El attende tibi ipsi.
San Basilio, quien no sólo
predicó a los monjes sino a “todos aquellos que colaboran con el evangelio de
Cristo”, no limita el papel de la atención a la vigilancia sobre las
insinuaciones peligrosas. Fueron otros, sin duda bajo su ejemplo, los que
escribieron las letanías del prosekhē
seautoi de manera mucho más acorde con las costumbres de los hesicastas; lo
hicieron especialmente san Efrén (o algún otro bajo su nombre) y Abba Isaías. Aunque resultaría extraño, incluso sobre este punto, que no fueran los
grandes ascetas quienes provocaran el movimiento.
Cierto día, san Antonio
recibió del cielo la advertencia de no escrutar el juicio de Dios: “Antónie, prósekhē seautoi | Antonio, pon atención sobre ti mismo” [42]. Estas simples palabras, escritas en la primera página de los apotegmas y
que todos los monjes se sabrían de memoria, tuvo una importante influencia en
los largos discursos de san Basilio y de otros predicadores.
De san Arsenio sabemos
–gracias a la Vita S. Euthymii- que
tenía como ideal la atención de sí mismo [43]. Eutimio escuchaba con agrado
cuando los monjes venidos de Egipto hablaban sobre las extraordinarias acciones
de los antiguos y magníficos preceptores. Y él se esforzaba por imitar su
hesiquía: su silencio y demás actividades; kaí
to prosektikón autou pantakhy kaí nēphálion: su habitual atención a sí
mismos y su nēpsis. La Vita S. Euthymii, de Cirilo de
Escitópolis [44], sugiere que los apotegmas ya se habían extendido en
Palestina. Eutimio estaba tratando de revivir la to eauói prosēkhein, la atención a uno mismo de Arsenio, quien a
menudo se repetía: “Arsenio, ¿con qué propósito has abandonado el mundo?” [45].
En cuanto a san Efrén, tiene
una homilía bastante larga -con un prólogo y doce capítulos- sobre este tema: “De
la atención a uno mismo”. El capítulo II es una parábola: dos viajeros iban de
camino a una ciudad a través de un precioso bosque. Uno de ellos va derecho por
su sendero y llega a la meta; el otro se detiene a disfrutar de la belleza de
la naturaleza y cae en las garras de una bestia. Después viene una larga
explicación demasiado superflua; y luego de otros largos capítulos más, por
fin, en el cap. 6, aparece el texto de san Pedro sobre el demonio que va por
ahí como león rugiente buscando a quien devorar [46]. “Ustedes tienen mucha
necesidad de nēpsis; ustedes están en
la fosa [de los atletas, to skamma] y
no lo tienen que tomar a la ligera”. Y más adelante dice: nēphe kálos, “Estar alertas es de sabios. Recuerda que eres un
comerciante; no pierdas la perla preciosa” [47].
El autor de todo este pasaje
supone que el demonio tenía por colaboradores habituales a los monjes poco
fervorosos:
Pon atención sobre ti mismo, por temor a que la serpiente te enseñe a imitar a quienes venden como baratija su propia salvación. Pon atención sobre ti mismo, de tal manera que no salga de tu corazón ninguna palabra malvada [48].
[…] Estemos atentos de nosotros mismos, porque tenemos enemigos malvados y crueles. Los santos padres lo sabían [...] y por eso nunca fueron negligentes ni se dejaron distraer; ponían mucha atención al cuidado de sí mismos y con igual atención vigilante eran agradables a Dios y de edificación para los hombres. Así sucedió con san Antonio, según nos cuenta san Atanasio.
Finalmente, el extracto
termina y es seguido por otro: “No se ha de reír ni distraerse, sino llorar y
hacer luto por uno mismo” [49]. Y no puede ser de san Efrén, pues se dirige a los
cenobitas. Pero la doctrina es digna, con mayor razón, de los eremitas y
hesicastas; sin duda, los más avanzados en la nēpsis y la atención.
Abba Isaías les escribió un
“rosario” sobre el attende tibi ipsi.
Se trata de 15 párrafos que se ofrecen como temas de meditación:
1) el ejemplo de Cristo, a
quien debemos imitar soportando -a causa de su amor- las injurias y orando por
quienes nos ofenden;
2) el infierno, a fin de
estar dispuestos a evitar toda falta, incluso aquellas ligeras;
3) la necesidad de
considerarnos el último de los cristianos;
4) el castigo eterno;
5) la muerte y resurrección
de Cristo, para recordarnos que tenemos que vivir para él;
6) el deber de aceptar toda
voluntad de Dios;
7) el no hacer ni decir nada
sobre cosa alguna hasta que se haya examinado el objeto mismo y se haya escrutado la intención;
8) el domino de sí, para
asegurarse -mediante la oración- que el mismo preceda a toda palabra y toda
acción, de tal manera que se hable sólo cuando nosotros mismos y nuestro interlocutor
nos hallemos en un “estado de dulzura”;
9) esperar diariamente todo
tipo de tentaciones y de pruebas;
10) el no hacer nunca la
propia voluntad;
11) tener siempre, ante la
presencia de Dios, sentimientos de gratitud y de humildad;
12) no recibir nada de nadie
sin la certeza de que Dios lo ha enviado;
13) esforzarse en la
“custodia del silencio”, pues es Dios quien nos concede la fuerza para llevar a
cabo la batalla de la ascesis;
14) “Si tienes necesidad de
hablar, primero evalúa si es realmente necesario y de mayor provecho el hablar
que el callar. Si es éste el caso, abre la boca con temblor y temor de Dios, y
di tus palabras respetuosa y cortésmente, manteniendo siempre la vista baja. De
igual manera, cuando te encuentres con alguien habla poco, tan solo por
caridad, y vuelve con toda prisa al silencio. Si eres interrogado, escucha solo
lo indispensable y no digas nada de más”;
15) por último, “custodia estrictamente
todos tus sentidos” [50].
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42. Alf. Antonio, n. 2.
43. Vita s. Euthymii, LIX, Cotelier, II, p. 249 A.
44. Schwartz, p. 34.
45. Cf. Alf. Arsenio, n. 40.
46. Ed. Rom., vol. III, p. 230-254; p. 237 F.
47. Cap. 8, p. 243 F.
48. Cap 9, p. 245 A. F.
49. Cap. 10, p. 249 D; p. 254; 258 C.
50. Isaías, ed. Bellefontaine.
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