Se entiende que la presencia de Cristo en nuestro
interior, en términos biológicos, dura tanto como subsistan las especies
eucarísticas; es decir, unos cuantos minutos [1]. Pero luego de haber comulgado
en estado de gracia, ¿cuánto dura aquel efecto primario de intensificación de
la unión mística con Jesucristo y de la gracia santificadora? ¿Y cuánto los
efectos de mayor alejamiento del pecado venial y de preservación contra el
mortal? [2]. ¿Será que la eucaristía tan sólo genera un transitorio efecto
efervescente sobre el fiel católico y es por eso que éste requiere de su
fracción frecuente? ¿O será posible que, tras haberla consumido una sola vez,
sus efectos puedan durar en el alma incluso como el rocío matinal que despierta
y acompaña a la flor de un día? [3].
¿Cuán
reales son los efectos de la eucaristía?
Si los frutos de la eucaristía son incuestionablemente reales, los sacerdotes -en virtud de su condición y obligaciones dentro del orden sagrado- tendrían que ser sus principales depositarios y el testimonio vivo de su efectividad [4]. Sin embargo, cuando eso no sucede y sucede aún lo contrario, ¿se diría que los fieles tan sólo acuden, en verdad, al piadoso consumo de una enigmática ausencia bajo las especies de pan y vino? Si no se perciben los esperados efectos de una supuesta causa, ¿se ha de dudar sólo de la realidad de los primeros o sobre todo de la existencia de la segunda?
…
1. CCE 1377.
2. CCE 1391-1395 y 1416.
3. Aunque es muy poco probable que un fiel
católico comulgue una sola vez en su vida y -sintiéndose completamente
satisfecho- alcance así la plena madurez espiritual, la pregunta apunta a la
perdurabilidad y constatación práctica de los efectos que se le adjudican al
cuerpo y sangre de Cristo tras el sincero acto de su consumición.
4. Para los frutos de la eucaristía, véase el CCE
1377; para lo pertinente al orden sagrado y a la dignidad y funciones
sacerdotales, véase CCE 1536-1600.
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