Los
eremitas laicos.
por el P. Eugene
Stockton.
Las
personas en búsqueda de soledad me llamaron la atención a partir de que
publicara mi libro: Wonder: A Way to God (1998). Resulta claro que
existe una afinidad natural entre ciertas formas de oración y un determinado
estilo de vida. Existen etapas o niveles de misticismo en donde uno está a
solas con Dios en todo momento y la persona tiende a enmarcar ese hecho en un
modelo de vida.
Durante
la investigación que realizara para el libro, y a partir de reacciones
posteriores, pude darme cuenta de que muchos cristianos sin vocación por el
estado religioso estaban buscando un compromiso espiritual más profundo, aún
cuando eso pudiese significar autoexcluirse de las habituales agrupaciones
sociales; incluso de las religiosas. El título de este estudio me resultó un
término adecuado para tales buscadores de la soledad.
Los
“monjes seculares” de Sinetar.
La
gente normalmente desconfía de esta forma de vida. Se considera que los
eremitas son raros, antisociales, psicóticos o que están al margen de la
sociedad. Sin embargo, tales suposiciones se ven disipadas por un libro de
Marsha Sinetar, en donde sintetiza varios estudios de casos de “monjes
seculares” (estén o no motivados por cuestiones religiosas) mientras sigue de
cerca las observaciones y la terminología de Abraham Maslow. Y sus aportes
pueden verse respaldados por las biografías reunidas por Peter France.
En
general, Sinetar concluye que estas personas exhiben personalidades
excepcionalmente equilibradas e integradas, y que su forma de vida es un medio
de autoactualización. Normalmente estas personas pasan a través de dos
etapas: primero, por un radical alejamiento de los demás; segundo, por el
comienzo de una auxiliaridad a los demás. Todo esto se da mientras el
crecimiento personal resulta en un mayor autoconocimiento y en un aumento de la
habilidad para vivir según el propio ser, según la personalidad auténtica [1].
A
partir de sus estudios de casos se pueden mencionar las siguientes características
típicas del solitario:
-
Trascendencia social: independencia o desprendimiento emocional de las
influencias sociales (de las reglas, costumbres, ídolos, etc., del mundo
externo) a medida que se va tras el llamado interior a ser cada vez más lo que
ya se es; es decir, tras “la propia verdad personal”.
-
Autonomía: Maslow entiende como individuos autónomos a aquellos
regulados por las leyes de su propio carácter antes que por las de la sociedad.
Existe una autoridad interior, relacionada con la integridad y verdad personal,
a la que uno obedece. Y tal autoridad a veces puede expresarse como una voz de
descontento dentro de uno mismo.
-
Sacrificio: el sacrificio es inevitable para responder al llamado de
desprendimiento social; es decir, para responder al llamado de desapego de las
opiniones, costumbres y seguridad colectivas, de la existencia inconsciente, de
las rutas directas y seguras hacia el logro, de las tendencias que evitan el
riesgo y, finalmente, de la propia separatividad (“el pequeño ser personal”).
-
Metamotivación: este es el término que utiliza Maslow para señalar el
impulso motivacional hacia la plenitud. A medida que la autoactualización se
desarrolla, la persona reconoce al ser como parte de un todo integrado y desea
actuar, en consecuencia, de manera eficaz y responsable. Es precisamente
permaneciendo un paso atrás que puede ver las cosas en su conjunto (incluyendo
al ser).
-
Estructura: los aspectos externos del tiempo y el espacio son ordenados a
fin de extender el preciado tiempo para ser. La persona ordena sus
recursos para lograr la independencia y autosuficiencia, inclinándose por un
estilo de vida frugal y por la “simplicidad voluntaria”. De manera deliberada, reduce
todas sus obligaciones sociales.
-
Ruptura radical: se produce una ruptura radical con la vida común en
aras de seguir los dictados internos dirigidos a una vida auténtica. Tal
ruptura es tanto perceptual como física y se da a un precio muy elevado, pero resulta
en una gran consciencia del verdadero ser.
