8.5.14


La tentación de Percival - Arthur Hacker (1894)


La última perversión sexual.

Un argumento en defensa del celibato.

por Michael McClymond.

Profesor adjunto de Religión en Norteamérica en la Saint Louis University. Es autor de Encounters With God: An Approach to the Theology of Jonathan Edwards (1998).


Vivimos en una época tolerante, pero incluso la tolerancia tiene sus límites. O eso pareciera. Bajo un cielo azulado y con olas de blanquecina cresta como fondo, me encontraba en un rústico restaurant de mariscos en California del Sur, disfrutando de la comida junto a un guionista de Hollywood. A medida que disfrutábamos de la comida, acrecentábamos también nuestro conocimiento el uno del otro. Era, y aún es, un ciudadano comprometido. Hace algunos años escribió el guión para una red televisiva sobre el drama documental relacionado con la vida de Amy Fisher, “la Lolita de Long Island”, quien fue declarada culpable y enviada a prisión por haberle disparado a la su esposa de su amante. Ya había supuesto que el tema del sexo aparecería en algún momento.

Puesto que ninguno de los dos estaba casado, hablamos sobre las mujeres que habían estado presentes en nuestras vidas. Y pronto fue evidente que nunca había tenido sexo con las mujeres con quienes había salido. “¿Realmente no te interesaba?”, me preguntó, acompañándose de una mirada excéntrica. “No, sí estaba interesado”, respondí. “¿Y no te acostaste con ellas?”, continuó. “No”, le repuse. Intentaba explicarle que creía que las relaciones sexuales tendrían que estar limitadas al matrimonio, y que eventualmente esperaba casarme con alguien que tuviese el mismo principio. Hubo una pausa y luego me dijo algo memorable: si él hubiese sabido que la mujer con la que tuvo una cita no hubiese tenido sexo con sus novios anteriores, entonces habría pensado que algo estaba mal con ella. Una mujer que practicara la abstinencia sexual fuera del matrimonio hubiese sido alguien de poco interés para él.

En defensa de la perversión.

Aquella conversación se fijó en mi mente debido a que me abrió los ojos para apreciar las notables y novedosas miradas sobre el sexo que han surgido prácticamente durante la última generación. La tradicional política del solo-me-casaré-con-una-virgen ha sido reemplazada por la de solo-me-casaré-con-la-persona-orgásmicamente-adecuada. Las novedosas miradas, sin embargo, no aparecieron de súbito. Antes bien, evolucionaron a través de un centenario proceso de mutación. Y en tal proceso tuvieron su rol sexólogos como Havelock Ellis, el libro sobre Samoa de Margaret Mead, el círculo de Bloomsbury, la “generación perdida” de la década de 1920, el psicoanálisis freudiano, la autoactualización y la psicología pop, los estudios Kinsey sobre la conducta sexual masculina y femenina, la invención de la píldora anticonceptiva, el radicalismo de los 60 y el hedonismo de los 70. Este cambio de perspectiva fue muy bien descrita por Graham Heath:

Se produjo (o se popularizó) la casi simultánea producción de evidencia en la zoología, antropología, historia, psiquiatría y sociología, para demostrar que la moralidad sexual de los últimos dos mil años del mundo occidental era un terrible error; se trataba de algo que había sido antinatural, que había destruido la felicidad humana, algo represivo, algo que había sido sostenido por la hipocresía y que de hecho en la práctica una gran parte de la población la había dejado de lado. La evidencia fue expuesta por distinguidos académicos cuyas investigaciones en muchos casos se vieron apoyadas por prestigiosas fundaciones. La nueva doctrina era inmensamente atractiva y parecía ser totalmente lógica: la era de la libertad por fin emergía. No existía tal cosa como “la normalidad”, todos tenían diferentes necesidades sexuales. No habían directrices para la conducta sexual, solo importaba que las partes estuvieran de acuerdo y que no tuviera lugar la concepción. No había necesidad de ningún control social a las influencias que afectaban a la vida sexual. En ese preciso momento, jugando a ser el hada madrina, la industria farmacéutica produjo el primer método efectivo para la anticoncepción: la “píldora”. En menos de una generación la nueva ortodoxia había reemplazado a la anterior. Los padres y educadores que seguían sugiriendo el amor, la fidelidad y el control como ideales fueron considerados como amargados, infrasexuados, contrarios a la vida, contrarios a la juventud y antiprogresistas. La “revolución” sexual había comenzado [1].

Si esta revolución tenía un manifiesto, una plataforma propia como corriente, era la libre discusión y la práctica abierta de un abanico casi ilimitado de opciones sexuales. Sin embargo, a medida que el s. XX llegaba a su fin, era claro que el movimiento de liberación sexual no era tan abierto como su retórica lo sugería: repudiaba a la contención. Tal como lo indican los términos peyorativos de Heath: “amargados, infrasexuados, contrarios a la vida, contrarios a la juventud y antiprogresistas”, el movimiento llevó adelante su causa mientras degradaba a quienes estaban fuera del mismo. Quienes no eran parte del partido, eran aguafiestas.

