [69], quien lo
repite con entusiasmo como si fuese una panacea:
Abba Isaías le dijo a Abba Macario: “Dime una palabra”. Y el anciano le dijo: “Huye de los hombres”. Abba Isaías le dijo: “¿Qué es eso de huir de los hombres?”. El anciano les respondió: “Siéntate en tu celda y llora por tus pecados”.
Y lo mismo le dijo a Abba Aio: ‘Huye de los hombres,
siéntate en tu celda, llora por tus pecados, no te goces en el palabrerío de
las personas y así serás salvado’” [70]. Pero, ¿ya san Antonio no había puesto en
circulación una sentencia mucho más atractiva para inculcar esa misma doctrina?
Los peces que se demoran (khronízontes) sobre la tierra seca, mueren. Lo mismo sucede con los monjes que pierden el tiempo fuera de su celda o que se la pasan con las personas del siglo: pierden el vigor necesario (tónos) para la hesiquía. Es necesario que el pez regrese rápidamente al mar, y que nosotros lo hagamos a nuestra celda. Si no lo hacemos, entretenidos con lo de afuera olvidaremos el cuidado de lo de adentro [71].
En otro apotegma, el pensamiento anterior se ve
matizado hasta cierto punto contra la pretendida superioridad del cenobitismo
[72]. Algunos han supuesto que fue ideado en su totalidad por un notable del
eremitismo. Lo vamos a citar a continuación, pues el solo hecho de haber sido
seleccionado para figurar dentro del Bustan al-roohban y el haber sido
leído por varias generaciones de monjes, lo hace digno de consideración:
Cierto hermano que estaba sentado en el desierto de la Tebaida tuvo un día este pensamiento: “¿Qué haces permaneciendo aquí sin provecho alguno? Levántate, ve a un cenobio y obtendrás provecho”. Y se levantó, fue a ver a Abba Pafnucio y le expuso su pensamiento. El anciano le dijo: “Anda, siéntate en tu celda y reza por la mañana, reza por la tarde y reza por la noche. Y cuando tengas hambre, come; cuando tengas sed, bebe; y cuando tengas sueño, duerme. Pero quédate en el desierto y no sigas la sugerencia de tu pensamiento”. Y él se fue hacia Abba Juan, y le expresó las palabras de Abba Pafnucio; y Abba Juan le dijo: “No hace falta que reces tanto, simplemente siéntate en tu celda”. Y él se fue entonces hacia Abba Arsenio y le contó todo lo sucedido. El anciano [suprema autoridad en lo que respecta a la espiritualidad hesicasta] le dijo: “Atiende lo que te han dicho los padres. Yo no tengo nada más para decirte”. Y el hermano se marchó completamente convencido [73].
En verdad, ¿acaso la persistencia dentro de la celda
no tendrá la misma eficacia incluso dentro del cenobio?
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61. Cf. Teod. Estud., Petite
Catéchèse, XXXVIII, ed. Auvray, p. 141.
62. Cf. Vita S. Ioannicii, Acta SS. Nov. II,
pp. 332-383; en especial p. 340 B, 341 B.
63. Cf. Dictionn. de Spirit., vol. I, cc. 1634-1646.
64. B. V. van Heimond o.p., en Le Muséon, LIX,
1946, pp. 356-365.
65. Véase: S. Garofalo, Il profumo del Libano, B.
Charbel Maklouf, ed. Ancora, Milano 1966.
66. Orientalia Christiana IX (1927), n. 36, p.
165.
67. De perfectione religiosa, ed. P. Bedjan, p. 130.
68. Alf. Moisés, n. 6.
69. Ibíd.; Macario, n. 27.
69. Ibíd.; Macario, n. 27.
70. Ibíd. n. 41.
71. Alf. Antonio, n. 10.
72. Alf. Pafnucio, n. 5.
73. Alf. Pafnucio, n.5. El título de esta obra
significa: el paraíso/jardín de los
padres; sin traducción al español.
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