-
Crecimiento en la auxiliaridad: luego del retiro radical, la
metamotivación conduce a un sentido de parentesco o de relación con
los-demás-como-si-fueran-el-propio-ser, impulsa al uso de los propios dones en
beneficio de la totalidad y hacia la entrega del ser a través de un fuerte
sentimiento de amor.
-
Autodescubrimiento: al obtener un conocimiento más amplio de sí misma,
la persona también descubre en sí habilidades para: interpretarse de manera más
auténtica dentro de una visión más amplia del mundo; manejar sus recursos de
forma más creativa y eficiente; abandonar las presiones convencionales; tolerar
aún más las ambigüedades; fusionar los intereses “del-propio-ser-y-del-de-los-demás”;
y para aumentar sus habilidades a fin de resolver los problemas de manera
creativa.
La
entusiasta valoración del monje secular y de su estilo de vida, por parte de
Marsha Sinetar, puede que impacte en el cínico como una más de las
publicaciones sobre desarrollo personal que inundan los Estados Unidos. De
hecho, su título: Lifestyles for Self-discovery [Estilos de vida para el
autodescubrimiento], suena algo extraño para una persona orientada por el amor
a Dios; pareciera, más bien, una imprudencia del ser. Pero a través de una
actitud favorable, es posible notar a la gracia erigiéndose sobre la
naturaleza; es posible notar que el tipo de vida al que la persona [solitaria]
se ve dirigido por la gracia es inherente y humanamente saludable.
En
1999, el obispo Keving Manning (de la diócesis de Parramatta, Australia) me
concedió tres meses de licencia para poder estudiar a los eremitas laicos. En
Australia pude contactarme con unos pocos que estaban intentando llevar a cabo
este tipo de vida, pero sus esfuerzos tendían a ser más bien experimentales y
aislados. Luego dirigí mi atención hacia el Reino Unido, en donde existía una
larga experiencia en la vida solitaria; claro que tal forma de vida había sido mucho
más frecuente antes de la Reforma [s. XVI].
Durante
la época de la anacoreta Juliana de Norwich [s. XV], se dice que había 40-50
solitarios viviendo dentro de los muros de la ciudad. En ese entonces, con frecuencia
un monasterio o parroquia tenían una celda en la que un(a) anacoreta pasaba
toda su vida encerrado(a). Bastante diferente era el ermitaño, tal como lo
describe Clifton Wolters en su introducción al The Fire of Love, obra
del eremita Richard Rolle:
[...] Aunque solitario, alejado y dentro de su celda, el eremita no estaba ligado a ésta tal como lo estaba el anacoreta. El primero podía desplazarse según su voluntad -lo que habitualmente sucedía- y podía establecer su morada donde quisiese. Si bien compartía el ideal de oración con el anacoreta, el eremita podía practicar además las buenas obras (imposible para aquel) y vivir un tipo de vida totalmente diferente. Existen ejemplos de eremitas actuando como guardafaros extraoficiales en épocas en las que el servicio de faros era impensable; y se sabe de eremitas manteniendo puentes en reparación, mendigando en los caminos, haciendo guardia en las puertas de la ciudad, ayudando a los leprosos en los lazaretos, actuando como guías en territorios difíciles, recaudando donativos o siendo reconocidos como expertos en [determinadas] tareas prácticas dentro de un determinado distrito. Hay pocas cosas a las que no podían dedicarse. Por supuesto, básicamente se dedicaban a rezar, a dar consejos y a advertir a los demás. Un eremita podía incluso casarse, aparentemente sin perjuicio de su posición.
Todo
esto recuerda mucho al poustinik ruso, tal como es descrito en el Poustinia
de Catherine de Hueck Doherty.
Desde
sus días de apogeo, la vida eremítica nunca llegó a desaparecer del todo de la
escena británica, pero en las últimas décadas pareciera manifestar un cierto retorno
y disfrutar de reconocimiento público. Existe una red que enlaza a los
individuos aislados en The Fellowship of Solitaires, que tiene su propio
boletín (tal como en EUA están las publicaciones Raven's Bread y The
Roll, que llegan a muchos ermitaños).
También
existe un alto grado de aceptación oficial. Un hito importante fue la reunión
de algunos de los principales exponentes de este tipo de vida en la iglesia
principal de St. Davis, en Gales, en 1975, cuyos informes fueron posteriormente
publicados en Solitude and Communion (1997).
