Dentro de unos días, entre el 23 y el 26 de octubre, se realizará una nueva peregrinación a Roma del pueblo romaní, en donde serán recibidos por el Papa Francisco. Será en ocasión del 50° aniversario de la ya histórica frase que les dedicara Pablo VI: Voi siete nel cuore della Chiesa | “Ustedes están en el corazón de la Iglesia” [+]. La Conferencia Episcopal Española ha producido un lindo díptico al respecto [+].
Aún cuando las palabras de Pablo
VI son significativas para la totalidad de la cultura rom y de los católicos en general, su
homilía sólo se halla en italiano en la página del Vaticano, razón por la cual decidí
expresarla aquí en español.
…
Homilía del Santo Padre al
Campo Internacional de los Gitanos.
Pomezia, 26 de septiembre de 1965.
Cerca de
Pomezia, a poca distancia de Roma [unos 30 kms.], los gitanos tuvieron
oportunidad de recibir la visita del Papa Pablo VI, quien se acercó hasta sus
tiendas para celebrar allí la santa misa. Durante su homilía, el Papa trazó un
programa de fe, compromiso y renacimiento espiritual para todos los nómades
hermanados en Cristo.
...
Queridos zíngaros, queridos nómades, queridos
gitanos venidos de todas partes de Europa, a ustedes los saludamos.
1. ¡Nosotros los saludamos a ustedes, peregrinos
perpetuos; a ustedes, exiliados voluntarios; a ustedes, refugiados siempre en
camino; a ustedes, caminantes sin descanso! ¡A ustedes, que no tienen casa
propia, morada fija, país amigo ni sociedad pública! ¡A ustedes, que carecen de
trabajo adecuado, que carecen de contactos sociales, que carecen de medios suficientes!
¡Saludos a ustedes, que han elegido su pequeña
tribu, su caravana, como su propio mundo separado y secreto; a ustedes, que
miran al mundo con desconfianza y que son vistos por todos con desconfianza; a
ustedes, que han querido estar siempre y en todas partes, aislados, ajenos y
fuera de todo círculo social; a ustedes, que desde hace siglos están en camino
y que todavía no han establecido dónde llegar, dónde quedarse!
2. He aquí que hoy han llegado aquí, están reunidos
aquí. Ustedes se han juntado entre sí y prácticamente forman un [solo] pueblo;
ustedes se han venido a encontrar con nosotros y se han dado cuenta de que este
es un gran suceso, casi un descubrimiento.
Vean, queridos nómades, el significado de este
encuentro. Aquí hallarán un espacio, una estación, un refugio diferente al de
los frecuentes campamentos en donde asientan su caravana. En donde ustedes se detienen, son considerados inoportunos y extraños, y permanecen con
timidez y atemorizados. Aquí no. Aquí se los espera, se los saluda, se los
celebra. ¿Alguna vez han tenido esta fortuna? Aquí se da una nueva experiencia:
encontrarán a quien los quiera, los estime, los aprecie y los asista. ¿Alguna
vez -durante su interminable excursión- han sido saludados como hermanos, como
hijos, como ciudadanos iguales a los demás? ¿Lo han sido como miembros de una
sociedad que no los rechaza sino que los recibe, que los cuida y que los honra?
¿Qué significa esta novedad? ¿A dónde han llegado?
Han llegado –antes que nada- a un mundo civilizado,
que no los desprecia, que no los persigue ni los excluye de su sociedad. Han de
reconocer que la sociedad que los circunda ha cambiado mucho respecto a aquella
de hace unas décadas, que los proscribía y que mucho los ha hecho sufrir. No
sientan odio por aquel que fue despiadado y cruel con ustedes, aquel que
vilmente condujo a la muerte a muchos de sus semejantes. Nosotros ofrecemos
nuestra cordial conmemoración de los gitanos que fueron víctimas de la
persecución racial, rogamos por sus fallecidos; e invocamos a Dios para que
entre los vivos y los difuntos haya paz, que sea eterna para éstos y terrena
para todos los hombres de este mundo. Sí, sean valientes y justos, reconozcan
que la sociedad de hoy es mejor. Si lo prefieren, pueden mantenerse al margen
de la misma y tolerar muchas molestias, pero ella les ofrece a todos su
libertad, sus leyes y sus servicios.
