27.11.13



La ermita de san Leonardo reconstruida por el P. Pietro Lavini.
Los ermitaños están de moda otra vez.
Y no son totalmente solitarios.

por Tamara Griffiths

- 2013 –

Los ermitaños aparentemente están volviendo a estar de moda. Un reciente estudio de Isacco Turina, de la Universidad de Boloña, muestra que el número de ermitaños en Europa aumenta cada año. Tan solo en Italia existen cerca de 2000. En parte, el suceso obedece al hecho de que la definición de ermitaño está siendo modernizada, de tal manera que hoy existen los “eremitas urbanos” e incluso los "ermitaños part-time". Los tradicionales eremitas que viven en lugares remotos todavía siguen siendo pocos.

Las montañas son famosas por sus eremitas; ellas son consideradas lugares espirituales que logran crear una unión entre la tierra y el cielo. Algunos eremitas, como san Romualdo, consideraban a las montañas necesarias para la contemplación debido a que inspiran la elevación mental; además están lejos del diario traqueteo de la vida.

A contramano de los estereotipos, los ermitaños no siempre tienen que ser solitarios. San Francisco de Asís estableció que sus eremitas podían vivir en grupos. De hecho, la etimología de la palabra no se refiere realmente al solitario. La misma deriva del griego eremos, que significa “salvaje o desierto”. El tema del desierto es importante para los ermitaños del mundo como un símbolo que les recuerde a los Padres del desierto. Los primeros eremitas del desierto, como san Antonio, dejaron establecidas las virtudes de la práctica eremítica. Tales prácticas incluyen una vida dedicada a la contemplación, al estudio de las plantas de la naturaleza, al consumo de alimentos donados [found foods], etc; y las mismas resultan contrarias a los valores de hoy.

He tenido la fortuna de reunirme con un eremita tradicional en su propio santuario erigido a mano, asentado en la cima de un acantilado a 1124 metros de altitud. Cuando era joven, este religioso pudo visitar las antiguas ruinas de san Leonardo, que eran solo un amontonamiento de piedras envueltas en ramificadas vides, y pensó: “¿Porqué no traerla de vuelta a su antiguo esplendor?”. Y así comenzó el desafío que consumiría la vida del padre Pietro.

Sin embargo, de manera extraña solo recibió un apoyo mínimo de parte de la orden religiosa de los capuchinos, a la que pertenece. Con tan solo un pedazo de pan –y a veces ni siquiera eso- y con sus propias manos, dio inicio a la colosal reconstrucción del edificio. Pasó muchos años llevando materiales sobre su espalda hasta la montaña, en donde tenía una provisional habitación para vivir. Y ahora, a sus ochenta y tantos años, su tarea está terminada. Ha construido una gran iglesia con sus arcos de estilo gótico, una alta torre acampanada, con su hospedería y sus jardines. Aunque, dada las circunstancias, uno no puede dejar de notar que el estilo arquitectónico es más una construcción única que una precisa restauración.

Los jardines son su aspecto más cautivante, es tentador describirlos como similares a los jardines colgantes de Babilonia. Tales diminutas cuñas de tierra están construidas del lado interior de la roca, en lo alto del desfiladero y contenidas por pequeñas muros de piedra. Cuando el dorado sol inunda los flancos de las montañas, y mientras la caverna inferior se envuelve en sombras abismales, surge la sensación de estar siendo transportados a otro mundo. Estos jardines fueron cultivados ya en el 600 a.C., y el edificio fue levantado sobre un santuario pagano que data de épocas pre-romanas. En nuestra cultura occidental crecientemente homogénea, las montañas son decisivamente importantes porque con frecuencia son el último bastión en donde todavía podemos vivir la historia y encontrar un modesto a la vez que heroico individualismo.

Desde su elevado desfiladero, Pietro mantiene viva la tradición: usa caracoles para curar malestares, reúne plantas silvestres, etc.; y llama a su hogar por su nombre romano: Golubro. Pietro considera que la tragedia de la vida actual es el consumismo, que ha destruido nuestra conciencia de austeridad y frugalidad, de virtudes que aprendimos durante siglos y que ayudaban a que todos los días fuesen un regalo. Hoy se celebra a la sociedad del consumidor; y éste considera que lo suyo es una virtud porque sirve fervorosamente al sistema. El hombre ha obtenido como su paga diversos productos y el confort, pero ha perdido la parte más grandiosa de su vida.

Esperemos que el creciente número de eremitas incluya un sucesor de Pietro, que sea hallado para cuando él ya no esté más. Mientras tanto, Pietro les ofrece esta “receta” como una de sus comidas preferidas. Para más recetas visiten la página: www.sibillinimountainhealth.com. En diciembre, haré una nota sobre la celebración anti-consumista de la navidad según Pietro.

Sopa de emitaño.

Pique un poco de cualquier verdura que halle disponible en su huerta. Córtelas y póngalas todas juntas en un recipiente con unos centímetros de agua y algunas hierbas, como tomillo o romero. Cúbralas y déjelas que hiervan. Cuando los vegetales estén suavizados, presiónelos un poco con un tenedor. Rociéles aceite de oliva, sal y pimienta.
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Griffiths Tamara (11 de enero del 2013). Hermits Are Fashionable Again – And They Aren’t All Solitary. The Huffington Post.

N. del T.: el padre Pietro Lavini es conocido como il muratore di Dio, “el albañil de Dios”. Hay varios videos sobre él y su obra en Youtube, aunque están todos en italiano.


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