David Menkhoff de
Little Rock lee sus votos ante el obispo Anthony B. Taylor junto al P. Norbert
Rappold. Y Judith Weaver espera hacer lo mismo apoyada por sus testigos.
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buscan la soledad
ligados por sus votos.
por Male Hargett
- 2013 –
Los eremitas viven sus
vidas en soledad, pero el reciente 10 de septiembre todas las miradas
estuvieron puestas sobre dos de ellos cuando profesaron sus votos perpetuos
ante el obispo Anthony B. Taylor.
Ese día, se realizó
una misa en la capilla Morris Hall del St. John Center -en Little Rock- para
Judith Weaver de Paris y David Menkhoff de Little Rock. A la misa asistieron
treinta y cinco de sus amigos, los feligreses de lugar y empleados de la
diócesis. La casi desconocida vocación fue tema de conversación entre los
asistentes, quienes sentían curiosidad por saber sobre la forma de vida de
Weaver y Mankhoff: ¿Dónde viven? ¿Cómo es que se
sustentan? ¿Qué hacen todo el día?
Hasta el año pasado, la
propia hna. Joan Pytlik D.C., auxiliar para los religiosos, no sabía mucho de
los cánones que apoyan a la vida eremítica. La Iglesia siempre ha reconocido a
los eremitas, también llamados anacoretas, como aquellos que se han apartado
del mundo para dedicarse por completo al silencio y a la oración.
Tradicionalmente, los eremitas han estado relacionados a las órdenes
religiosas, pero en la actualidad también pueden profesar sus votos perpetuos
ante un obispo diocesano. Según el Código de Derecho Canónico: “Un ermitaño es
reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de la vida consagrada,
si profesa públicamente los tres consejos evangélicos, corroborados mediante
voto u otro vínculo sagrado, en manos del obispo diocesano, y sigue su forma
propia de vida bajo la dirección de éste”. Los eremitas pueden profesar sus
votos luego que el obispo local haya aprobado su “plan de vida”.
La investigación de la
hna. Joan sobre la vida eremítica fue reunida para la diócesis de Little Rock como
parte de su política inicial para los eremitas. Y la misma fue aprobada por el
obispo Taylor en julio de este año. La diócesis ya tenía desde hace mucho a dos
eremitas: Alice Ruth Carr de Fort Smith y Agnes Janice Sehgal de Bryant,
quienes solo lo eran bajo su propia dirección, hasta recientemente. “Esta
naciente política implica que muchos de los ermitaños puedan conectarse a la
diócesis de manera formal”, afirma la hna. Joan, quien durante los últimos diez
meses estuvo visitando a los mismos personalmente.
En su homilía, el
obispo Taylor dijo que es importante reconocer que un eremita no es lo mismo
que un “recluso”: “Vos no podés estar casado ‘en general’; en el matrimonio
siempre estás ligado a una persona en particular. Pues bien, en la vida
religiosa ésa es la diferencia entre ser un eremita y ser un recluso. Ambos se
separan en cierto grado del mundo, pero solo el eremita está ligado por votos a
la persona de Jesús”.
Weaver, quien es
miembro de la iglesia de St. Anthony, en Ratcliff, había vivido como eremita
primeramente cerca a la Abadía de Subiaco; lo hizo durante cuatro años en la
década de los ’90. Antes de eso pasó por un proceso de discernimiento
vocacional para convertirse en monja contemplativa, e incluso tuvo una exitosa
carrera en publicidad y marketing durante muchos años. Luego de mudarse a
Savannah, Georgia, para discernir su vocación como carmelita y trabajar como
capellán en la iglesia de un hospital, Weaver regresó a Arkansas hace ya ocho
años para renovar su compromiso con la vida eremítica.
“Siempre me he sentido
inclinada por la vida contemplativa. Me siento cómoda en la soledad y también
con lo que hago con la soledad. Realmente es una forma de comunicación con
Dios”, sostiene. Weaver estaba muy feliz de finalmente profesar sus votos y
estar conectada de manera permanente con la diócesis de Little Rock. “Es, en
verdad, una vocación madura. No ha sido una trayectoria directa para mí, pero
he comprendido que para vivir de verdad la vida eremítica creo que necesitás
experimentar la vida religiosa”, afirma.
Weaver, de 72 años, se
levanta a las 03:00 a.m. tres veces por semana para una larga vigilia de
oración, para la liturgia de las horas, la lectura de libros espirituales, del
evangelio del día y de las escrituras: “Se trata del momento más tranquilo y
hay un verdadero sacrificio en él. Es un tiempo en que todo el mundo está inmóvil;
al menos la mayor parte del mundo. Y uno es más consciente de Dios; al menos yo
logro ser así”, sostiene.