Aquellos que están buscando una perspectiva diferente podrían verse decepcionados por la literatura favorable al celibato. Pues, por desgracia, la mayoría de los textos son anticuados y parecieran basarse en el supuesto de que las personas tienen que casarse tempranamente o tienen que acceder de manera consciente a un celibato de por vida y conventual, junto a una comunidad que los apoye (según el contexto católico). Los libros sobre el celibato, en otras palabras, son para adolescentes o para monjes. Tienen muy poca importancia para muchas personas de la actualidad, como para aquel que está en su tercera década de vida y nunca se casó, para la profesional que quiere casarse pero a la que le parece imposible encontrar al hombre justo, para la madre soltera de cuarenta años y abandonada por su bohemio marido, para la quincuagenaria viuda que todavía podría vivir otros treinta años más.  

En Estados Unidos existen muchas personas que se encuentran en este tipo de situaciones. En 1990 habían cerca de 40 millones de solteros(as), 15 millones de divorciados(as) y 14 millones de viudos(as), los cuales conformaban un total de 69 millones de personas que estaban solas [2]. El sexo posmarital es hoy en día un tema tan importante como el sexo premarital. Aun si en muchos casos se acepta la legitimidad de un nuevo matrimonio –lo que es tema de controversia en las iglesias-, la persona divorciada todavía tiene que enfrentarse con una importante dificultad en el terreno de la sexualidad. Esta persona habrá perdido la oportunidad sexual que concede el matrimonio, y el celibato posmarital con frecuencia es mucho más difícil que el premarital. Es posible que surjan, además, estímulos para comprometerse con una relación sexual de corto plazo durante el periodo de separación o cuando el divorcio es todavía una herida fresca, pues se tratan de momentos en donde las emociones son intensas y conflictivas. Las personas divorciadas o desconsoladas [por su viudez] puede que incluso se vean tentadas a seguir por otro camino: a entrar a un segundo matrimonio de manera prematura y potencialmente peligrosa. Pueden volver a equivocarse al tomar una decisión de largo plazo sobre la base de impulsos emocionales de corta duración.

Supongamos –para seguir con nuestro argumento- que un individuo en su etapa posmarital no desea volver a casarse y desea abandonar el sexo fuera del matrimonio; esto lo conducirá a ser célibe por un tiempo indefinido. Y si bien el celibato de un(a) monje(a) católico(a) es difícil, este tipo de celibato es mucho más difícil aún. Primero, la persona en un estado posmarital tiene plena experiencia de la vida sexual (un adicto a la heroína ya recuperado, entrevistado por la revista Rolling Stone, habló sobre el problema del “recuerdo eufórico” y señaló que todavía soñaba con sus “vuelos”. Es algo parecido a cómo los que se encuentran en la etapa posmarital sueñan sobre su pasada vida sexual y sobre sus exparejas [3]). Segundo, el celibato de la persona divorciada o que está sola no resulta estable por ningún voto de continuidad ni tampoco se ve alentada por el apoyo de una comunidad. Esto puede hacer que la suya sea una ocupación solitaria. Tercero, la persona en la etapa posmarital, que se mantiene abierta a la posibilidad de volverse a casar, podría verse tentada en medio de las oportunidades para formar una nueva relación. En la actualidad, el mundo de quienes están solos está lleno de personas que no están comprometidas con el celibato extramarital; cualquiera que desee llevar una vida de encuentros no-sexuales necesita de un gran caudal de prudencia, tacto y autocontrol.

Es posible establecer un buen argumento a favor del celibato extramarital. Quienes se abstienen del sexo no son “amargados, infrasexuados, contrarios a la vida, contrarios a la juventud y antiprogresistas”, como se ha sostenido. De hecho, con el tiempo estas personas pueden mejorar su vida erótica de manera considerable. Cuando son estudiados con atención, los argumentos sugieren que el celibato es preferible a la promiscuidad o a una serie de relaciones sexuales transitorias. Aunque esto no significa que el celibato sea una gracia inmaculada. Entre otras cosas, el celibato implica una confiscación del placer que en sí misma es negativa. Ciertas personas célibes puede que experimenten síntomas psicológicos y físicos que van desde la irritabilidad hasta el insomnio o la depresión. La privación sexual nunca ha matado a nadie, claro está, pero eso no significa que el sentido de bienestar general no se vea disminuido a causa del celibato. Pero aun con todo esto, el celibato fuera del matrimonio es preferible a la promiscuidad y a su compañía de celos, culpa, dolor y disminución de sensibilidad emocional. Mientras que los dolores del celibato pueden ser olvidados con prontitud, las heridas de la promiscuidad puede que duren toda la vida.

El presente ensayo se concentra en los heterosexuales que no están casados; no se aboca específicamente a la práctica homosexual o al adulterio. [Reconozco que] es improbable que el solo argumento racional pueda cambiar la conducta sexual de alguien. Un momento de intensa excitación sexual puede demoler la resolución moral de cualquiera, tal como lo hace una ola de cinco pies que golpea un castillo de arena. Pero la acción se ve moldeada por el pensamiento; y sucede así con la acción sexual y el pensamiento sexual. Más aún, la comunidad cristiana, tanto del pasado como del presente, puede apoyar –y de hecho lo hace- a quienes practican la autoprivación sexual. Creo que es así porque es así como lo he experimentado: las fervorosas oraciones, la escucha atenta y la mutua responsabilidad han sido parte integral de mi experiencia como célibe. Por sobre todo, el celibato cristiano se haya enraizado en la gracia de Dios; y es el Dios de la gracia quien transforma al ser humano y lo conduce a la raíz de su existencia. Por lo tanto, se tiene que rechazar la idea que un argumento en pro del celibato es un gesto inútil y predestinado al fracaso. Lo que en realidad podría estar destinado a la ruina es la extravagante idea del “amor libre” que propone la revolución sexual.

