El Código de Derecho
Canónico, promulgado por la autoridad de Juan Pablo II el 25 de enero de 1983,
contempla el eremitismo diocesano en el canon 603 de la siguiente manera:
1. Además de los institutos de vida consagrada, la Iglesia reconoce la vida eremítica o anacorética, en la cual los fieles, con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo.
2. Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de la vida consagrada, si profesa públicamente los tres consejos evangélicos, corroborados mediante voto u otro vínculo sagrado, en manos del obispo diocesano, y sigue su forma propia de vida bajo la dirección de éste.
Primeros pasos
Alma
Virginia Montenegro nació en Buenos Aires, en el barrio de Once, en donde su
padre se había desempeñado como portero de edificio. Junto a su madre y hermana,
creció en el seno de una familia de trabajadores, muy cercanos a las enseñanzas
de Jesús. Ya adolescente, toma contacto con las Hermanas Mercedarias de la
Caridad y se inicia en la vida religiosa. A los 17 años ingresa en el noviciado,
y siendo profesa tuvo una vida muy activa en colegios, sanatorios y asilos de ancianos.
Durante un tiempo es enviada a la Quiaca a trabajar en una fundación para ancianos
que formaba parte de una comunidad coya, lugar en el que tuvo “el honor de
trabajar con padre Jesús Olmedo”.
El llamado a la vida mística.
A los 26
años, ya de regreso a Buenos Aires, siente que el “carisma” de su congregación
no respondía a lo que el Señor le pedía y por eso decide retirarse de la misma.
Comienza, entonces, su camino en busca de la verdadera esencia de su vocación.
Años después toma contacto con los frailes dominicos del Convento San Pedro
Telmo de la Orden de Predicadores. A partir de allí, como formadora en la
cofradía de Nuestra Señora del Rosario de la Reconquista y Defensa de Buenos
Aires, va recorriendo un camino que la lleva a encontrarse con la vida eremítica.
El “sumergirse” en la oración profunda reveló sus frutos como una relación en la que el
Señor, a través de su Santísima Trinidad, le brindaba y demandaba mayor
intimidad.
Emeritismo urbano en Patricios.
“Una vez
confirmada mi vocación y mi preparación junto a mi director espiritual: un
sacerdote benedictino de Jáuregui, escribí a los obispos de las distintas diócesis
solicitando ‘un lugar’ en la soledad del campo donde pudiese vivir en permanente
oración y acrecentar así mi relación de intimidad con el Señor. Y tuve
respuesta de monseñor Martín -para quien tengo un inmenso agradecimiento-,
quien me propone instalarme en Patricios. Luego de un año, durante el cual nos
conocimos y se establecieron las pautas,
llegué a esta comunidad para continuar mi ejercitación en la vida eremítica”,
sostiene. Y continúa diciendo que: “No quiero dejar de agradecer al matrimonio
Roberto Altare-Delia Grecco y a María Moyano, quienes desde el primer momento
me apoyaron y me acompañan en las necesidades de la capilla, la casa y mi
persona. Actualmente, y de común acuerdo con monseñor, aporto un pequeño
servicio cooperando con la comunidad y el cuidado de la Casa de Dios. Dedicamos
un tiempo a la escucha, a acompañar, a asistir, llevando siempre a Jesús a todas
las almas. Implementamos algunos objetivos, como una santería para divulgar los
símbolos religiosos y estimular la fe de nuestros hermanos; una pequeña
librería que ayuda a la comunidad y algunas otras actividades para sostener el
salón, la capilla, la infancia misionera, la actividad deportiva junto a la dirección
de deportes, la asistencia a algunos hermanos y algunos proyectos futuros que
beneficiarán a la comunidad. Gracias al Buen Señor, soy independiente en mi
sustento, así que el fruto de las pequeñas metas son para sostenimiento de
estos emprendimientos”.
Testimonio de vida entregada a la
oración.
Alma
continúa diciéndonos que: “La vida de oración siempre fue prioritaria en mi
vida, es como la alimentación del cuerpo, sin ella estamos hambrientos, vacíos,
‘mareados’. La vida de oración continua va recorriendo un camino de profundización.
Te vas encontrando con tu alma, con tus miserias, con tu pobreza, te vas
realmente conociendo. Pero al mismo tiempo, y aun con el dolor de reconocerte tan
hondamente, vas descubriendo la divinidad de Abba y vas intimando con él y
según él quiera. Junto a tus miserias aparece el don de la vida plena, ¡ése es
el gran misterio! Y ya ahí, tan solo deseas estar con él, te enamoras con un amor
que no es de la tierra: no es un amor egoísta, posesivo, de necesidades, de
intercambios. Es amor a quien sabes que te dio la vida. Y amas esta vida
profundamente, te pones a su disposición, te entregas al abandono total. Así
fue que un día, en el rinconcito del sagrario del Convento San Pedro Telmo, de
Buenos Aires, sentí su presencia única. Me habló sin nuestro lenguaje, pidió
sin nuestras palabras, amó aunque ya amaba y no quise ni quiero desprenderme,
solo abandonarme día tras día a que haga de mi pobre alma una santa. Es mi
profundo deseo, junto a la paz del mundo. No hay palabras, no hay discursos, la
vivencia es única. La vida eremítica interna y externa cambia rumbos, muestra
otros horizontes, te renueva, te purifica y deja que la virtud haga lo suyo,
para que yo muestre a Cristo y no a la hermana; para que muestre a Abba con la
plenitud de la vida y no a mi persona. ¡Te sientes en libertad, te sientes
gozosa e intensa en la pequeña celda de tu corazón! No estás aislada del mundo;
en nuestra ermita (casa) está el mundo entero, todos aquellos por quienes nos
ofrecemos día a día.
Los ermitaños
precisamos de lugares en contacto con la naturaleza, en medio del profundo silencio
y de una soledad externa, pero ese entorno primero tiene que ser completado
dentro de tu alma. Puedes estar con muchas personas, pero tu silencio y soledad
debe y puede seguir ahí, sin perderse, sin olvidarte, sin distraerte. Sabes que
estás en el templo de tu alma, siendo la Trinidad-templo. Sabes que ellos están
ahí, que intimas, que te comunicas, que la Trinidad es tu soledad, tu silencio,
tu intercambio de miradas, de sentires, de un fuego perenne que arde por darse
una y otra vez. Se trata de ser amada y de amar. Y allí tienes un camino único:
tu abandono incondicional y amor a las almas, a tus hermanos, sin importar
quiénes y cómo son, solo te importa darles de beber el agua fresca del Hijo del
Hombre ¡Soy feliz!... Y me uno a una reflexión del padre Eduardo Pironio: ‘Es llevar
el “desierto” a los hermanos, compartir tus misterios y decirles que los amas;
es saber escuchar tu lenguaje en silencio y “ver” por ellos cuando la fe
pareciera que se apaga’”.
...
Boletín mensual de la comunidad católica
de 9 de Julio (agosto del 2012). El Vocero de Emaús, año IV, N°46.
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