25.4.15



La importancia de la visión de Bede Griffiths en la actualidad.


por el Dr. Anandam Lourdu [*].


Bede Griffiths (1906-1993) [1] es una personalidad multifacética: un gran sannyasi y místico [2], un gran pensador y teólogo [3]. Griffiths nació el 17 de diciembre de 1906 en Waltern-on-Thames, cerca de Londres. Bautizado en la Iglesia Anglicana, recibió el nombre de Alan Richard; posteriormente estudió Literatura Inglesa y Filosofía en Oxford, en donde formó parte del fermento intelectual de aquella gran universidad y se convirtió en amigo del renombrado pensador y escritor cristiano: C.S. Lewis. Luego de su graduación, junto a dos de sus amigos: Hugh Waterman y Martyn Skinner, llevó a cabo “un experimento de vida en común” en la región de Cotswolds. Aunque tal experimento duró menos de un año, produjo un profundo efecto en su vida.

El estudio bíblico, la lectura de los escritores católicos –como Agustín, Beda, Tomás de Aquino y Newman- y cierta experiencia mística enraizada en la naturaleza que tuvo mientras se hallaba en Costwolds, despertaron la dormida fe cristiana de Griffiths. Y después de leer la Apologia Pro Vita Sua, del cardenal Newman, decidió convertirse en católico. Aunque no había sido un anglicano practicante, no le fue fácil dejar una Iglesia que había formado buena parte de su identidad como inglés. Griffiths fue recibido en la Iglesia Católica el 24 de diciembre de 1931; y casi un año más tarde, el 20 de diciembre de 1932, entró al noviciado en el monasterio benedictino de Prinknash, aceptando ahí el nombre de Bede como signo de admiración por el gran historiador y santo benedictino: Beda el Venerable.

Bede fue ordenado sacerdote en 1940. Quince años después, acompañaría al P. Benedict Alapatt –un benedictino de origen indio- para establecer un ashram benedictino en Bangalore. En 1958, se unió a Francis Mahieu -monje cisterciense de Bélgica- en el ashram de éste en Kurisumala. Y en 1967, Swami Abhishiktananda le confió a Bede el ashram de Shantivanam, un centro que había fundado junto a Jules Monchanin. Desde aquel entonces y hasta su maha-samadhi (muerte), acaecida el 13 de mayo de 1993, Bede sirvió, inspiró e iluminó a cientos de buscadores espirituales; lo hizo como el acarya-guru de su ashram “Jardín de Paz” [el significado de: shantivanam].

Ya que conmemoramos el vigésimo aniversario de su paso a la eternidad, me gustaría reflexionar y notar la importancia que él tiene para nuestras vidas. Pues los grandes hombres del pasado siempre tienen una importante contribución para las generaciones del futuro. Y Bede Griffiths es importante en nuestros tiempos como un buscador de la verdad, como miembro de un ashram, como guru, como pensador y como teólogo. A continuación veré de resaltar sus contribuciones en algunas de tales áreas.

1. El miembro ideal de un ashram.

Bede Griffiths fue un buscador de la verdad desde su juventud. Tal es así que buscó respuestas a sus preguntas en los escritos de Platón, Aristóteles, Espinoza y Agustín. También se sentía atraído por la naturaleza y por la vida de extrema simplicidad, de ahí que tuviera aquella experiencia de vida en común en sus primeros años. Y el ashram que más tarde fundara estaba destinado a ser un lugar en donde se pudiese experimentar a Dios a la vez que un núcleo de justicia social. Tal como lo expresó Aloysius Pierus:

En medio de tal sociedad [llena de codicia], la comunidad monástica [en un ashram] -compuesta idealmente por hombres y mujeres sin codicia- se presentaba como una comunidad escatológica y simbolizaba, e incluso anticipaba, lo que sería el futuro de todos los seres humanos [4].

2. El diálogo con otras religiones y culturas.

Griffiths fue básicamente un hombre religioso. Cuando era joven, su insaciable sed de Dios lo llevó a estudiar la Biblia en profundidad, a leer las obras teológicas de Agustín, Tomás de Aquino y el cardenal Newman; lo condujo a dejar la Iglesia Anglicana para entrar en comunión con la Iglesia Católica, y luego a unirse a la contemplativa orden religiosa de los benedictinos. Su partida hacia la India fue también una expresión de tal intencionalidad religiosa. Al respecto, escribió lo siguiente:

Siento la necesidad de algo más, de algo que solo el oriente puede concederme. Por sobre todo, se trata del sentido de la presencia de Dios en la naturaleza y en el alma, una especie de misticismo natural que se halla en la base de toda la espiritualidad de la India [5].

Su enfoque teológico, sin embargo, trascendió sus expectativas personales y religiosas. Griffiths propuso el encuentro del hinduismo y la cristiandad como solución a los males de la sociedad mundial. Creía que el encuentro de todas las religiones del orbe –representadas en el encuentro estas dos tradiciones- era la única forma de resolver los problemas más graves del mundo, como la pobreza, la opresión, la explotación, la injusticia, la pérdida de los derechos humanos, el crecimiento de los índices de suicidio y otros más.

Los problemas del mundo, en general, son diferentes a los problemas del occidente desarrollado. La pobreza, la injusticia y la supresión de los derechos humanos son los principales problemas del oriente. En tanto que la pérdida del sentido de Dios, la renuncia a la religión y el creciente índice de suicidio son los principales problemas del occidente. Si el hinduismo y la cristiandad pudieran reunirse, Griffiths consideraba que los males de oriente y de occidente podrían ser resueltos y la humanidad tendría un futuro.

Bede Griffiths estaba convencido de que los males de occidente eran causados por su descreimiento en Dios. Todo en el occidente se había transformado en “profano” [6]; como resultado, bajo todos sus logros científicos y tecnológicos, había una creciente sensación de vacuidad con respecto a la vida [7]. Para Griffiths, aunque la moderna civilización occidental sin duda continuaría, la misma no lograría ninguna respuesta al significado último de la vida. Sostenía con firmeza que el occidente debía recuperar su fundamento religioso si quería tener un futuro: “Es entonces que el occidente necesita aprender del oriente el sentido de lo ‘sagrado’, de un trascendente misterio que es inmanente a todo y que le concede significado último a la vida” [8].

