Sat-sanga es una palabra sánscrita
que significa el avance conjunto (sanga) de aquellos que están
buscando a Dios, a la verdad, al ser (sat).
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P. Padre Bede,
¿compartiría algunas palabras de sabiduría sobre el “envejecimiento”, dado que
hoy en día las personas están viviendo mucho más tiempo?
R. Bueno, me pides
que hable sobre la vejez. Dado que ahora tengo 86 años, pienso que estoy
capacitado para hablar sobre el tema. Para empezar, debo decir que los últimos
veinte años de mi vida han sido probablemente los más creativos y los más
enriquecedores de todos. Así que quizás éste sea un mensaje importante, puesto
que muchas personas parecieran creer que la vejez es un grave descenso, un
quebrantamiento gradual. En lo que a mí respecta, ha resultado ser una renovación
incesante.
Me gusta pensar en
la existencia humana dividiéndola en tres fases. La primera fase, llamada la
fase de adolescencia, es el crecimiento gradual hacia la madurez física durante
los primeros veinte años. Durante ese tiempo, la mente y el carácter empiezan a
desarrollarse, los deseos sexuales se despiertan y la persona llega hasta los
límites de la madurez. Los próximos veinte años, entre los veinte y los
cuarenta, conforman la fase de la madurez psicológica. Las capacidades que se
han estado desarrollando en la adolescencia logran florecer y normalmente la
persona se casa, tiene su familia, adquiere un trabajo, encuentra una profesión
y desarrolla sus múltiples capacidades para el deporte, las artes, la poesía y
diferentes aspectos de la vida.
Ahora bien, la
mayoría de las personas piensa que ese es el fin de la vida, que el objetivo es
prolongar aquel período tanto como les sea posible, sea hasta los cincuenta o
sesenta años. Pero cuando esa situación comienza a declinar, cuando sus
facultades empiezan a declinar, uno ya no puede hacer lo que hacía antes y
comienza a pensar que está fallando. De esa manera, la vejez aparece como un
gradual envejecimiento, como una gradual pérdida de poder. Pero a mí me gusta
pensar de manera contraria. Creo que la tercera fase de la vida normalmente
empieza a los cuarenta años.
Entre los veinte y
los cuarenta años se da un período intermedio, no final. Es más o menos a los
cuarenta años que empieza el último período. De manera que entre los veinte y
los cuarenta, cuando los poderes no sólo físico y psicológico sino también
espirituales empiezan a desarrollarse, existe la posibilidad de una preparación
previa para enfrentar aquel último periodo. Hoy en día, sin embargo, para
muchas personas la dimensión espiritual está perdida, más allá de lo físico y
de lo psicológico no tienen nada que esperar. Pero lo espiritual es
precisamente la parte que transciende lo físico y psicológico y nos abre a lo
eterno. Es de esta manera que podemos entrar a la tercera fase: empezando a
descubrir las capacidades transcendentes en nuestra naturaleza, pues somos
capaces de transcender el cuerpo y la mente para descubrir la profunda fuente
de toda realidad.
Suelo pensar en el
500-600 a.C. como un tiempo en la historia en donde la humanidad despertó por
completo a la dimensión espiritual. La misma está presente mucho antes -en
realidad lo está desde el principio- pero emerge lentamente en una primera
fase, empieza a desarrollarse apropiadamente en una segunda y sólo a través de
una tercera fase -que la historia alcanzó dramáticamente durante el primer
milenio– logra manifestarse como una apertura. Así que alrededor de los
cuarenta años todos debemos empezar a crear una apertura para esta tercera
fase, un espacio en donde el espíritu esté abierto a lo transcendente, a lo
infinito, a lo eterno o a la realidad única, cualquiera sea el nombre que
gustemos darle.
La vejez debiera
ser el tiempo de floración de toda la personalidad. En un sentido profundo,
creo que podría decirse que no seremos personas totalmente humanas hasta que no
entremos a la tercera fase, a la fase del espíritu. Todo indica que en esta
fase podemos ir más allá del tiempo y del espacio. En la primera fase, la fase
física, crecemos en el espacio y desarrollamos nuestro cuerpo. En la segunda
fase continuamos creciendo en el tiempo y desarrollamos las diversas facultades
de nuestra mente una y otra vez. Y en la tercera fase trascendemos el espacio y
el tiempo, descubrimos plenamente el orden de lo eterno, de lo infinito y
percibimos al todo abarcando todas estas fases y elementos de nuestras vidas.
Así que el
verdadero objetivo de la vida es prepararse para la tercera fase, para el
despertar del espíritu. Este periodo está presente en nuestra mente desde la
fase más temprana y por tal razón también puede florecer en un momento
anterior. Ciertas personas despiertan su
inclinación espiritual a una edad muy temprana, otros lo hacen durante su
período de mayor edad. Comoquiera que sea, creo que para todos existe la
posibilidad de descubrir la dimensión espiritual allí, en la tercera fase. Es
allí en donde la experiencia mística empieza. Y no sólo esta experiencia sino
también una forma completamente nueva de ver la vida, de verse a uno mismo, de
ver toda la existencia personal bajo un nuevo concepto, a la luz de un todo que
abarca toda su experiencia anterior.
Esta forma de ver
las cosas podría despertar la esperanza en las personas, dado que muchas
parecen estar desesperadas al creer que en la vejez no hay nada más que esperar
sino una decadencia gradual. Incluso el desprendimiento del cuerpo que tiene
lugar al final de la tercera fase es simplemente la fase última: el cuerpo ha
crecido y madurado, ha llegado a su realización y ahora está listo para partir.
Y cuando el cuerpo se desprende, entonces el alma, la psique, adquiere una
libertad mayor y puede unirse con el espíritu de una manera más significativa.
Y la personalidad entera, todo el ser, finalmente alcanza su realización; no en
este mundo de espacio y tiempo sino en el mundo eterno, que es el mundo de la
realidad. Esta es la esperanza en el futuro.
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The Bede Griffiths Sangha Newsletter,
septiembre del 2000, vol. 3, n. 3, p. 08.
The Bede Griffiths Trust.
The Bede Griffiths Trust.
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