30.6.14



  

| Los silenciosos extáticos. |

Los primeros y más destacados en el silencio son quienes resultan ser los más místicos, los más extáticos entre los padres; comenzando por san Arsenio. Y Abba Titoes se distinguía, precisamente, por estas dos cosas: la rapidez en el arrobamiento y el cuidado de la lengua.

Toda vez que se mantenía en oración, si no bajaba rápidamente los brazos su espíritu era llevado a lo alto. Y cuando sucedía que los hermanos rezaban con él, con toda prontitud bajaba los brazos para impedir que su espíritu fuera elevado y se quedara así [en las alturas] [31].

¡Y sucedía así porque guardaba su corazón con todo cuidado!

Cierta vez se le preguntó: “¿Cómo he de guardar mi corazón?”. Y él respondió: “¿Cómo podemos cuidar del corazón cuando tenemos abiertos nuestra lengua y nuestro estómago?” [32].

Dominar la boca, seguía diciendo, es la verdadera “partida hacia el extranjero [xeneteía]” [33].

Aun con todo esto, ni en Escete ni en Nitria encontramos el mayor rigor sobre este punto; la discreción no pierde nunca sus derechos. El propio Poemén, a quien hemos visto recomendar tanto la taciturnidad, ha dicho: “Todo lo que rebase la mesura proviene del demonio”. Y sobre el tema de la palabra en particular, dice: “Quien habla a causa de Dios, hace bien; y quien se calla debido a Dios, también” [34].

Los sirios, héroes de la Philoteos Historia de Teodoreto, dan cierta impresión de practicar la ascesis por la ascesis misma; como san Acepsimas, quien guarda un silencio absoluto [35]; o Salamanes, quien hace lo mismo [36]. Este fenómeno se hallará incluso mucho más tarde en la historia de personas que vivieron con santidad. A una de ellas la menciono ahora: la vida más extraordinaria que conozco es la de san Sabas el Joven, quien murió en 1349 y quien era un hesicasta de la más reciente escuela. Sabas mantuvo un silencio total durante veinticinco años de peregrinaciones, a pesar de los malos tratos que esta locura le producía [37].

Además de todo esto, como algo más elevado en lo que respecta a la “huida de los hombres” y para mayor derecho, los hesicastas invocaron también a la autoridad de san Basilio en relación al silencio. Dentro de sus Reglas Menores, nos encontramos con seis cuestiones concretas sobre el tema del control de la lengua, que pareciera ser difícil de conquistar, de ejercitar y de conservar. La primera de ellas sorprende a nuestro espíritu crítico y hace temblar al alma aprehensiva: “¿Cuáles son las palabras que deben ser consideradas inútiles?” Respuesta:

En general, toda palabra es inútil cuando no sirve de nada al objetivo que uno se ha propuesto en el servicio a Dios. Ese tipo de palabras es tan peligroso -aun cuando lo dicho fuera bueno en sí mismo- que a menos que ellas estén relacionadas con la edificación en la fe, su bondad no es capaz de justificar a quien las ha proferido. Siendo todavía que afligirán al Espíritu Santo debido a que tal discurso no ha contribuido en nada a la edificación de la fe.

Luego de citar a Ef. 4:29, san Basilio agrega: “No es necesario señalar cuán grande es el crimen de afligir al Espíritu Santo” [38]. Después, hace un repaso de los diferentes pecados de la lengua: temas injuriosos, detracciones, difamaciones contra un hermano, difamaciones contra un superior y palabras insolentes que se pronuncian sin malas intenciones [39]. Todo es diagnosticado sin indulgencia y condenado sin piedad. Semejante severidad sin duda inspiró a más de uno a ver que lo más seguro era no hablar en lo absoluto. De hecho, las Reglas Menores establecen esta cuestión con claridad: “De si se tiene que guardar el silencio en todas las cosas” [40].

Las Reglas Mayores proceden de forma menos negativa en su elogio al silencio [41], pues hacen que podamos gobernar nuestra lengua, nos enseñan a usar sabiamente la palabra, nos hacen olvidar lo que aprendimos antes -en nuestros tratos con las personas del mundo- y nos hacen hallar el reposo (¡todo lo que conviene por completo al hesicasta!). 

De esta manera, a menos que se esté comprometido en una situación agobiante o que implique el cuidado que se le concede al alma; a menos que exista la necesidad indispensable de alguna obra de las manos o la obligación de atender alguna demanda de este tipo, es necesario mantener el silencio. Salvo que se lo vaya a interrumpir con el canto de los salmos [42].

Lo que muestra aún más la importancia que san Basilio le concedió al silencio, es su minucioso cuidado al reglamentar el uso de la palabra, pues:

Está reservada a quienes se les ha confiado el cuidado del buen orden, de la disciplina y de la conducta de la casa. Todos los demás deben guardar silencio. Pero incluso a aquellos a quienes las obligaciones de su cargo les conceden el derecho de hablar, han de hacer uso de este derecho con grandes precauciones. De cualquier modo, en los momentos en que la comunidad salmodia no se ha de proferir dentro de la casa ninguna palabra extraña al oficio  [43].

Y en las conversaciones que sean precisas, el tono de voz debe estar regulado según “las necesidades de quienes escuchan” [44].

Con todas estas consideraciones pareciera que siempre se estuviese rodeando a la expresión de Santiago: “Aquel que no peca de palabra es un hombre perfecto y, por lo tanto, capaz de controlar todo su cuerpo” [45]. Pero, ¿quién se atrevería a decirse perfecto o decir que se ha hecho libre de todo pecado de la lengua? La simplicidad de san Pambo se atreve: “Por la gracia de Dios, desde el día de mi renuncia [al mundo] jamás me he arrepentido de una palabra que haya dicho” [46]. Las confesiones de este tipo las encontramos también de manera esporádica dentro de la Vitae Patrum, ya sea sobre este tema o sobre otros. ¡Pero a qué precio parecieran haber adquirido sus logros espirituales estas venerables personas! Antes de responder a una pregunta, Abba Pambo hacía esperar cuatro días a quienes habían venido de lejos para hacerle consultas. Y cuando éstos llegaban ya al límite de su paciencia y decidían retirarse, los compañeros del santo los retenían diciéndoles: “No estén afligidos, que Dios los recompensará. Esta es la costumbre del anciano: jamás se apresura en hablar, espera a que Dios le conceda la certeza”.  Finalmente, Pambo escribía su respuesta sobre la arena [47]. Este hombre mezquino de palabras hablaba continuamente con Dios y suponía que todos los monjes hacían lo mismo [48].

En él se verifica la ley que hemos constatado en relación a san Arsenio: el silencioso se convierte en extático; el extático es silencioso. Y es silencioso por propia voluntad, extático a pesar suyo: 

Durante tres años se dedicó a pedirle a Dios: "¡No me glorifiques sobre la tierra!". Pero Dios lo glorificó a tal punto que nadie podía ver su rostro a causa de la resplandeciente gloria que irradiaba [49].

Y un poco más adelante se nos vuelve a decir: 

El rostro de Pambo brillaba como un relámpago. Al igual que el rostro de Moisés, volvió a tener la imagen resplandeciente que tuvo Adán antes de la caída. Pambo tenía la majestad de un rey sobre su trono [50]. 

Y este párrafo termina haciendo referencia a otros dos padres: Silvanos y Sisoes, quienes “tenían la misma conducta”.

