13.11.15


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9.11.15



Reflexiones junto al solitario de la Torre Bollingen.

por Vāyu-sakha.


Et quærebam unde malum et non erat exitus.
Y buscaba de dónde proviene el mal y no encontraba solución.

Confeſſionum, XVII.7.11.


Carl Jung fue un hombre de espíritu renacentista. Y a través de un recorrido por diversas disciplinas, trató de entender las raíces de una desapercibida presencia global que emergió para dañar cada vez más a la sociedad: el mal.  

Mientras leía Últimos pensamientos, el capítulo final de su obra autobiográfica, decidí explorar parte del mismo -sin rebasar demasiado sus límites inmediatos- a fin de delinear las impresiones que me causara [1]. Se trata de una lectura netamente personal, ya que encuentro en la teoría clásica de Jung ciertos aspectos que me resultan interesantes y me impulsan hacia la reflexión; como en este caso.

La paradoja cristiana: el mal existe sin existencia.

En relación al mal, Jung divide al mito cristiano en tres grandes momentos. En el primero, la divinidad dio lugar a la serpiente: su propia sombra, la causante de la expulsión de Adán y Eva [2]; en el segundo, acaeció la caída de los ángeles: el ingreso de la sombra -y demás contenidos inconscientes- a la región humana; y en el tercero, ocurrió la encarnación de la divinidad, por medio de la cual ésta erradicó su sombra de sí misma y pasó a convertirse en el summum bonum o bien supremo de sus elegidos, libre de toda mácula del mal.

Más tarde, a partir del s. XI, el mito del cristianismo gradualmente comenzará a decaer para dar creciente lugar a la desestabilizadora racionalidad del antropocentrismo moderno. La plenitud humana ya no será un estado arraigado en un horizonte mítico y ultramundano, sino tan solo en la inmediatez racional y tangible. A pesar de estos sucesos, el cristianismo continuará haciendo uso de incompletas explicaciones teológicas para negar un principio que desde comienzos del s. XX se le viene presentando de manera frontal, drástica e irrevocable: la existencia del mal. Las enseñanzas sobre la privatio boni –manifiestas desde las primeras lecciones origenistas del s. III- ya no pueden sustentarse [3]. Es necesario aprender a convivir con tal principio de maldad que vino para quedarse. Y para extenderse.

Jung posee su debido sitial de observación: la emergente psicología. Aunque tocó temas de la teología en los que resultó confuso y hasta controversial, en repetidas ocasiones expresó que de ninguna manera pretendía adentrarse al terreno propio de la metafísica cristiana [4]. Lo cual no le impedía, por supuesto, interpelarla desde su sitial; si bien hay argumentos que no parecieran estar exentos de sesgos cognitivos y que responden más a un fuerte conflicto interno antes que a una auténtica búsqueda de la verdad. Al margen de este punto, es a partir de sus propias afirmaciones que su teoría queda situada en un estadio intermedio entre la consciencia inmediata del individuo y su espiritualidad más profunda.  

Basándose en los hallazgos de su labor profesional y siendo consciente de los acontecimientos y consecuencias de las dos Guerras Mundiales, Jung buscaba que se aceptase la existencia o realidad del mal en la dimensión psíquica del ser humano; en particular de la del hombre occidental. Yendo tras la posible génesis del mal, en su recorrido por la primitiva literatura cristiana encontró, sin embargo, que ésta sólo lo admitía como privatio boni: como ausencia del bien, negándole toda existencia propia.

El tema es ciertamente amplio, por lo que aquí solo esbozaré la manera en que admito las ideas de Jung en general. Para hacerlo, tomaré como base unas palabras de Diadoco de Fótice († c. 500), las cuales componen la tercera de sus centurias en su Kephalaia Gnōstika [5].

Tò χaχòν oὔτe ὲν φὑσει ἑστίν oὔτe μήν φὑσει τίς ἑστι χaχός χaχòν γἁρ τι ὁ θεὸς οὐχ ἐποἱησεν. Ὃτε δἐ ἐν τῇ ἐπιθυμίᾳ  τῆς χαρδίας εἰς εἶδός τις φέρει τὸ οὐχ ὂν ἐν οὐσία, τότε ἄρχεται εἶναι, ὃπερ ἂ ὁ τοῦτο ποιῶν θέλοι. Δεῖ οὖν ἀεὶ τῇ ἐπιμελείᾳ τῆς μνήμης τοῦ θεοῦ ἀμελεῖν τῆς ἕξεως τοῦ χaχοῦ δυνατωτέρα γἁρ ἑστιν ἡ φύσις τοῦ χαλοῦ τῆς ἕξεως τοῦ χαχοῦ,  ἐπειδὴ  τὸ μὲν  ἔστίν, τὸ δὲ οὐχ ἔστίν, εἰ μὴ μόνον ἐν τῷ πράττεσθαι.

