9.12.13





En comunión con la Santísima Trinidad.

El Código de Derecho Canónico, promulgado por la autoridad de Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, contempla el eremitismo diocesano en el canon 603 de la siguiente manera:

1. Además de los institutos de vida consagrada, la Iglesia reconoce la vida eremítica o anacorética, en la cual los fieles, con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo.
2. Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de la vida consagrada, si profesa públicamente los tres consejos evangélicos, corroborados mediante voto u otro vínculo sagrado, en manos del obispo diocesano, y sigue su forma propia de vida bajo la dirección de éste.

Primeros pasos

Alma Virginia Montenegro nació en Buenos Aires, en el barrio de Once, en donde su padre se había desempeñado como portero de edificio. Junto a su madre y hermana, creció en el seno de una familia de trabajadores, muy cercanos a las enseñanzas de Jesús. Ya adolescente, toma contacto con las Hermanas Mercedarias de la Caridad y se inicia en la vida religiosa. A los 17 años ingresa en el noviciado, y siendo profesa tuvo una vida muy activa en colegios, sanatorios y asilos de ancianos. Durante un tiempo es enviada a la Quiaca a trabajar en una fundación para ancianos que formaba parte de una comunidad coya, lugar en el que tuvo “el honor de trabajar con padre Jesús Olmedo”.

El llamado a la vida mística.

A los 26 años, ya de regreso a Buenos Aires, siente que el “carisma” de su congregación no respondía a lo que el Señor le pedía y por eso decide retirarse de la misma. Comienza, entonces, su camino en busca de la verdadera esencia de su vocación. Años después toma contacto con los frailes dominicos del Convento San Pedro Telmo de la Orden de Predicadores. A partir de allí, como formadora en la cofradía de Nuestra Señora del Rosario de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, va recorriendo un camino que la lleva a encontrarse con la vida eremítica. El “sumergirse” en la oración profunda reveló sus frutos como una relación en la que el Señor, a través de su Santísima Trinidad, le brindaba y demandaba mayor intimidad.

Emeritismo urbano en Patricios.

“Una vez confirmada mi vocación y mi preparación junto a mi director espiritual: un sacerdote benedictino de Jáuregui, escribí a los obispos de las distintas diócesis solicitando ‘un lugar’ en la soledad del campo donde pudiese vivir en permanente oración y acrecentar así mi relación de intimidad con el Señor. Y tuve respuesta de monseñor Martín -para quien tengo un inmenso agradecimiento-, quien me propone instalarme en Patricios. Luego de un año, durante el cual nos conocimos y se establecieron las pautas,  llegué a esta comunidad para continuar mi ejercitación en la vida eremítica”, sostiene. Y continúa diciendo que: “No quiero dejar de agradecer al matrimonio Roberto Altare-Delia Grecco y a María Moyano, quienes desde el primer momento me apoyaron y me acompañan en las necesidades de la capilla, la casa y mi persona. Actualmente, y de común acuerdo con monseñor, aporto un pequeño servicio cooperando con la comunidad y el cuidado de la Casa de Dios. Dedicamos un tiempo a la escucha, a acompañar, a asistir, llevando siempre a Jesús a todas las almas. Implementamos algunos objetivos, como una santería para divulgar los símbolos religiosos y estimular la fe de nuestros hermanos; una pequeña librería que ayuda a la comunidad y algunas otras actividades para sostener el salón, la capilla, la infancia misionera, la actividad deportiva junto a la dirección de deportes, la asistencia a algunos hermanos y algunos proyectos futuros que beneficiarán a la comunidad. Gracias al Buen Señor, soy independiente en mi sustento, así que el fruto de las pequeñas metas son para sostenimiento de estos emprendimientos”.

Testimonio de vida entregada a la oración.

Alma continúa diciéndonos que: “La vida de oración siempre fue prioritaria en mi vida, es como la alimentación del cuerpo, sin ella estamos hambrientos, vacíos, ‘mareados’. La vida de oración continua va recorriendo un camino de profundización. Te vas encontrando con tu alma, con tus miserias, con tu pobreza, te vas realmente conociendo. Pero al mismo tiempo, y aun con el dolor de reconocerte tan hondamente, vas descubriendo la divinidad de Abba y vas intimando con él y según él quiera. Junto a tus miserias aparece el don de la vida plena, ¡ése es el gran misterio! Y ya ahí, tan solo deseas estar con él, te enamoras con un amor que no es de la tierra: no es un amor egoísta, posesivo, de necesidades, de intercambios. Es amor a quien sabes que te dio la vida. Y amas esta vida profundamente, te pones a su disposición, te entregas al abandono total. Así fue que un día, en el rinconcito del sagrario del Convento San Pedro Telmo, de Buenos Aires, sentí su presencia única. Me habló sin nuestro lenguaje, pidió sin nuestras palabras, amó aunque ya amaba y no quise ni quiero desprenderme, solo abandonarme día tras día a que haga de mi pobre alma una santa. Es mi profundo deseo, junto a la paz del mundo. No hay palabras, no hay discursos, la vivencia es única. La vida eremítica interna y externa cambia rumbos, muestra otros horizontes, te renueva, te purifica y deja que la virtud haga lo suyo, para que yo muestre a Cristo y no a la hermana; para que muestre a Abba con la plenitud de la vida y no a mi persona. ¡Te sientes en libertad, te sientes gozosa e intensa en la pequeña celda de tu corazón! No estás aislada del mundo; en nuestra ermita (casa) está el mundo entero, todos aquellos por quienes nos ofrecemos día a día.

Los ermitaños precisamos de lugares en contacto con la naturaleza, en medio del profundo silencio y de una soledad externa, pero ese entorno primero tiene que ser completado dentro de tu alma. Puedes estar con muchas personas, pero tu silencio y soledad debe y puede seguir ahí, sin perderse, sin olvidarte, sin distraerte. Sabes que estás en el templo de tu alma, siendo la Trinidad-templo. Sabes que ellos están ahí, que intimas, que te comunicas, que la Trinidad es tu soledad, tu silencio, tu intercambio de miradas, de sentires, de un fuego perenne que arde por darse una y otra vez. Se trata de ser amada y de amar. Y allí tienes un camino único: tu abandono incondicional y amor a las almas, a tus hermanos, sin importar quiénes y cómo son, solo te importa darles de beber el agua fresca del Hijo del Hombre ¡Soy feliz!... Y me uno a una reflexión del padre Eduardo Pironio: ‘Es llevar el “desierto” a los hermanos, compartir tus misterios y decirles que los amas; es saber escuchar tu lenguaje en silencio y “ver” por ellos cuando la fe pareciera que se apaga’”.

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Boletín mensual de la comunidad católica de 9 de Julio (agosto del 2012). El Vocero de Emaús, año IV, N°46.


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