El centinela insomne.
Marcos el Eremita ha
distinguido -como refutación a los mesalianos- diferentes momentos de la
tentación: está la prosbolē, la
insinuación inocente, que lo es hasta el consentimiento culpable; y más allá se
encuentra la pasión propiamente dicha, que es un habitus; y todavía más allá está la esclavitud (aikhmalōsía), un hábito que se ha
convertido en segunda naturaleza. Muchos otros autores han adaptado y
perfeccionado este sistema que se basa en un profundo psicoanálisis; lo hizo
especialmente san Juan Clímaco, de quien depende Hesiquio.
La prosbolē, por lo tanto, abre “la entrada del corazón, incluso a la monologistós émphasis, a la pura y
simple imagen o representación de algo malvado que desagrada a Dios” [25]. Es
decir, lo que “los padres llamaron prosbolē
es la insinuación [...] que
se ve seguida de reflexiones [logismoi]
que dialogan emocionalmente con ella".
Juan Clímaco [26] sostiene al respecto que:
La prosbolē ha sido definida
por los santos padres como una simple palabra o imagen, relacionada con un
objeto, que recientemente se ha introducido en el alma. Por eso llamamos syndyasmós: acercamiento o unión [27],
al hecho de conversar, lleno de pasión o sin ella, con el objeto insinuado
[28].
Y el Clímaco continúa:
Ellos llaman consentimiento [sygkatáthesis],
a la aceptación complaciente del objeto presente por parte del alma; y esclavitud
[aikhmalosía], al impulso violento e
involuntario [akoysion] del corazón
hacia el objeto manifiesto; incluso a la larga convivencia con éste. Todo esto
implica la destrucción del excelente estado en el que previamente nos
hallábamos.
Y así definieron a la palē, a
la lucha: se trata una potencia equivalente a la del adversario y que,
libremente [ejercida], concede la victoria o hace sufrir la derrota. Y nos
enseñan que la pasión propiamente dicha es la que se incumba durante mucho
tiempo en el alma, y la que se lleva como una especie de hábito través de la
costumbre adquirida en relación a tal objeto, al cual el alma se acerca con un
movimiento espontáneo [29].
El Clímaco finalmente pone
la nota moral en cada una de estas tres etapas de la tentación. Para nuestro
propósito, será suficiente notar que la primera etapa (la simple insinuación)
no es todavía pecado (anamártaton); y
que la segunda no se ve privada del todo... Este es un punto definitivamente
aceptado desde Marcos el Eremita en adelante [30]; y los ascetas griegos no se
cansarán de repetirlo [31].
La nēpsis, método de guerra espiritual, tiene la función de guiar a la
defensa; y su cualificación más especial es la de vigilar sobre los
imprevistos: mantener el espíritu alerta para golpear al adversario desde su
primer intento de aproximación. Es por esto que la nēpsis se denomina: atención pura, custodia del corazón o del espíritu.
Es éste un lugar común en la
espiritualidad oriental. Se ha repetido con insistencia, en todos los tonos
posibles, la necesidad de interrogar a todo pensamiento (prosēkhein eayto) que se haga presente [32]; hay que preguntarles:
¿Eres de nuestro grupo o del grupo adversario? [33]. Es necesario aplastar la
cabeza de la serpiente [34], porque si no, como dice san Gregorio de Nisa: por
ahí, por donde la serpiente sea capaz de pasar la cabeza, nadie podrá evitar
que pase todo su cuerpo [35]. Es necesario destruir a los hijos de Babilonia aplastándolos
contra la piedra antes de que crezcan y se hagan fuertes [36]. Siempre aparece
la misma idea bajo una variedad de imágenes: ¡Principiis obsta! - ¡Resiste desde el principio!
Esta idea domina toda la
estrategia moral del territorio bizantino, al punto tal que ningún libro
ascético podrá omitirla a causa de la fidelidad a la tradición [37]; y mucho
menos las varias antologías [38]. Pero este principio estratégico supone una
atención siempre alerta, sin distracciones, sin negligencia. Prosekhē, rembasmós y lēthē [prestar atención, divagar
y olvidar], son
otros conceptos esenciales en estrecha relación con la nēpsis. En lo que respecta a la atención, los hesicastas fueron
capaces de fundar tal exigencia sobre las más grandes autoridades filosóficas y
teológicas.