Ni el mal existe en la naturaleza ni nadie es malo por naturaleza. Pues Dios no ha hecho nada que sea malo. Sin embargo, cuando en su corazón alguien desea intensamente una cosa, genera la aparición (εἶδός) de lo que no existe (οὐχ οὐσία); y entonces comienza a existir (εἶναι) aquella cosa que la persona genera con su deseo. Por lo tanto, es preciso cuidar siempre el recuerdo de Dios y ser indiferentes al hábito del mal; pues la naturaleza de lo bueno es más fuerte que el hábito del mal, ya que aquel existe (ἔστίν) y éste no existe (οὐχ ἔστίν) sino solo cuando se lo realiza. 

En esta centuria, Diadoco distingue tres niveles de existencia: la naturaleza última, el corazón del hombre y los actos concretos. En el nivel ontológico, el mal no existe, pues carece de οὐσία | ousía – sustancia, esencia (reservada solo a la Trinidad); en la interioridad del ser humano, el mal es real y existe solo como εἶδός | eidos – forma, aparición, manifestación internamente perceptible; y en la experiencia inmediata, el mal es mucho más real porque es el individuo quien despliega su existencia en el concreto mundo de los sentidos. Es por esto que se dice correctamente que el bien existe: ἔστίν | estin; y que el mal no existe: οὐχ ἔστίν | ouk estin. O dicho de manera paradójica: el mal existe sin existencia.

En otra de sus centurias, en la 83, Diadoco dirá que en el corazón del hombre pueden generarse dos tipos de maldad: la propia y la inducida por los demonios. La primera no pertenece a su naturaleza sino que es resultado del recuerdo impreso en el alma de la primera mentira expresada por Satanás. En la segunda, los demonios siembran -en el fértil terreno del hábito a lo que no es bueno- diversas semillas de maldad por medio de sutiles pensamientos (πνευμάτων λογισμῶν – pneumatōn logismōn) que van depositando en el corazón.

De esta manera, Diadoco niega la existencia última del mal. Pero acepta su realidad tanto a nivel interno: como una interacción entre los eidos personales y los logismoi provenientes de entes con capacidad de influjo intrapsíquico; como a nivel externo: como la puesta en práctica de la conjunción de tales creaciones. Admite, además, que desconoce (οὐχ οἴδαμεν – ouk oidamen) la manera exacta en que se da esta forma de intercambio entre la psiquis (ψυχήν - psykēn) y el organismo (σώματος -sōmatos). 

Desde una perspectiva moderna, ¿no corresponderían estos hechos a la ocupación de la psicología analítica, en especial a una con decidida orientación cristiana? Es en este territorio intermedio entre la consciencia inmediata y la elevada espiritualidad, que ciertos aspectos de la teoría de Jung me resultan admisibles y de posible provecho.

En la ética elusiva, el mal es creativo.

Jung pasa luego al nivel ético. Y considera necesario un cambio de consciencia en el individuo, de tal manera que éste no sucumba ante el mal ni tampoco ante el bien. Pues si se deslizara sin más hacia cualquiera de estos polos, ya determinados socialmente, anularía la característica inherente de su condición moral. La ética no consiste en dos polos antagónicos; el bien y el mal son partes complementarias de una sola totalidad paradójica. 

Esta metanoia que Jung pretende, implica que el individuo haga uso de su capacidad de discernimiento y libre elección; o de su autoconocimiento, como dirá más adelante. De esta forma, antes de resolverse por una opción, el individuo habrá logrado sopesar primero aquella unidad de los opuestos presente dentro de sí, en su dimensión psíquica.  

De acuerdo a Jung, el bien y el mal han dejado de ser autoevidentes. De ahí que el individuo continuamente tenga que establecer juicios, sustentándose siempre en su código moral vigente y sabiéndose proclive a cometer errores. En determinadas ocasiones (alemán unter Umständen), sin embargo, se verá enfrentado a encrucijadas que irremediablemente habrá de resolver bajo un criterio por completo subjetivo [6]. En tales momentos, habrá de involucrarse íntegramente en el acto ético creativo. Y cualquiera sea su resolución, la misma no estará exenta de sus correspondientes repercusiones psicológicas.

Estas afirmaciones resultan muy sensatas y oportunas. Pues en la actualidad, sobre todo en los espacios interculturales, es cada vez más evidente que la realidad no es nada dicotómica; existe toda una vasta gama de grises que la constituyen [6]. Las leyes morales, elaboradas en gran medida a partir de patrones bitonales y antagónicos, no pueden abarcar ni prever todos los matices de esta compleja realidad. Quien se rija inflexiblemente por el antagonismo que aún pervive en tales patrones, sin duda se predestinará a cometer actos propios del extremo que no acepta. Por consiguiente, es preciso aprender a distinguir entre las varias tonalidades existentes. Y dentro de este contexto, la idea de un ocasional acto ético creativo merece la bienvenida.  

Ahora bien, ¿quién está realmente capacitado para este acto? La idea de un juicio moral bajo un principio subjetivo, conlleva a relativizar la esfera misma de vincularidad del individuo, la cual –desde su nivel religioso hasta el más ampliamente cultural- establece las bases de su identidad en medio de la sociedad. En la medida en que tal individuo cuestione o se desligue de esta raíz identitaria, habrá de soportar el correspondiente juicio y condena social; con toda la carga psíquica que ello implica. Sin duda, aquel que pueda hacerlo será un individuo enfrentado al colectivo; la fuerza de su fidelidad intrasubjetiva estará desafiando al poder de la alianza intersubjetiva. Por consiguiente, ¿quién será capaz de sondear, de manera objetiva, los inseguros fundamentos (al. unsicher die Grundlage ist) de su instituido código moral para dar lugar a una conducta de ética creativa? A esta idea habrá que evaluarla, además, sumándole el peso de la cotidianeidad que ahora veremos.