En
respuesta a las numerosas peticiones de consejo o ayuda, la Commision on the
Economics of the Contemplative Life, con sede en Londres, presentó un
informe detallado sobre los eremitas solicitando mayor reconocimiento oficial, mayor
discernimiento, asistencia y medios de formación para ermitaños, a la vez que
rechazaban “toda idea de institucionalizar o hacer uniforme esta forma de vida”.
Existe
una casa de formación católica y dos anglicanas [para los eremitas], las cuales,
sin embargo, solo pueden ayudar a un mínimo de candidatos. El nuevo Derecho
Canónico de la Iglesia Católica reconoce la vida eremítica como una vocación
específica que se ha de vivir bajo la guía del obispo diocesano (canon 603).
Algunos candidatos consideran la realización de votos bajo este canon, pero los
obispos con frecuencia son renuentes a aceptar estos pedidos, quizás por
sentirse inseguros sobre los compromisos que habrán de asumir; en tanto que
otros candidatos recurren a unos pocos y bien conocidos eremitas para solicitar
sus consejos.
Durante
mi presente estudio pude hablar con algunos obispos, con superiores de institutos
y con guías espirituales que habían tenido tratos con ermitaños. Hallé, como ya
lo había hecho, que los solitarios muestran una amplia variedad de estados y
estilos de vida. Habían religiosos que eran parte de conventos y monasterios,
sacerdotes de ministerio activo, parejas casadas, gente de negocios, jubilados,
solteros que vivían en elevados apartamentos, mujeres que trabajaban en
guarderías, animadores de casas de oración; había un sacerdote que regía un
lugar de estricta soledad a la vez que era lugar de hospitalidad; había uno
parecido a un guru o starets que buscaba e impartía sabiduría en
un asram de estilo hindú; otros eran peregrinos que recorrían o estaban
establecidos en lugares sagrados, otros eran moradores de lugares solitarios, otros
miembros terciarios o miembros de una skete (comunidad eremítica).
Sin
duda, muchos ejemplificaban uno de los dos estados señalados por Marsha
Sinetar:
1.
Un alejamiento radical de la sociedad y un ascetismo austero junto a una regla
de vida.
2.
Un “regreso al mercado [del mundo]”, abrazando la auxiliaridad de servicio a
los demás. Estos, aunque menos austeros que los primeros, mostraban una
santidad inconfundible a la vez que comodidad, urbanidad y equilibrio
(probablemente lo que Sinetar quiere decir con “personalidad auténtica”, lo que
es una buena publicidad para esta forma de vida).
Las
otras características mencionadas por Marsha Sinetar eran claramente evidentes
-en mayor o menor grado- en todas las personas con las que pude entrevistarme, algo
que detallaré más adelante.
A
medida que mi búsqueda avanzaba, me resultó claro que la pregunta crucial era
si los laicos podían ser ermitaños. Por supuesto, la duda surge entre los
religiosos, quienes citan las reglas de san Benito y san Francisco para señalar
la recomendación de una larga madurez en comunidad antes de aventurarse a
combatir al demonio dentro de uno mismo.
Por
otra parte, los laicos sienten que los religiosos subestiman la vocación del laico
y que el mundo, lejos de ser un terreno hostil, es para ellos un locus y
un medio para la santificación. Es como si los animales de tierra y los
acuáticos se sorprendiesen de cómo el otro logra sobrevivir en un entorno tan
peligroso; pero cada uno se encuentra cómodo en su hábitat natural, están
adaptados para obtener allí su vital porción de oxígeno. Para los laicos, el
mundo es el lugar en donde la santidad los espera, las calles son su claustro,
el alboroto de la ciudad su liturgia.
El
solitario laico, lejos de ser un cuasi-religioso sin lugar en el mundo, es
alguien que busca la soledad con Dios en medio del mundo; de hecho, en comunión
con el mundo. Algunos de mis entrevistados, familiarizados con tradiciones de
misticismo orientales, se preguntaban si las prácticas y el pensamiento
religioso podrían dejar de estar tan llenas de dualismo (evidente en el
lenguaje del combate y la mortificación) y si podría darse una vía de ascetismo
no dualista.
