21.6.14







| Fe en la caridad. |

Los cristianos que eran monjes, los verdaderos cristianos que deseaban serlo, de ninguna manera podrían haber amado la soledad en sí misma. Todo su catequismo, su evangelio, su Nuevo Testamento y su Iglesia misma le hablaban de la koinonía: de la unión, la unidad y la comunión. Podemos asumir, a priori, que si los hombres formados en un medio como el mencionado optaban por la soledad, es porque veían en la soledad –sino para todos al menos para ellos mismos- un excelente medio para alcanzar una mayor unión con Dios, y por ende con la comunidad de la caridad: con Dios y con los hijos de Dios.

Evagrio Póntico escribe: “Es un monje quien está separado de todos y unidos a todos” [18]. Y no pensemos que este sea uno de esos sutiles aforismos largamente cincelados por un amateur de las paradojas. Nuestros antepasados tuvieron mejor desarrollado que nosotros el sentido de unidad vital dentro de la caridad. Dice Orígenes: “A través de la contemplación los santos están unidos a Dios, entre sí y con los demás” [19]. Y señalemos ahora el animado comentario que hizo de esta verdad uno de los más clásicos autores espirituales del oriente, el monje san Doroteo:

Cuanto más unido está un hombre a su prójimo, tanto más unido está a Dios. Les pido ahora que me escuchen, pues les concederé una analogía que he aprendido de nuestros padres.
Supongamos que sobre la tierra tienen bien trazada una figura de forma circular y que en medio de ella hay un centro, ya que el centro o punto es con toda propiedad el medio del círculo. Por favor, escuchen bien lo que les digo. Consideren que ese círculo es el mundo, y que el medio del círculo es Dios. Y las líneas que comienzan desde el círculo y van derecho al centro son los caminos y formas de vida de los hombres. Por lo tanto, cuanto más desean los santos acercarse a Dios, más hacia el interior de las líneas se dirigen, más cerca de Dios están y más cerca entre ellos mismos; según la proporción de su avance. En la medida en que se aproximan más a Dios, se aproximan más entre ellos; en la medida en que se aproximan entre sí, se aproximan más a Dios. Y sucede lo mismo con su alejamiento, pues es seguro que en la medida en que más se alejan, más se apartan de Dios y entre sí; en la medida en que se alejan entre ellos mismos, más se alejan de Dios.
Esta es la naturaleza de la caridad, pues según nos alejemos y no amemos a Dios, así también nos alejaremos de nuestro prójimo. Y por el contrario, si realmente deseamos amar a Dios, en la medida en que nos aproximemos a él por medio de la caridad, también nos uniremos a nuestro prójimo por la caridad. Debido a su gracia, Dios nos quiere hacer dignos de escuchar lo que nos es provechoso, y dignos también de poner en práctica aquello. Pues cuanto más atentos seamos y veamos de poner en obras lo que hayamos oído de bien, tanto más nos iluminará y enseñará nuestro Dios sobre su buena y santa voluntad. A él sea la gloria, amén [20].

Estas líneas eran necesarias para prevenir al lector de una falsa perspectiva. Quienquiera que lea lo que sigue en relación a la “huida de los hombres”, debe verla a la luz de aquella fe en la caridad que hace de toda la comunidad cristiana un solo cuerpo lleno de vida. Todo progreso en la santidad realizada por un solo miembro beneficia a la totalidad, todo ascenso hacia Dios establece un nuevo contacto entre él y la humanidad; todo oasis de espiritualidad hace que el desierto de este mundo sea menos indómito e inhabitable.

Nuestros eremitas, monjes y hesicastas, saben de esto y lo evalúan a su manera, aun cuando pareciera que aman intencionalmente a la soledad como un bien en sí. En realidad, no la aman más que para realizar “la obra de Dios” (el primero en utilizar esta expresión en el desierto fue san Antonio). Y creen que esta obra de Dios –al igual que todas las demás- tiene por único principio la caridad, el establecimiento del reino del Dios-caridad.