Jung pareciera, luego, algo molesto por la presencia de autoridades morales (¿eclesiales?) excesivamente idealistas, por un sistema educativo deficiente (en relación al autoconocimiento, que mencionará después) y por la acentuada aprensión humana, todos los cuales impiden que la mayoría de los individuos se atrevan a ejercer los criterios éticos que surgen desde su experiencia personal. Aunque es comprensible la disconformidad de Jung con el establishment y la conducta media de los ciudadanos de su tiempo, ¿no habrá idealizado demasiado su expectativa reformadora? ¿Se habrá detenido a considerar lo que implicaría una comunidad de individuos de moral subjetiva?, si es que éstos fuesen capaces de conformarla, claro. Pues, ¿a quién le gustaría recibir un mal debido a la sola certeza de ser un bien por parte de quien se lo concede?

A menos que uno desee engañarse: en el terreno práctico y cotidiano de la actualidad, es evidente que solo una minoría idealiza en sobremanera algún tipo de código moral o ética profesional, muchos menos una norma religiosa. En general, sin alejarse demasiado de las delimitaciones que son más graves, cada quien aplica con astucia sus propias valoraciones y juicios de forma negativa; es decir, carentes del autoconocimiento y pautas psicológicas que a Jung le habría gustado exigirles, y que mencionará a continuación. Esta tendencia se ve perfectamente condensada en la expresión latina: Inventa lege, inventa fraude; más aclamada popularmente como: “Hecha la ley, hecha la trampa”. ¿Previó Jung esta naturalizada inclinación popular hacia las tonalidades grises de la moral con un agudo espíritu mómico?

¿De qué trata la ética mómica? De una ética elusiva en la que el mal es creativo. Pues Momo no es un trickster; mucho menos es Mercurio. Es posible que la ocasional –y no frecuente- decisión moral de carácter subjetivo contenga un tono lúdico, pero el placer del Momo es la continua sátira e inculpación de las autoridades, normas y ciudadanos morales para así mantener su irregular conducta. 

Entonces, si soy satíricamente autárquico, ¿cómo reconocer a esta sombra dentro de mí mismo y alcanzar la certeza de un ethische Entscheidung zu einer subjektiven schöpferischen Tat, de una decisión ética a partir de un subjetivo acto de creatividad?

La autoexploración terapéutica: un teatro de sombras.

Jung menciona luego la necesidad del autoconocimiento. Los pocos individuos que quieran hallar respuesta al problema del mal habrán de recurrir al conocimiento de sí mismos de manera plena, registrando tanto el bien como el mal que los conforma, sabiendo que el primero es tan real como el segundo. Se trata de un proceso difícil, ya que requiere acercarse al centro mismo de la naturaleza humana, lugar en donde habita la sombra. Ella forma parte del conjunto de factores inconscientes que rigen las decisiones éticas de la consciencia y que son esencialmente esquivos a la razón.

Para Jung, entonces, el mal es constitutivo del ser humano. Pero ya que no habla en términos ontológicos, sería mejor decir que: el mal es constitutivo de la dimensión psíquica del ser humano. Aun cuando solo sea ínfimamente potencial, el mal dentro de uno mismo es real. Por eso el autoconocimiento no es nada fácil, pues conduce al reconocimiento primero de la sombra individual. Pero la regencia e influencia de la sombra sobre las decisiones éticas conscientes, pareciera demasiado pronunciada, parcial e imprecisa en Jung. ¿No serían necesarios conceptos cualificadores y armonizadores al respecto? Pues, desde la perspectiva cristiana, los estadios claramente espirituales se ven regidos por una luminosa fuerza superior, numinosa. La tradición cristiana alienta el acceso a estos estadios y asegura incluso la iniciativa que toman los agentes presentes dentro de los mismos, quienes vienen en auxilio de la interioridad del individuo.

Además del autoconocimiento, Jung considera imprescindible la “ciencia de la psicología. Si bien podemos justificar la efusividad o confianza de Jung en su inaugural disciplina, ¿hasta qué punto la psicología actual es una ciencia? Sumida en el cenagal de su fragmentación y hasta con secciones innegablemente acientíficas, ¿cuál de sus múltiples ramas podría conceder lo que Jung con buena fe pretendiera? ¿Serían solo las varias escuelas que mantienen su legado? ¿Sería solo la escuela clásica que preserva su teoría o se incluiría también la de orientación transpersonal que la tensa in extremis?