Sisoes, quien no se atrevía a confesar que nunca había pecado con la lengua (cf. lo dicho más arriba) debido a que se vigilaba a sí mismo con una severa perspicacia, sostiene que su “huida de los hombres” (diez meses seguidos sin ver a nadie; n. 7) y su amor por el silencio le habían valido su unión con Dios; lo cual le hacía olvidarse de comer mientras su alma se sentía satisfecha [51]. Era un hombre tan humilde, que hacia el final de su vida consideraba que aún no había ni siquiera comenzado [52]; y estaba tan familiarizado con Dios, que hacía milagros sin saberlo [53]. Incluso se atrevió a hacer el siguiente pedido al Señor por el alma de un discípulo: “Dios, lo quieras o no lo quieras, yo no te dejaré tranquilo hasta que lo hayas curado” [54]. En suma, era “el cáliz elegido del desierto”, según el título que el propio Señor le dio mientras lo llamaba al cielo durante un último éxtasis [55].

Silvanos, otro extático [56], siempre se cubría con una amplia capucha hasta la altura de los ojos a fin de no ver a nadie -ni siquiera en el desierto- que pudiese interrumpir su contemplación interior [57]. Era, además, un hombre con una sólida reputación de prudencia [58] y quien sabía que lo más agradable del mundo era dar una lección de sentido común a un falso místico mesaliano [59].

Sócrates el Escolástico, en su Historia Eclesiástica, nos cuenta una memorable historia:

Pambo, hombre sin estudios, se fue a buscar a alguno que le enseñara un salmo. Pero apenas aprendió el primer versículo del salmo 38 (39), se dijo: “Vigilaré mis senderos para no pecar con mi lengua”; y ya no quiso escuchar el segundo. Y decía: “Tengo suficiente con este solo versículo para ver si puedo llevarlo a la práctica”. Pasaron seis meses sin que aquel que le enseñara lo volviese a ver; y cuando finalmente pudo expresarle su reproche, Pambo le dijo: “Es que aún no he aprendido de manera práctica el primer versículo del salmo”. Vivió así durante muchos años, hasta que alguien a quien conocía le preguntó si ya se sabía su versículo. Y él le dijo: “Es completamente justo que en diecinueve largos años haya aprendido a ponerlo en práctica” [60].

Es probable que este Pambo sea el mismo señalado más arriba, a pesar de la aparente contradicción entre sus dichos. Como sea, tales dichos acuerdan en su amor por el silencio. Junto a él lo hacen también todos los amantes de Dios, según hayan degustado lo dulce que es el Señor.

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31. Alf. Titoes, n. 1; cf. n. 6.
32. Alf. Titoes, n. 3.
33. Ibíd., n. 2.
34. Ibíd., n. 129 y 147.
35. Phil. Hist. XV.
36. Ibíd. XIX.
37. Vie por Ph. Kokkinos, Papadopoulos-Kerameus, Hierosolym. Stachyologia V, pp. 190-359.
38. Reg. Brev. 23, PG 31, 1197 D y ss.
39. Ibíd. 24-28.
40. Ibíd. 208.
41. Reg. Fus. tr. 13.
42. Loc. cit.
43. Reg. Brev. 173; Hom. Ps. 28, 9, PG 29, 373 D y ss.
44. Reg. Brev. 151.
45. Sant. 3:2.
46. Alf. Pambo, n. 5.
47. Ibíd. n. 2.
48. Ibíd. n. 7.
49. Ibíd. n. 1.
50. Ibíd. n. 2.
51. Alf. Sisoes, n. 4.
52. Ibíd. n. 14.
53. Ibíd. n. 18.
54. Ibíd. n. 12.
55. Ibíd. n. 14.
56. Alf. Silvanos, n. 2-3.
57. Ibíd. n. 4.
58. Ibíd. n. 6. 
59. Ibíd. n. 5.
60. Hist. Eccl. IV,  c. 23. Ed. Hussey, t. II, Oxford 1853, p. 521.


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28.6.14





| La dialéctica de la oración. |

Los monjes tienen por vocación el realizar mucho mejor que los demás la oración continua o perpetua; un esencial problema práctico muy debatido entre los cristianos de los primeros siglos. [Para los hesicastas,] la dialéctica de la oración es su amor por el silencio.

Si bien ellos no tuvieron maestros que les enseñasen, sí tuvieron a todos los santos anteriores; como san Ignacio de Antioquía, por ejemplo, para quien nada grande podía hacerse sino se hacía en el silencio: en aquel silencio en el que Dios obró sus “impresionantes misterios” en el alma de María y en la vida de Jesucristo [10]. Se trata del silencio del fiel que “posee la palabra de Jesús y puede, por lo tanto, comprender su silencio para llegar a ser perfecto; para lograr que sus palabras sean hechos auténticos y que su silencio se los haga comprender” [11].

¡Desgraciado el religioso que no considera la ley del silencio como una regla a observar! Los padres del desierto, hombres de oración, tuvieron al respecto la misma reacción espontánea del ser que no se deja arrebatar el elemento en el que vive y del que se alimenta. “Un pez fuera del agua”, denominaba san Antonio al solitario fuera de su celda. El silencio es la celda portátil que el hombre de oración no abandona cuando, por necesidad o por caridad, tiene que dejar su celda visible: “Si eres un hombre de silencio, en cualquier lugar en el que te encuentres hallarás el reposo” [12].

A fin de cuentas, el silencio que se preserva cuando se presenta la ocasión de hablar es una “huida de los hombres” más auténtica que el simple distanciamiento en el espacio [13]. “Huyan de esto”, dice otro anciano mientras se mete el dedo en la boca [14]. Se trata, además, de una muestra de coraje que siempre se renueva y que se ve reforzada según el grado de indiscreción de las personas molestas: “La primera vez, huye; la segunda vez, vuelve a huir; y la tercera vez haz uso de una filosa espada” [15].

Abba Juan Colobos había logrado un grandioso fervor de espíritu. Y alguien con quien se encontró comenzó a alabarlo por su obra. Pero él se entregó a sus trabajos habituales y se mantenía en su silencio. La otra persona le dirigió por segunda vez la palabra, pero Juan continuó con su silencio. Y a la tercera vez le dijo al visitante: “Desde que entraste aquí has alejado a Dios de mí” [16].

Incluso estando ante la muerte es mejor permanecer callado:

Abba Moisés le preguntó a Abba Zacarías, quien estaba a punto de morir: “¿Qué es lo que ves?”. Zacarías le respondió: “¿No es mejor callar, padre?”. Moisés dijo: “Es cierto, hijo mío, guarda silencio” [17].

Ese hermoso silencio le abrió a Zacarías las puertas del cielo. Y Abba Or jamás hablaba si no había necesidad de hacerlo [18]. Tal es así, que le aconsejó a su discípulo Pablo: “Pon mucha atención para jamás traer una palabra extraña a esta celda” [19].

Es bueno tener el deseo de hacerle el bien al prójimo mediante un par de palabras de edificación, pero, ¿cuántas veces no es esto sino un pretexto o una ilusión? El obispo Teófilo de Alejandría, a quien ya hemos visto despedido por san Arsenio, también escuchó un día la opinión de Abba Pambo respecto al silencio: Dirígele una palabra al papa [éste era el calificativo de entonces para los patriarcas de Alejandría] para su provecho espiritual. Y el anciano respondió: Si él no se beneficia de mi silencio, tampoco obtendrá beneficio alguno de mis palabras [20].