Cuando el occidente aprenda el sentido de lo sagrado y reconozca tanto la base religiosa de la humanidad como la existencia de un orden natural, entonces se desarrollará una nueva espiritualidad que allanará el camino hacia un nuevo orden mundial. Esta nueva espiritualidad también ofrecerá al oriente los remedios que él necesita. Los ideales de la moderna ciencia y tecnología, del humanismo y la democracia, ayudarán al oriente a superar los males de la pobreza, la deshumanización, la explotación y la injusticia.

3. Crítica a la ciencia y la razón.

Griffiths fue muy crítico de la moderna civilización occidental. Como ya lo dije, estaba convencido que bajo todos sus logros externos la civilización moderna estaba produciendo un creciente sentido de vacuidad y falta de sentido en la vida. Según él, la civilización moderna tenía un defecto fundamental: había perdido la visión del objetivo; de aquel que todas las culturas de la antigüedad supieron mantener fijo ante sus ojos. Occidente ha venido a entregar su fe en el materialismo científico y ha rechazado la base espiritual de la realidad. Griffiths condena esta postura con los términos más fuertes:

El materialismo científico del mundo moderno es el preciso complemento de la idolatría pagana del mundo antiguo (la idolatría no es sino la adoración de imágenes, el confundir la imagen de la verdad con la verdad en sí), es la sustitución de la realidad por la apariencia. Pues la ciencia solo se preocupa de los fenómenos, es decir, de lo que se manifiesta ante los sentidos. Su función es -según una expresión griega- “salvaguardar el fenómeno”, registrar la apariencia de las cosas. Pero sobre la realidad que subyace a toda apariencia, sobre la naturaleza real de las cosas, la ciencia no puede decirnos absolutamente nada. Solo empezamos a despertar a la realidad cuando comprendemos que el mundo material, el mundo del espacio y tiempo que aparece ante nuestros sentidos, no es sino un signo y símbolo de un misterio que lo trasciende infinitamente [10]. 

Por lo tanto, no debemos confundirnos y tomar el símbolo por la realidad. Pero según la opinión de Griffiths, occidente se ha confundido de esa manera al conceder validez absoluta a la ciencia, la cual registra el fenómeno de la realidad y no a la realidad en sí. No es que esté mal ocuparse del fenómeno, pero es un error detenerse en él y no adentrarse más profundamente dentro de la realidad que subyace al mismo. Solo la realidad tras el fenómeno posee absoluta validez; no el fenómeno en sí, como lo sugiere la ciencia moderna.  

Griffiths también criticó el énfasis de la civilización occidental en la razón:

En occidente, hemos crecido bajo la influencia de Aristóteles y los griegos. Concebimos a la razón actuando sobre la evidencia de los sentidos como el modo normal de conocimiento humano. Pero en oriente siempre se ha considerado que existe un modo superior de conocimiento, superior a los sentidos y a la razón: el conocimiento de la intuición espiritual; un conocimiento que no depende de los sentidos ni de ningún proceso lógico sino solo de la conciencia directa e intuitiva que el alma tiene de sí misma. Es esto lo que se ha enseñado en oriente desde tiempos inmemoriales y aquello que nos concede el verdadero conocimiento de Dios. Se trata de un conocimiento derivado de la contemplación, de una sabiduría que desciende e ilumina directamente al alma. Frente a este conocimiento, todas las imágenes y conceptos solo pueden actuar como “soportes”, pues el mismo trasciende el orden finito y une al hombre directamente a Dios [11].

Luego de su crítica de la ciencia y la razón, Griffiths describió la manera en que las tradiciones espirituales de la India habían comprendido la verdad acerca de Dios.

Hay un ser absoluto, eterno, infinito e inmutable que es la fuente única de todo lo que existe, de todo conocimiento y de toda vida; el mismo está sobre todas las cosas y en todas las cosas, y es a causa de él que existe todo. Este ser absoluto puede ser concebido bajo términos diferentes, pero de una u otra forma, es la base de toda religión, no solo en la India sino también en China y a lo largo de todo el oriente. Se trata de lo que hemos denominado: el fundamento espiritual de la humanidad y la base de toda religión [12].

Griffiths llegó a comprender bien el misterio que se halla en el fundamento espiritual del mundo: Dios; lo hizo tal como se lo acepta en las tradiciones espirituales de oriente y occidente. Dios, el hombre y el universo eran considerados en su justa relación recíproca. El hombre es la imagen de Dios, quien es su creador. 

4. Situando a la cristiandad en el vasto contexto de la revelación cósmica.

Hasta llegado el s. XX, la teología cristiana reconocía solo una revelación, la revelación de Dios en Jesucristo. Por eso Griffiths propuso la revelación cósmica; es decir, la revelación de Dios a través del cosmos, la revelación primaria de Dios. El reconocimiento de la revelación de Dios a través del cosmos y en todos los pueblos de la tierra, no constriñe ni reduce la importancia de la revelación cristiana. Al contrario, el reconocimiento de la revelación cósmica expresa que la revelación es universal, que lo abarca todo; es entonces católica en el justo sentido, por lo que le concede a la revelación cristiana su propio lugar dentro de la amplia historia de la autorrevelación de Dios al total de la humanidad.  

Griffiths basa su tesis en el registro bíblico de la creación. La primera revelación de Dios a la humanidad empieza con su revelación, relación o alianza con Adán. Griffiths sostiene que la propia palabra adam señala la primera alianza de Dios con el total de la humanidad, pues adam en hebreo significa simplemente “ser humano”. Sostiene que: “Dios ha estado llamando al hombre desde el origen mismo de los tiempos, y ésa es la alianza cósmica” [13].  