La mitografía del “amor libre”.

Para continuar con nuestro argumento, imaginemos que vos fueses una persona perdida en una isla, en un verdadero lugar paradisíaco. Siendo la única persona sobreviviente a la caída de un helicóptero, de pronto te despertaste y te viste rodeado por miembros de tu sexo opuesto de extraordinaria belleza. Como si Robinson Crusoe se hubiese encontrado con la mitad de los personajes de Bay-Watch (pero no se trata de una nocturna serie de televisión norteamericana sino de algo real). Allí están las personas de la isla: altas y bajas, esbeltas, musculosas, bien formadas y de cabellos rubios, negros y rojizos; cada una de ellas es diferente del resto pero aun así es casi un espécimen perfecto. Y todas se encuentran fascinadas con vos, ansiosas por poder abrazarte y también de poder compartirte con los demás. Las nubes de los celos y de la desconfianza nunca ensombrecen este cielo tropical. Puesto que no conocen la envidia, ellas no pelean por vos. Y ya que sos el único hombre o la única mujer de la isla, no tenés ningún rival para su cariño. Lo más sorprendente es que estas personas solo quieren complacerte a vos. La palabra “no”, o su equivalente en el Mar del Sur, no pareciera existir en su vocabulario. Cualquier cosa que vos quieras hacer, también a ellas les gustaría hacerlo.

Esta libidinosa fantasía es entretenida porque es obviamente imaginaria, claramente autocomplaciente y decididamente imposible. Sin embargo, el cuadro esbozado no es diferente del presentado por una de las mejores antropólogas del siglo en su best-seller: Coming of Age in Samoa. El día en Samoa, según Mead, comienza cuando “los amantes regresan a sus hogares luego de su cita bajo las palmeras o a la sombra de las canoas encalladas” [4]. Mientras que los occidentales del siglo XIX valoraban la castidad fuera del matrimonio, “los samoanos consideran a tal actitud con respeto a la vez que con total escepticismo, pues el concepto de celibato es absolutamente intrascendente para ellos” [5].

Y Mead continúa:

Los samoanos se ríen de las historias de amor romántico, se burlan de la fidelidad a una esposa o amada largamente ausente; creen con toda certeza que un amor rápidamente cura [la pérdida] de otro […] Aunque el tener muchas amantes no es algo discordante si se le dan muestras de afecto a cada una de ellas […] El amor romántico, tal como se da en nuestra civilización: inevitablemente ligado a ideas de monogamia, exclusividad, celos e inamovible fidelidad, es algo que no se da en Samoa […] El adulterio no necesariamente significa un matrimonio que se destruye […] Si, por otra parte, una esposa finalmente se cansa de su marido –o el marido de ella- el divorcio es una cuestión sencilla e informal […] Se trata de una monogamia quebradiza, con frecuencia se la transgrede y lo más común es que se la rompa por completo. Pues se dan muchos adulterios […] que difícilmente amenazan la continuidad de las relaciones establecidas […] y por eso no existen matrimonios de una duración establecida por el que las partes se sientan infelices [6].

El idealizado cuadro de Mead sobre la sexualidad del Mar del Sur, fue recibido con toda avidez por el público norteamericano. El libro Coming of Age in Samoa vendió millones de copias y llegó a influenciar en la manera en que las personas de este país se desarrollaban [7]. Este era el tipo de libro que los estudiantes universitarios posiblemente señalaran en contra de sus padres en la época de los 60. Esta obra no solo catapultó la carrera de medio siglo como antropóloga de Mead, sino que también la convirtió en un nombre familiar y le concedió una audiencia popular a sus ideas sobre una amplia variedad de temas. Solo hubo un problema: la evidencia de sus afirmaciones sobre los samoanos eran demasiado endebles, sino fraudulentas.

Muchas de las faltas que Mead cometiera como científica social han sido registradas por Derek Freeman en su libro: Margaret Mead and Samoa: The Making and Unmaking of an Anthropological Myth [8]. Mead se sumergió en su campo de investigaciones luego de estudiar el lenguaje de los samoanos durante solo seis semanas. Y dejó Samoa luego de nueve meses de haber llegado al lugar, diciendo que ya tenía suficiente material para hacer generalizaciones sobre la vida en la región, e incluso sobre toda la cultura humana. Cuando se le discutieron sus varias afirmaciones, Mead permaneció en su postura e incluso se volvió más rígida con el tiempo; si bien nunca regresó a Samoa para confirmar sus registros. Tal como la propia Mead lo reconoce en Coming of Age in Samoa, la mayoría de sus fuentes fueron adolescentes todavía vírgenes, por lo que es difícil de comprender cómo es que pudo escribir de la manera en que lo hizo [9]. Al contrario de Mead, Freeman aprobó un examen oficial sobre el lenguaje y hasta se convirtió en un líder samoano. Su libro cita registros de misioneros, de viajeros y de documentos públicos, a la vez que resalta las varias contradicciones de Mead y de sus defensores.