Existen también las conversaciones piadosas; y bien entendidas, no es conveniente proscribirlas por completo de antemano. ¡Por lo menos todavía no! Veamos a dos habitantes de Escete que navegaban sobre el Nilo yendo a visitar a san Antonio. Luego se les une un anciano desconocido. ¿Qué hacer en una balsa si no hay motivación alguna?

Los hermanos se entretenían hablando sobre los apotegmas de los padres [¡un tema más que recomendable como pasatiempo para los monjes!], sobre pasajes de la sagrada escritura y sobre aspectos de su trabajo manual. Pero el anciano permanecía en silencio […] Al llegar a lo de san Antonio, éste les dijo a los hermanos: “Han tenido una buena compañía junto a este anciano”. Y luego al anciano: “Has encontrado buenos hermanos para llegar hasta aquí, Abba”. El anciano dijo: “En cuanto a ser buenos, lo son; pero su corral no tiene puerta. Cualquiera que lo desee puede entrar al establo y llevarse al asno”. Y esto lo dijo porque aquellos hablaban sobre todo lo que se les venía a la lengua [21].

El silencio realmente se presenta como una panacea: “Ante cualquier problema que te sobrevenga, la victoria sobre ella consiste en callar” [22]. Pero, ¿a veces no es preciso hablar para agradar al prójimo? ¡Si le hace tanto bien! “¡Más vale callarse!”, dice Abba Pambo; y Abba Poemén ha apoyado su veredicto [23].

Los más expuestos a hablar de más eran quienes iban al mercado –por ejemplo a Alejandría- para vender los productos manufacturados en el desierto. ¿Acaso no es necesario regatear entre los orientales? Sin embargo, Abba Agatón y Abba Amón:

[…] cuando se dedicaban a vender algún utensilio, les era suficiente decir el precio una sola vez; luego recibían lo que se les daba sin decir ninguna palabra, con total tranquilidad. Y también a la inversa, cuando querían comprar algo, pagaban en silencio el precio que se les exigía, tomaban el objeto adquirido y se marchaban sin decir ninguna palabra [24].

¡Abba Agatón no actuaba de esa manera a causa de una taciturnidad congénita! Durante tres años había llevado una piedra en su boca, pero no como Demóstenes y para convertirse en orador, sino “para aprender a callarse” [25].

Todos los demás ascetas sabían, gracias a la asidua lectura de los sagrados libros, cuán difícil y cuán importante es dominar la lengua. Ella es esa inquietum malum, esa universitas iniquitatis [26]. Abba Sisoes logró un buen progreso a lo largo de treinta años y lo confiesa de forma sencilla: “Ya no rezo a Dios a causa del pecado”. Sin embargo, todos los días repetía esta invocación: “Señor Jesús, protégeme de mi lengua”. Y reconoce que “hasta ahora, sigo cayendo todos los días a causa de ella y por eso cometo pecados” [27].

Cuando se ha combatido durante mucho tiempo para el logro de una virtud, luego se la considera más que a la propia vida:

Un hermano le preguntó a Abba Sisoes: “Si en nuestro viaje de camino nuestro guía se desencaminara, ¿sería necesario que se lo dijésemos?”. Y el anciano dijo: “No”. El hermano continuó: “¿Pero así no nos estaríamos dejando extraviar por él?”. Y el anciano dijo: “¿Y qué? ¿Acaso tomarás un palo para pegarle? Sé de unos hermanos que iban de camino por la noche y su guía se confundió de dirección. Los hermanos eran doce, y todos sabían que aquel se había confundido de camino, pero se hicieron violencia para no decírselo | y no romper el silencio nocturno [¡tiempo en que se observaba esta ley monástica con todo su rigor!] |. Cuando amaneció, el guía se dio cuenta de su error y les dijo: “Perdónenme, pero me confundí”. Ellos le dijeron: “Lo sabíamos, pero no te dijimos nada”. El guía se sintió admirado y dijo [¡palabras memorables!]: “¡Los hermanos prefieren la muerte antes que hablar!”. Y alabó a Dios por aquello. Y la distancia que se habían alejado del camino era de unos 19 kms.” [28].

¿Historia o apología? Como sea, se trata de una doctrina fuertemente inculcada. He aquí, ahora, una prohibición que pasará a muchas reglas monásticas, llegando incluso hasta nuestros días: “Si ves espectáculos o escuchas historias [murmullos que corren], no se los cuentes a tu vecino” [29]. Otra característica que será común en las hagiografías es la de jamás perder el tiempo fuera de la celda; algo que se remonta a Abba Sisoes el Tebano:

Cuando terminaba el oficio, se dirigía rápidamente a su celda. Y algunos decían: “Tiene al diablo en su cuerpo” [está endemoniado]. Pero en realidad él hacía la obra de Dios [30].

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10. Gr. mystēria kraugēs, Ef. 19,1.
11. Ef. 15, 1-2. (Cf. Le lettere di Ignazio, Ed. Presenza, Roma 1966).
12. Alf. Poemén, n. 8. Evergetinos, II, c. 47, p. 144.
13. Cf. Alf. Titoes, n. 2.
14. Verba seniorum IV, n. 27. PL 73, 868 C.
15. Alf. Poemén, n. 140.
16. Alf. Juan Colobos, n. 32.
17. Alf. Zacarías, n. 5.
18. Alf. Or, n. 2.
19. Ibíd.
20. Alf. Teófilo, n. 2.
21. Alf. Antonio, n. 18.
22. Alf. Poemén, n. 37.
23. Alf. Poemén, n. 47.
24. Alf. Agatón, n. 16.
25. Ibíd., n. 15.
26. Sant. 3:6. La lengua es esa “maldad inquieta”; ese “universo de iniquidad”.
27. Alf. Sisoes, n. 5.
28. Alf. Sisoes, n. 30.
29. Alf. Poemén, n. 139.
30. Alf. Sisoes, n. 37; cf. I. Hausherr, Vie de Syméon le Nouveau Théologien, Orientalia Christiana XII (1928), 28.


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27.6.14


Arsenio el Grande -  Bulgaria, s. XV

II. Tace (calla).

| La filosofía del silencio. |

Si ya hemos observado la primera ley de la vida hesicasta: huir de los hombres, ¿qué puede significar esta segunda ley? En primer lugar, la huida jamás se puede lograr de manera plena, incluso si así se lo deseara. Aunque después de san Arsenio, no es eso lo que quieren los hesicastas. Pero aun estando lejos de todo ser humano -en el desierto o en la celda- es necesario completar esa soledad o intensificarla mediante el silencio interior. Pues conversar con interlocutores invisibles o con los propios pensamientos puede ser peor que la palabrería externa.

En este sentido, todo empieza con una primera e inocente sugerencia o insinuación (prosbolé), que da lugar a un diálogo divisor [a nivel mental] que conduce luego al consentimiento culpable. San Poemén dice:

Hay quienes parecen callados, pero en su corazón condenan a los demás; tales personas hablan sin cesar. Otros, por el contrario, hablan desde el amanecer a la noche; pero se mantienen en silencio, pues nunca dicen nada que no tenga una utilidad espiritual [1].