Epicteto tiene un capítulo
entero sobre la perí prosekhē, y
contiene una severidad difícilmente superable [39]:
Cuando reduzcas por un instante tu atención, no te engañes con poder
reanudarla según tu parecer; por el contrario, ten por cierto que el error de
hoy inevitablemente habrá de empeorar en el mañana. En primer lugar, es así
como se desarrolla el más temible de todos los hábitos: el de no prestar
atención; luego viene el hábito de postergar la atención [...].
Y si algunos sostienen que
tal atención continua ha de convertirse en una tensión insoportable, Epicteto
responde empleando precisamente este término y de forma perfecta: tetásthai ten psykhēn – hay que mantener el alma tensa; lo
cual indica un estado adquirido y duradero.
Pero no es necesario recurrir
a los estoicos. He aquí san Basilio, el gran moralista de oriente, quien tiene
todo un sermón sobre esta expresión; la misma que en la santa escritura aparece
más de una vez, tanto en plural (“Cuídense - prosekhō”,
Luc. 12:1), como en singular
(Dt. 15:9). Este es, precisamente, el pasaje que Basilio toma como texto, el
mismo que Hesiquio cita al comienzo de su primera Centuria y que pareciera referirse a la homilía basiliana [40].
Basilio establece, antes que
nada, que el pecado del pensamiento se comete más fácilmente que el pecado de
la acción; por lo tanto, se hace necesario una mayor vigilancia del propio
interior. Y si los animales hacen por instinto aquello que les es necesario
para defender la integridad de su ser, el hombre tiene que hacerlo libremente,
voluntariamente, a través de la atención. Ahora bien, esta atención es doble:
está la visión del cuerpo, que no puede comprender la totalidad del ser -ni
tampoco la del propio cuerpo- debido a que el ojo no ve por sí mismo; y está la
visión “periscópica” de la inteligencia (pantakhóthen
seaytón periskópei).
Se exige que la atención del
espíritu sea continua y universal, porque siempre y en todas partes el demonio
no cesa de tender sus insidias. Es necesario estar atentos a nosotros mismos; es
decir, prestar atención a nuestra alma e inteligencia, pues el cuerpo no somos
nosotros sino que es nuestro; y los objetos no son nuestros sino que están a
nuestro alrededor. Por lo tanto, es necesario que el alma se mantenga
vigilante. El attende tibi ipsi [Pon atención sobre ti mismo] resuena como estribillo a lo largo de toda esta larga
homilía. “No bastaría un día entero si quisiera exponer todo el alcance de este
precepto: ‘Estén atentos de ustedes mismos, sean sobrios’ [nēphálios]” [41].
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25. C. 2, PG 93, 1481 B.
26. Gradus 15, PG 88, 896 D (Cf. ed. Ital. Scala Paradisi, 2 vol., SEI, Torino, 1941).
27. Esta fase es simplemente
llamada: synomlía | dialogo, intercambio
|; v. Máximo el Confesor, Alia cap., n. 232, PG 90, 1457 A.
28. Cf. PG 28, 1397 D y ss.
29. Ibíd. C. 896 D y ss.
30. De Leg. Spir. 140-142, PG 65, 921 D y ss.; c. De baptismo, I, c. 1013-1021.
31. Pseudo-Atanasio, PG 28,
1397 D; Nicodemo el Hagiorita, san Máximo el Confesor, etc.; cf. san Agustín, De serm. Dei in monte, PL 34, 124 y ss.
32. Basilio, Homilia in illud: Attende tibi ipsi, PG 31, 197 C – 218 B.
33. Evagrio, Antirrético, Orgueil 17.
34. Historia Monach. VIII, 14; Nilo, Discurso ascético, 39.
35. In Orat. Dom. IV,
PG 44, 1172 A s.
36. Hesiquío, I, 27 y ss. PG
93, 1488 D.
37. Doroteo, Doctrina XI, 3-4, PG 88, 1737 CD.
38. Antíoco, Pandectes, Logos 81.
39. Arriano, Diatribas, 1. IV, c. 12.
40. Hesiquio, I, 2.
41. No. 5, PG 31, c. 208 B.