De vuelta al terreno práctico de la posmodernidad, es posible observar en él un entramado de legalidad muchas veces ambivalente y de moral cada vez más relativista, en donde la torpe transgresión per se fácilmente se confunde con el sapiente paso hacia la trascendencia; en donde la primera es causa de hybris (orgullo) y la segunda de aiskynē (vergüenza). En este contexto, la autoexploración, bajo múltiples formas de terapia con marca registrada, pareciera transformar la sombra –según lo conciba cada una de ellas- en simple objeto de transacción, de ostentación, de pasatiempo o de rápida integración. Por lo tanto, si es que la teoría de Jung no ha sido devorada ya por su rapaz apetito, ¿hasta qué punto puede librar al individuo de ser engullido por el espíritu mómico del mal? [8].   

La posible restitución psíquica del mito cristiano.    

Jung considera que parte del mundo se halla dividido en dos: los cristianos con un mito incompleto y diestros en agitar el dedo contra el mal presente en los demás (Mt. 7:3-4); y los seglares con una racionalidad dominante y expertos en invisibilizar ese mismo mal. Sin embargo, a pesar de su trazado crítico sobre el segundo eón, Jung reconoce la vitalidad, potencialidad y complejidad todavía alojadas en lo que concibe como el antiguo mito cristiano. Su cita del texto evangélico de Mt. 10:16, apunta a ese contenido, a esa latente unidad paradójica que tanto reclama: la coexistencia del bien y el mal. La restitución de ese mito, a su entender, podría responder a la pregunta gnóstica que todavía resuena: “¿De dónde proviene el mal?”; podría consolar al alma del hombre y podría evitar futuras desgracias en este mundo. Todo lo cual, por supuesto, es muy valioso.

Lamentablemente, hay mucho de cierto en lo que dice Jung. Pues tanto los cristianos ultraconservadores como los seglares fundamentalistas, los unos anulando la fe en la religión y los otros reforzando la confianza en la sola ciencia, nos aseguran en la actualidad un mundo totalmente desencantado. Lo cual explica un hecho todavía peor: el denodado esfuerzo que se realiza por su falso reencantamiento. Como sea, la falta de totalidad en el mito a la que se refiere Jung es solo a nivel psíquico, no metafísico. Y el versículo evangélico que utiliza, marca la pauta conductual -o norma ética- que Cristo les indica a sus seguidores para su paso por este mundo, pues su fe en la absoluta paradoja de la cruz concentrará sobre ellos el rechazo de los miembros de la sociedad; no implica que la dualidad de la imagen deba prolongarse hasta la región más elevada.

“¿De dónde proviene el mal?”. La respuesta del cristianismo está esbozada en la mencionada centuria de Diadoco: es posible abordar el mal a nivel físico, moral y metafísico [9]. Y quizás alguna vez se logre desarrollarla a nivel psicológico, en armonía con los otros tres niveles. Dentro de la esfera metafísica, la génesis de todo cuanto existe halla una lógica satisfactoria que finalmente hunde sus raíces en una dimensión infinita, en una que requiere de una mirada especial para poder contemplarla: el insondable reino de la fe.

“¿De dónde proviene el mal?”. Jung dirá que el Creador es una totalidad divina que contiene tanto al bien como al mal; y que así también lo es su más preciada criatura: el ser humano [10]. Es así como condensa su respuesta y da por resuelto uno de los mayores misterios de la existencia humana. Sin embargo, se trata de una concepción que se limita a su esfera profesional. Jung pretendía del cristianismo una concisa definición racional para una inabarcable realidad espiritual, una definición reveladora para un hombre carente de fe; o con una fe atormentada. ¿Por qué un autodefinido empirista, marginado como místico por los científicos y como gnóstico por los creyentes, le reclamaba con insistencia certezas sobre el mal al cristianismo? ¿A qué obedece su necesidad revisionista de la teología, de subjetivismo ético, de autoafirmación profesional, de distanciamiento social y de experiencias psíquicas de connotación sui generis? ¿No se trata, al fin, del hybris como sutil impronta?

Ergo noli quærere intellegere ut credas, ſed crede ut intellegas | “Por lo tanto, no busques comprender para creer sino cree para que comprendas”, le habría aconsejado Agustín [11].  

Consideraciones finales.

A través de una parte de su texto autobiográfico, Carl Jung se esfuerza por recordarnos la reveladora existencia del mal a nivel interno y su inevitable correlación con la exterioridad. Dado que para alcanzar el mundo concreto el mal requiere del accionar del individuo, Jung considera que el autoconocimiento propiciado por la psicología puede ayudarle a éste a reconocer la contraparte del bien dentro de sí; de tal manera que lo haga antes de que el mal irrumpa y despliegue su poder de destrucción sobre su propia psiquis y sobre su entorno. Sin embargo, en su generosa oferta Jung subestima la capacidad insidiosa del mal, pues le otorga poca atención a la esfera de vincularidad y acentúa el potencial contrario; favoreciendo así los aspectos negativos del individualismo, según ha sucedido.