En contra de la afirmación de Mead que sostiene que los samoanos no tenían vergüenza sexual, Freeman registra veintidós casos de suicidio; entre ellos se hallan los de seis individuos que fueron atrapados en relaciones sexuales ilícitas, y los de otras dos personas golpeadas por sus amantes. Freeman también demostró que los samoanos tienen en alta estima la virginidad de la novia en el momento del casamiento. Era frecuente que un hermano se dejara llevar por un “ataque de furia” contra aquel que intentaba seducir a su hermana. En 1959, un joven de 20 años estaba sentado bajo un árbol de pan [o frutipan] junto a una chica dos años menor que él; cuando el hermano de ésta los vio, golpeó con furia al joven y le quebró la mandíbula. Y en la Samoa precristiana, el adulterio era un crimen que se castigaba con la muerte; pero con el correr del tiempo la pena se redujo a quebrarle el cráneo o cortarle la nariz o la oreja al culpable [10]. Uno podría decir, junto a E. Michael Jones, que Coming of Age in Samoa era tan preciso a nivel histórico ¡como el film The Blue Lagoon (1980)!     

El libro de Mead es una defectuosa obra de las ciencias sociales y un erróneo argumento a favor del libertinaje sexual. Pero el siglo XX ha sido testigo de otros reclamos de las ciencias sociales que no han sido menos dudosos; se trata de pretensiones en donde un revestimiento de respetabilidad científica ha servido para encubrir la agenda personal y/o los defectos metodológicos de los investigadores acerca de la sexualidad. Havelock Ellis, uno de los primeros y más importantes sexólogos, logró reunir una inmensa cantidad de información sobre la sexualidad humana. Pero toda esa información no era representativa, ya que provenía de personas de quienes él recibía correspondencia. No sorprende que el material de Ellis incluya una gran cantidad de individuos que tenían problemas sexuales o que, por el contrario, estaban obsesionados con el sexo. En su autobiografía, Ellis reconoció sus propias preocupaciones por las mujeres que se meaban, por el lesbianismo de su esposa y por su  prolongado fracaso para alcanzar su potencia [sexual], lo cual lo logró después de sus sesenta años. Ellis concluyó que la miseria sexual es casi universal. Según él, las parejas externamente felices “en gran parte están muertas, con el aburrimiento corroyéndolas en su esencia; son irreales, están paralizadas y corrompidas, son egoístas y estériles” [11]. Ellis, dicho de manera discreta, tenía un hacha para embestir; quería demostrar que no existía la normalidad sexual.

Wilhem Reich, un filósofo de la sexualidad, representa otro caso en donde hay razones para dudar de la objetividad del investigador. Cuando era niño, Reich involuntariamente reveló el amorío que su madre tenía con un tutor, lo que hizo que ésta se suicidara. Fue algo que al parecer le pesaría bastante años después [12].

Los estudios inmensamente influyentes de Alfred Kinsey: Sexual Behavior in the Human Male (1948) y Sexual Behavior in the Human Female (1953), estuvieron plagados de los mismos problemas presentes en Havelock Ellis: no se basaban en sólidos métodos de muestreo estadístico. En 1954, la American Statistical Association publicó su propio análisis sobre los informes de Kinsey y concluyó que “las críticas se ven justificadas en aquellas objeciones que sostienen que muchas […] afirmaciones provocativas del libro no se basan en los datos de información que presenta en su interior; no resulta nada claro a los lectores la evidencia sobre la que se apoyan las afirmaciones”. Otros criticaron a Kinsey por “generalizar más allá de los datos de información”; como, por ejemplo, al apoyar sus conclusiones en información bastante mínima o en un grupo no representativo de la población: los voluntarios de las encuestas, las personas de orientación homosexual, la población presidiaria y demás [13]. El estudio sobre la sexualidad en Norteamérica, realizada en 1994 por la University of Chicago, también resaltó el carácter nada confiable de las conclusiones de Kinsey [14]. Y algunas de las proyecciones de este autor respecto al futuro también resultan notablemente erróneas, como su insinuación que la medicina moderna removería de manera sustancial la amenaza de las enfermedades de transmisión sexual [15]. En esta era del sida, del virus del papiloma humano, de la clamidia, del herpes incurable y de muchas otras dolencias más, la predicción de Kinsey resulta claramente nula.

Al igual que Ellis, Kinsey estaba preocupado con poder demostrar que no existe la normalidad sexual; quería, al menos, que el abanico de prácticas sexuales aceptadas en la mayoría de las sociedades tradicionales fuera más inclusiva. Kinsey fue alguien que comenzó su carrera como entomólogo, y quien hacia el final de su vida había reunido unas 18 mil historias sexuales y 4 millones de molestas avispas gallaritas [16]. Según él, la variedad es el principio fundamental de toda vida, y desde tal principio extrajo algunas de sus terminantes conclusiones:

Los hombres y las mujeres en general esperan que sus compañeros piensen y se comporten según patrones que se ajusten a la legalidad […] pero tales patrones no se ajustan a todos los individuos que tratan de vivir bajo los mismos […] Lo que está bien para un individuo puede que esté mal para otro […] El abanico de variaciones individuales, en cualquier caso particular, generalmente es mucho más extenso de lo que comúnmente se cree […] Nuestras concepciones sobre lo correcto y lo incorrecto, sobre lo normal y lo anormal, se ven seriamente desafiados por los estudios sobre variaciones [17].