Y ellos saben a quién reclamar como aliado: al propio Señor, quien no tenía ninguna necesidad de “huir de los hombres” para encontrar a Dios, pero durante su vida pública tenía la costumbre de retirarse a los lugares desiertos para rezar [Lc. 5:16]. Además, pasa la noche in oratione Dei; secessit in montem solus orare - en oración a Dios; se retiró al monte para orar a solas [cf. Mt. 14:23]. Si bien esta soledad no excluía siempre la presencia de sus discípulos: Et factum est cum solus esset orans, erant cum illo et discipuli – Y sucedió que mientras oraba solo, estaban con él sus discípulos [Lc. 9:18].

Este ejemplo supremo siempre será más que suficiente para refutar cualquier teoría que reduzca la oración a un ejercicio de comunidad. Aunque no es válida para apoyar a la anacoresis como género de vida. De hecho, los antepasados que comúnmente evocan los panegiristas de la anacoresis son Elías y Juan el Bautista. Elías es el regente del celibato similar al de los ángeles (es el arkhégos de los isángelos agamía); y es debido a esta gracia que fue elevado al cielo en un carro de fuego [21]. “La vida similar a la de los ángeles”, es en su conjunto tanto simple como compleja, es la vida de quienes portan el hábito angélico. Pero si éstos se asemejan a los ángeles es sobre todo porque “el monje se hace igual a los ángeles a través de la auténtica oración” [22]; pues al igual que los ángeles, “aspira a ver el rostro del Padre que está en los cielos” [23]. Esta es la razón por la que busca los mejores medios para desprenderse de la materia, para “ir como inmaterial hacia el Inmaterial” [24]. Y de entre tales medios, “el Carmelo de Elías y el desierto del Bautista” [25] tienen un valor excelso, pues “entre los nacidos de mujer no hay nadie más grande que Juan el Bautista” [Mt. 11:11]. “Consideren ustedes, monjes, su dignidad: es Juan quien ha iniciado su institución; él es monje, pues al nacer se fue al desierto” [26]. Juan “vino con el poder y el espíritu de Elías, porque también éste era eremita” [27].

Esta ascendencia, que san Jerónimo se adjudica al escribir sobre la vida de san Pablo de Tebas, ha servido para ilustrar al eremitismo y al monaquismo como tales mucho más que todas las otras glorias. Y tanto san Basilio como Gregorio Nacianceno, a pesar de sus diferentes opiniones sobre el grado de soledad que es necesario, comparten una amistosa devoción hacia Elías y Juan el Bautista [28]. Casiano ha traído del oriente la misma idea [29]. Y los autores de la vida de san Pacomio tienen la misma certeza: san Antonio es el imitador del gran Elías, de Eliseo y de san Juan Bautista [30].


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18. De oratione, 124.
19. I Prov. XVI, PG 17, 196 D.
20. La Doctrine Spirituelle de Sainct Dorothé Abbé du pays de Palestine, traducción al francés por Paul du Mont, Douysien, Douai, 1957, VI, fin.
21. Nilo, Epist. I, 181, PG 79, 152 C. La expresión arkhégos isángelos agamía, significa más directamente: “El líder principal de los célibes/solitarios que son como ángeles”
22. Evagrio, De oratione, 113.
23. Ibíd. 114.
24. Ibíd. 66.
25. Gregorio Nacianceno, Oratio post red. ex fuga, n. 1, PG 35, 828 A.
26. Crisóstomo, Hom. de Ioanne Bapt. Cf. Idem in Marcum hom. I.
27. Teofilacto, In Luc., c. I, PG 123, 700 A.
28. Epist. ad Chilonem, PG 32, 357 A ss.
29. Collationes 18, c.6. | CSEL 13, p. 152. Recordemos que es sobre las playas de fenicia, a los pies del Monte Carmelo, que ya Pitágoras había llevado una vida solitaria: emónaze (Giamblico, De vita Pythagorica III, 24, ed. Nauck, p. 14).
30.Vita Prima, n.2, Halkin p.2.


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