24.7.14






La lucha extrema.

Estos 15 puntos de prosekhē seautoi akribós: “de atención meticulosa a uno mismo”, han sido leídos por muchos monjes; no sólo bizantinos sino también sirios, nestorianos e incluso monofisitas, ya que Isaías es un autor clásico entre los ascetas, uno de los varios a quien se aprendía de memoria. Isaías ha contribuido en gran medida al prestigio de la nēpsis-atención; por lo tanto, no sin razón Nicéforo Monaco lo menciona entre las diez autoridades que recuerda en su opúsculo sobre la “custodia del corazón” [51].

Pero Isaías todavía limita la nēpsis a la guerra contra los logismes; pues en la práctica, aquella tiene que terminar necesariamente allí. De hecho, en tanto examen general de conciencia -que se practica con intensidad-, la nēpsis tarde o temprano se convierte en un examen particular por el simple hecho de que un mismo individuo, en la medida en que preserva el simple hecho de ser el mismo individuo, siempre conserva también el mismo temperamento y siempre se sorprenderá de sus mismas deficiencias. Así, la nēpsis-prosekhē, dedicándose a vigilar todas las vías por las que el mal puede insinuarse en nosotros, necesariamente termina por darse cuenta de que el paso crítico está situado entre la insinuación y el consentimiento; por lo que la mejor seguridad contra el peligro del consentimiento es cortar rápidamente con la propia insinuación.

“Sé el portero de tu corazón; y a todo pensamiento que se te presente dirígele esta pregunta: ¿Eres de los nuestros o de los adversarios?” [52]. Pero el adversario es capaz de mentir y hasta de transfigurarse en ángel de luz, por lo que se requerirá de mucha diákrisis, del carisma que los principiantes no pueden tener. Por lo tanto, la nēpsis exige la ayuda del padre espiritual.

“Toda guerra del hombre consiste en la lucha contra sus pensamientos”, dice literalmente Macario [53]. Y es por boca de Macario que toda la tradición espiritual todavía sigue hablando; una tradición que comienza con el evangelio. Es a partir de san Mateo (c. 15) que Orígenes ha sostenido que: “La fuente y principio de todo pecado son los malos pensamientos” [54]; al menos para la conciencia alerta. Orígenes también afirma que: “Para las almas vueltas a Dios, todavía queda la lucha contra los pensamientos” [55]. No es posible liberarse por completo, lo único que se puede hacer es no rendirse jamás [56]. La prudencia exige que “estos hijos de Babilonia sean masacrados desde el inicio” [57]; imagen bárbara que la posteridad preferirá reemplazar con otras metáforas pero con el mismo significado: “Vigilar para poder aplastar la cabeza de la serpiente” [58]; o “Sacar un clavo con otro clavo” [59].

Recordemos brevemente que todo este esfuerzo, toda esta tensión, no tiene por única y principal finalidad evitar el pecado sino salvar a la oración. A menudo se cita una sentencia de Evagrio -una de las últimas del De oratione- que por sí misma logró esculpirse en la memoria; además de hacerlo por la promesa que contiene y por la evocadora aliteración de las palabras prosekhē y proseykhē [atención y oración]:

La atención que busque a la oración, encontrará a la oración; porque si hay una cosa que sigue a la oración es, precisamente, la atención. Por lo tanto, es necesario que ésta se aplique a aquella [60].

En estricto sentido, la nēpsis es suficiente para asegurar la hesiquía en la soledad y el silencio. Aunque a condición de que ella misma sea posible. Pues sería inútil decirle a un hombre llevado por la pasión: “Vigila todas las insinuaciones que se presenten ante tu espíritu y recházalas de inmediato”. No será capaz de hacerlo. Los psicólogos de la ascesis saben bastante bien que la pasión es una fuerza que no puede domarse mediante un acto despótico de la voluntad; ésta misma se ve debilitada a causa de la pasión.

Hemos visto que los padres llamaban aikhmalosía, esclavitud y cautiverio, a la última etapa del proceso psicológico que se inicia con los malos pensamientos. Para salir de tan triste condición, y para sanar a todas las pasiones ya formadas en nosotros, se requiere de más que una atención puramente mental. Es necesario que esta atención se inserte dentro de una rigurosa ascesis [61], y que ésta implique toda práctica tradicional -espiritual y corporalmente- que constituya a la práxis. De hecho, la práxis es definida como “un método espiritual que purifica (por completo) la parte pasional del alma” [62]. Es idéntica a la definición que Hesiquio nos concede de la nēpsis, como hemos visto; le atribuye cualidades y efectos que los antiguos asignaban a la práctica.

Concluyamos este capítulo señalando que el término nēpsis posee dos sentidos: uno estricto, que denota parte de la práxis que consiste en la vigilancia de los pensamientos desde su inicial aparición; y uno amplio, que la hace sinónima de la práxis. Es claro que se debe evitar pasar [de manera confusa] de un sentido a otro.

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51. Philocalie, II, p. 239.
52. Evagrio, Antirr. Org. 17.
53. Hom. VI, 3, PG 65, 520 A; 521 B-C.
54. Expos. in Ps. 20,11; PG 27, 129.
55. Comm. in Cant. Cant., II, (Ed. Città Nuova, Roma 1976).
56. In prov. V, PG 17, 176 C-D.
57. In lib. Jesu Nave, hom. XIII, 1, etc.
58. Hesiquío II, 76; Severo, Ant. Hom. LVII, PO IV, p. 93.
59. Vita Syncleticae, XXIX, Cotelier, Eccl. Gr. Mon. I, p. 220.
60. De or., c. 149; PG 79, 1200 A.
61. Askēsis epíponos, Vita Syncleticae, c. XXIX.
62. Evagrio, Pract. c. 50, PG 40, 1233 B.


Fin de la obra.


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