3. Pero lo que ahora importa es el hecho de un descubrimiento
diferente. Ustedes vienen a descubrir que no están fuera sino dentro de otra
sociedad, de una sociedad visible pero espiritual, de una humana pero
religiosa. Y esta sociedad, ya lo saben, se llama Iglesia. Hoy, como quizás
nunca antes, ustedes vienen a descubrir a la Iglesia. En esta Iglesia ustedes
no están al margen sino –en cierto modo- en el centro, están en el corazón. Ustedes
están en el corazón de la Iglesia, porque están solos, y nadie está solo en la
Iglesia; están en el corazón de la Iglesia porque son pobres y necesitan de
asistencia, de instrucción, de ayuda; y la Iglesia ama a los pobres, a los que sufren, a los pequeños, a los desposeídos, a los abandonados.
Es aquí, en la Iglesia, que ustedes hallarán que no
son solo miembros, colegas, amigos, sino también hermanos. Y hoy los recibimos
como hermanos; pero no se trata solo de ustedes y nosotros, sino que implica
también que -de alguna manera, en el sentido cristiano- ustedes son hermanos de
todos los hombres. Es aquí, en la Iglesia, que ustedes son llamados familia
de Dios; y la misma les confiere a sus miembros una dignidad
incomparable, pues les permite a todos ser hombres en el sentido más elevado y
pleno, ser sabios, virtuosos, honestos y buenos; en una palabra: ser cristianos.
Nos sentimos complacidos de detentar el título de líderes
de la Santa Iglesia -que se nos ha conferido sin mérito alguno- y de poder
saludarlos a todos ustedes, queridos nómades, queridos gitanos, queridos
peregrinos de los caminos de la tierra, como si fueran nuestros hijos. A todos
les damos la bienvenida, a todos los bendecimos.
Quisiéramos que el resultado de este excepcional
encuentro fuera que puedan pensar en la Iglesia a la cual pertenecen, que
puedan conocerla mejor, apreciarla mejor, amarla mejor. Quisiéramos que el
resultado fuera, en suma, que despierten en ustedes la consciencia de lo que
son. Cada uno de ustedes ha de decirse a sí mismo: “Soy cristiano, soy
católico”. Y si alguno no lo pudiera decir porque no tiene esa fortuna, sepa
que la Iglesia Católica aun así lo quiere, lo respeta, ¡y lo espera! Ojalá que [tal
persona] también pueda apreciarla con una mirada sincera y con buen corazón.
4. Esta consciencia así despierta, respecto de la
Iglesia, ha de ser el primer efecto de este día memorable. Pero no el único.
Hay muchas otras cosas que deseamos para ustedes y desde ustedes. Tal como
después de un largo y arduo camino su caravana llega a un hermoso lugar que es
verde y tranquilo, cerca de un río límpido y fresco, y entonces hallan allí descanso,
confort y alegría, de igual manera, nosotros quisiéramos que este encuentro fuera de
beneficio para ustedes proveyéndoles de suficiente consuelo espiritual: de la
paz de la consciencia, del compromiso de mantenerse valientes y honestos, de la oración simple a la vez que profunda, del perdón recíproco entre
ustedes (si su ánimo se tornase contrario y hostil) y de muchas otras maneras
similares.
Consideramos que debiera mejorar la relación de ustedes
con la sociedad, con la cual se cruzan y contactan con sus caravanas: así como
se complacen al hallar descanso y una amable hospitalidad, en toda etapa deben
procurar dejar un grato y simpático recuerdo; que su camino esté lleno de
ejemplos de bondad, de honestidad y de respeto. Y tal vez, si desarrollasen una
mejor cualificación en alguna labor artesanal, pudieran mejorar su estilo de
vida para su propio beneficio y el de los demás.