En tanto argumento para la libertad sexual, no existe demasiada sutileza en lo que dice: la variedad existe; por lo tanto, debería seguir existiendo. Esto me recuerda a la famosa cita del Papa Alejandro: “Lo que es, está bien”, lo cual puede ser usado para racionalizar todo tipo de acciones crueles (¿por qué no permitir las guerras, torturas, engaños y traiciones junto a la más extensa libertad sexual?). El reclamo de Kinsey no tendría que ser: “todo el mundo lo está haciendo”, sino: “un determinado porcentaje de la población lo está haciendo”. De cualquier manera, la cuestión ética de la sexualidad tampoco se ve resuelta por los estudios de variación de Havelock Ellis o de Alfred Kinsey, pues no son mucho mejores que el idealizado cuadro de la vida samoana presentada por Margaret Mead.

En contra y a favor del celibato.

Nuestra anterior mirada sobre Mead, Ellis y Kinsey debe haber dejado en claro que las normas y juicios éticos no han desaparecido del nuevo pensamiento sobre la sexualidad. En vez de eso, la autoexpresión ha reemplazado al autocontrol como valor supremo. Se podría decir que el celibato se ha convertido en la última perversión sexual de Norteamérica. En términos médicos, el celibato es seguro, no es dañino y no conlleva riesgos de contagio de una enfermedad de transmisión sexual.  Pero, tal como lo dijo un profesor de educación sexual de acuerdo a informes y en respuesta a una discusión sobre la abstinencia: “Sí, es seguro, ¿pero es sexo?” [18]. En la actualidad, se hace necesario hacer algo que las sociedades tradicionales nunca habrían hecho: presentar un argumento razonable para abstenerse del sexo fuera del matrimonio.

Algunos de los argumentos más comunes en contra del celibato y a favor de la promiscuidad son: (1) “Todo el mundo lo hace”; (2) “Es totalmente natural”; (3) “La variedad es el condimento de la vida”; (4) “Quiero un test drive [manejo de prueba] antes de decidirme a comprar el automóvil”.

El primer argumento: “Todo el mundo lo hace”, es tan común como su inutilidad. No prueba nada. Es un [típico] razonamiento inmoral; la prevalencia de una determinada práctica no establece su aceptabilidad. Quizás la idea esencial sea que decenas de millones de norteamericanos no pueden estar totalmente equivocados, ya sea en términos inmorales, de imprudencia o en ambos casos. Pero la experiencia nos demuestra que la gente con frecuencia actúa de manera estúpida. Cerca de un tercio del total de adultos de Norteamérica son obesos, y a causa de eso muchos de ellos están poniendo en peligro su vida. Pero aún así, uno no escucha que tales personas corpulentas se defiendan sintiéndose indignadas y diciendo: “¡Pero si hoy en día todos se comen un segundo postre!”. Lo que es más, la promiscuidad sexual puede ser una formadora de hábitos. Muchas personas continúan con su promiscuidad simplemente porque se les hace difícil detenerla.

De igual manera, la afirmación de que “es totalmente natural” no conlleva ninguna observación atenta. La aparente fuerza del argumento se apoya en la ambigüedad que existe –y que con frecuencia ha sido notada por los filósofos- entre “lo natural”, como descripción de la manera en que las personas actúan; y “lo natural” como una expresión normativa de cómo ellas tienen que actuar. Por lo tanto, uno podría significar dos cosas a través de “es totalmente natural”. Primero, que todos o casi todos en realidad están dedicados a la promiscuidad. Segundo, que la mayoría, sino todas las personas, consideran que la promiscuidad es la norma que los seres humanos tienen que seguir. En el primer caso, tenemos un pseudo-argumento, es solo otra versión del “todo el mundo lo hace”. En el segundo caso, el argumento carece de una observación empírica sobre las varias culturas humanas. La historia y la antropología muestran con suficiente claridad que la mayoría de las sociedades humanas no consideran que la promiscuidad sea una conducta aceptable. En muchas épocas y en muchos lugares, los castigos infligidos sobre los delitos sexuales han estado entre los más severos: ostracismo, vergüenza, flagelación e incluso la muerte (ni siquiera Samoa, como hemos visto, era una excepción). Entonces, “es totalmente natural” no sirve como argumento. Es solo la afirmación de un hecho y no un argumento moral que nota que todas o casi todas las personas son promiscuas; o bien es un error empírico que sostiene que todas o casi todas las personas reconocen a la promiscuidad como una conducta aceptable.   

Otro argumento sostiene que “la variedad es el condimento de la vida”. Esta línea de razonamiento posee un innegable atractivo. Hoy en día, son muchas las personas que se ven atraídas por el ideal romántico de una vida enriquecida por la variedad de experiencias. ¿Por qué no deberíamos considerar nuestro intercambio de parejas? ¿Acaso la monogamia no es monotonía? ¿Por qué comer solo uvas cuando se pueden probar bananas, mandarinas, paltas, mangos y kiwis? Esta analogía de la fruta muestra tanto la fuerza como la debilidad del argumento. Respecto al consumo de frutas, se tiene que aceptar su aplicación: la variedad es de lo mejor. Durante años he estado “comiendo por los alrededores” de los productos frutales de mi supermercado local, y por lo pronto no tengo la más mínima intención de quedarme con una sola fruta. Pero los placeres del intercambio sexual no pueden compararse a la ingesta de frutas sin que se minimice a los primeros.

El sexo, en comparación con otros placeres corporales, posee la característica única de involucrar a toda la persona y de producir lazos afectivos. Puede que uno disfrute por completo el comerse una mandarina hoy, pero luego dejará ese momento de disfrute allá atrás. No existen riesgos de que tenga flashbacks de la mandarina cuando mañana –o veinte años después- coma un pedazo de otra fruta diferente. Pero incluso en esta época de aventuras sexuales, no son muchas las personas que pueden llevar una vida sexualmente activa sin generar apegos.  Hace poco, un conocido mío me dio un consejo no solicitado respecto a una mujer que tenía un largo historial enganchando hombres para luego descartarlos: “Ni siquiera la veas, a menos que lo hagás como un Navy Seal [miembro de las fuerzas especiales de la armada]. Ya sabés: ponéte tu traje protector, entrá, hacé tu trabajo y luego simplemente retiráte. No te quedés ahí”.  He aquí una estrategia para involucrarse sin comprometerse. El equipo de un Navy Seal me hizo pensar en un gigantesco preservativo. Pero también me sorprendió la metáfora de guerra: una mujer hermosamente vestida abre la puerta e invita a pasar a un joven ataviado de combate. No parece divertido y no hay nada remotamente romántico en el hecho. Pero, ¿realmente me hubiese gustado empezar a tener sexo sin tener sexo?   

Me parece que la idea de “la variedad es el condimento de la vida” se traduce en prácticas concretas dentro de un set que contiene los siguientes imperativos:

Mantené relaciones sexuales con una amplia variedad de personas, pero jamás le entregués tu corazón a ninguna de ellas. Preservá tu reserva emocional. A través de todos los medios, tratá de mejorar tu técnica sexual a medida que pasés de una pareja a otra. Si te pareciera que una de ellas es la “elegida”, entonces inmediatamente ignorá los imperativos precedentes y comenzó a ligarte enloquecidamente a la misma; manteniendo siempre la esperanza de que también él o ella comiencen a pensar en vos como la persona “elegida” y así puedas resultar suficientemente afortunada para tener una relación comprometida.

No es necesario tener un doctorado filosófico para notar todos los problemas incluidos en estos mandatos. ¿Puede alguien lograr a plenitud el no verse apegado a su pareja sexual (o parejas sexuales)? ¿Acaso alguno desea tener sexo sin entregarse por completo al placer y a su pareja? ¿Qué es lo que se debe hacer si siente que se está comenzando a desarrollar un profundo apego por otra persona? ¿Tiene que romper con la relación o forzar [y esquivar] el tema de un compromiso de largo plazo? ¿Cómo afrontar el dolor de las relaciones quebrantadas, en especial de las rupturas que no se dieron por mutuo acuerdo? ¿Acaso una historia de relaciones interrumpidas no conducirá a una mayor dificultad en la conformación de un compromiso en el futuro? ¿Cómo es que se logra distinguir a la persona “elegida” a partir de un grandioso encentro sexual? ¿Existe una diferencia? ¿Y si ya se está comprometido con una persona pero aparece otra que ofrece un horizonte más excitante de logro sexual? Cuando uno se hace estas preguntas, resulta claro que en ciertos aspectos la promiscuidad puede ser más difícil de practicar que el celibato fuera del matrimonio. En éste, existe solamente una regla a recordar: entregále tu corazón y tu cuerpo a una sola persona, dáselos por completo, pero solo después de que hayás realizado un compromiso permanente.

La Biblia nos enseña que el intercambio sexual establece el más profundo tipo de lazo emocional y psicológico entre la mujer y el hombre: “Los dos serán una sola carne” (Gén. 2:24). El dedicarse al intercambio sexual mientras se suspende al propio corazón es algo totalmente antinatural, va contra la intención de Dios sobre su creación. Se trata de una perversión sexual, similar a como cuando los antiguos romanos practicaban la perversión alimenticia: se banqueteaban durante horas para finalmente arrastrarse hasta el vomitorium, en donde deslizaban una pluma bajo sus gargantas y descargaban el contenido de sus estómagos; tan solo para volver a seguir con el banquete. Estos romanos habían perdido la noción del propósito de la alimentación. El consumo de alimentos está destinado a la nutrición y al fortalecimiento del cuerpo, además del acto de compartir la compañía de los demás. El sexo es para el placer y para la procreación, y establece la más íntima forma de unión [entre dos personas].