Aunque no es una línea que destaque en el mainstream de la psicología actual, la teoría de Jung sigue vigente. Y en vistas de las particularidades del presente contexto psicosocial, la práctica del autoconocimiento debiera precaverse de las astutas maniobras de Momo, manifiesto incluso bajo el atractivo ropaje de la espiritualidad posmoderna. Precisamente, para prevenir este peligro, quizás algunos de sus seguidores puedan integrar en sí aspectos más profundos de la milenaria tradición cristiana. Pues, después de todo, aun con la restitución del mito psicológico, el alma continuará intranquila hasta que escuche por sí misma las sublimes palabras del Cristo vivo.


1. Jung, C. (2001). Recuerdos, sueños, pensamientos. Seix Barral: Barcelona, pp. 383-390 y ss. El original, Erinnerungen, Träeume, Gedanken, fue transcrito y editado por la analista Aniela Jaffé, edit. Walter Verlag: Zúrich, 1971; y dentro de la controversia suscitada en torno a esta obra, se admite la clara autoría de Jung –ya octogenario- de los tres primeros capítulos y del que exploro aquí.

2. Según Jung: “La sombra personifica todo lo que el sujeto se rehúsa a reconocer de sí mismo pero que siempre está impeliéndolo de manera directa o indirecta; por ejemplo, los rasgos inferiores de su carácter y otras tendencias incompatibles”, ‘Psychological Aspects of the Mother Archetype’, en Collected Works, 9/1, § 513. Para más detalles, véase: Aión – Contribución a los simbolismo del sí-mismo, Paidós: Barcelona, 1996, pp. 245 y 279-280.

3. Se trata de un hecho que Jung aborda con más detalle en: Aión, op. cit. pp. 49-81.

4. Algunas de su afirmaciones al respecto se hallan a largo de Aión, op. cit.; y algunas otras son: “Todas mis afirmaciones, descubrimientos, etc., no tienen la más remota conexión con la teología sino que son, como ya lo he dicho, solo aseveraciones sobre hechos psicológicos”, carta a Josef Goldbrunner del 08 de febrero de 1941, Letters of Carl G. Jung: Volume I, 1906-1950, p. 294, edic. de G. Adler y A. Jaffé (1973); “El tema del bien y el mal, en lo que a mí respecta, no tiene nada que ver con la metafísica; es sólo una preocupación desde la psicología. No hago afirmaciones metafísicas […]”, carta a Víctor White del 31 de diciembre de 1949, ibid. pp. 539-541.

5. Dentro del corpus de J.P. Migne se halla solo la versión latina, traducida por Francisco Turriano, s.j. (1584): Capita centum de perfectione ſpirituali. PG 065, col. 1168.

6. Para apoyar su idea de superación de la dualidad moral, Jung se sirve del término sánscrito: neti-neti – ni esto ni aquello. Sin embargo, el mismo corresponde a la dimensión ontológica; no se ajusta a su perspectiva psicológica sobre la ética del individuo. La cita proviene del Bhadārayaka-upaniad 2.3.6, que más adelante (5.2.3) establece los tres pilares éticos del yogi, conocidos como los tres da: dama (autocontrol), dāna (donación) y dayā (compasión).

7. Quizás parezca fuera de lugar, pero para refrescar nuestra noción de gama, veamos que la colorimetría computacional normalmente utiliza 256 intensidades de grises; y se estima que el ojo humano puede percibir entre 700-900 de tales sombras. ¿Cuánta diversidad existe en las múltiples situaciones humanas que exigen nuestras más delicadas valoraciones y juicios morales?

8. La desviación ética que perturbó al legado de Jung es innegable: “Del lado adeudado, se halla también la aparente inhabilidad de nuestra particular rama de la profesión psicoterapéutica para convencer al más vasto público de que los analistas junguianos no cometen más faltas sexuales que las que cometen los miembros de alguna otra escuela de psicoterapia [en particular los freudianos]. Hace 25 años, las indebidas conductas sexuales eran un claro problema en el análisis junguiano. Pero ahora hemos puesto la casa en orden”, Samuels A. (1998). “Will the post-Jungians survive?”, en Post-Jungians Today – Key papers in contemporary analytical psychology. Routledge: New York, p. 16. Aquella vieja amenaza, ¿no podría haber asumido ahora otro rol de carácter mómico? En la Argentina, por cierto, una autoevaluación tan sincera sería poco posible. Aunque aquí la escuela de Jung nunca destacó como fuerza académica; apenas ha logrado ser parte de los seminarios de extensión dentro de la Universidad de Buenos Aires. Y en el caso de la instituida por su colega, Sigmund Freud, es curioso que su impronta de alguna manera generara que sus discípulas argentinas –valga el genérico femenino dado el alto porcentaje de su prevalencia- regularmente propicien o se sometan a verdaderos “feudos” tendenciosos antes que a dignos centros de saber científico. Para más detalles, véase a: García L. (2009). “La disciplina que no es: los déficit en la formación del psicólogo argentino”. Revista Psiciencia, vol. 1, núm. 2.

9. Véase al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica, 309-324 [+] y 385-421 [+].

10. Wie der Schöpfer ganz ist, so soll auch sein Geschöpf, also sein Sohn, ganz sein. “Tal como el Creador es una totalidad, así también su criatura –y por lo tanto su hijo- tiene que ser una totalidad”. La manera en que lo expresa sugiere la posibilidad de que también lo haya tomado del Bhadārayaka-upaniad (5.1.1), en donde se dice: pūrātpūramudacyate, la fuente de plenitud da lugar a emanaciones igualmente plenas. Si fuese así, nuevamente toma un principio ontológico para ajustarlo a su mirada psicológica. Lo cual hace con frecuencia con la herencia cristiana.