Pero, sobre todo, quisiéramos obtener de ustedes una promesa: la de aceptar la solícita y desinteresada ayuda de los buenos sacerdotes y de las buenas personas, de quienes los han traído hasta aquí y ahora quieren guiarlos por el camino del bien y de la fe, casi escoltándolos como padres y hermanos en su interminable itinerario. ¡Tengan confianza! No tenemos nada que pedirles, excepto que acepten la maternal amistad de la Iglesia. Nosotros podremos hacer algo por ustedes, por sus hijos, por sus enfermos, por sus familias, por sus almas, si su confianza está de acuerdo con la Iglesia y con quienes la representan.
5. A estas personas queremos expresarle nuestra gratitud y señalarles nuestro aliento. A los prelados que aman a nuestros humildes hijos errantes; a Mons. Bernardin Collin [†1985], obispo de Digne [Francia], quien por encargo de nuestra Congregación Consistorial preside las obras de asistencia pastoral a los nómades; al buen padre Fluery SJ., promotor de tan benéfica actividad; a don Bruno Nicolini, a don Mario Ambrogio Riboldi y a todos los sacerdotes, religiosos y laicos que trabajan en favor de los gitanos; sea para ellos nuestra expresa voz de elogio y de gratitud. Que estas dignas personas, que demuestran y ejercen la caridad de la Iglesia y la nuestra hacia la gente nómade, y que por lo tanto son ministros de nuestras bendiciones, las reciban también sobre sí mismas de manera afectuosa y especial.
Y ahora, hermanos e hijos todos, oremos juntos. Aquel Peregrino divino, para quien no fue ni largo ni grave el infinito camino que lo condujo del cielo a la tierra a fin de convertirse en nuestro compañero en el viaje de la vida, está a punto de volver aquí, entre nosotros y por nosotros, en el sacramento del altar. Con espíritu de recogimiento, avivemos nuestra oración: Cristo está cerca. Digamos con la misteriosa invocación de la Biblia: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap. 22:20).
Pero, sobre todo, quisiéramos obtener de ustedes una promesa: la de aceptar la solícita y desinteresada ayuda de los buenos sacerdotes y de las buenas personas, de quienes los han traído hasta aquí y ahora quieren guiarlos por el camino del bien y de la fe, casi escoltándolos como padres y hermanos en su interminable itinerario. ¡Tengan confianza! No tenemos nada que pedirles, excepto que acepten la maternal amistad de la Iglesia. Nosotros podremos hacer algo por ustedes, por sus hijos, por sus enfermos, por sus familias, por sus almas, si su confianza está de acuerdo con la Iglesia y con quienes la representan.
5. A estas personas queremos expresarle nuestra gratitud y señalarles nuestro aliento. A los prelados que aman a nuestros humildes hijos errantes; a Mons. Bernardin Collin [†1985], obispo de Digne [Francia], quien por encargo de nuestra Congregación Consistorial preside las obras de asistencia pastoral a los nómades; al buen padre Fluery SJ., promotor de tan benéfica actividad; a don Bruno Nicolini, a don Mario Ambrogio Riboldi y a todos los sacerdotes, religiosos y laicos que trabajan en favor de los gitanos; sea para ellos nuestra expresa voz de elogio y de gratitud. Que estas dignas personas, que demuestran y ejercen la caridad de la Iglesia y la nuestra hacia la gente nómade, y que por lo tanto son ministros de nuestras bendiciones, las reciban también sobre sí mismas de manera afectuosa y especial.
Y ahora, hermanos e hijos todos, oremos juntos. Aquel Peregrino divino, para quien no fue ni largo ni grave el infinito camino que lo condujo del cielo a la tierra a fin de convertirse en nuestro compañero en el viaje de la vida, está a punto de volver aquí, entre nosotros y por nosotros, en el sacramento del altar. Con espíritu de recogimiento, avivemos nuestra oración: Cristo está cerca. Digamos con la misteriosa invocación de la Biblia: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap. 22:20).
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Fuente: vatican.va
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