El último argumento a considerar pareciera el más sensible de todos: “Quiero un test drive antes de comprarme el automóvil”. Caveat emptor [lat. Sé cuidadoso comprador], “Mirá bien antes de dar el salto”, “Más vale estar seguro que lamentarse”, etc.; todos hemos escuchado cantidades de aforismos relacionados con la precaución, y pareciera bueno aplicar ese concepto de prudencia a la sexualidad. Pero la analogía no resulta útil. ¿Cómo se sentiría uno si comprase un automóvil que ha pasado por un test drive a manos de más de una docena de conductores a lo largo de los años? ¿Es que acaso importa? Casi que lo haría, en verdad. Y más aún, ¿qué se haría con un automóvil que tiene buen desempeño durante el test drive pero tras haberlo comprado resulta con graves problemas mecánicos? (de hecho, son pocos los matrimonios que están totalmente libres de tales problemas). En el mundo automovilístico, existen garantías y acuerdos de servicios para minimizar los varios riesgos, pero no sucede así en lo que respecta al matrimonio. El breve “test drive” difícilmente es garantía de un deseo mutuo y de conveniencia para toda la vida. Si uno extiende este “test drive” de manera considerable, entonces se mete en los problemas ya mencionados sobre los lazos interpersonales, pues éstos serán repetidamente establecidos y quebrantados.

Existe evidencia que señala que las parejas que no realizan un “test drive” funcionan tan bien –sexualmente hablando- como aquellas que sí lo hacen. Un estudio demostró que había poca diferencia, en relación a la frecuencia del orgasmo femenino dentro del matrimonio, en mujeres que no estuvieron comprometidas en prácticas sexuales premaritales con aquellas que sí lo habían realizado. En un informe sobre el amor y la durabilidad del matrimonio, el mismo estudio demostró que los esposos y esposas que no habían tenido experiencia de intercambio premarital poseían una mayor probabilidad de lograr un completo éxito marital que aquellas parejas en las que una de las partes sí la había tenido [19]. Un estudio británico, comisionado en 1972 por el Royal College of Obstetricians and Gynaecologists, concluyó que “no existe evidencia de que el intercambio premarital mejore significativamente las oportunidades de una adaptación marital satisfactoria” [20]. Por lo tanto, la teoría del “test drive” se ve empíricamente desafiada y carece de fundamento. 

El más autoritativo estudio sobre práctica sexual realizado en los Estados Unidos, que fue dirigido por un grupo de la University of Chicago y basado en entrevistas de profundidad a 3,500 personas en 1992, claramente demostró los beneficios de limitar las expresiones sexuales a la propia pareja marital. Entre quienes tuvieron solo una pareja sexual durante sus últimos doce meses, el 63.4% se describió a sí mismo como “extremadamente feliz o muy feliz”; en tanto que tal descripción alcanzó al 44.9% de quienes tuvieron dos o hasta cuatro parejas. Entre quienes se describieron como “desdichados” la diferencia fue aun más notoria: el 22.4% de quienes tuvieron dos o hasta cuatro parejas lo describió de ese modo; en tanto que la cifra alcanzó únicamente al 9.4% de quienes tuvieron solo una pareja. Según el informe, el nivel de desdicha de quienes tenían dos o hasta cuatro parejas sexuales (22.4%) era casi igual al de las personas que no tenían ninguna pareja (23.9%). El celibato, al parecer, no implica mayor nivel de descontento que la promiscuidad. Laumann y sus colegas hacen un énfasis particular en el beneficio de las relaciones sexuales con una sola pareja cuando la misma en cuestión es el propio cónyuge: “El tener una sola pareja sexual es más recompensante en términos de placer físico y de satisfacción emocional que tener más de una; y es especialmente recompensante si esa única pareja es el cónyuge”. En términos comunes: la monogamia es sexy. Los investigadores sostienen que una persona comprometida con una pareja de largo plazo posee un mayor incentivo y oportunidad de aprender cómo complacer a la misma que alguien con una relación a corto plazo [22].

Si la promiscuidad es mala, o por lo menos resulta peor que la monogamia, eso no necesariamente implica que el celibato es bueno. ¿Qué de bueno puede tener la abstinencia sexual? ¿Cuáles son los argumentos que la sustentan? Antes que nada, uno tiene que hacer a un lado la noción de que las personas célibes de alguna manera son no-sexuales. Puesto que la sexualidad no es simplemente un acto genital sino una forma de existencia personal, nadie podría ser no-sexual sin dejar de ser un hombre o una mujer. Las personas célibes simplemente han elegido dirigir y expresar su sexualidad de manera no-genital. La poeta y ensayista Kathleen Norris ha escrito recientemente sobre su amistad con “sabios monjes y monjas ya mayores, cuya larga formación en la práctica del celibato les ha permitido encarnar la hospitalidad en su más profundo sentido. En ellos, las contenciones del celibato de alguna manera han sido transformadas en una apertura que atrae a las personas de todas las edades, de todas las clases sociales. Ellos emanan cierto sentido de libertad” [23]. Norris cuenta cómo ciertos monjes más jóvenes sorprendieron a una obesa y simplona universitaria cuando la escucharon con tanto interés como a su linda compañera de habitación. Pocos hombres actuarían de manera similar. El celibato no es, por lo tanto, un logro espiritual privado o personal -según lo imaginan frecuentemente tanto los católicos como los no católicos- sino más bien una forma de servicio a los demás. “Cuando no podés hacer el amor físicamente, concebí otras formas de hacerlo”, sostiene Norris. La amistad, en el sentido más pleno del término, juega un rol central en la vida de la mayoría de las personas célibes. Ellas son buenas amigas y tienen buenos amigos.

