1.7.14






| Silencio y caridad. |

Otro gran místico es Abba Isaías, uno de los maestros espirituales de oriente cuyas enseñanzas han penetrado en occidente. Y lo han hecho en relación a la doctrina espiritual en general y respecto a breves prescripciones que tratan especialmente sobre la caridad fraterna; pues Isaías deseaba que la caridad fraterna fuera bastante atenta:

Si cerca de ti hay un hermano que viene de lejos, que tu rostro esté alegre al saludarlo; si trae equipaje, tómalo con agrado; y cuando se vaya haz lo mismo. Pero el saludo que le hagas debe ajustarse a lo que dicta el temor de Dios y el temor a hacerlo sentir mal. No le preguntes nada sobre cuestiones que no te sean de provecho y haz que rece junto a ti [¡ley absoluta de toda visita o conversación!]. Cuando ya esté sentado, pregúntale cómo le va y con tales palabras da por finalizada la conversación. Dale un libro para que medite. Si está cansado, haz que descanse y lávale los pies. Si te entretiene con historias inoportunas, corrígelo amablemente, diciéndole: “Perdóname, pero soy alguien débil y no puedo cargar con lo que me dices”.

Leamos algunas líneas más para ver las perlas de atención fraterna entre las que se sitúa esta predicación:

Si [tu huésped] es débil y sus vestimentas están sucias, lávaselas. Si es simple [es decir, descuidado] y sus prendas están rasgadas, arréglaselas. Si es pobre, no dejes que se vaya sin nada y dale de las gracias que Dios te haya dado; pues sabes que lo que tienes no es tuyo sino bendición de Dios. Si un hermano te confía algo cerrado, no lo abras en su ausencia para saber lo que contiene; y si el objeto que te confía es muy preciado para él, dile: “Ponlo sobre mis manos” [61]. 

El silencio no constituye, pues, una limitación de la caridad. Al contrario, es una de sus formas más necesarias y más auténticas. Esto lo entendió muy bien Isaías, y después de él los numerosos ascetas orientales que han repetido –con frecuencia palabra por palabra- el programa que dictara a su discípulo para la atención de los huéspedes. Confieso que cuando por primera vez leí sobre el tema en la obra de Simeón Estudita, padre espiritual de Simeón el Nuevo Teólogo, me sentí tentado de resaltar la sequedad de corazón; pues entonces aun me faltaba apreciar el contexto.

He aquí, ahora, otro maestro de la espiritualidad bizantina que va a llevar a término el apotegma de Isaías: san Barsanufio. Luego de una serie de preguntas, a las que “el gran Recluso” siempre respondía según el sentido de la mayor taciturnidad, un monje objeta en última instancia estas palabras de Abba Isaías: “Luego de haber saludado al huésped, pregúntale: ‘¿Cómo te va?’; y guarda silencio mientras estás sentado junto a él”. ¿Qué significa esto? San Barsanufio (o san Juan el Profeta) responde:

Hay que recibir al huésped y, tras saludarlo, preguntarle: “¿Cómo te va?”, para luego permanecer en silencio y sentado junto a él. Esto es lo que ha dicho Abba Isaías, según me has escrito. Pues bien, esto solamente pudo haberlo dicho un anciano ya avanzado en años y en grados espirituales. Un auténtico novicio que realmente quiera convertirse en monje tiene que mantenerse alejado de tales encuentros, pues no le producirían sino descuidos, debilidades, rebeldías y la temible parrēsía [el hablar atrevidamente; son faltas en las palabras al principio, luego en los actos]. Solo resta decir que Juan no tiempo para [dedicarse a] estas cosas”.

He aquí en qué consiste la despreocupación o “libertad interior [amerimnía] de todo hombre” [62]. La carta termina diciendo que lo más simple es “cortar de una vez por todas con los encuentros”, ¡porque solo así se verá libre de ellos! Pero el monje que consulta tiene temor del efecto que eso pudiese producir sobre sus amigos y conocidos, y por eso le pregunta a Barsanufio si no sería mejor “cortarlo poco a poco”. Y san Juan el Profeta le responde: “Si cortas de una vez por todas, ya no tendrás preocupaciones. Si no lo haces, te llenarás de pretextos y de excusas […] [63]. Barsanufio y su alter ego: Juan el Profeta, se deciden por la estricta observancia, tanto sobre este punto como sobre muchos otros más. Y justifican su rigorismo bajo este principio: “Respecto al tema de la palabra, cuando te consideres casi un teólogo habrás de saber que el silencio es más admirable y glorioso que la teología” [64].

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61. Abbé Isaie, Recueil ascétique, Bellefontaine, 1976, p. 53 y ss.
62. Barsanufio et Jean, Lettres de direction, n. 208, en Maîtres spirituels au désert de Gaza, Ed. Abbaye St. Pierre, Solesmes, 1966.
63. Ibíd. n. 209.
64. Ibíd. Carta, n. 36. N.B. Existe también el siōpē pará toú diabólou, el silencio inspirado por el diablo; que es el silencio de un padre espiritual que es indiferente a su discípulo. Ibíd. Carta 187. Cf. Carta 478, 560.


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