12.10.15



El habitante de los bosques:
un alternativo estilo de vida para las personas mayores.

por el P. Eugene Stockton.

Mientras era sacerdote en Riverstone [en las afueras de Sydney, Australia], me vine a interesar por la oración contemplativa [1]. A mi entender, la forma de vida más apropiada para la contemplación era la de un eremita [2]. En 1999, tuve la oportunidad de realizar un viaje de estudios al Reino Unido, en donde supe que existía la más amplia y actual experiencia de vida solitaria. Luego, al año siguiente publiqué mi informe al respecto, al que titulé: Los eremitas laicos [a].   

Aquel estudio se vio seguido por lecturas y correspondencias posteriores, mientras intentaba seguir esa forma de vida lo mejor que podía dentro de mi ministerio parroquial. Mi jubilación, que se dio en el 2001, me permitió un intento todavía más serio. La toma de votos diocesanos como un eremita consagrado me pareció un compromiso mayor con mi diócesis, además de una extensión de mi vocación como sacerdote diocesano.  

Desde que acepté vivir como un eremita, y luego que mi condición se viera oficialmente sellada por la Iglesia, mi experiencia ha sido la de una fresca apertura a una forma de vida completamente nueva respecto a lo que debería ser mi retiro. Me ha concedido una razón para vivir, una razón para trabajar, de tal manera que no esté preocupado por complacerme a mí mismo (lo que para el jubilado es una sutil esclavitud).   

Ahora soy capaz de lograr las aspiraciones espirituales de mis días de juventud, bajo la fórmula citada en Los eremitas laicos: buscando vivir a solas con Dios y solo para Dios. Ahora siento que puedo enfrentar a la muerte de una manera firmemente saludable. La consagración, los votos y el plan de vida, logran establecer lo que ya es una forma de vida en algo más definido, concreto y comprometido.

Creo que son muchas las personas de mi grupo etario las que darían la bienvenida a esta forma de vida alternativa, pues la misma comprende un compromiso y dedicación renovados, adecuados para las reducidas capacidades que son propias de la edad. Muchas de las personas que conozco han optado por convertirse en oblatos (que es una “tercera orden”, por la que vienen a ser una suerte de asociados de las órdenes religiosas), pero tal condición choca con el sentido de vocación positiva propia del estado laical. En mi caso, evidentemente no estoy llamado a ser un religioso (sacerdote o hermano dentro de una comunidad religiosa); mi lugar en la Iglesia es la de un sacerdote seglar o la de un “laico ordenado” que pertenece a una diócesis que se halla bajo jurisdicción de un obispo.

Pienso que las parejas pueden ver el valor positivo de su matrimonio al saberse comprometidas con Dios a través de su reciprocidad. Los solteros ya viven por su cuenta, por lo que pueden ver su soledad no como una insuficiencia que han de soportar sino como un estado al que pueden abrazar delante de Dios. Y los exsacerdotes y exreligiosos, en lugar de mirar atrás y ver un “fracaso” de épocas pasadas, bien pueden ver en esta forma de vida [eremítica] una segunda oportunidad para ir tras los ideales de su juventud.

Las personas pueden vivir como eremitas o “habitantes de los bosques” de manera privada; pero si optan por consagrarse según el actual Código de Derecho Canónico de la Iglesia Católica (canon 603), pueden disfrutar del lugar definido dentro de la misma, de un específico lugar con una determinada estructura de reglas y votos.

La forma de vida del eremita tiene una larga tradición en la Iglesia cristiana, tanto de oriente como de occidente. Sin embargo, ella podría tomar prestado de la sabiduría de las religiones orientales aquello que hace falta en el occidente, a saber: ¿cómo considerar seriamente el retiro de una persona o su jubilación? Las personas mayores, ¿debemos permanecer de manera inútil, esperando simplemente morir?

El ascetismo hindú contempla cuatro etapas de vida:

1. La de estudiante [brahmacārī]: dentro de un programa de aprendizaje luego de la iniciación (etapa de “pregrado”).
2. La de jefe de familia [gṛhastha]: en la que se está comprometido con la vida familiar y el trabajo (etapa de “graduado”).
3. La de habitante de los bosques [vanaprastha]: en la que se está libre de responsabilidades de la familia y el trabajo (viviendo como un recluso o estando semiretirado) [b].
4. La de sādhu [llamado también sannyāsī] o la de un santo (al ya estar unido a Dios).

La tercera etapa, de jubilación, no implica ningún fin; es solo una nueva etapa en la travesía de la vida, una que mira hacia la graduación final. La vida del habitante de los bosques se corresponde con la del eremita o recluso, quien vive una vida prácticamente solitaria. La separación del mundo, realizada de manera más o menos obvia en su sentido material, trata en lo profundo de una crucial separación mental o espiritual.