Otros fragmentos semejantes fueron pronunciados para terminar con las interpretaciones demasiado formalistas, ya que en todo lugar hay espíritus fanáticos del literalismo. Ya hemos visto una reacción similar de sensatez a propósito de la tan aconsejada perseverancia dentro de la celda:

Un anciano dijo: “Puede que un hombre se siente dentro de su celda durante cien años y jamás aprenda la manera necesaria de estar en la celda mientras se está sentado” [2].

Pero la excepción no invalida la regla. Y el tema presente es huir de los hombres para morar en el desierto, para persistir en la celda y para observar el silencio; que es exterior al principio y luego interior. Esto último constituye la hesiquía propiamente dicha.

En la antigüedad, fue sobre todo Pitágoras quien pudo comprender mejor el alto valor del silencio. Todo el mundo sabía la manera en que formaba a sus discípulos: después de haberlos examinados y probado durante largo tiempo, los sometía durante tres años al mortificante ejercicio de considerarlos insignificantes. Tras esa etapa, a los que quedaban les prescribía un silencio de cinco años, pues “consideraba que el control más difícil que cualquier otro era el control de la lengua” [3]. Y el tipo de vida pitagórico gozó de vasta reputación incluso entre los cristianos. San Gregorio de Nacianzo se refiere a ella como “la muy célebre filosofía del silencio, que tenía por objetivo el aprender a moderar las palabras a través del ejercicio de permanecer callado” [4]. Y es para aprender a hablar que san Gregorio el Teólogo con frecuencia se imponía largos periodos de silencio absoluto; cierta vez se pasó toda una cuaresma sin decir una sola palabra [5].

Las personas se sienten tan ansiosas por hablar, “que se la pasan todo el tiempo hablando o escuchando sobre cosas nuevas” [Hch. 17:21], y por eso detestan o no entienden el elogio a la taciturnitas [a la taciturnidad]. Así lo testifica el tratado de Plutarco: De Garrulitate. Y tenemos conocimiento, entre muchas otras cosas, de que una de las máximas de los Apotegmas de los Padres pronunciada por san Arsenio: “Con frecuencia me he arrepentido de haber hablado, pero nunca de haber callado” [6], se remonta a los tiempos de Simónides (467 a.C.) [7]. San Arsenio, según lo sabemos por los apotegmas (n.5-6), poseía un conocimiento poco común sobre las culturas griega y romana; y se servía de su erudición para beneficio de su vida hesicasta, aunque tenía siempre en mayor estima “el alfabeto de los rústicos” hermanos coptos. 

¿Dónde es que aquellos coptos aprendieron su sabiduría y, en particular, su amor por el silencio? San Arsenio sostiene que se debe a sus propios esfuerzos [8]. Nada enseña a callar como la vida de oración. Esto vale tanto para el silencio como para la soledad: nadie ama estar solo sino para disfrutar de una compañía deseable; nadie se entrega al silencio sino para gozar de un coloquio interior. Pues para el monje, el objetivo de todos sus esfuerzos es lograr “que el espíritu se vea siempre absorto en las cosas de Dios”: Ut in divinis rebus ac Deo mens emper inhaeret; pues, “todo lo que apunte a otro sentido, por grande que sea, es solo secundario; es incluso bajo o totalmente perjudicial” [9].

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1. Alf (= Apophthegmata Patrum, serie alfabética; Cotelier, Eccl. Graecae Monumenta, T.I., pp. 338-712, PG 65, 71-440) Poemén, n.27.
2. Evergetinos I, p. 151, c. 2.
3. Giamblico, De vita Pythagorica XVII, 72, Nauce p. 51 y ss.
4. Or. contra Julianum, PG 35, 637 A.
5. PG 37, 1307 y ss.
6. Alf. Arsenio, n.400; cf. PO XVI, 380.
7. Plutarco, De Garrulitate, n. XXIII fine.
8. Loc. cit. n.5.
9. Casiano, Col. I, 8. Trad. lit.: “Que la mente siempre esté adherida a Dios y a las cosas divinas”.


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26.6.14




| Siendo extraño y peregrino: la xeniteía. |

¡Pero todavía hay más! La más difícil y más gloriosa de las acciones ascéticas es, según san Nilo, la xeniteía. Es decir, la vida de extranjero a la que ha sido condenado o a la que se ha condenado el propio individuo que se aleja para vivirla; haciéndose así único en su especie, en su raza, en su lengua, dentro de un país que no es el suyo. Tal como sucede entre los ascetas que tienen como objetivo supremo la contemplación…

El primero de los más insignes combates es la xeniteía, que consiste en emigrar solo y despojado, al igual que un atleta, lejos de la patria, de la raza y de los bienes […] [74].

Abba Ammonas, sin embargo, considera más preferible que el solitario “se siente en su celda, que coma un poco todos los días y que siempre tenga en su corazón las palabras del publicano” [75]. Pero Ammonas no contradice a san Nilo, simplemente cree que la xeniteía puede practicarse dentro de la celda sin los inconvenientes que aquella conlleva; como degenerar fácilmente en un girovaguismo [76].

Aunque la permanencia dentro de la celda tampoco debe convertirse en un apego irrestricto, pues uno se queda en ella para huir de los hombres y así poder atender a la oración pura. A veces es necesario abandonar la celda debido a la caridad o para escapar a un peligro de orden espiritual:

No te quedes en un lugar en donde veas que los demás tienen envidia de ti. Si lo haces, no harás ningún progreso [77].
Abba Agatón y sus discípulos pasaron mucho tiempo construyendo un kellíon, y al terminarlo fueron a habitarlo. Pero durante la primera semana, Abba Agatón vio algo que no le resultó edificante y por eso le dijo a sus discípulos: "Levántense, vámonos de aquí". Entonces éstos delicadamente le objetaron que así se los tendría por inconstantes, pero Agatón se obstinó en partir [78].

¡No se nos dice qué es ese “algo” no edificante! Pareciera que se trata de algo oculto a nosotros. Y la misma vaga expresión también se halla en otro  lugar:

Abba Ammoes obtuvo una provisión de cincuenta artabas de trigo [unos 100-150 kg.] y las había expuesto al sol. Pero antes de que estuvieran bien secos, vio en cierto lugar algo nada edificante y por eso le dijo a sus jóvenes: “Vámonos de aquí” [79].

De cualquier manera, estos apotegmas nos sirven para evaluar en su justa medida la recomendación de no abandonar la celda; tanto el hecho de evitar dejarla por curiosidad, por acedia o por temor al sufrimiento [80], como también el evitar permanecer en ella a causa del espíritu de propiedad | y de apego |.

En oriente, el tema de la estabilidad del monje comprende diversos aspectos [81]. Desde el punto vista espiritual, se ve dominada por la búsqueda de la hesiquía (y el análisis psíquico, por cierto, con frecuencia revelaba lo que los ancianos denominaban: akēdía). Uno de los capítulos más largos de la Synagogé, de Pablo Evergetinos, tiene como encabezado lo siguiente:

No es necesario cambiar pronto de residencia o abandonar la morada [moné] en la que se ha prometido a Dios tender a la perfección; pues ni siquiera los padres se alejaron fácilmente de sus celdas, en donde encontraban una utilidad espiritual poco común [82].

En tal capítulo hay anécdotas y sentencias extraídas de diversos libros autoritativos para los monjes, como la Historia Lausíaca, el Vitae Patrum, la vida de san Eutimio, la vida de santa Sinclética, la vida de santa Teodora; y también de las obras de san Efrén (a quien dedica siete largas columnas), de san Máximo, del Gerontikón y otra vez de san Efrén.

Citemos aquí solamente un “capítulo” de san Máximo:

En momentos de tentación no abandones tu monasterio y soporta valientemente el oleaje de los pensamientos, sobre todo los de la tristeza y de la acedia [83].

Esta cita es del s. VII, pero la misma ya había sido escrita de manera literal en el s. IV por Evagrio Póntico; si bien hay una palabra diferente: en lugar de “monasterio” Evagrio había escrito “celda” [84]. La doctrina, por lo tanto, permanece siendo la misma, tanto para cenobitas como para eremitas.

El propio san Basilio, tan poco favorable al eremitismo y a su vocabulario (y quien dijo que el hombre no es un zóon monastikón, sino un ser hēmeren kaí koinōnikón [85]), quizás a pesar suyo haya contribuido a mantener aquella obsesión por la soledad a través de su sexto tema, titulado: “A fin de vivir según las reglas de la exacta piedad, es necesario alejarse de la conversación con los hombres” [86].| Sin lugar a dudas, la posterior demanda habla bastante mal del biós apidiastikós, de la vida en compañía; pero, ¿acaso existe una gran diferencia entre idiazéin y apidiázein, entre estar solo y estar acompañado? Pues, cuando realmente estamos dedicados a una sola cosa, tan pronto como nos entregamos a ella fácilmente nos hacemos sordos a cuanto pudiera seguir [y a lo que hay a nuestro alrededor].|

De cualquier manera, una cosa es cierta: si es que lo intentó, san Basilio no consiguió suprimir ni tampoco moderar demasiado la aspiración por la soledad. Y eso por el simple hecho de que ella era necesaria para la quietud al igual –si se nos permite decirlo- que el aire es necesario para la respiración, o tal como el alimento es necesario para la nutrición. 

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74. Nilo, Tract. ad Eulog., c. 2, PG 79, 1096; cf. Von Campenhausen, Die asketische Heimatlosighkeit, Tübingen, 1930.
75. Alf. Ammonas, n. 4.
76. Alf. Poemén, n. 18.
77. Ibíd.
78. Alf. Agatón, n. 6.
79. Ammoes, n. 5.
80. Cf. Ammonas, n. 5.
81. Cf. el artículo de P. Herman, La “stabilitas loci” nel Monachismo bizantino, OCP XXI (1955), pp. 115-142.
82. I c. 40, ed. di Constantinopoli 1861, pp. 137-148; 145. 
83. Máximo el Confesor, De charitate I, 52.
84. Practikós I, 19, PG 40, 1225.
85. Reg. Fus. Tract. III, PG 31, 917 A. La expresión significa que el hombre no es un animal solitario (zóon monastikón), sino un ser refrenado/civilizado y comunitario (hēmeren kaí koinōnikón).
86. Trad. de G. Hermant.


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25.6.14




| La “huida” y la celda. |

En los siglos posteriores, no serán tanto los diversos medios de exhortaciones (ya había suficientes en los escritos más venerables) sino las hagiografías las que predicarán el amor a la soledad a través de los ejemplos que registren. Será así en todos los países de la cristiandad. Y con mucha frecuencia tal amor parecerá ser indomable, pues la soledad se verá poblada a través de la atracción que ejerce el eremita; y éste, transformado en “padre de monjes” aunque no lo quiera, tendrá que huir de nuevo. Tal es el caso de san Neófito el Recluso, en el s. XIII, quien incluso sobrepasó a los antiguos modelos y no admitió la compañía de ningún discípulo.

Es verdad que las fugas sucesivas se debían al deseo de escapar del demonio de la vanagloria, pero ya que la vanagloria proviene de los hombres (vani vanam – lo vano proviene de lo vano), huir de aquella equivale a huir de éstos; salvo para los salói [tontos o imbéciles], quienes creen escapar mientras cometen cierto tipo de locuras. Quizás esto explique uno de los fenómenos más curiosos de la hagiografía oriental: personas santas que recorrían el mundo en busca de la soledad. Citemos solamente algunos nombres de santos que se han distinguido por esa búsqueda de la hesiquía a través de fugas reiteradas: san Joanicio, contemporáneo de san Teodoro Estudita y quien a causa de éste tuvo que combatir contra sus pares cenobitas por la atracción que sentía hacia la vida eremítica [61]. Fue por eso que cambió de monasterio una docena de veces, pues “como ciervo alterado, tenía sed de la deificante hesiquía” [62]. Y también están san Lucas el Joven, san Miguel Maleinos, san Nicéforo de Mileto, san Melesio el Joven y muchos otros más [63].

Y no olvidemos de ninguna manera a los sirios, cuyo biógrafo fue Teodoreto y quienes fueron un verdadero ejemplo de soledad, con maneras sobre todo rudas para defenderse. Fueron también los autores de la genial invención de la modalidad estilita, al principio blasfemada en nombre de la discreción por quienes se consideraban guardianes de las formas tradicionales; siendo que la modalidad estilita es en definitiva una “huida de los hombres”. En Siria, los anacoretas y los predicadores del anacoretismo no faltaron en ninguna época. En el s. XV, por ejemplo, estará presente Macsoud de Tour Abdin, de quien se ha publicado recientemente su Exhortación a la vida solitaria: “A través del trato con los hombres se desgarra la gloriosa vestimenta de la soledad que nos une a Dios […]” [64]. Su editor no ha notado el hecho que Macsoud se expresa exactamente igual que el anciano Ammonas; a veces con sus mismas palabras. Y en nuestros días se encuentra un hombre santo del que se habla mucho en Próximo Oriente: el eremita Charbel Makhluf; | el “profeta del silencio”. Beatificado el 06 de diciembre de 1965, dos días antes del término del Concilio Vaticano II; y canonizado el 09 de octubre de 1977 [65] |

Pero no a todo el mundo le gusta vivir sobre una columna, ni tampoco todos tienen los medios suficientes para construirse una. Y cuando los lugares propicios a la vida eremítica se hacen cada vez más raros, para huir de los hombres no queda más remedio que encerrarse en la propia habitación; si es que se tiene una. Esto fue así no solo en los cenobios sino también en las colonias de eremitas y en las laúras.

Los elogios a la celda han sido cantados bajo todas las tonalidades posibles. He aquí el leitmotiv de todas esas variaciones: “Permanece sentado en tu celda; ella te enseñará de todo”. ¿A quién pertenece esta histórica frase? Las personas lo han repetido tanto, que no sabemos a quién atribuirle el honor de su invención. Este breve “dicho” ha sido tan citado –para todo tipo de referencias- que incluso pareciera haberse convertido en un texto sagrado (y ciertamente lo es debido a su sacrosanta tradición), precediendo en muchos casos los versículos de la sagrada escritura. Es así como sucede en el Método de oración hesicasta, del s. XIV [66]; y también en una obra siríaca del s. XVII, de Isaac de Nínive [67]. Remontándonos todavía más lo encontramos también en Abba Moisés, uno de los más ilustres padres [68]; y mucho mejor en Macario el Grande [69], quien lo repite con entusiasmo como si fuese una panacea:

Abba Isaías le dijo a Abba Macario: “Dime una palabra”. Y el anciano le dijo: “Huye de los hombres”. Abba Isaías le dijo: “¿Qué es eso de huir de los hombres?”. El anciano les respondió: “Siéntate en tu celda y llora por tus pecados”.