La segunda alianza cósmica fue realizada con Noé. Griffiths afirma que los judíos concibieron a Noé como padre de la humanidad. Después del diluvio surgió una nueva humanidad, por lo que –según los judíos- Noé se convirtió en padre de la humanidad nuevamente creada por Dios. Y los tres hijos de Noé representaban a todas las naciones del mundo que le eran conocidas a Israel en aquel entonces: Sem, a la gente semítica; Cam, a los camitas (egipcios y canaanitas); y Jafet, a los isleños: a los griegos y otros más [14]. La alianza hecha con Noé, padre de la humanidad, se convirtió en la alianza de Dios con toda la humanidad, por lo que se trata de una nueva expresión de la alianza cósmica [15].

De acuerdo con esta comprensión, nadie está fuera de la alianza con Dios. Los cristianos pueden decir que las diversas religiones del mundo están dentro, antes que fuera, del plan de Dios. Para Griffiths, la propia Biblia registra el hecho de que Dios hizo una alianza con la humanidad antes de hacer un pacto con Israel. La alianza cósmica se originó con Adán (es decir, con la humanidad) en el paraíso, y se hizo más específica en la alianza de Dios con Noé, cuando le dijo: “He aquí que establezco mi alianza contigo y con todos tus descendientes” (Gén. 9:9). Griffiths interpreta este pasaje como la alianza hecha con el total de la humanidad.

Como tercer ejemplo de la alianza cósmica, Griffiths señala a Melquisedec, un sacerdote pagano de quien se dice fue rey de Salem y también de Jerusalén. Este sacerdote pagano se reunió con Abram -cuyo nombre luego sería cambiado por el de Abraham- e hizo una alianza con él, diciéndole: “Bendito seas Abram, por el Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra” (Gén. 14:19). Por lo tanto, vemos que fue un sacerdote pagano: Melquisedec, quien reveló el nombre que Israel usaría para dirigirse a Dios: “Dios Altísimo”, ‘el-‘elyown en hebreo [אֵל עֶלְיֹון]. Este pasaje muestra claramente que el propio Dios ya se había revelado a los gentiles. Para ser más preciso, Dios se reveló primero a los gentiles y solo después lo hizo al elegido pueblo de Israel. Podemos, entonces, concluir con toda justicia que el Dios del cielo y de la tierra, quien quiso manifestarse a toda la humanidad, lo hizo así desde el mismo principio; lo hizo así antes de revelarse a los judíos de manera especial a través de Abraham, Moisés y los demás profetas.

Es interesante notar que en el rito de ordenación sacerdotal del catolicismo, el candidato es ordenado “sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” [16]. Y también se ha de notar que el Mesías, el Hijo del Dios eterno, fue enviado a la humanidad pecadora como sacerdote según el orden de Melquisedec (un sacerdote pagano) y no según el orden de Aarón (el primer sumo sacerdote entre los judíos). Griffiths concluye, por lo tanto, que: “Sin duda, esto es de inmensa importancia: Cristo vino a cumplir no solo la revelación de Dios hecha a Israel, Moisés, David y los profetas, sino también a cumplir la plenitud de la alianza cósmica, de la revelación cósmica” [17].  

En The Holy Pagans of the Old Testament [18], Jean Daniélou explica el contenido de aquella revelación cósmica. Sostiene que, antes que nada, Dios se revela a sí mismo en y a través de la naturaleza o la creación; en segundo lugar, lo hace a través del alma o la consciencia. Griffiths se apresta a señalar que esta ha sido una continua enseñanza en la Iglesia. Pablo lo establece claramente en su carta a los romanos: “Porque desde la creación misma del mundo, su eterno poder y naturaleza divina –aunque invisibles- han sido comprendidos y vistos a través de las cosas que ha creado” (1:20a); y ya el Concilio Vaticano I había declarado que Dios es conocido a través de su creación, del mundo [19]. Tal como lo afirma Griffiths: “Este siempre ha sido el modo de revelación al hombre primigenio, desde el principio. El mundo que rodea al hombre es un signo de su creador. Se trata de la revelación primaria de Dios” [20].

Respecto al segundo modo de revelación de Dios -en el corazón de los seres humanos-, Griffiths nuevamente acude a la carta de Pablo a los romanos: “Ellos muestran que lo que la ley requiere se haya inscrito en sus corazones, y su propia consciencia da testimonio de ello; sus conflictivos pensamientos los acusarán o excusarán el día en que, según mi evangelio, Dios -a través de Jesucristo- juzgue los secretos pensamientos de todos” (2:15-16a). Y sustentándose en esta enseñanza de la escritura, el Concilio Vaticano II establecerá que:

Pues aquellos que, sin falta en sí mismos, no conocen el evangelio de Cristo o su Iglesia y sin embargo buscan a Dios con un corazón sincero y movidos por la gracia, intentando en sus acciones hacer su voluntad tal como la conocen a través de los dictados de su conciencia, también pueden alcanzar la salvación eterna [21].  

Según Griffiths, la autorrevelación de Dios en el corazón y la conciencia es un signo del amor de Dios por la humanidad. Es extremadamente importante reconocer esta verdad hoy en día, en un mundo en donde los no-cristianos son mayoría y en donde son muchos los que no creen en Dios o en la autorrevelación de Dios en una religión en particular. Pues, si bien es verdad que son muchos los que no creen en Dios, es también verdad que Dios no cesa de existir simplemente porque la gente no cree en él. Pero todavía tenemos que preguntarnos cómo es que Dios se revela a sí mismo a los no-creyentes. Si aceptamos el hecho de que la alianza cósmica es  –como lo señalan Daniélou y Griffiths- parte de la tradición de la Iglesia, entonces podemos estar seguros de que nadie, ni siquiera los no-cristianos y ateos, está fuera de la esfera de la revelación de Dios; nadie está exento de una relación salvífica con Dios.

El tercer canal de la revelación de Dios es Jesucristo. Pero esta revelación de Dios en Jesucristo también lo es para todos. Griffiths afirma que:

La revelación de Dios viene finalmente a través de Jesucristo. Por lo tanto, tenemos que decir que nadie está fuera de la revelación cristiana, ya que Cristo murió por todos los hombres sin excepción alguna; y su gracia, a través de la cruz, es ofrecida de alguna manera por todos los seres humanos, desde el principio al fin de los tiempos. Por lo tanto, no existe nadie que esté fuera de esta donación, de este pacto de gracia [22].