Paul Gurr observó sabiamente que se trata, en verdad, de cómo uno se ve a sí mismo [2]. Se trata de vivir en el mundo con cierto desprendimiento objetivo, siendo capaz de percibir el mundo y sus inquietudes con sabiduría y compasión, sin enredarse en el fervor de sus motivaciones. Lo importante para una persona que se llama “eremita” no es esforzarse para encajar en una cierta definición de tal forma de vida, sino buscar responder al llamado de estar a solas con Dios según las condiciones de su propia existencia [2, otra vez].

Entonces uno es capaz de abrazar su propia “soledad” como un valor positivo y la proximidad de la muerte como otro paso más que hay que dar (hacia la “santidad” o unión con Dios). Uno abraza así su propio hogar, el reino de Dios en miniatura, tal como el monje aprecia su celda o el eremita a su santuario: es el lugar de encuentro con Dios. La rutina diaria no es una tarea sino la oportunidad de poner en práctica lo que los budistas llaman mindfulness [atención plena].

Uno podría aspirar, así, a no ser más que un simple ser humano; no un “santo” ni un “atleta espiritual”. Y quien no tenga inclinaciones religiosas bien podría, con algunos cambios necesarios, optar por ser solo un ermitaño secular; de los cuales han existido muchos ejemplos notables en el pasado [3-4].

La vocación solitaria comprende un amplio rango de autopercepciones espirituales sin que eso tenga implicar el juicio adverso de los demás.

A lo largo del tiempo, los ermitaños con frecuencia se han dedicado a actividades socialmente valiosas sin por ello traicionar a su llamado; actividades como el mantenimiento de puentes o caminos, como guardafaros y consejeros. El poustinik o el staretz ruso siempre estaban listos para ayudar en tiempos difíciles [5-6]. Y Thomas Merton es un buen ejemplo de un eremita comprometido con su correspondencia, con conferencias y con la escritura [7]. Los sacerdotes podrían ayudar en la apretada agenda de las necesidades parroquiales. Personalmente, he encontrado la investigación académica y la escritura como muy conducentes para mi vida. Como ya lo dije, se trata de la manera en que cada uno se percibe a sí mismo dentro del mundo; en el mundo, pero sin ser de él.

Creo que cierto tipo de dedicación o compromiso es la clave para lograr una vida plena; para una vida que sea tal a la vez que contraria a la “vida irreflexiva”, a la que los filósofos griegos llamaban “carente de toda vida”. En ella se hallan quienes están totalmente dedicados a la riqueza, al poder, a la fama, a sus profesiones, etc., todo lo cual finalmente implica una dedicación al propio ser. Pero también está la dedicación que lo lleva a uno fuera de sí mismo: la dedicación a la familia, al pobre, a la belleza, a la verdad, etc., todo lo cual es finalmente la dedicación al gran otro, a Dios. En la Iglesia, la dedicación a Dios ha sido formalizada en diferentes vocaciones: existen sacerdotes, religiosos y laicos.

Cada una de estas vocaciones puede que implique varias etapas antes de llegar a ser un sacerdote, religioso o laico “con todas las letras”. Pero poco o nada se considera en relación a la jubilación, a la edad avanzada o a la muerte. ¿Qué implica ser un sacerdote de la tercera edad? ¿A qué me llama ahora mi vocación, a esta edad, en la que ya no soy útil? El “habitante de los bosques”, tomado del ascetismo hindú, bien podría llenar esta interrogante; hacerlo sin que en la mente de las personas se dé una asociación negativa con el “eremita consagrado” o la “virgen consagrada” (según el lenguaje del actual Derecho Canónico).

Referencias bibliográficas.

1. Stockton E. (1999). Wonder: A Way to God. Strathfield: St Paul's Publications.
2. Stockton E. (2000). "Lay Hermits", en Compass 2/24, pp. 46-50.
3. Sinetar M. (1986). Ordinary People as Monks and Mystics: Lifestyles for Self-discovery. New York: Paulist Press.
4. France P. (1996). Hermits: The Insights of Solitude. Londres: Chatto & Windus.
5. Wolters C. (1972). Traductor de la clásica obra de Richard Rolle: The Fire of Love. Londres: Penguin.
6. De Hueck Doherty C. (1971). Poustinia, Notre Dame, IN: Notre Dame Press.
7. Merton T. (1971). Contemplation in a World of Action. Garden City, NY: Doubleday.
a. N. del T.: lo publicaré próximamente.
b. N. del T.: el término sánscrito vanaprastha, significa literalmente "aquel que está situado en el bosque".

Véase también: Los eremitas y la Iglesia Católica.

...

Fuente: hermitary.com


Licencia de Creative Commons

0 comentarios: