El nuevo eremita urbano
por Jack El-Hai
por Jack El-Hai
- 2013 -
Durante
los años en que fue un ermitaño, Roger Cunningham siguió un rígido y
autoimpuesto programa diario. Iniciaba la mañana yendo al almacén más cercano
en búsqueda de café: “Le había prometido a mi madre que todos los días tendría
un contacto regular con alguien. Estaba preocupada porque estuviese demasiado tiempo
aislado”, sostiene. Luego, de vuelta en su ermita, en una estancia cerca de Nicholville,
en New York, comenzaba a las 7:00 a.m. con sus 45 minutos de meditación zen. Después
del desayuno, se dedicaba a trabajar en soledad en alguno de los cincuenta huertos
en los que estaba dividida su estancia. Más tarde almorzaba para luego volver a
su huerta. Y siempre mantenía el silencio, desprovisto de teléfono, radio y
televisión; lo cual le aseguraba que “todo lo que hiciese estuviese dentro del
mismo esquema mental”, afirma. Después de la cena, se permitía algunos llamados
telefónicos y un tiempo para escribir en su blog. Para Cunningham, el día
terminaba con una nueva sesión de 45 minutos antes de irse a dormir. Un día a
la semana lo dedicaba a trabajar en la organización sin fines de lucro que
dirigía, la cual distribuía los productos de sus huertas en los bancos de
alimentos [foodbanks] de los
alrededores.
Al otro
lado del país, la hermana Laurel O’Neal, miembro de la orden benedictina
camaldulense, sigue una rutina eremítica diferente. Ella vive en un
monoambiente en la poblada zona de la bahía de California. A la mañana va a
misa, a veces hace trámites por la tarde, concede su dirección espiritual personalmente
o a través de sus blogs, y todas las semanas toca el violín en una orquesta.
Pero la mayor parte del tiempo se dedica a la oración y a la contemplación,
como corresponde a alguien oficialmente designado como eremita por su orden
religiosa.
Al
igual que Cunningham y O’Neal, muchos ermitaños modernos parecen determinados a
romper nuestros prejuicios acerca de cómo viven. Ellos buscan el silencio de la
soledad, así como la contemplación espiritual que propicia, pues es parte
central de sus vidas. Son muchos los que viven en las ciudades o cerca de ellas,
se sustentan con algún tipo de trabajo y al menos ocasionalmente se relacionan
con otras personas. Y lo que es más importante, no son misántropos, anacrónicos
[survivals], marginados sociales ni
tampoco tienen las deficiencias que a veces asociamos con la vida solitaria.
Los
laicos ermitaños de hoy reivindican las antiguas tradiciones espirituales. Así
como los primigenios sabios chinos o los monjes cristianos del medioevo
encontraban la iluminación en la soledad, los modernos ermitaños ocupan su
tiempo en largas oraciones y en una prolongada contemplación espiritual. Ellos traen
de vuelta la antigua raíz griega de la palabra ermitaño: eremeia, que significa desierto; y la misma está relacionada con
las experiencias de san Antonio y de otros cristianos que descubrieron lo
divino en el aislamiento del desierto. En la actualidad, pocos ermitaños viven
en el desierto, pero siguen escuchando el mismo llamado. “Ese llamado es tan
imperativo, que tenés muy pocas esperanzas de que puedas ignorarlo. Pero una
vez que lo aceptás, encontrás un gozo verdadero (después de muchas batallas),
pues hallás tu verdadero centro y el auténtico deseo de tu corazón”, escribió un
solitario en Raven’s Bread, un
boletín internacional para ermitaños.
Cunningham,
de 59 años, llegó a la vida de ermitaño por una indirecta ruta que lo condujo a
través de su temprano retiro como trabajador social, de su difícil divorcio, pasando
por la adquisición de su estancia en las montañas Adirondack (en un camino que
solo divisaba unos diez autos por día y que permanecía meses bajo nieve) y por algunos
viajes por el mundo. En cierto momento, de pronto sintió la necesidad de
reducir su marcha y empezó a practicar meditación zen. El mindfulness que la práctica del budismo zen propicia lo llevó a su
interior: “Vi que estaba dejando cada vez menos mi estancia. Comprendí que lo
que estaba haciendo ahí era similar a lo que sucedía en una ermita. Así que
decidí formalizarlo y desarrollé una rígida práctica de meditación que
demandaba 12 horas de silencio cada seis días”. Un nuevo ermitaño había nacido.
¿Qué
es lo que se espera que hagan los ermitaños? “Básicamente, nada; o sea, nada inusual. Los ermitaños viven vidas
comunes, pero lo hacen con una extraordinaria motivación”, remarcan Karen y
Paul Fredette, editores de Raven’s Bread
y autores de un libro sobre la vida eremítica.
Hace muchos
años atrás, los Fredette sondearon a los lectores de su Raven’s Bread –que hoy son más de 1500- para descubrir sus
tendencias y las semejanzas de sus vidas. “Son personas que pasan la mayor
parte del tiempo solas. Les encanta el silencio de la soledad”, afirma Karen.
El resultado del sondeo provino de 122 respuestas, que eran un 60% de mujeres.
Su base religiosa era católica, protestante, hindú, budista y sufí; y la
mayoría eran de edad media y madura. “Es algo que podés hacer en un
departamento en New York –algunos de nuestros lectores lo hacen- o en las
inmediaciones urbanas. Algunos conforman grupos y se apoyan mutuamente, a
través de una reunión semanal. Pero la mayor parte del tiempo la pasan en
soledad”, afirma Karen. Hay quienes llevan una vida eremítica mientras cuidan
de algún pariente o incluso estando casados.
Cunnigham
dice que apreciaba sus silenciosas horas de soledad como ermitaño: “Cuando era
consciente de mi unidad con el mundo nunca me sentía separado de lo que me
rodeaba. Creo que la manera habitual en que pensaba de mí mismo, como una
identidad individual separada y desconectada de todo lo que me rodeaba, es una
ilusión. Esa forma de pensar me llevó al sufrimiento. La única manera de ver
esa ilusión era reunirme con las aves, con la naturaleza, con mi entorno, con
la no-separación. Al volverme hacia el suelo de mi estancia, al ser consciente
de las texturas del terreno, al atender a las aves, al ver los árboles y sentir
el viento y el sudor en mis mejillas, todo eso me regresaba al presente, al
aquí y ahora que reconocía como el eje de mi práctica zen”.
Esta forma
de vida es parte de un antiguo impulso. “Muchos de los disfrutes y muchos de
los así llamados conforts de la vida, no son solo indispensables sino también gratos
impedimentos para la elevación de la humanidad”, escribió en el s. XIX Henry
David Thoreau, uno de los más conocidos buscadores de soledad de Norteamérica. Alrededor
de 1840, mientras vivía en una cabaña que había construido en Walden Pond,
Massachusetts, Thoreau mantuvo los lazos con su familia y amigos a la vez que
estaba solo y estudiaba su lugar en el mudo natural. “No será sino hasta que
estemos perdidos, es decir, hasta que hayamos perdido el mundo, que
comenzaremos a encontrarnos y a comprender en dónde estamos y lo que significa
la infinita extensión de nuestras relaciones”, escribió. Thoreau creía que tras
dos años de soledad podía emerger como “una criatura más perfecta, apropiada
para una sociedad más elevada”.
Thoreau se
distanció físicamente de la ciudad, pero muchos de los actuales ermitaños no lo
hacen. “Vivir separado de la sociedad no significa que nunca veas a nadie. Y
por otra parte, ver televisión todo el día no ayuda en nada a la vida de un
ermitaño. Se trata de simplicidad en la vida, requiere de autodisciplina y de
una imagen positiva de sí mismo. Cuando vivís solo, únicamente hay una persona
con la que tratarás durante todo el día, así que es mejor que te guste estar
con vos mismo”, sostiene Karen Fredette, ex ermitaña.
O’Neal, de
62 años, habla sobre la paciencia que se necesita para aprovechar las
oportunidades de la soledad. Y gusta de un consejo de Thomas Merton, monje
trapense del s. XX que ha influido en muchos ermitaños modernos: “La puerta de
la soledad solo se abre desde adentro”. Ella se convirtió al catolicismo poco
después de la secundaria y luego, tras entrar a los franciscanos, tuvo que
luchar con un inabordable trastorno epiléptico de inicio tardío. Más tarde tuvo
que dejar a los franciscanos, estudió teología y trabajó en la iglesia de un
hospital. Posteriormente se unió a otra comunidad de monjas, pero sus ataques
continuaron perturbando su vida. “Necesitaba del contexto que le diese sentido
a mi vida entera, incluyendo a mi fragilidad [brokenness], mis dones, mis talentos y mi preparación. Me estaba
volviendo más contemplativa, considerando vivir una vida contemplativa”,
sostiene.
Cuando en
1983 el derecho canónico de la Iglesia tuvo cambios y permitió a las diócesis el
poder consagrar ermitaños, O’Neal comprendió que eso era lo que necesitaba.
Intentó vivir como ermitaña durante varios años, buscando aprobación del
obispo, y en el 2007 finalmente pudo profesar votos perpetuos como ermitaña
diocesana.
La ermita
de O’Neal es un simple monoambiente. En su dormitorio tiene un oratorio, en
donde está presente la eucaristía. “Nadie entra ahí, excepto yo”, afirma. El
resto de su espacio “es lindo y normal”, una zona para los encuentros con
personas que la consultan por dirección espiritual. Como la mayoría de los
ermitaños, O’Neal está conectada al mundo exterior a través del teléfono y la
computadora.
Sin
embargo, las conexiones cara a cara o de forma remota no disminuyen el poder
del tiempo contemplativo que los ermitaños pasan en soledad. “Tendemos a pensar
en viejas historias de gente viviendo en cavernas, sin ningún contacto con el
mundo exterior. Pero tales historias probablemente nunca fueron ciertas. Las
personas con frecuencia se sorprendían que fuese al banco, a los almacenes, a la
librería y a vender mis comestibles en el mercado central”, dice Cunningham. Pero
las experiencias sociales no anularon los beneficios que halló estando en
soledad, viviendo el momento.
O’Neal se
encuentra con una sorpresa similar: “Muchas personas con las que me encuentro
me preguntan cómo es que una ermitaña toca en una orquesta o va a misa, o
incluso cómo es que tiene sentido del humor. Pocos comprenden que se trata de
una forma de existencia muy vital y enriquecida; una que es personalmente
exigente y comprometida a la vez que bastante rara. Pero aún así, mucha gente
necesita conocerla como una vocación positiva, incluso redentora. Necesitan
conocerla incluso las personas crónicamente enfermas, los ancianos que se ven
aislados y los privados de su libertad, pero no podemos hacerlo si se nos
encierra en los estereotipos”.
En lugar de
los estereotipos, la vida eremítica requiere de un temperamento que sea capaz
de abandonar las expectativas del mundo y el propio deseo de dejar una marca en
la sociedad. “Tu autodisciplina tiene que ser madura. No hay nadie que te diga
que ya es tiempo de rezar o de escribir, o que ya hace rato que debieras estar
acostado”, dice O’Neal. E igual de importante es la capacidad de descubrir y
estar en contacto con una motivación trascendente para hacer lo que el mundo ve
como insignificante o absurdo: “Tenés que vivir una vida sin una gran cantidad
de gratificación exterior. Y no existe mucha aprobación externa para ser un
ermitaño”.
Pero eso no
significa que este tipo de vida sea desagradable. “Para mí era como estar de
vacaciones, nada difícil”, dice Cunningham, a quien siempre le gustó la
soledad. Aunque él decidió terminar su vida solitaria cuando su organización
sin fines de lucro se tornó más demandante y nuevamente sintió el deseo de
viajar. Ahora vive solo en un bote de 6 mts., permanece en Key West en el
invierno y durante el verano sale a navegar por New England. Aun mantiene mucho
de su soledad, pero la intensidad de su práctica espiritual de zen ha
disminuido.
La
atracción por la vida eremítica, según Karen Fradette, “siempre resplandece
cuando el mundo se halla agitado. Los ermitaños están el centro de una rueda
que gira. Ellos ayudan a que la civilización se mantenga unida”. Quizás hoy más
que nunca necesitamos de los ermitaños.
...
[El-Hai Jack, 2013. The New Urban Hemit. The Saturday Evening Post, USA: Curtis Publishing].
4 comentarios:
Www.regladesanalberto.com
Estoy en un camino parecido. Sufrí mucho y padecí tribulaciones inimaginables por apegos, frustraciones y fracasos de todo tipo según mi vieja visión. Ahora ontento construir una vida nueva en soledad y oración. Gracias.
Muy interesante artículo... Me emociona leerlo y entender la belleza de la vida ermitaña...
Es preciosa cuando se mantiene un balance