La revelación de Dios en Jesucristo, que es central a la cristiandad, es también el tema central del pensamiento teológico y cristológico de Griffiths. Si bien hubo un cambio en su énfasis durante sus años finales, podemos afirmar que la revelación de Dios en Cristo –que es absoluta, final e irrevocable- inspiró el pensamiento teológico de Griffiths a lo largo de toda su vida. Incluso al final de su existencia continuó sosteniendo la historicidad de la encarnación y su efecto sobre la realidad del mundo creado.

De esta manera, podemos ver que Griffiths trató el tema de la autorrevelación de Dios en tres niveles: en el cosmos (es decir, la revelación en y a través de la naturaleza), en la conciencia humana y en Jesucristo.

5. La encarnación como distintivo histórico de la acción de Dios en la historia humana.

La cosmovisión del hindú, así como su comprensión del ser último, carece del sentido de tiempo e historia. Griffiths afirma esto cuando habla sobre el “mito” hindú del avatara. Un “mito” –sostiene- no es algo irreal sino “una historia simbólica que expresa, bajo términos simbólicos que surgen desde las profundidades del inconsciente, la comprensión que logra el hombre acerca de Dios y del misterio de la existencia” [23]. Griffiths insiste en que no podemos vivir sin el mito. Y señala que la razón sin imaginación crea un desierto, por fuera y por dentro; se convierte en una espada de destrucción. La razón desprovista de imaginación produce la muerte dondequiera que vaya; divide al hombre de la sociedad, a la mujer del hombre, y al hombre y a la mujer de Dios [24]. El “mito hindú”, por lo tanto, no es algo de lo que podamos prescindir ni tampoco condenar. Antes bien, se trata de algo que es esencial para llevar una íntegra vida humana.

Bede Griffiths se valió de este profundo sentido del mito para referirse a las verdades cristianas elementales como “mitos cristianos”, como es el caso de la creación de los primeros seres humanos, la caída de los mismos, la promesa del Mesías; la encarnación, muerte y resurrección de Jesús y su ascensión a los cielos. Luego, tenemos que preguntarnos: “¿Existe una diferencia real entre el ‘mito hindú’ y el ‘mito cristiano’?”. Griffiths responde a esta pregunta diciendo que la diferencia fundamental entre la revelación hebrea (cristiana) y la hindú es que esta última es la revelación de la obra de Dios en la creación, en tanto que la primera es la revelación de la obra de Dios en la historia; y en la historia de un pueblo en particular [25].

El estudio de Griffiths de la revelación cristiana (hebrea) lo llevó a sugerir que la misma puede dividirse en tres categorías: cósmica, legendaria e histórica. Las tempranas historias bíblicas sobre la creación, la caída y la promesa del Salvador, pertenecen al mito cósmico. Las historias posteriores, como la de Noé, son legendarias. Ahora bien, cuando Griffiths utiliza el término legendario no dice que no haya de histórico en los relatos; se trata, más bien, de historias basadas en figuras históricas. Luego viene el tiempo de los profetas. Los profetas en general –y los grandes profetas como Amós, Oseas, Isaías, Jeremías y Ezequiel- estaban “ocupados con la historia de su pueblo, con la acción de Dios dentro de una situación concreta de Israel y con las demandas reales que él les hacía” [26].

Según Griffiths, la comprensión hebrea de Dios se fue haciendo más perfecta -y la ambivalencia moral fue siendo removida- a medida que los profetas crecían en su comprensión de la naturaleza de Dios como un Dios de absoluta santidad y justicia que exigía la santidad de su pueblo. La insistencia en la santidad y justicia de Dios, y en el mandamiento de Dios que ordena a los creyentes a practicar la justicia y ser santos, es lo que hace única a la comprensión hebrea de Dios.

Bede Griffiths considera que el movimiento que va desde una comprensión mitológica del mundo a una comprensión histórica del mismo, es de gran importancia. Dios actúa en la historia de su pueblo, y si los huérfanos, viudas y pobres son rechazados, el propio Dios es rechazado. Esta concepción de la historia conduce a una concepción totalmente diferente del tiempo. El tiempo es lineal, se mueve hacia un fin: el eschaton. El Dios de la historia se involucra en la historia de su pueblo para así conducirlo a su bienaventuranza final. Esta comprensión de Dios como el Dios de la historia quiebra por completo toda la idea del samsara, de la rueda del tiempo, según se halla en el hinduismo. El tiempo no es algo de lo que los humanos tengan que escapar; es un medio de salvación. Griffiths concluye que:

Esto establece una profunda diferencia en la comprensión que se tiene de la vida. Nuestra verdadera vida humana, nuestros actos del día a día pertenecen a un orden eterno, revelan la dirección en la que se mueve el mundo. Todas las cosas están bajo la providencia de Dios y conducen a una realización final. Y es con la venida de Cristo que hallamos tal finalidad [27].

6. La entrada al misterio de Cristo a través de los conceptos interreligiosos.

i. El purusha del hinduismo.

La realidad última, el brahman, es el concepto más básico del hinduismo. Brahman es el nombre de la realidad última cuando se manifiesta en toda la creación; atman es el nombre que recibe cuando se manifiesta en el ser humano. Y existe aún otro nombre para designarlo: purusha.  El significado literal de purusha es “humano/hombre”; usado en las escrituras hindúes implica “hombre cósmico” o “persona cósmica”. Y también es usado para señalar al “hombre primordial” y al “Señor”.

Buscamos expresar nuestra fe cristiana bajo el lenguaje del vedanta tal como los padres griegos lo expresaron en el lenguaje de Platón y Aristóteles. Y purusha será uno de los términos claves en la teología indo-cristiana; el otro será advaita [28].