Pero,
entonces, ¿qué es un eremita o un solitario? La mejor definición con la que me
he encontrado es la de Paulo Guistiniani, quien se describió a sí mismo como “alguien
que busca vivir a solas con Dios y solo para Dios”. Se trata de alguien que se
ve impulsado por una pasión por solo Dios, una pasión que lo conduce a una
unión que ha de ser absoluta y exclusiva.
Y
tal pasión busca expresarse en cierto estilo de vida, que puede tomar
diferentes formas, cada una de ellas respondiendo profundamente a la
idiosincrasia del individuo. Y aun cuando el estilo de vida adecuado y ansiado resulte
inalcanzable temporalmente, la búsqueda se mantiene. El P. Paul Gurr (de Jamberoo,
Australia) me lo señaló acertada y concisamente: básicamente es un tema de
autopercepción. Una persona puede que sea naturalmente sociable (como el propio
Gurr, por ejemplo), pero suele sentirse sola al estar en medio de las
multitudes; y así, durante los viajes se puede ser intensamente consciente de
que la única compañía constante es solo Dios.
¿Cómo
hace un laico para lograr el equilibrio entre las exigencias del trabajo y la
familia y las exigencias de la vida solitaria? En verdad, me he encontrado con
quienes lo hacen de manera exitosa; y no había ninguna duda sobre su gracia por
la soledad y sobre su eficaz conducción en medio de las exigencias de la vida.
Tal como la teología ortodoxa habla de la transfiguración del místico, también
se podría decir que para el propio místico incluso el entorno se transfigura.
Theillard de Chardin llamó a esta transformación “el medio divino”: el momento
en que nuestro entorno natural se ve lleno de Cristo. A través de la fe podemos
encontrar a Cristo en todo cuanto nos rodea, en el corazón de la materia, en el
corazón del otro.
Una
gradual comprensión espiritual de la segunda venida de Cristo haría que lo
recibiésemos continuamente en las personas y cosas de nuestro entorno
inmediato. Con seguridad, en un matrimonio esto sucedería principalmente en
relación a la propia pareja. Y esto se halla en armonía con la más rica
teología del matrimonio; aunque al rozar el borde de la sexualidad, pareciera
que no nos atreviésemos a adentrarnos en el tema.
La
tradición tántrica, especialmente la del budismo tibetano, bien podría
contribuir a nuestra apreciación cristiana de la espiritualidad de la
sexualidad. Thomas Moore ha subrayado el vínculo que existe entre la sensación
y la experiencia mística, la una nutriendo a la otra. Y Patricia Mullins
sostiene que ciertas descripciones del éxtasis sexual muestran que es bastante
semejante al éxtasis místico. Y de manera general, los sentidos, lejos de ser
enemigos del alma o aún un peligro para la misma (como en las viejas
espiritualidades), pueden considerarse como aperturas por las que Dios se
filtra en nosotros proviniendo desde nuestro medioambiente.
Surge
ahora el tema de la soledad relativa o rítmica. Así como un místico lo es aun
cuando no todo el tiempo esté sumido en la oración, de igual modo el solitario
no tiene que estar siempre en una soledad absoluta. San Francisco y otros
santos son conocidos por llevar un ritmo [de vida] entre soledad y ministerio
activo. Se dice que el actual Papa de la Iglesia Copta alterna semanalmente
entre la soledad de su celda y la administración de su Iglesia.
No
existe razón alguna por la que una ama de casa, luego de que haya dejado a sus
hijos en la escuela, no pueda hallar en sus próximas seis horas un momento para
estar a solas con Dios; incluso en medio de sus tareas. Al igual que el viajero
(que lo hace en un trayecto largo o en desplazamientos rutinarios), ella puede
repetir el himno del breviario [inglés]: “Solo, con nadie sino contigo, mi
Señor, recorro mi camino”.