11. In evangelium Ioannis tractatus centum viginti quatuor, XXIX.6. PL 035.   


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26.10.15






























Encuentro con los participantes de la peregrinación del Pueblo Gitano.

Discurso del Santo Padre Francisco.

Aula Pablo VI.

Lunes 26 de octubre de 2015.


¡Queridos hermanos y hermanas!

Les doy la bienvenida y los saludo a todos de manera cordial. Agradezco al cardenal Antonio María Vegliò por sus palabras [introductorias] y por la organización de este evento en colaboración con la Fundación Migrantes de la Conferencia Episcopal Italiana, con la Secretaría de Migrantes de la Diócesis de Roma y con la Comunidad de San Egidio.

Queridos amigos gitanos: ¡O Del si tumentsa! [¡El Señor esté con ustedes!].

Muchos de ustedes vienen de lejos y han realizado un largo viaje para llegar aquí. ¡Sean bienvenidos! Gracias por haber deseado que conmemoremos juntos el histórico encuentro del beato Pablo VI con el pueblo nómade. Han pasado cincuenta años desde que él fuera a visitarlos al campamento de Pomezia. Con generosidad paternal, el Papa les dijo a sus abuelos y padres: “En donde ustedes se detienen, son considerados inoportunos y extraños […] Aquí no. […aquí] encontrarán a quien los quiera, los estime, los aprecie y los asista” (Insegnamenti III [1965], 491). Con estas palabras, él instó a la Iglesia al compromiso pastoral con el pueblo de ustedes; alentándolos a ustedes –al  mismo tiempo- a que tengan confianza en ella. Desde aquel día a la fecha, hemos sido testigos de grandes cambios en el campo de la evangelización y en el de la promoción humana, social y cultural de su comunidad. Hemos escuchado al Dr. Peter Pollák [parlamentario esloveno de origen romaní] hablar sobre su experiencia y sobre la manera en que se ha de promocionar esta vía y continuar con ella.     

Un signo fuerte de la fe y el crecimiento espiritual de su etnia, es el creciente número de vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida consagrada. Hoy está aquí, con nosotros, el obispo Devprasad Ganava [de Udaipur, India], quien es hijo de su pueblo. A ustedes, queridos consagrados, sus hermanos y hermanas los miran con confianza y esperanza por el rol que desempeñan y por aquello que pueden hacer en el proceso de reconciliación dentro de la sociedad y la Iglesia. Ustedes son puente entre dos culturas, y por eso se les pide que sean siempre testimonio de la transparencia evangélica, para así favorecer el nacimiento, crecimiento y cuidado de nuevas vocaciones. Sepan ser compañía no solo en el camino espiritual, sino también en la simplicidad de la vida cotidiana, junto a todas sus dificultades, alegrías y preocupaciones.

Conozco la dificultad de su pueblo. Al visitar algunas de las parroquias romanas en las afueras de la ciudad, he podido escuchar de sus problemas, sus inquietudes, y he constatado que no solo interpelan a la Iglesia sino también a las autoridades locales. He podido observar las precarias condiciones en la que viven muchos de ustedes debido a la negligencia, a la falta de trabajo y de medios necesarios para la subsistencia. Esto contrasta con el derecho que tiene toda persona a una vida digna, a un trabajo digno, a la educación y a la atención sanitaria. El orden moral y social requiere que todo ser humano pueda disfrutar de sus derechos fundamentales y que se vea obligado a responder a sus propios deberes. Es sobre esta base que es posible construir una convivencia pacífica, en donde las diversas culturas y tradiciones pueden preservar sus respectivos valores no con una actitud de clausura y contraposición, sino de diálogo e integración. Ya no queremos asistir a tragedias familiares en donde los niños mueren de frío o bajo las llamas, o se convierten en objetos a manos de personas depravadas; en donde los jóvenes y las mujeres se ven envueltos en el tráfico de drogas o de seres humanos. Esto sucede porque a menudo caemos en la indiferencia y en la incapacidad de poder aceptar costumbres y formas de vida diferentes a la nuestra.

Deseo que su pueblo pueda dar inicio a una nueva historia, a una historia renovada. ¡Den vuelta a la página! Ha llegado el momento de erradicar los prejuicios seculares, los preconceptos y la mutua desconfianza, los cuales a menudo se encuentran en la base de la discriminación, del racismo y de la xenofobia. Nadie debe sentirse aislado, nadie está autorizado a pisotear la dignidad y los derechos de los demás. El espíritu de misericordia nos llama a luchar para que todos estos valores sean garantizados. Permitamos, por lo tanto, que el evangelio de la misericordia sacuda nuestras consciencias, que abra nuestros corazones y nuestras manos a los más necesitados y marginados; comenzando por aquellos que están más cerca. Los aliento, en primer lugar, a que en las ciudades de hoy -en las que se respira tanto individualismo- se comprometan a construir una periferia más humana, ligada por la fraternidad y por el compartir; tienen esta responsabilidad y es su tarea. Y ustedes pueden hacerlo si son, sobre todo, buenos cristianos; evitando todo aquello que no es digno de este nombre: la falsedad, el fraude, la estafa, los litigios. Ustedes cuentan con el ejemplo del beato Ceferino Jiménez Malla, hijo de su pueblo y quien se distinguió por sus virtudes, por su humildad y su honestidad, así como por su gran devoción a la Virgen, una devoción que lo condujo al martirio y a ser conocido como el “mártir del rosario”. Hoy lo propongo como modelo de vida y de religiosidad por el vínculo cultural y étnico que los une a ustedes con él.   

