4.7.14






| La amerimnía liberadora. |

El hesicasmo auténtico nace de la comprensión de la totalidad. No se trata de un quietismo precisamente porque es la búsqueda de la quietud, de la única quietud que es posible y que no es sino la paz de Cristo, la paz de Dios que exulta en lo profundo del corazón. En su condición negativa, se trata de la concentración de todas las fuerzas internas para dirigirlas a un solo objetivo: el amor y el servicio a Dios. Se hace necesario, entonces, la eliminación de las múltiples preocupaciones que roen las raíces de la vitalidad espiritual a fin de situar en el alma una sola preocupación: la obtención -por medio de la unificación interior- de la salvación, de la salud total en la que el hombre se goza para honra y mayor gloria de su Creador.

No es a causa de una espiritualidad egoísta que los padres del desierto se entregaron por completo al deseo de la salvación. Lo hicieron así debido a un profundo conocimiento de tal salvación, pues vieron que en ésta lograrían fundirse en una sola plenitud de vida denominada caridad: en la beatificante voluntad de Dios y en la voluntad humana beatificada por su unión a él. Sí, los anacoretas aspiraron a la perfección como al deseo último, pero no por eso dejaron de rendirle homenaje a Dios ni de apreciar la posibilidad del hombre de alcanzar aquella beatitud divina; y hasta la realización misma de tal posibilidad in gloriae gratiae suae, in qua gratificavit nos in dilecto suo– en la gloria de su gracia, en la que nos gratificó en su amado [Ef. 1:6].

Antes de leer afirmaciones sobre la despreocupación (amerimnía), conviene que nos deshagamos de las perjudiciales suposiciones de egoísmo. La amerimnía es todo lo contrario al egoísmo, pues dedica toda su vida terrena a lograr que Dios sea todo en todas las cosas. Ella significa participar de la forma más generosa posible, después del martirio, de la grandiosa obra del Dios–caridad.

En el lenguaje cristiano, la palabra amerimnía –sobre todo después de san Juan Clímaco- señala prácticamente una sola virtud, si bien podría haber mantenido la ambivalencia que tiene dentro del Nuevo Testamento. Para indicar aquella “despreocupación” condenada con respecto a lo que debiera constituir el objeto de nuestra gran preocupación: la salvación, los griegos poseían una vasta cantidad de expresiones. Y la principal entre ellas bien podría significar exactamente lo mismo que amerimnía; se trata del término: akēdía, que literalmente significa “despreocupación-indiferencia”. Pero este término, que es desconocido en el Nuevo Testamento, resulta ser también –por lo menos después del Antirrético de Evagrio- el nombre de uno de los ocho pensamientos malvados: “el demonio del mediodía”, el taedium cordis [tedio del corazón] de Casiano. No se trata de una negligencia consentida de las cosas de Dios, sino de la tentación a consentir los deseos de negligencia que se posean.

Sin embargo, también encontramos a la amerimnía con un sentido desafortunado, como en la vida de santa Sinclética: “Las almas que se han entregado a Dios jamás deben estar despreocupadas (amerimnein), pues el enemigo las toma principalmente a ellas” [80]. Y existe también una despreocupación mesaliana, contra la que muchos ortodoxos espirituales se han sublevado. Sus adherentes tienen dos características que los hace fácilmente reconocibles:  

a) En todo momento se rehúsan al trabajo manual bajo pretexto de que el Señor ha dicho: “No trabajen por el alimento que perece” [Jn. 6:27]. ¡Lo cual les da a los “perfectos” el derecho de vivir a costa de los imperfectos que trabajan para vivir!

b) Creen haber recibido “el gran carisma” y con él la impecabilidad, lo que no es sino la despreocupación surgida de una falsa seguridad; | a la cual llamaban, más bien, aspháleia |. San Efrén habla de esta despreocupación de mala calidad, | que es más bien una negligencia |:

Muchos de quienes estaban del lado bueno y eran inspirados por el espíritu de vida, han caído ahora en la ignorancia de considerar que han alcanzado la perfección. Y así, se han despreocupado; y han sufrido luego los ataques y emboscadas de los espíritus malignos [81]. 