Y lo mismo le dijo a Abba Aio: ‘Huye de los hombres, siéntate en tu celda, llora por tus pecados, no te goces en el palabrerío de las personas y así serás salvado’” [70]. Pero, ¿ya san Antonio no había puesto en circulación una sentencia mucho más atractiva para inculcar esa misma doctrina?

Los peces que se demoran (khronízontes) sobre la tierra seca, mueren. Lo mismo sucede con los monjes que pierden el tiempo fuera de su celda o que se la pasan con las personas del siglo: pierden el vigor necesario (tónos) para la hesiquía. Es  necesario que el pez regrese rápidamente al mar, y que nosotros lo hagamos a nuestra celda. Si no lo hacemos, entretenidos con lo de afuera olvidaremos el cuidado de lo de adentro [71].

En otro apotegma, el pensamiento anterior se ve matizado hasta cierto punto contra la pretendida superioridad del cenobitismo [72]. Algunos han supuesto que fue ideado en su totalidad por un notable del eremitismo. Lo vamos a citar a continuación, pues el solo hecho de haber sido seleccionado para figurar dentro del Bustan al-roohban y el haber sido leído por varias generaciones de monjes, lo hace digno de consideración:   

Cierto hermano que estaba sentado en el desierto de la Tebaida tuvo un día este pensamiento: “¿Qué haces permaneciendo aquí sin provecho alguno? Levántate, ve a un cenobio y obtendrás provecho”. Y se levantó, fue a ver a Abba Pafnucio y le expuso su pensamiento. El anciano le dijo: “Anda, siéntate en tu celda y reza por la mañana, reza por la tarde y reza por la noche. Y cuando tengas hambre, come; cuando tengas sed, bebe; y cuando tengas sueño, duerme. Pero quédate en el desierto y no sigas la sugerencia de tu pensamiento”. Y él se fue hacia Abba Juan, y le expresó las palabras de Abba Pafnucio; y Abba Juan le dijo: “No hace falta que reces tanto, simplemente siéntate en tu celda”. Y él se fue entonces hacia Abba Arsenio y le contó todo lo sucedido. El anciano [suprema autoridad en lo que respecta a la espiritualidad hesicasta] le dijo: “Atiende lo que te han dicho los padres. Yo no tengo nada más para decirte”. Y el hermano se marchó completamente convencido [73]. 

En verdad, ¿acaso la persistencia dentro de la celda no tendrá la misma eficacia incluso dentro del cenobio?

............

61. Cf. Teod. Estud., Petite Catéchèse, XXXVIII, ed. Auvray, p. 141.
62. Cf. Vita S. Ioannicii, Acta SS. Nov. II, pp. 332-383; en especial p. 340 B, 341 B.
63. Cf. Dictionn. de Spirit., vol. I, cc. 1634-1646.
64. B. V. van Heimond o.p., en Le Muséon, LIX, 1946, pp. 356-365.
65. Véase: S. Garofalo, Il profumo del Libano, B. Charbel Maklouf, ed. Ancora, Milano 1966.
66. Orientalia Christiana IX (1927), n. 36, p. 165.
67. De perfectione religiosa, ed. P. Bedjan, p. 130.
68. Alf. Moisés, n. 6.
69. Ibíd.; Macario, n. 27.
70. Ibíd. n. 41.
71. Alf. Antonio, n. 10.
72. Alf. Pafnucio, n. 5.
73. Alf. Pafnucio, n.5. El título de esta obra significa: el paraíso/jardín de los padres; sin traducción al español. 


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24.6.14




| Realismo y autenticidad. |

Los más hermosos pretextos que alejan de la soledad no son sino ilusiones. Dice Evagrio:

Alabo la generosa voluntad de la casta diaconisa Severa, pero no acepto su emprendimiento. No sé qué provecho pueda encontrar en ese largo y penoso peregrinaje. Por el contrario, puedo demostrar -por medio del Señor- cuánto habrán de perder ella y sus acompañantes. Confío a tu santidad el impedir que quienes han abandonado el mundo salgan de viaje sin ninguna necesidad […] [49].

Y por último, he aquí la resolución de Evagrio según sus propias palabras:

¿Qué es lo que estoy haciendo o qué es lo que siento? Pretendo vivir en soledad y no relacionarme con los hombres, pues no es posible ver a Dios si no expulsamos por completo de nuestra inteligencia a las pasiones e imágenes de este mundo, el cual está lleno de escándalos y de trampas. Rezo para verme librado de todo aquello. Me sorprende que quieras forzarme a abandonar mi celda y a caer en las olas del mar [50].

A pesar de la diferencia de estilo, su pensamiento coincide de manera exacta con el de Arsenio: “No puedo estar al mismo tiempo con Dios y con los hombres”.

Estos eremitas son muy realistas y muy sinceros. Tanto unos como otros, a fuerza de querer vivir con Dios a cualquier precio y sin ilusiones, venden o abandonan todo lo que tienen para adquirir la perla más preciosa: el reino de Dios, que no se le concede sino a la pureza perfecta.

Hay un hombre a quien Evagrio debió conocer, aunque difícilmente se le asemeje en cuanto a su espíritu [51]. Se trata de Ammonas, a quien san Teodoro el Estudita llamó “el Pneumatóforo” [52] y quien fue discípulo de san Antonio, por lo que representa lo mejor de la tradición monástica. Es imprescindible que leamos -llegados aquí y en atención a nuestro contexto- al menos su primera carta sobre la hesiquía, es decir, sobre la soledad.

Ustedes también lo saben, mis queridos hermanos, que después de la transgresión el alma no puede conocer a Dios según debe si antes no se aparta de los hombres y de toda distracción. Es así que podrá ver, entonces, la guerra de quienes luchan contra ella. Y si triunfa ante el asalto que le sobrevendrá a su debido tiempo, el Espíritu de Dios habitará en ella desde ese momento, y toda pena que tuviera se convertirá en gozo y alegría. En tales combates, el alma se verá herida por las tristezas y por la acedia [akēdía], y aún por muchas otras cargas diversas. Pero que no se aflija, pues ellos no prevalecerán sobre ella mientras viva en soledad [hēsykhía]. Es por esto que nuestros santos padres vivían retirados y en los desiertos: Elías, Juan el Bautista y muchos otros más.

De hecho, no han de imaginar que fue mientras vivían en medio de los hombres, mezclados con ellos, que los justos efectuaron con éxito [katórthōsa, término estoico] la justicia. No fue así, sino después de una larga práctica de la soledad y cuando la fuerza divina hizo morada en ellos; fue solo entonces que Dios los envió en medio de los hombres, ya estando en posesión de las virtudes, para edificar a éstos y curarlos de sus enfermedades. Es para esta función que uno es arrastrado a la soledad y luego enviado a los hombres; pero Dios lo envía solo después de que han sido curadas todas sus enfermedades. Es imposible que Dios envíe entre los hombres y para su edificación a un alma que es débil; y quienes así lo hacen antes de haber alcanzado la perfección, van según su propia voluntad y no según la voluntad de Dios. Es por eso que él nos dice: “Yo no los he enviado; corren por sí mismos” [Jr. 23:21]. Y esta es la razón por la que ellos no son capaces de sustentarse a sí mismos ni de edificar a otra alma. Los que son enviados por Dios no desean abandonar la soledad, pues saben que es gracias a ella que han adquirido la virtud divina; pero para no desobedecer al Creador van [a trabajar] por la edificación de los hombres.