Queridos amigos, no les den a los medios de comunicación ni a la opinión pública ocasiones para que hablen mal de ustedes. Ustedes son los protagonistas de su presente y de su futuro. Al igual que todos los demás ciudadanos, pueden contribuir al bienestar y al progreso de la sociedad respetando sus leyes, cumpliendo con sus propios deberes e integrándose a ella a través de la emancipación de sus nuevas generaciones. Aquí, en esta aula, veo a muchos jóvenes y a muchos niños; ellos son el futuro de su pueblo y también de la sociedad en la que viven. Los niños son su tesoro más valioso. Hoy su cultura se encuentra en una fase de cambio, el desarrollo tecnológico hace que sus hijos sean cada vez más conscientes de su propia potencialidad y de su dignidad; ellos mismos sienten la necesidad de trabajar por la promoción humana de su persona y por la de su pueblo. Esto exige que se les asegure una adecuada instrucción escolar. Y esto tienen que reclamarlo: ¡es un derecho!

La educación es, sin duda, la base para un saludable desarrollo de la persona. Se nota que el bajo nivel de escolarización de muchos de sus jóvenes representa hoy el principal obstáculo para que accedan al mundo del trabajo. Sus hijos tienen el derecho de ir a la escuela, ¡no se los nieguen! ¡Sus hijos tienen el derecho de ir a la escuela! Y es importante que el estímulo hacia una mayor instrucción provenga de la familia, que parta de sus padres, que parta de sus abuelos; es tarea de los adultos asegura que los niños vayan a la escuela. El acceso a la enseñanza les permite a sus jóvenes convertirse en ciudadanos activos, participar en la vida política, social y económica en sus respectivos países.

A las instituciones civiles se les pide el compromiso de garantizar un adecuado curso formativo para los jóvenes gitanos; concediéndoles la posibilidad, a las familias que viven en condiciones más desfavorables, a que puedan beneficiarse de una apropiada inserción escolar y laboral. El proceso de integración sitúa a la sociedad ante el desafío de conocer la cultura, la historia y los valores de la población gitana. ¡Que su cultura y sus valores sean conocidos por todos!

En varias ocasiones, por parte de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI, se les ha asegurado a ustedes el afecto y el aliento de la Iglesia. Ahora, quisiera terminar citando las palabras del beato Pablo VI, quien afirmó: “En esta Iglesia ustedes no están al margen sino –en cierto modo- en el centro, están en el corazón. Ustedes están en el corazón de la Iglesia” (ibid., 491-492). Y en este corazón también está María, a quien veneran como la Virgen de los Gitanos y que ahora será coronada de nuevo para recordar el gesto que realizara el Papa Montini [Pablo VI] hace cincuenta años. A ella y al beato Ceferino los encomiendo a ustedes, a sus familias y a su futuro. Y por favor, les pido que recen por mí. Gracias.


Fuente: vatican.va

- El registro del evento fue alojado en Youtube. Para el discurso en sí, véase a partir del minuto 41:55. Y a partir del minuto 57:30 se observa la coronación de Amari Devleskeri Dej, de Nuestra Madre de Dios:


- Para leer el discurso de Pablo VI en 1965:



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25.10.15





















El ulular del nycticorax.

por Vāyu-sakha.

El nycticorax es Cristo, o el hombre santo que desprecia a los infieles. En el salmo [se dice]: Soy como un nycticorax en su morada (Sal. 101:7). 

La cita le pertenece a Euquerio, obispo de Lyon (†449); y aparece en su obra: Liber Formularum Spiritualis Intelligentiæ ad Uranium (PL 50) – “Libro de fórmulas de comprensión espiritual para Veranio”. Veranio fue uno de los dos hijos que tuvo con su esposa Gala; su otro hijo fue Salonio y sus hijas fueron Consorcia y Tulia. Su obra establece un método para la adquisición de conocimiento espiritual a través del estudio de las escrituras, defendiendo la validez de la lectura de los textos sagrados según el sentido alegórico, acorde a la temprana hermenéutica medieval.