Totalmente diferente es la buena despreocupación que el mismo autor (¿Efrén o Macario?) menciona con una determinada frase: la despreocupación de las cosas terrestres [82]. Dada esta definición nominal, veamos lo que nuestros autores nos enseñan al respecto. Clemente de Alejandría nos habla de ciertos usos antiguos que consisten en coronar a los muertos, y aprovecha la ocasión para decirnos que tales coronas simbolizan la ausencia de preocupaciones, el estar libre de toda perturbación [83]. Su texto merece resaltarse, pues nos concede desde ya el distintivo de aquel estado del alma: se logra a base de mortificación. Bien dice Clemente de Alejandría que la filosofía es –según la antigua definición de Platón- una práctica de los muertos; es decir, un entretenimiento de la inteligencia a fin de vivir como si se estuviese separado del cuerpo, en guardia contra sus exigencias, liberado de la tiranía de las pasiones.

La filosofía debe adquirir y conservar la amerimnía a fuerza de la circunspección y de la atención, para permanecer así infalible e impecable en todo [84].

La amerimnía no será resultado de la impecabilidad, según sostienen los mesalianos; es más bien la impecabilidad la que postula una amerimnía adquirida a través de muchos esfuerzos.

| ¡Pero los padres del desierto probablemente no conocieran la teoría de Clemente! Su amerimnía provenía directamente del evangelio; si hubiesen leído el Stromata, habrían dispuesto de un vocabulario diferente, de aquel que habla sobre la apátheia. Pero en vez de eso lo ignoran casi por completo, con la excepción del círculo evagriano. E ignoraban aún más los antiguos sistemas cuyo ideales o panaceas eran la ataraxía, la galēne y la épokhē [imperturbabilidad, calma y cesación]. Clemente de Alejandría simplemente muestra que no fueron sólo los monjes quienes descubrieron primeramente la doctrina de la amerimnía del evangelio. |

Aun sin tener el comentario de Orígenes sobre los primeros capítulos de san Mateo, sabemos lo que pensaba sobre el tema que nos ocupa. Orígenes pudo hallar una expresión genial para caracterizar el espíritu cristiano: tó amérimnon tes sophías pneúma – el despreocupado espíritu de sabiduría:

Ustedes son, según el apóstol, el campo cultivado por Dios, el edificio construido por él [I Cor. 3:9], el campo de buena tierra y la edificación sobre la roca. Es decir, mientras sean campo de Dios no se inquieten por el maligno, ni por la tribulación ni por la persecución que les sobrevenga a causa de la Palabra; ni tampoco se preocupen por las cosas de este siglo, ni por los engaños de la riqueza ni por los placeres de la vida. Por el contrario, menospreciando todo aquello, obtengamos de la sabiduría el espíritu de despreocupación, corramos presurosos a la riqueza que no decepciona, apresurémonos hacia lo que llamo los placeres del paraíso de las delicias [Gén. 3:23] [85].

Los comentarios que tenemos sobre el capítulo 6 de san Mateo son bastante tardíos como para haber influenciado a los primeros monjes. Citemos, sin embargo, a san Juan Crisóstomo, quien demuestra la posibilidad de esta despreocupación:

El Señor no nos ha dicho: Vean los pájaros que vuelan […], sino que los mismos se alimentan sin tener preocupaciones […] No nos ha dicho que no es necesario sembrar, sino que no es necesario preocuparse; no nos ha dicho que no se ha de trabajar, sino que no se ha de descuidar el alma y dejarla afligirse por las preocupaciones.

Todo esto va dirigido directamente contra los mesalianos [86].

El gran teórico de la amerimnía es san Juan Clímaco, quien les ha concedido a los hesicastas el importante favor de hallar una fórmula breve, portátil, que pudiese reemplazar a todos los libros y discursos. | Conviene citarla en griego: Ergon hēsykhíans amerimnía proegouméne panton ton pragmaton, eúlogon kaí álogon [87] |. Y la misma será repetida de manera fiel hasta por los últimos herederos de la espiritualidad bizantina. ¿Qué fue lo que dijo? “La gran ocupación de los hesicastas es poseer a priori una perfecta despreocupación por todas las cosas humanas, por muy razonables que éstas parezcan” [88]. Es importante, sobre todo, analizar las dos palabras: eúlogos y álogos.

Las ocupaciones desprovistas de sentido (áloga), que no tienen ninguna razón de ser, son aquellas que constituyen los pecados, aquellas que conducen hacia ellos o las que desde un principio son espiritualmente inútiles. Y todo cristiano debe evitarlas. Las ocupaciones razonables (eúloga), por el contrario, se nos presentan justificadas por buenas razones (como el cuidado del cuerpo, por ejemplo) o como necesarias según la ley natural (como la solicitud por los pobres o por el prójimo). Pero a todas ellas el monje debe alejarlas de sí, pues, como dice el Clímaco:

[…] quien les abra la puerta se avergonzará también, con toda seguridad, de las demás. Un simple cabello puede dificultar por completo la visión, y una mínima inquietud puede desvanecer la hesiquía. Pues [y esta es una famosa sentencia] la hesiquía es la eliminación de los pensamientos y el rechazo de las preocupaciones razonables [89].

¿De qué serviría, en efecto, ser un hesicasta si fuese suficiente la exclusión de las preocupaciones perjudiciales? En cuanto a la eliminación de los pensamientos (apóthesis noēmáton), no hay más que una sola mención de ella, tomada por san Juan Clímaco de san Nilo o quizás de Evagrio. Y tal mención denota toda una espiritualidad. Para Evagrio [90], es la oración la calificada como supresión de pensamientos; para Clímaco, es la hesiquía. Bien podría ser que el sinaíta, al citar el texto de memoria, no se diese cuenta en ese momento de la transposición que estaba efectuando; y más aún si estaba habituado, como lo estaban todos sus pares, a ligar ambos conceptos: el de oración y el de hesiquía. Esta última no existe sino por la primera; y no existe sino en/para la primera.

Quien tiene por bien abrazar la hesiquía, ya no se preocupa ni siquiera por su propio cuerpo. Pues aquel que le ha prometido [cuidarlo] es incapaz de mentirle. Quien desee situar en presencia de Dios una inteligencia pura y se deje perturbar por las preocupaciones, se asemeja al hombre que tenía los pies firmemente encadenados y aun así pretendía correr [91].

El Clímaco es terminante respecto a que la verdadera hesiquía es algo raro, tal como la oración perfecta o como la perfecta libertad interior. Regresaremos sobre este punto cuando hablemos de la oración hesicasta. Un scholion [comentario] sobre este pasaje plantea una cuestión eterna, que no es necesario responder: “De hecho, cuando no se posee la amerimnía, ¿cómo es posible dedicarse a la oración o a la atención del corazón?” [92].

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80. N. 108, Cotelier, Eccl. Gr. Mon., vol. I, p. 278.
81. Ed. Rom., vol. III, p. 323 F.
82. Ibíd. p. 304 A; dentro del tratado: De perfectione hominis, que sin duda es del Pseudo-Macario. Cf. vol. I, p. 172 E.
83. Pedagogo II, cap. 8, Stählin I, p. 201, 28.
84. Stromata II, cap. XX, Stählin II, p. 178.
85. Exhortatio ad martyrium XLIX. Koetschau I, p. 46, 12 y ss.
86. In Mt. Hom. 21, n. 31, PG 57, 296 y ss.; cf. también con la Hom. 22.
87. Grad. 27, PG. 88, 1109 B.
88. Princeps quietae solitudinis est, ut solitudinis cultor omnibus curis quae negotia praecedunt, sive illa rationis sint, sive non sint vacet. PG. 88, 1110 B. Trad.: “Es príncipe de la quieta soledad; y como cultor de la soledad, todo cuidado en sus ocupaciones anteriores, tengan ellas sentido o no, carecen de utilidad”.
89. Loc. cit. 1109 D.
90. De oratione, cap. 70.
91. Se trata de otro recuerdo de De oratione, cap. 70: “No se puede correr estando atado. No es posible que la inteligencia, estando atada a las pasiones, vea el lugar de la oración espiritual. Pues ella estará siendo tironeada de aquí para allá por los efectos del pensamiento apasionado, sin poder mantenerse firme”.
92. PG 88, 1120 D, schol. 16.


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