Tal como lo afirma Griffiths, el concepto de purusha es un concepto clave que ha sido desarrollado en los Upanishads, el Bhagavad-gita y en los diversos movimientos bhakti. Griffiths considera que este concepto hindú es próximo al concepto de logos (Verbo/Palabra) en la cristiandad. El purusha cósmico del hinduismo es entendido como la persona histórica de Jesucristo.

ii. El hombre perfecto o universal del islam.

Griffiths también halló en el Islam un término que funciona de manera muy similar a como lo hace purusha. El islam no permite que se asocie a nadie con Alá. Todas las escuelas del islam considerarían una blasfemia suprema el igualar a alguien con Alá.

La tradición mística del islam es conocida como sufismo. Al parecer, se desarrolló un siglo o dos después de la existencia de Mahoma. Ibn al Arabi, un místico del s. XII, es considerado la autoridad suprema del sufismo. Y Griffiths lo considera uno de los grandes filósofos del mundo, situándolo en paralelo con Shankara (en el vedanta) y Nagarjuna (en el budismo mahayana). De acuerdo a Griffiths, en el sufismo también existe el principio básico de unicidad del ser.

Ibn al Arabi considera al ser humano el istmo entre Dios y la creación. Y en un segundo nivel de comprensión se puede ver que va emergiendo la figura del “ser humano perfecto”. Este hombre perfecto/universal es quien une al cielo y a la tierra. En palabras de Griffiths:

Él [el hombre perfecto] es alguien en quien el ser divino se ve a sí mismo, y alguien a través de quien el universo ve lo divino. Él es el ojo del universo, según dicen los sufíes. Dios mismo se ve reflejado en este hombre universal, y el hombre universal hace posible que toda la creación refleje a Dios. De esta manera, él es mediador entre Dios y el universo. Así que nuevamente tenemos la figura del mediador; y es particularmente interesante que, en una doctrina que está lejos de establecer vínculo alguno entre Dios y el mundo, el lado místico del islam introduzca el concepto del hombre perfecto. Desde mi perspectiva, este es un punto extremadamente importante en el que la cristiandad puede relacionarse con el islam. La doctrina, por supuesto, no es la misma en estas dos grandes tradiciones, pero es similar en muchos aspectos. Si nosotros decimos que Jesús es Dios, los musulmanes se horrorizan y lo consideran una blasfemia; pero si hablamos del hombre perfecto, de este espejo que refleja a Dios y en el que Dios mismo se refleja, entonces hacemos uso del lenguaje del islam; y éste es también el lenguaje de la Biblia, pues esta escritura ve a Jesús como “imagen” de Dios [29].

iii. El tathagata del budismo.

Griffiths sostiene que el concepto de tathagata se halla explícito en el budismo mahayana y aparece de manera implícita en el budismo hinayana. Esta última escuela budista hace énfasis en las enseñanzas de Buda y en el dharma (la ley que conduce al nirvana) antes que en la persona del propio Buda. La última palabra de Buda fue: “Refúgiate en el dharma”. Buda enseñó el camino hacia el nirvana, el estado más allá del llegar-a-ser, el estado más allá del mundo de cambios. Nirvana es la “extinción” del presente modo de existencia y el despertar a la realidad trascendental. Buda no solo predicó el objetivo final hacia el cual todos los seres humanos deben esforzarse, sino que también mostró un camino práctico para alcanzar el nirvana: el noble camino óctuple.

La escuela mahayana de budismo -de evolución posterior- desarrolló teorías sobre la persona de Buda en una clara desviación de la escuela hinayana, que hacía énfasis en sus enseñanzas. Tales teorías sobre la persona Buda están en línea con la comprensión de la realidad última como una total vacuidad: sunyata; y sunyata es tanto inmanente como trascendente.

La escuela mahayana [30] cree que la sunyata, la realidad trascendente, contiene al vacío y a todo el cosmos dentro de sí. Griffiths afirma:

Buda fue alguien que descubrió esta realidad. Y es por eso que fue conocido como tathagata. Tatha es “aquel-aquello”, y gata significa “que ha ido”; por lo que tathagata es alguien que “ha ido hacia aquello”, se trata de alguien que ha ido a la realidad, alguien que conoce a la realidad, que ha comprendido la verdad. Debido a esto, Buda es visto como mediador entre lo infinito, lo trascendente, y el mundo fenoménico. Es él quien abre el mundo fenoménico hacia el vacío, y quien revela el vacío en el mundo fenoménico. De esta manera, él es quien hace que el mundo sea conocido y es por eso el buddha, el iluminado [31].


[*] El Dr. Anandam Lourdu vive en la India; es sacerdote de la arquidiócesis de Madurai (Tamilnadu), profesor de teología sistemática y rector del Saint Peter’s Major Seminary (Madurai). Cursó sus estudios filosóficos en el Arul Anandar College (Karumathur), los teológicos en el Saint Paul’s Seminary (Trichy) y recibió su doctorado en el Albert-Ludwings Universität, en Freiburg (Alemania). Es editor en jefe del semanario católico en tamil: Nam Vazhvu; ha escrito numerosos libros y artículos de carácter académico en diversos medios internacionales.


1. La autobiografía de Bede Griffiths: The Golden String (London: Harvall Press, 1954), es de lectura obligatoria para poder comprender la valiosa dimensión de este hombre. Véase también a Kathryn Spink, A Sense of the Sacred: A Biography of Bede Griffiths (London: SPCK, 1988).
2. Albano Fernandes, Hindu Mystical Experience according to R.C. Zaehner and Bede (disertación doctoral), Rome: Pontificia Universitas Gregoriana, 1992. Jesu Rajan, Griffiths and Sannyasa (Bangalore: ATC, 1989). Roland Romuald Ropers, “Ein Mystiker unserer Tage”, Esotera, 8 (1999), pp. 22- 27.
3. Lourdu Anandam, The Western Lover of the East: A Theological Enquiry into Bede Griffiths’ Contribution to Christology (Kodaikanal: La Salette Publications, 1998).
4. Aloysius Pieris, An Asian Theology of Liberation (Maryknoll NY, Orbis Books, 1988), p. 121.
5. Bede Griffiths, “Christian Ashram”, en  Essays towards a Hindu-Christian Dialogue (London: Darton, Longman and Todd, 1966), p. 17.
6. Bede Griffiths, “Christian Ashram”, p. 21.
7. Ibid., p. 13.
8. Ibid., p. 21.
9. Ibid., p. 29.
10. The Golden String, p. 181.
11. Ibid., p. 80.
12. Ibid., p. 79.
13. Bede Griffiths, The Cosmic revelation: The Hindu way to God, Bangalore: ATC, 1985. p. 27.
14. Claro que el conocimiento que los hebreos tuvieron de los diferentes pueblos de la tierra en aquel entonces era limitado. El punto de la narrativa bíblica es que Noé es padre de la humanidad, y la alianza que Dios hizo con él simboliza la alianza de éste con la humanidad.
15. The Cosmic Revelation, p. 28.
16. Por consiguiente, el sacerdote simboliza el carácter permanente del sacerdocio que tiene su origen en el sacerdocio de los gentiles.
17. The Cosmic Revelation, p.30.
18. Jean Daniélou, Les saints païens de l’ancien testament (Paris: Editions du Seuil, 1955).
19. Véase el “Vatican I” in Neuner-Roos, Die Glaube der Kirche, No. 27 (3004).
20. The Cosmic Revelation, p. 31.
21. Véase el Lumen Gentium, n. 16.
22. The Cosmic Revelation, pp. 31-32.
23. The Cosmic Revelation, p. 115.
24. Bede Griffiths, The Marriage of East and West: A sequel to the Golden String (London: Collins, 1982), p. 171.
25. The Cosmic Revelation, p. 120.
26. Ibid., p. 121.
27. Ibid., pp. 122-23
28. The Cosmic Revelation, p. 76.
29. Bede Griffiths, A new vision of reality: Western Science, Eastern Mysticism and Christian Faith (London: Collins, 1989), pp. 144f. Posteriormente, Griffiths se refiere al uso que hace el Qur’an del concepto del hombre perfecto y explica la manera en que se ha de comprenderlo. En el presente artículo no creo necesario adentrarme en tales detalles. Lo que resulta interesante aquí es observar cómo es que Ibn al Arabi interpreta este concepto y cómo es que Griffiths lo relaciona con Jesucristo.
30. Es bastante interesante ver los comentarios de Griffiths sobre las dos escuelas de budismo y la comparación que hace de ellas con los evangelios sinópticos y con el evangelio de Juan. Compara la escuela hinayana a los sinópticos porque éstos dan mayor relevancia al reino de Dios antes que a la persona de Jesús; en ellos, Jesús predica el reino de Dios y se considera profeta del mismo. Es verdad que el reino está presente dentro de él, pero en los sinópticos su enseñanza se centra principalmente en el reino antes que en sí mismo. Luego, al hablar sobre el evangelio de Juan, Griffiths afirma que la elevada doctrina de éste se halla implícita en la enseñanza de Jesús; por lo que sería un error decir que el Jesús de los sinópticos es el verdadero, en tanto que el Jesús joanino es una invención posterior. Véase, A New Vision of Reality, pp. 134 – 35.  
31. Ibid., p. 138. Griffiths sostiene que sería errado afirmar que el budismo temprano no tuvo una comprensión cabal de Buda y que la misma fue una invención posterior. Para él, el status o la persona de Buda se hallaba de manera implícita en el budismo temprano (en la escuela hinayana) y se hizo explícita en su desarrollo posterior (con la escuela mahayana).



Fuente: Lourdu A. (2014). The Relevance of Bede Griffiths' Vision for Today. Dilatato Corde, vol. 4, n. 1, enero-junio 2014. DIMMID.


Licencia de Creative Commons

24.4.15


23.4.15

Ashram y eucaristía

por el P. Bede Griffiths, osb. cam.
 
El Concilio Vaticano II ha manifestado que la eucaristía es la fuente y cúspide de la actividad de la Iglesia. Siempre he tenido dificultades con esto. La constitución sobre la sagrada liturgia durante el Concilio Vaticano [la Sacrosanctum Concilium] fue tarea de la comisión litúrgica. Antes del Concilio, durante casi cincuenta años había existido un movimiento litúrgico muy fuerte en la Iglesia, si bien tenía ciertas limitaciones y sus horizontes estaban algo restringidos. La comisión preparó esta constitución con mucha anticipación y creo que fue una de las primeras en ser completada. Por lo tanto, fue erigida desde cierto punto de vista al principio del Concilio Vaticano II, pero realmente no ha tenido en cuenta desarrollos posteriores.

Lo que quiero decir es que el Espíritu Santo es la fuente y cúspide de la actividad de la Iglesia. En la teología de santo Tomás de Aquino, la palabra sacramentum significa “signo”; y para él, en la eucaristía, el pan y el vino son el sacramentum o el signo. Y el signo se contrasta con la res, con la realidad. La realidad es lo que está significado por el signo. El pan y el vino son signos y significan algo. Por eso -según él- el sacramentum et res, el signo y el objeto significado, son el cuerpo y la sangre de Cristo. Esta es nuestra comprensión habitual. Pero luego santo Tomás dice que la res, la realidad de la eucaristía, significada y efectivizada por nosotros, es la unidad del cuerpo místico de Cristo. Sostiene que el significado y propósito de la santa eucaristía es la unidad del cuerpo místico de Cristo. Esta es una visión bastante tradicional y los padres de la Iglesia ciertamente usaron la expresión “cuerpo místico” para referirse al cuerpo de Cristo presente en la eucaristía.

En la Iglesia, hasta hace poco, la mayoría de los católicos pensaba que el cuerpo de Cristo en la eucaristía es el cuerpo de Cristo en la cruz. Muchas personas se han visto movidas a pensar que la eucaristía -como alguien cierta vez me lo explicó- es la remoción de una suerte de velo, tras el cual aparece Jesús sobre la cruz, de manera exacta a como estuvo originalmente; y uno está presente junto a él. Esto no es teológicamente correcto. Tenemos que distinguir lo que constituye el cuerpo de Cristo en la eucaristía. No es el cuerpo en la cruz sino el cuerpo de la resurrección. Él está presente en su cuerpo espiritual, en el cuerpo de la resurrección, el cual no está presente en el tiempo ni el espacio, ni tampoco está condicionado de forma alguna sino que es totalmente uno con Dios.

Lo que nosotros experimentamos en la eucaristía, a través de la densa materia del pan y el vino, es nuestra apertura a la presencia real de Jesús en su cuerpo espiritual, siendo uno con el Padre y el Espíritu Santo. Los católicos tienden a pensar que es sólo en el pan y el vino que Jesús está realmente presente, y es por eso que lo más importante es que tomen la comunión con mucha frecuencia, de tal manera que puedan experimentar la presencia auténtica de Jesús. Pero Jesús está presente en el Espíritu por todas partes. En toda esta creación, Jesús está presente en cada grano de arena, en cada partícula y subpartícula que existe. En cierta ocasión, santo Tomás de Aquino se preguntó: “¿De qué manera Dios está presente en la creación?”. Y dijo:

Primero, él está en todas las cosas por su poder; él sostiene a todas las cosas por la palabra que emana de su poder [...] Él no está presente en su poder de manera distante porque no hay distancia en Dios; por consiguiente, él está en todas las cosas mediante su presencia. Pero él no está presente en todas las cosas mediante una parte de sí porque no hay partes en Dios; él está presente por medio de su esencia.

Por lo tanto, la esencia de Dios, la Santísima Trinidad, Cristo en su cuerpo espiritual, está plenamente presente en cada partícula de materia. El universo entero está en Cristo, en Dios. Nosotros vemos el velo de la materia, pero la realidad del cuerpo de Cristo siempre está en Dios y siempre está presente en todas partes.

En la eucaristía hay una forma particular de la presencia de Cristo, pues Jesús quiso aproximarse a sus discípulos. Las personas necesitan un signo de su presencia. El Espíritu Santo no tiene ningún signo, pero Jesús quiso darnos un signo de su presencia; así que tomó el pan y el vino, alimento y bebida comunes, y se hizo presente a sus discípulos bajo estos signos. Puedes guardar ese pan y vino en el tabernáculo y venerar allí su presencia, pero en ningún momento debes olvidar que él está presente en todas partes. Él está presente en todo ser humano; todo ser humano está hecho a imagen de Dios. Más allá de nuestro cuerpo denso está la presencia oculta del propio Dios, en todo ser humano; encontramos a Dios en toda persona. Por lo tanto, en la eucaristía Jesús está presente de una forma particular, bajo una forma muy humilde. Nosotros necesitamos tocar, saborear y sentir, por eso él se hace presente en aquella forma particular para beneficio nuestro.

Hay una hermosa tradición hindú que dice que el avatara, o dios, realmente está presente en la imagen del templo.  Lokacharya, un teólogo tamil del s. XIV, dice:

Dios, que es invisible, se hace visible en la imagen del templo. Dios, que está más allá de nosotros, se hace próximo a nosotros. Dios, que no puede ser comprendido, se hace comprensible. Dios, que no puede ser tocado, se hace perceptible.

Esta es una presencia sacramental. Es profundamente significativa, pero el propio Dios no se limita a la imagen ni se limita a la eucaristía.

Esta es la razón por la que digo que no deberíamos centrarnos en la eucaristía como si no pudiésemos hacer nada sin ella. En los tiempos de san Benito, los monjes no celebraban la misa; solo la tenían los domingos y días de fiesta. La palabra “misa” proviene del latín missa que se encuentra en la expresión: ite missa est, al final de la celebración eucarística; y la misma significa: “Ve, te despido”. Es una despedida, pero por alguna razón esta despedida fue tomada para señalar a toda la eucaristía. En la regla de san Benito hay una mención frecuente de la palabra missa, pero se ha descubierto que no se refieren a la eucaristía sino que se trataban de ceremonias de oración. Después de las ceremonias normales de oración había una despedida: la missa.

San Benito no era sacerdote y todos sus monjes fueron personas laicas. El movimiento monacal era un movimiento laico. En el tiempo de san Benito los monjes resolvieron evitar dos tipos de personas: los obispos y las mujeres; y eso porque un obispo intentaría convertirlos en sacerdotes y una mujer intentaría convencerlos de que se casen. El monje no era sacerdote, era un miembro de la comunidad laica. Hoy en día, cada vez más y más va creciendo el movimiento en favor de comunidades laicas. Todos sentimos que nuestras comunidades religiosas son demasiadas estructuradas; estamos limitados por tantas reglas que ellas se tornan una grave limitación después de algún tiempo. Me he encontrado con muchas hermanas y hermanos que sienten lo mismo. La comunidad religiosa es una institución que tiene sus reglas y constituciones y nosotros nos vemos totalmente limitados por éstas. Perdemos nuestra libertad interior. Thomas Merton se dedicó a la búsqueda de libertad estando dentro del rígido sistema cisterciense, lo hizo a través de la superación de sus limitaciones y de la apertura. Y éso es lo que esperamos hacer en la actualidad: abrir estas estructuras, porque una comunidad religiosa está propuesta para ser una comunidad de amor. Puede que necesites de algunas reglas y de guías, pero es al amor espontáneo a lo que estamos llamados, al hecho de compartir en el amor a Dios.

En la actualidad, las personas buscan comunidades laicas: hombres y mujeres, ya sea sin pareja o casados, viven juntos y dedicados a Dios y a la comunidad. Las comunidades laicas en América del Sur son un modelo de esto. Tales grupos mantienen contacto con el sacerdote de la parroquia y con el obispo, pero organizan sus propias comunidades: reflexionan sobre sus vidas, leen las escrituras y celebran la eucaristía; invitan al sacerdote pero éste sólo está allí para servirlos. Viven con el objetivo de dedicar sus vidas enteras a Dios: económica, social y políticamente.  Este es, en verdad, el modelo de la Iglesia de hoy.