Respecto al fragmento del salterio que aparece en esta cita, la versión Septuaginta (c. s. II a.C.) lo expresa de la siguiente manera:

ἐγενήθην ὡσεὶ νυκτικόραξ ἐν οἰκοπέδῳ | egenēthēn ōsei nyctikorax en ōikopedō

Cerca de seis siglos después, Jerónimo traducirá este texto al latín tal como lo menciona Euquerio; es decir, manteniendo el término nycticorax e interpretando a ōikopedō como domicilio - morada. Y más de un milenio y medio después, la Nova Vulgata (1986) preservará todavía aquel primer término a la vez que reemplazará al segundo por ruinis - ruinas: 
Factus sum sicut nycticorax in ruinis.

Así, la traducción actual sería: “Soy como un nycticorax entre las ruinas”. Lo cual tiene más sentido si se aprecian los versículos que acompañan a este fragmento y el espíritu de lamentación de todo el salmo. También el Códice de Leningrado (c. s. XI) lo entiende de esta manera, haciendo uso del vocablo: חָרְבָּה - chorbah - lugar en ruinas o desolado.

Pero veamos ahora otro detalle, uno más importante: ¿qué es un nycticorax? En el salmo 102:6, que corresponde a la edición latina del 101:7, todas las traducciones al español lo interpretan como: búho. Pero el término también podría hacer referencia a otras aves. De hecho, Jerónimo pudo haber utilizado el vocablo: bubo, noctua o ulula, si hubiese querido señalar específica y exclusivamente al búho. Pero no lo hizo. ¿Por qué?

El término nycticorax, proviene del griego: νυκτι - nycti - noche | κόραξ  - corax  - cuervo; es decir: “cuervo de la noche”. Desde la antigüedad, este término ha resultado un tanto controversial, pues señala a un incierto grupo de aves nocturnas. Aunque dentro de tal grupo se reconocen algunas de las consideradas bíblicamente impuras (Lv. 11:13-19; Dt. 14:12-18); y en particular, al búho orejudo (Asio otus) y al martinete común (Nycticorax nycticorax). Y esto sucede también al atender al vocablo hebreo: כּוֹס kowc, según el códice mencionado. Por lo tanto, el versículo que utiliza Euquerio también se podría traducir de la siguiente manera: “Soy como un martinete entre las ruinas”.

Desde tiempos lejanos, en la mitología y folklore de muchas regiones asiáticas, europeas y americanas, ha sido frecuente la asociación del búho y el martinete con connotaciones negativas y hasta maléficas. Durante el cristianismo medieval, se crearán bestiarios que consignarán al nycticorax como símbolo característico de los infieles y de fuerzas de la oscuridad.

El martinete, que bien podría reemplazar al búho en nuestras traducciones, recibe diversos nombres comunes en Centro y Sudamérica. Sin atender a sus subespecies, y sin limitarlo necesariamente a los países que se mencionan, algunos de tales nombres son: garza solitaria, garza bruja, zorro de agua (Argentina); huakkana, cachí (Bolivia); guacurú, taquirí, sabacú (Brasil); gauda, guairao (Chile); guaco común, garza nocturna (Colombia); chocuacó (Costa Rica); guanabá de la Florida (Cuba); hoactlí, perro de agua, pedrete gris (México); tayazú-güirá (Paraguay); huaco, huairavo, huachira (Perú). En prácticamente todas estas regiones, existen entornos rurales en los que todavía se vincula a esta ave con augurios y presencias nada favorables.

Ahora bien, ¿por qué Euquerio compararía a un ave impura e infame con el propio Cristo? Tras la muerte de su esposa, Euquerio se retiró primero al monasterio de Lérins y más tarde a la soledad de una cueva, asentada en la región montañosa del Luberon. Quizás allí, mientras todavía era un ignoto eremita, pudo escuchar continuamente el ulular de la garza solitaria. Allí, en las silenciosas noches de su perdida cavidad rocosa, aquella misteriosa ave sería su más frecuente y única compañía.

Los aldeanos de la Provenza medieval, por su parte, al escuchar la nocturna voz del martinete o al dar con el rojizo brillo de su mirada, de inmediato sentirían temor a causa del mal presagio o debido a una supuesta presencia maligna. Pero Euquerio no. Su austera soledad le enseñará a percibir su entorno natural de manera mucho más profunda y hasta contraria a como lo hacía la mayoría de las personas.

¿Qué percibió Euquerio en aquella reservada ave y su ulular? Vio la existencia apartada, solitaria y oculta, de un ser completamente dedicado a su sagrado objeto de amor y que por eso mismo es bienaventurado. Desde la perspectiva de ese ser, las demás personas resultan infidelibus, son infieles, pues no vivifican su relación con aquel que a pesar de todo sigue siendo fiel a ellas. Pero entonces, ¿puede Cristo, o un ser consagrado, sentir realmente desprecio por quienes no son fieles a su relación con Dios? Euquerio dice que Cristo los desprecia no porque él los rechace a ellos, sino porque ellos lo rechazan a él; tal como las personas crédulas repudian al nictycorax y éste –si bien es evasivo- no puede sino alejarse más y quedarse lejos de ellas. Cristo se limita a mantenerse apartado; pero no los abandona.

Y tampoco ha de hacerlo el eremita.  


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22.10.15



















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Para comprender apropiadamente el sentido de la expresión, téngase en cuenta que pertenece al s. XII y es parte de una de las más austeras órdenes monásticas.