Esta diferenciación resulta clara a partir de lo ya
señalado y bien se la podría haber establecido a priori. Existen dos clases de
reposo, dos tipos de paz, dos hēsykhías: una exterior y otra interior;
una en las cosas y otra en el hombre; una en el silencio de las fuerzas de la
naturaleza y otra en el silencio de las facultades del alma.
Estas dos
hesiquías no necesariamente van a la par. Hay quien se ve agitado
interiormente aun cuando no hay nada que se mueva a su alrededor; y está quien
mantiene la tranquila posesión de sí mismo mientras el mundo pareciera estar
colapsando. Esta es la pretensión de los estoicos; y es un hecho reconocido en
la vida de algunos santos.
Sin duda, lo más importante aquí es la tranquilidad
del alma: Non turbetur cor vestrum,
nos dice Cristo [1]. Los hesicastas más fieles a su soledad lo sabían muy bien.
Y sabían también sobre cuánto influye “lo de afuera” sobre “lo de adentro”, si
bien no se dedicaron mucho a [elaborar] una psicología sistemática; los
veremos, además, alejarse de la moral demasiada metafísica de los estoicos.
Como contrapartida, practicaron bastante el psicoanálisis, buscando en las
profundidades de su alma aquellas pasiones que reconocían como ocultas. Los
hesicastas tenían principios de discernimiento que les permitían descomponer un
determinado complejo psíquico hasta [la identificación de] sus elementos, de
tal manera que pudieran señalar la causa verdadera o probable de cada uno de
ellos; causas que pudieron haber estado en Dios, en los buenos o malos
espíritus, en las percepciones sensoriales presentes o surgidas de las arcas de
la memoria, en la múltiple afectividad subjetiva, o en las ideas y deseos de
orden mental.
| Sin duda, será necesario exponer con más detalle las
leyes de esta discreción o discernimiento: diákrisis. Por el momento,
baste decir que la distinción entre lo externo y lo interno -esenciales para
toda doctrina ética y afirmadas solemnemente, aunque con diferentes
significados, por los estoicos y por el evangelio-, no les era desconocido ni
siquiera a los ascetas menos eruditos.| Aun con esta distinción entre la
hesiquía-anacorética y la hesiquía-psíquica, se requerirá de tiempo para su
clara afirmación e imposición de manera práctica.
De hecho, al parecer en no pocos autores la soledad y
la tranquilidad se confunden como si –en definitiva- no hubiese ninguna esperanza
de quietud en una sociedad de hombres ruidosos e indiscretos, precisamente
porque éstos no poseen la hesiquía interior. La pobreza del alma de estos
hombres los lleva a picotear de todo en busca de alivio, de distracción, de
entretenimiento o de evasión; tal como la necesidad de alimento lleva a los
polluelos y gallinas a rasguñar y rebuscar incansablemente, salvo en los
intervalos en los que cacarean o duermen.
Es frecuente que las palabras anakhóresis [retirada] y hēsykhía
hayan sido consideradas sinónimas; algo que sucede incluso en nuestros días,
cuando conocemos muy bien la diferencia entre ambas: ¡ellas son distintas, sí,
pero también están íntimamente relacionadas!
Abba Moisés le dijo a Abba Macario de Escete [una región clásica del anacoretismo moderado]: “Yo deseo la hēsykhásai, estar en la quietud, pero los hermanos no me lo permiten”. Abba Macario le dijo: “Veo que eres naturalmente sensible y que no eres capaz de alejar a un hermano [inoportuno]. Si quieres la hesiquía ve al desierto, a lo más profundo; ve a Petra y lograrás el reposo”. Así lo hizo y consiguió la paz [2].
Se entiende: quien no tiene paz, quien enfrenta
distracciones, tiene que reforzar su dosis de soledad. Según algunos de los que
escucharon a san Arsenio, para éste los hesicastas son los monjes que evitan el
encuentro con todo tipo de personas [3].
| Los trovadores del desierto manifestarán continuamente una tendencia a volver a aquella sinonimia. Después de todo, sabían bien a quién
recurrir. En Orígenes, hēsykhía
equivale a ēremía o descanso [4]. San Gregorio Nacianceno no se cansará
de repetir su amor "por el bien que es la hesiquía y la anacoresis"
[5]. Para san Gregorio de Nisa la hesiquía es similar a la estadía de Moisés en
el desierto [6]. Y Ammonas no es de distinto parecer; e igualmente lo es
Teodoreto cuando habla del "amor por la hesiquía" de san Simeón el
Viejo [7]. Incluso Dionisio la resalta: la huida de san José hacia Egipto es,
para él, la anacoresis; claro que en sentido material, si bien poco antes de
esto sostiene que los ángeles les llevaron la buena nueva a los pastores debido
a que éstos se habían purificado mediante la anacoresis-hesiquía; ¡y utiliza un
solo artículo para los dos términos! [8].
La persistencia de esta equivalencia puede explicarse
de dos maneras: ya sea por la identificación de la quietud con la soledad; ya
sea por el desgaste del término anakhóresis.
Justiniano, precisamente, consagra este segundo sentido en sus Novelles,
en donde divide a los monjes en cenobitas y hesicastas/anacoretas [9]. Desde
entonces, los dos términos ya no se tienen que aceptar según su significado más
radical; a menos que el contexto lo requiera.
Incluso la vida de las palabras está en movimiento, y
su preciso matiz no se revela sino a través de un estudio cuidadoso del medio
ambiente en el que viven. Así, en el Pseudo-Efrén, el hesicasta es un recluso,
mientras que el eremita es un solitario no-recluso.|
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1. Trad.: “Que no se agite tu corazón”; Jn. 14:1.
2.
Alf. Macario, n. 22.
3.
Alf. Arsenio, n. 44.
4.
In Jer. Hom. 20, 8.
5.
PG 35, 413.
6. Vita Mosis, PG 44, 425. La vita di Mosè,
Ed. Paoline, Alba.
7. PG 82, 1357-64.
8. La Jerarquía Celeste, IV. Cf. Le Opere,
Cedam, Padova, 1956.
9. Novelles V, c. III.
Nota: he dejado algunas de las pocas referencias a obras en
italiano que figuran en la ed. del 78.
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