El monje.
por Raimon Panikkar († 2010)
Con toda certeza, el
monje no es una figura menor entre los seres humanos. En todo lugar representa
una institución y siempre está presente en el seno de la vida humana. Hablar de
un “jesuita budista” es violentar las palabras más allá de lo tolerable; pero
hacerlo de un “monje budista” es, en todo sentido, igual que hablar de un “monje
cristiano” o de un “monje hindú”. Incluso se podría hablar simplemente de
“monjes”, ya sean antiguos o modernos, sin hacer ninguna diferenciación de hábitos o
denominaciones. El monje es una figura religiosa primordial, anterior al
estallido de las grandes religiones. No representa una especialidad cristiana
ni el monopolio de una sola religión. No es el especialista de una tarea particular.
No se ve definido por lo que hace sino por lo que es. El monje es el hombre que
ha tomado con toda seriedad, y sin ningún compromiso [ulterior], su vocación de
devenir plena y totalmente hombre por el hecho de trascender su vida humana. Es
el hombre que quiere ser, esencial y sustancialmente: hombre (para usar cierta
terminología), pues él cree que el núcleo del alma puede devenir en “más que
humano”. Es el hombre que tiende con todo su ser a la realización de su
verdadero ser; incluso si eso implica el estallido de su condición humana, pues
él [es alguien que] se va desprendiendo de todo condicionamiento de temporalidad. Es un hombre
que tiende a la radical perfección de su ser, cualquiera que sea la manera en
que se interprete tal perfección dentro de las diferentes tradiciones
religiosas.
Podríamos intentar
expresar lo anterior de una manera más antropológica para acomodarnos a la
tendencia actual. Diremos, entonces, que la dimensión monástica del hombre es
su dimensión constitutiva; si bien no se trata de la única dimensión humana, ya
que el hombre es mucho más complejo que su núcleo más profundo. Si realmente es
así, entonces ser monje no es el monopolio de un grupo reducido; es una
dimensión humana alcanzada por diferentes personas con diferentes grados de
consciencia y de pureza. Toda persona humana posee su propia dimensión
monástica. Pero el monje propiamente dicho no es aquel que cultiva esta
dimensión de forma personal, sino aquel que se compromete públicamente; es
decir, quien vive su vocación monástica de manera comunitaria.
La tradición cristiana
comprenderá esta plenitud desde una perspectiva netamente cristiana; y veremos
que el revera Deum quaerit de san
Benito [1] se halla dentro de todos los ideales monásticos cristianos. La
búsqueda de Dios, del Absoluto, la concentración en los puntos esenciales, la
eliminación de lo superfluo o el camino vertical -para utilizar algunos de las
metáforas inspiradas por contextos diferentes-, se encuentran en el corazón de
la vocación monástica. El tradicional et,
al que hice referencia luego del principio [2], ¿no es precisamente el puente
entre dos actividades humanas fundamentales: el trabajo de las manos (labora) del hombre -guiado por su
corazón- y su existencia (ora) ofrecida a favor de la redención
del mundo?
[…]
...
Notas del
traductor :
1. Regla benedictina 58,7. Alude a la “búsqueda auténtica de Dios” por parte de quienes solicitan ser admitidos a la comunidad monástica.
2. El et (y) de la locución latina: ora et labora, como conjuntivo paradigmático
que apunta hacia la plenitud de la persona humana.
Panikkar R.
(1973). Les moines chrétiens face aux
religions d’Asie. Contribution du monachisme chrétien d’Asie à l’Église
universelle, pp. 347-348. Secrétariat A.I.M. – Vanves, Francia.
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