Los
sacerdotes jubilados o que todavía se hallan dentro del ministerio activo, puede
que se sientan llamados a la soledad lejos de sus funciones públicas o incluso
dentro de las mismas. Se me ha objetado que ese tipo de compromisos podrían
percibirse como diluyentes del status eremítico. Pero lo que es importante para
una persona que ha sido llamada no es el esfuerzo por ajustarse a cierta
definición de lo que es un eremita, sino el tratar de responder al llamado para
estar a solas con Dios según las condiciones reales de su propia vida.
El
estudio que realizara me condujo a una serie de características hacia las
cuales los entrevistados tendían de manera común. Podrían comparárselas con las
mencionadas por Sinetar, aunque no se trata de ajustarlas a aquellas ni de usar
las categorías propias de su disciplina [la psicología].
-
Fuerte sentido del llamado: los sujetos hablan de algo mucho más fuerte
que la vocación normal (es decir, que la vocación al sacerdocio o a la vida
religiosa). En algunos se remite a la niñez y con bastante frecuencia cuentan
lo felices que eran estando solos cuando eran niños.
-
Pasión: unida de manera natural al punto anterior; rápidamente se la menciona
como un fuego incesante, como un impulso primario a ser uno con Dios.
-
Distancia emocional de la sociedad: esto no solo implica libertad de las
presiones de la sociedad civil, sino también de las inquietudes de la Iglesia,
de forma tal que uno puede observar los sucesos en ésta de manera profundamente
objetiva. Y esto requiere de una interpretación delicada, ya que de ninguna
manera significa poco amor por la Iglesia o falta de sentido de
pertenencia.
-
Autonomía: sentido de estabilidad al ordenar la propia vida, fijando las
prioridades, omitiendo lo que pareciera superfluo o inapropiado (para el individuo
en cuestión) y valorando las pocas pertenencias.
-
Autosuficiencia: en general, los sujetos no buscan apoyo, sea material o
espiritual, de ninguna iglesia ni congregación. Se entiende que cada quien gana
su propio sustento o cobra una pensión.
-
Simplicidad: la misma encuentra su expresión no en la pobreza sino en la
frugalidad. Las posesiones y ocupaciones que están más allá de las verdaderas
necesidades se ven como peso de distracción. Es común la conmovedora
indiferencia hacia previsiones para la vejez o la enfermedad.
-
Quietud y silencio: este es el atesorado bonus proporcionado por
la vida simple y despojada. Algunos hablan de un rico vacío que les concede
toda creatividad en sus vidas, un vacío lleno solo por Dios.
-
Crecimiento en la auxiliaridad: como ya lo dije, algunos encuentran -luego
de un radical alejamiento inicial- cierto sentido de servicio al mundo a través
de la oración y el ministerio, sin perjuicio de la soledad; se trata de un
sentido de comunión con los demás a través de la ocupación amorosa y de la
compasión. El seguir las noticias de cada día también es un estímulo a la
oración. Me vino a la memoria aquellos abanderados que acompañaban a los
ejércitos en las antiguas batallas: desarmados, vulnerables, útiles solo para
señalarle a los demás la dirección correcta y la solidaridad.
-
Desprendimiento: desapego de todo aquello que no tenga que ver con Dios.
Hay una inconfundible cautela ante la posibilidad de verse arrastrados por
causas bastante dignas o hacia actividades (quizás parroquiales) que podrían
conducirlos a tareas absorbentes o de plena distracción. Para algunos, el
cambio en su forma o lugar de vida podría significarles (como a los Padres del
Desierto) verse privados de la regular recepción de los sacramentos.
En
la vida espiritual, tales complementos son medios para lograr un fin; pero sólo
Dios es el fin, aquel a quien algunos se adhieren sin intermediarios debido
a su sola gracia. Todo esto exige de mucha prudencia y discernimiento, si bien
se debe dejar lugar a que Dios se revele al alma de maneras que no nos resulten
nada comunes.
Es
habitual comparar la vida espiritual al matrimonio. La imagen es la más
apropiada en la medida en que el alma
solitaria va en búsqueda de su amado, razón por la cual, lo siguiente resulta
oportuno: la pasión del amor busca la absoluta y exclusiva unión con el otro
[Dios]; un alto definitivo, una ruptura radical (como en una boda), da lugar a
una unión estable; luego viene la luna de miel y más tarde la rutinaria vida en
pareja (que es menos espectacular pero no menos amorosa); el hogar de sus
corazones se abre luego a la hospitalidad (niños, visitantes); y la pareja
continúa siendo una unidad autosuficiente que se enriquece en la reciprocidad.