Vean que les he hecho conocer el poder de la soledad; ella le es agradable a Dios. Por lo tanto, ahora que saben de la eficacia y del valor de la soledad, podrán llegar a ella.
La mayoría de los monjes no la alcanzan debido a que permanecen junto a los hombres; es por eso que no poseen la fuerza necesaria para subyugar todas sus voluntades. No quieren dominarse a sí mismos de forma tal que puedan huir de la distracción [y del intercambio] junto a los hombres, y así es que se ven demorados y sujetados unos a otros. A causa de esto no pueden conocer la suavidad de Dios, no han sido juzgados dignos de que su poder habite en ellos ni tampoco de recibir la cualidad divina. La razón por la que el poder de Dios no habita en ellos, es porque todavía se ven atados a las cosas de este mundo: van y vienen según las pasiones de su alma, según los prejuicios humanos y las voluntades del hombre viejo […] [53].

Este Ammonas exalta la vida solitaria por medio de argumentos que los demás emplean más bien para demostrar la necesidad de la vida en común: ¡la soledad puede derrotar toda voluntad personal! Para obtener este mismo resultado, los Apotegmas de los Padres elogian la entrega del discípulo a un anciano, ¡sobre todo si es alguien malhumorado! Pero los hay quienes recomiendan rotundamente la vida cenobítica. Sin duda, se tiene que comprender la soledad de Ammonas como una vida eremítica relativa, que no excluye sino que más bien supone lo contrario: la sujeción a un padre espiritual. De cualquier manera, Ammonas elogia a la soledad bajo todos los tonos posibles: “¡Sin ella es imposible llegar a la diákrisis!” [54]; | que es el tan mencionado e imprescindible “discernimiento espiritual”. |

He aquí, ahora, una genealogía de las virtudes que los hesicastas aceptaron con entusiasmo:

Primero, la soledad; la soledad engendra la ascesis y las lágrimas; las lágrimas engendran el temor; el temor engendra la humildad y el don de la previsión; la previsión engendra la caridad; y la caridad libra al alma de la enfermedad y la hace impasible. Es entonces, luego de todo esto, que el hombre comprende que no está lejos de Dios. Por lo tanto, quien desee llegar a los honores de toda virtud no se preocupará por ningún hombre, a fin de no juzgarlo, y se preparará para su propia muerte. Y cada vez que ore reflexionará sobre aquello que lo separa de Dios y lo suprimirá, rechazará este mundo y así la bondad de Dios le concederá rápidamente todas las virtudes […] [55].

Estamos aquí ante una corriente de espiritualidad diferente a la de Evagrio. La genealogía de las virtudes no coincide del todo con la expuesta en la carta a Anatolio [56]. Por otra parte, Ammonas ignora por completo la sabia construcción del sistema evagriano; y tampoco conoce el vocabulario ascético y místico tomado como préstamo de los filósofos. Pero a partir de premisas bastante diferentes, estos representantes de dos escuelas distintas llegan a la misma conclusión: la soledad es necesaria para hallar “el lugar de Dios”, para lograr la contemplación de la Santa Trinidad, para alcanzar la contemplación de la oración-teología (como sostiene Evagrio), para la posesión de Dios, del Espíritu o del “carisma diorático”, según Ammonas, quien prueba tener una firme convicción sobre este punto a la vez que una tradición en común con los ascetas del s. IV. Estos se expresaron de continuo a través de una frase de Ammonas:

Huyan de los inútiles encuentros con los hombres y abracen la soledad [monósin], pues el trato con nuestro prójimo es dañino y destruye el estado de sosiego [57].

La máxima “huye de los hombres” se encuentra más de una vez en la Vitae Patrum. Pero, ¿debiera esto sorprendernos? Esta máxima no es sino una glosa del título de monakhos - monje. Nos conviene, ahora, detenernos más sobre este punto. Y escuchemos otra vez a san Antonio:

Aquel que se ha establecido en el desierto, el hesicasta, se ha librado ya de tres guerras: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda sino una sola: la guerra del corazón [58].

San Nilo insiste en que es necesario abrazar la monósis (un término más fuerte para señalar a la soledad), “que es la madre de la filosofía”. La filosofía, para Nilo, es la perfecta vida monástica. Y al igual que Ammonas, reitera que no es necesario abandonar el aislamiento antes de haber adquirido la teleía éxys, la perfección estable. Él mismo (a menos que se trate de Evagrio), y siempre con el espíritu de Ammonas, recomienda adherirse a la “principal de todas las tareas: la hesiquía, la cual nos muestra la contemplación de las virtudes por estar dotada de múltiples ojos” (!)[59].

En épocas que desconocemos pero que son bastante antiguas (probablemente anteriores al siglo XII), aparece un tal Abba Filemón, a quien luego volveremos a mencionar, quien era “un imitador perfectamente fiel de san Arsenio” y por ende amigo de la hesiquía (philēsykhos). Y predicaba lo siguiente:

Sin una soledad perfecta es imposible complacer a Dios; según la enseñanza filosófica de nuestro santo padre Moisés: la soledad engendra a la ascesis.

Esto es algo que sigue textualmente la genealogía de las virtudes establecida por Ammonas. Todo este “logos bastante útil al tema de Abba Filemón” no es sino un panegírico a la hesiquía, y es necesario entender a ésta como una soledad casi absoluta: ēremitiké katástasis [60].


............

49. Carta 7.
50. Carta 13.
51. Cf. Antirrético, Acedia 16.
52. Oficio del santo, 21 de enero y semana antes de la quincuagésima; cf. Nau, en PO XI, p. 393, n. 1. [En el actual calendario litúrgico ortodoxo figura el 26 de enero].
53. Ammonas, successeur de St. Antoine, textes syriaques et grecs, ed. F. Nau, PO XI, p. 432 (130)-434 (132).
54. L. c. p. 480.
55. L. c. p. 480 ss.
56. PG 40, 1221 B C.  
57. Sobre ēremitiké katástasis (Ammonas, éd. F. Nau p. 485), esta expresión bien podría designar el necesario estado para la “contemplación de la Santa Trinidad”. El vocablo katástasis posee una gran importancia en Evagrio, se trata de la “inefable paz” que caracteriza, precisamente, a la gnosis de la Santísima Trinidad. Cent. I, 56.  
58. Ecclesiae Graecae Monumenta I, p. 343.
59. Tractatus ad Eulogium, 18, PG 79, 1117 A.
60. Philocalie, Atenas 1893, I, pp. 347-354.