Por eso digo que no debemos hacer demasiado énfasis en la eucaristía. Es muy valiosa. Es un sacramento, un gran signo de la presencia de Jesús, pero él está presente de muchas otras formas; y si nos adherimos tan sólo a la eucaristía, perdemos la capacidad de abrirnos a su presencia en todas partes. Jesús también está presente en los no-católicos y los no-cristianos. Muchas personas consideran que Jesús solo está entre nosotros y que todas aquellas otras personas están afuera. Sin embargo, Jesús está presente en todo ser humano que está abierto a la gracia, abierto al amor. Muchos católicos y protestantes de hoy sostienen que uno no puede salvarse a menos que crea en Jesucristo. Es bastante obvio que esto no tiene ningún sentido, ya que la inmensa mayoría de la humanidad siempre ha estado completamente fuera de la Iglesia; ella nunca ha oído hablar de Jesucristo. Los aborígenes australianos han existido durante 40 mil años en Australia, ¿y qué ha estado haciendo Dios con ellos durante todo ese tiempo? Ellos nunca habían oído hablar de Jesucristo sino hasta hace apenas unos 100 años.

Jesús murió por toda la humanidad; y la gracia de Cristo y del Espíritu Santo se ofrece a todo ser humano, desde el principio hasta el fin del mundo. Aun cuando no tengas una religión, dondequiera que des muestra de amor, bondad, generosidad y amistad, verás los efectos de la gracia divina en ti. Y si tienes una religión, si eres hindú, budista, musulmán o de cualquier otra tradición, la gracia de Dios en Cristo viene a ti a través del Espíritu Santo presente en esa religión. Todos estamos compartiendo esta gracia de Dios, y un cristiano dirá que es precisamente la muerte y resurrección de Cristo -su sacrificio de puro amor por el mundo- lo que posibilita que esa gracia esté presente en toda la humanidad. Pero esta gracia puede ser totalmente invisible.

La Iglesia es el sacramento de Cristo. Un sacramento es un signo: la Iglesia entera, su jerarquía, sacramentos, doctrinas y leyes, son todos signos de este misterio divino que es el propio Cristo. Pero más allá de todos los signos y palabras está la realidad. De hecho, si me preguntasen: “¿Cuál es la realidad de la Iglesia católica?”, yo diría que es la comunión de los discípulos de Cristo, los cuales participan a través del Espíritu Santo -como hijos del Padre- de la vida de la Trinidad. Ésta es la esencia de la Iglesia, esta comunión de personas que comparten el amor de Dios que se revela en Cristo. La comunión en el amor es el significado último de la Iglesia; donde hay comunión en el amor, hay Iglesia.

Como cristianos, y particularmente como católicos, debemos valorar los sacramentos. Estos tienen un lugar muy importante en nuestras vidas. Y también las doctrinas de la Iglesia y la jerarquía; todos tienen su lugar. Pero ésta es una Iglesia sacramental. La Iglesia institucional es un sacramento, un signo de la presencia de Dios. Todos los dogmas de la Iglesia son signos. El misterio divino no puede expresarse con toda propiedad mediante palabras o conceptos. Ninguna palabra es adecuada para describirlo. Lo mejor que las palabras pueden hacer es apuntar hacia este misterio que está más allá de toda expresión humana.

Debemos ir más allá de los signos sacramentales e incluso más allá del signo de Cristo. El propio Jesús es el sacramento de Dios. La naturaleza humana de Jesús, su vida, muerte y resurrección son el signo de la presencia de Dios en la tierra. Nosotros tenemos que ir más allá de la humanidad de Jesús, tenemos que ir hacia la propia divinidad, pues Dios mismo está más allá de tales signos. Dios no se limita a la eucaristía, a la Iglesia o a Jesús en su existencia humana; él transciende todas las palabras, pensamientos y signos.

La meditación es un arte por medio del cual buscamos ir más allá del cuerpo y de los sentidos. Primero intentamos calmar el cuerpo -a través de la práctica del yoga si es necesario- y luego buscamos calmar los sentidos. No suprimimos los sentidos sino que aprendemos a armonizarlos para que el cuerpo esté en paz. Después tenemos que enfrentar a la mente, pues ella vaga por todas partes; tenemos que armonizarla. Y de forma similar, no suprimimos a la mente ni la complacemos sino que intentamos traerla a la quietud y a la unidad, a menudo usando un mantra. En la tradición hindú se sostiene que la mente tiene que ser ekegraha, “fija en un solo punto”. Luego de recorrer los sentidos, los pensamientos y los sentimientos, tenemos que centrarnos en un único punto. Y a ese punto nos dirigimos, más allá del cuerpo y de la mente, y allí encontramos a la realidad divina.

En la meditación experimentamos lo divino de manera directa. Indirectamente, lo necesitamos en los sacramentos y en el mundo; pero directa e inmediatamente encontramos a Cristo siendo Dios en esta experiencia interna del corazón. Esto es contemplación. En la tradición cristiana la meditación es discursiva, pero la contemplación es el punto en donde la persona humana se abre a lo divino.  
 
En la contemplación llevamos la mente al punto de la quietud, es entonces que Dios puede entrar y tomar posesión de nosotros. Es entonces que nos encontramos con una realidad absoluta. En la muerte nos enfrentamos a esta realidad, por lo que en la meditación buscamos entrar en el silencio -que es como la muerte de uno mismo- y experimentar el misterio oculto.

Esta es la función de un ashram, permitirles a las personas poder descubrir el misterio oculto más allá de este mundo. La Iglesia, el mundo, la humanidad toda está en búsqueda de Dios, y es yendo más allá de todas las limitaciones que entramos en la presencia divina. Dios está llamándonos. Dios está presente en todas partes si los seres humanos son capaces de salir de su estrechez, de su egoísmo y de sus limitaciones para dirigirse hacia él. Este es el significado y propósito de la vida humana. 

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The Ashram and the Eucharist, The Bede Griffiths Sangha Newsletter, vol 4 N°2, Junio 2001, pp. 2-4.

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- Sat-sanga con el P. Bede Griffiths.
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