Mis
consideraciones finales se dirigieron a ver, puntualmente, cómo algunos
solitarios son más exitosos que otros en su forma de vida. Lo cual no sugiere
una lista de juicios o exhortaciones sino más bien de consejos. Por
ejemplo, he llegado a ser profundamente consciente de lo conveniente que
resulta tener cierto orden en la vida, es decir, un horario flexible y un equilibrio
en las actividades en vez de dejar que las cosas simplemente sucedan.
Además,
algunas de las características mencionadas arriba requieren de una atención
constante: es necesario seguir trabajando en la simplicidad (cuidándose del
efervescente desorden), en la reflexión (en la tranquila atención a las
pequeñas cosas) y en la quietud. Otras características simplemente provienen
del desarrollo de la gracia.
Sobre
todo, en un tiempo en el que está de moda buscar la soledad por sí misma (como
sucede con algunos exponentes de la new-age) o para fines personales
(como salud, tranquilidad, estudio, reputación chamánica, autodescubrimiento o
integración personal), el solitario cristiano solo puede reconocer un único objetivo,
uno sin ningún otro que lo acompañe; incluso en menor grado. La única y
exclusiva atención debiera ser centrarse en el Dios que se nos revela en su
Palabra encarnada. Solo con él se puede ir tras la soledad.
“Aquel
que busca vivir a solas con Dios y solo para Dios”.
- Allchin, A.M. edit. (1977). Solitude and
Communion. Fairacres Publication, n. 66, Oxford.
- Doherty, C. (1975). Poustinia, Notre Dame
Press, Indiana.
- France, P. (1996). Hermits: The Insights of
Solitude, Chatto & Windus, Londres.
- Moore, T. (1998). The Soul of Sex: Cultivating
life as an act of love. Harper-Collins, New York.
- Mullins, P. (1999). “After the Games... Theology
from the perspective of an Australian woman”, en Peter Malone (ed.), Developing
an Australian Theologv. St Paul's Publications, Strathfield, pp.133-147.
- Sinetar, M. (1986). Ordinary People as Monks and
Mystics: Lifestyles for Self-discovery. Paulist Press, New York.
- Stockton, E. (1999). Wonder: A Way to God, St
Paul's Publications, Strathfield.
- Wolters, C. (1972). Traducción de la obra de Richard
Rolle: The Fire of Love. Penguin Books, Londres, pp. 18-19.
…
1. N. del T.: Maslow
entiende la autoactualización como “el deseo de autorrealización; es
decir, como la tendencia del individuo a verse actualizado en lo que
potencialmente es. Esta tendencia podría expresarse como el deseo de ser cada
vez más y más lo que uno es, hasta convertirse en todo lo que uno es capaz de
llegar a ser”. (A Theory of Human Motivation, ed. 2000). Esto explica algo más lo que
concibe por personalidad auténtica. Y la metamotivación es
aquello que motiva o impulsa a un individuo hacia la autoactualización y la
excelencia. Pero esta motivación es diferente de la que opera en necesidades de
nivel inferior y emerge, precisamente, luego de que éstas se han visto
satisfechas. La auxiliaridad (stewardship, traducida también como
“mayordomía” o simplemente “servicio”), señala a la motivación a trabajar por los demás y al
sentido de comunión con las otras personas.
…
Fuente: el artículo
fue originalmente publicado en la revista australiana Compass Theology
Review, vol. 34, Nº 2, 2000, pp. 46-50. Edición online en (recuperado el 14
de octubre del 2015): hermitary.com
Véase también:
2 comentarios:
Me sirvió mucho esta publicación, me siento plenamente identificado y me considero uno de los tantos ermitaños cristianos que existen en este mundo terrenal. Es un estilo de vida que con el tiempo uno más que encontrarse a sí mismo, lo hace con Dios. Y eso te lleva a una paz indescriptible.
Ángeles Meza Martínez