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23.6.14





| Evagrio: el teólogo de la vida eremítica. |

Fueron muchas las personas santas que se comportaron como san Arsenio y muchos los maestros espirituales que hablaron como él; incluso se expresaron antes que él. Evagrio Póntico es un típico caso al respecto, ya que este “filósofo de Escete” comenzó su carrera de asceta en la escuela de san Basilio y la terminó en el desierto; algo que este último no deseaba. ¿A qué se debió ese cambio, considerado por el propio Evagrio como “una huida”? Dice él: “De mi parte, si alguno me llama prófugo, confieso que lo soy” [40]. La disciplina basiliana, o mejor: la espiritualidad basiliana, no satisfacía a su espíritu “preso de amor por las sagradas enseñanzas y por la theōría [contemplación] relacionada con ellas”. Evagrio se refugia entonces en san Gregorio de Nacianzo, el Teólogo. Pero según la Historia Lausíaca, las desventuras que sufrió en Constantinopla lograron sacudir su vocación de asceta. Aunque el cielo intervino a través de un sueño para salvarlo y también santa Melania lo ayudó con sus consejos; es por eso que el fugitivo monje basiliano se dirigió a Escete. Desde entonces él será el portavoz de los eremitas y de la teología sobre la vida eremítica.

El amor por la theōría no cambió en él, simplemente comprendió mejor la diferencia entre la gnōsis simple (el conocimiento accesible a toda inteligencia) y la gnōsis verdadera (el conocimiento reservado a los espíritus ya purificados). Y para purificarlos aún con mayor profundidad, Evagrio les enseña a los monjes a ser dos veces solitarios: hombre-monje e intelecto-monje. Y esto, precisamente, para lograr la perfección en la oración:

Si tu inteligencia divaga en los momentos de oración, es porque aún no ora como un monje sino que todavía se encuentra en el mundo […] [41]. El hombre-monje es aquel que evita las acciones de pecado; el intelecto-monje es aquel que evita el pecado de los pensamientos y que en los momentos de oración ve la luz de la Santa Trinidad [42].

El lugar en el que se halla esta afirmación, en el prefacio de un grueso libro totalmente dedicado al combate contra los ocho pecados capitales, demuestra que toda la vida ascética se dirige hacia este solo objetivo supremo, a esta suprema beatitud y supremo deseo: la visión de Dios; la que a veces es llamada, teología; otras veces, oración; y sobre todo, oración pura.

Lo importante es la soledad del espíritu (noús monakhós), que en el habitual lenguaje bizantino se denomina hēsykhía: el eremitismo o anacoresis interior; o dicho de manera atrevida: la monasticidad del corazón. Pero no se llega a la tercera etapa sin antes pasar por la primera, que es la huida de los hombres. 

No es posible llegar a vivir como un monje y seguir visitando las ciudades, pues en éstas el alma se carga con las variadas imágenes que recibe desde el exterior [43].

El tema de los monasterios que se establecen cerca de las ciudades será discutido entonces más de una vez; incluso en nuestros días.

Según Evagrio, “el espíritu fácilmente imprime las imágenes dentro de sí y entonces se precipita a pensamientos diabólicos”, razón por la cual se perturba. El estado del praktikós [del activo] y el del contemplativo no es, pues, un mismo estado. La virtud, objeto de la práxis, se ve impedida por el pensamiento nacido de la pasión; pero en la contemplación, incluso el simple pensamiento es ya un obstáculo. La consideración o atención de las cosas corporales detiene la comprensión espiritual [44].

La comprensión espiritual es lo que denominamos oración. Y Evagrio Póntico nos habla, en nombre de los padres del desierto y de san Gregorio el Teólogo, de la necesaria relación que hay entre soledad y oración. Esto lo condujo a escribir un tratado sobre la oración, obra que se corresponde bien con lo que debía escribir un teólogo-filósofo-psicólogo, quien en sus sucesivas huidas en búsqueda de la contemplación, tuvo que dirigirse al desierto como el lugar más apropiado para procurarse el objeto de su ambición.   

Una vez en el desierto, dice Evagrio: “He resuelto no abandonar mi cabaña, pues libramos nuestro combate para poder contemplar a los seres y a la Santa Trinidad” [45]. Y si a modo de objeción se preguntan por qué tal combate no puede librarse fuera de la celda, frente a seres corporales que también son objetos de contemplación, se los diré de manera totalmente clara. Evagrio, y en general todos los orientales abocados al espíritu, los mirarían con profunda sorpresa y casi con horror: ¿es posible que se ignore hasta tal punto la naturaleza de la contemplación y las leyes de la psicología? Tan solo la memoria de las cosas es ya un impedimento para la oración, por lo que, ¿quién pretendería alcanzarla sin abandonar las cosas y exponiéndose sin defensa alguna a todas las impresiones que nos asaltan por doquier?

Cierto autor escribió un tratado de psicología al respecto, y bien pudo haber sido el propio Evagrio. Se trata de la obra: De diversis malignis cogitationibus [46], que expone una distinción sutil entre los pensamientos (o representaciones/sugestiones) que moldean o imprimen la inteligencia; y los pensamientos que no la imprimen sino que simplemente le conceden cierto conocimiento, sin grabarle forma ni figura alguna. Los de la primera categoría dañan gravemente a la oración; casi podría decirse que la destruyen. Hay una incompatibilidad absoluta entre tales pensamientos y aquella inmaterialidad que postula la unión del espíritu con Dios.

Además de esto, “existen cuatro formas en que la inteligencia recepta los pensamientos. La primera es a través de los ojos, la segunda a través de los oídos, la tercera mediante la memoria y la cuarta mediante el temperamento” [47]. A la memoria y al temperamento los llevamos con nosotros a la soledad, ésa es la razón por la que la huida de los hombres y de las cosas no es un acto suficiente; si bien es algo necesario debido a los desastrosos efectos que la vista y el oído causan sobre la oración: “A través de los ojos, la inteligencia recibe los pensamientos que la moldean; a través de los oídos recepta también los pensamientos de los demás que la moldean”. Por lo tanto, para llegar a Dios por medio de la oración-contemplación-teología, es preciso “no dejar que la inteligencia establezca la impresión de ninguna forma” [48]. Pero, ¿cómo es posible hallar el “lugar de Dios” que es totalmente espiritual, siendo que desde hace mucho tiempo la inteligencia no se desprende de las impresiones materiales? Y esto sin considerar que, además de las imágenes que imprimen en nosotros y de las fantasías (que acompañan tales imágenes) que componen nuestra capacidad reflexiva, los objetos también excitan en nosotros las pasiones; e incluso distorsionan la contemplación inferior.

Sin duda, es posible alcanzar aquella apátheia tan elogiada por Evagrio; y cuando la misma es perfecta en presencia de los objetos corporales, la inteligencia es capaz de dedicarse únicamente a su logos. En esto consiste, precisamente, la contemplación segunda o superior. Pero, ¿quién se atreverá a ufanarse de haber alcanzado semejante impasibilidad? Al menos hasta aquí, el monje tiene el estricto deber, a través de la virtud de la prudencia, de huir de todo aquello que hiera su alma y que avergüence su espíritu. De esta manera logrará generar dos esperanzas en la prosecución de su objetivo: la oración verdadera y la unión con Dios.

Es así que queda justificada la anacoresis, tanto por la teología (que le asigna su fin supremo) como por la psicología (que demuestra lo necesario para ese fin); queda justificada la “huida de los hombres” y de las cosas en la medida en que las necesidades elementales de la vida lo hagan posible y según las exigencias admisibles de la caridad. 

............

40. PG 32, 245 = la carta 8 de san Basilio, que es de Evagrio; cf. con la carta 22, Frankerberg, p. 581.
41. De oratione, 43.
42. Antirrético, Prefacio.
43. Carta 41.
44. Ibíd.
45. Carta 58.
46. PG 79, 1199-1234.
47. Cent. Supple. 18.
48. De oratione, 66.


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