Ella disfruta mucho
sacando a pasear a su perra Shih Tzu de nombre “Cuddle”, a las 05:00 a.m.,
mientras la mayor parte del pueblo todavía está durmiendo: “Nunca ladra. Ella
es mejor ermitaña que yo”, dice. Weaver tiene un auto y un teléfono, pero no
tiene computadora ni televisión: “Para mí, resultan contradictorias y perturban
la atención a Dios. Me siento más libre sin esas
cosas”.
Durante la semana, a
veces se dedica a la “oración compartida” con su vecino, el diácono Mark Shea,
quien tiene internet y con quien escucha las homilías del Papa y las noticias
católicas. Weaver también prepara viandas para muchos de sus vecinos, una
actividad que -según ella- se ajusta a su vida contemplativa. “Puedo ser como
María durante todo el día o una parte del mismo; y hacer de Marta mientras
estoy en la cocina”, afirma Y hace referencia al pasaje del evangelio que
menciona a María de Betania escuchando a Jesús mientras su hermana, Marta, estaba
en la cocina.
La misa diaria no es
una práctica regular para ella, pero atiende a la adoración los días miércoles:
“Estoy muy unida a los demás compartiendo las oraciones de la misa por la
mañana… Para mí, estar en silencio y en casa es mi camino”, sostiene.
Menkhoff, de 67 años,
se considera a sí mismo un “eremita urbano”: vive en un pequeño departamento en
medio de Little Rock y se vale de un ómnibus para ir a misa a la iglesia Our Lady
of the Holy Souls o a la Catedral de St. Andrew. A diario, o cuando va a misa los
fines de semana, utiliza las tarjetas de oración Divine Mercy, una devoción que ha mantenido desde que era chico. El
resto del día se dedica a la oración, a la liturgia de las horas, a la lectura
y también a la comunicación con su director espiritual, el P. Norbert Rappold de
Mountain Home, a través de un diario espiritual. Para esta comunicación es
necesario el correo postal, pues Menkhoff no tiene teléfono ni casilla de
email. Y tampoco tiene vehículo alguno ni televisión.
Al igual que Weaver,
Menkhoff previamente pasó por un proceso de discernimiento vocacional para ser
un benedictino o un carmelita. Menkhoff, veterano de Vietnam y antes enfermero [licensed
practical nurse], ha vivido como eremita durante casi 20 años. Ya en el
2007 había profesado votos privados ante el P. Rappold: “Norbert y yo somos
como hermanos”, afirma.
Mientras viaja por
Little Rock en un ómnibus, dice que todavía puede mantener su vida eremítica:
“Internamente sigo viviendo en soledad”.
La vida como eremita: silencio y soledad.
Los hombres y mujeres
católicos, de 30 o más años, pueden convertirse en eremitas diocesanos. Pero
esta forma de vida con frecuencia es desconocida o malinterpretada.
Para ser un eremita,
uno tiene que haber desarrollado su propio plan de vida, que incluye la manera
en que habrá de vivir la oración, la penitencia y el trabajo. Los cuatro
eremitas que actualmente existen en la diócesis son jubilados y viven de su
seguro social y de otros fondos. Un potencial eremita que sea más joven tendrá
que ver por sus propios ingresos a través de un empleo externo o como freelance, tratando siempre que su tarea
sea “contemplativa”.
Los eremitas tienen
que encontrar y pagarse una vivienda “sencilla”. Y dejarán su ermita solo por
cuestiones básicas, como: ir a la iglesia, ir a comprar sus alimentos y provisiones.
Según la política inicial para los eremitas de la diócesis: “Su morada ha de
ser simple y contar con las necesidades básicas, un lugar en donde el silencio
y la soledad sean posibles, lejos del ruido y de la confusión de la ciudad”.
Los eremitas aceptan
los votos de pobreza, castidad y obediencia de manera similar a como lo hacen
los hermanos y hermanas de las órdenes religiosas. Se los alienta a que sean
fieles a la misa, a la adoración, a la reconciliación, a la lectura de la
escritura, a la oración personal y a la dirección espiritual. No se requiere
que se atienda diariamente a la liturgia de las horas.
La diócesis ha
desarrollado también una política similar para las vírgenes consagradas.
Quienes desean mantener una virginidad perpetua pueden buscar la aprobación de
la diócesis para ser consagradas como vírgenes, aceptando el voto de castidad
ante el obispo. A las vírgenes así consagradas, se les recomienda que vayan a
misa y que reciten la liturgia de las horas; pero no están obligadas a vestir
un hábito ni llevar un velo.
Tanto Weaver como Menkhoff
eligieron llevar un hábito que fue bendecido por el obispo durante la misa de
su profesión, si bien el mismo no es necesario. Menkhoff viste un largo
escapulario gris cuando va a misa; Weaver viste una túnica marrón o blanca
junto a una falda marrón y una cruz tau alrededor del cuello: “A mi edad, me
gusta llevar un signo distintivo de mi compromiso”.
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Hargett, Malea (19 de
septiembre del 2013). New diocesan hermits seek
solitude, bound by vows. arkansas-catholic.org
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