La sexualidad no-genital que se encarna en el celibato puede ser una fuerza contracultural. Sarah Hinlicky, en su fascinante artículo Subversive Virginity, sostiene que la promiscuidad es una estrategia inefectiva para el empoderamiento femenino. Ella rechaza la idea de que una mujer deba dedicarse al sexo para ganar control sobre los hombres, y que su renuencia a tener sexo es algo que la empuja a las garras de la dominación masculina. “Ese tipo de sexualidad como guerra de géneros es una estructuración para el desastre, especialmente de las mujeres […] La idea de que la agresión y la trata mediante el poder son las únicas opciones para lograr el éxito sexual femenino ha abierto la puerta a los hombres depredadores”, escribe. Y describiendo su propio compromiso con la virginidad premarital, agrega: “Realmente es muy simple: no importa cuán maravilloso, encantador, atractivo, inteligente, considerado, rico o convincente sea él, él simplemente no pueda tenerla. Una virgen es perfectamente imposible de poseer” [25]. No es un accidente el que las barras de solteras(os) sean conocidas como “mercados de carne”. Se trata de una fría y aguda percepción de la manera en que los hombres y mujeres ofertan unos a otros sus propios cuerpos. El celibato subvierte toda esa economía de trueques de amor a cambio de sexo, y de sexo a cambio de amor, entre personas impacientes y solitarias. El celibato significa lo siguiente: No dejaré que mi cuerpo sea explotado para el placer de otra persona, ni tampoco yo explotaré su cuerpo para mi propio placer. No estoy “a la venta”, no me dejo comprar con promesas de placer, con palabras encantadoras o con esperanzas en un futuro compromiso. Solo compartiré la intimidad de mi cuerpo con alguien que ya esté comprometido(a) conmigo de manera realmente irrevocable.

Hace unos tres años, me tocó ser la involuntaria pareja de un divorcio; y pocos meses después de que llegaran los papeles me encontré con una amorosa mujer que, según lo dijo ella misma, estaba toda disponible para mí. Pero luego de rechazarla, Dora (no es su nombre real) no se desanimó con facilidad. Más tarde tuve sus inesperadas llamadas de seducción e incluso su sorpresiva visita en mi oficina universitaria, mientras daba una lección sobre espiritualidad cristiana; una memorable experiencia, por cierto. A la semana, el hostigamiento se calmó; y debido a que logré cierta distancia de esta experiencia, pude ver la razón por la que fue importante para mí haber actuado como lo hice. Dora era atractiva, inteligente, bien educada, sociable y, eso creo, profundamente solitaria. Tan solo unos pocos meses antes de que nos encontráramos, mientras conducía un coche junto a su novio tuvo un accidente en la autopista. El coche había impactado de costado, y una vez que Dora pudo salir de entre los escombros y mientras corría en busca de ayuda, el vehículo estalló, matando al instante a su novio. Aunque a primera vista no era algo aparente cuando me encontré con ella, todavía estaba afligida. Ella estaba deseando un hombre de reemplazo, un sustituto del hombre fallecido. [De hecho], durante la única noche que nos vimos en el pueblo, me llevó al restaurant del puerto al que solía frecuentar con su novio. Toda esa ocasión la sentí como guionada, excepto que ella conocía el guión y yo no. 

He añadido esta última viñeta porque responde bien a la siguiente pregunta: ¿Por qué no tomar ventaja de las oportunidades sexuales por fuera del matrimonio? Esta es una pregunta que me pesaba durante las llamadas telefónicas de Dora. Sus palabras y acciones eran muy tentadoras. Pero aun así, no podía escapar a la sensación –casi física a veces, cuando me hablaba- de que había algo terriblemente mal en involucrarme con ella. Quizás se trataba de mi sensación subyacente respecto a su extraordinaria necesidad y vulnerabilidad, y de mi repugnancia ante la idea que yo me aprovecharía de eso. Si lo hacía, ¿qué otras cosas comenzaría a hacer? ¿En qué tipo de persona me convertiría eventualmente? Quizás se trataba también de mi reconocimiento de que la relación no tendría futuro, no sería algo permanente. Si continuaba viendo a Dora la relación llegaría a ser sexual, y entonces estaría comprando un placer inmediato al precio de una desgarradora ruptura. Su encanto me cautivaría y me haría difícil dejarla. Al final, la decisión de romper todo contacto con Dora resultó un compuesto de convicción ética (no dañarla al usarla para mi placer) y de prudencia práctica (no buscar un placer de corto plazo que esté en conflicto con un interés de largo plazo).

Viviendo con deseos no realizados.

En el mejor de todos los mundos posibles, todos aquellos que desean el matrimonio y la realización sexual tendrán las parejas que ellos desean y necesitan cuando así las deseen y necesiten. Pues en los dominios del Dr. Pangloss, nunca existe la necesidad de aplazar el placer. Aquí tenemos el equivalente de la fábrica de chocolate de Willy Wonka, en donde cualquier impulso recibe una gratificación inmediata y sorprendente. Y esto sigue así sin que se diga que tal mundo no existe, aunque los mitógrafos del amor libre del s. XX pretendan crear tal lugar en la lejana Samoa o en un próximo eschaton [final de los tiempos], en donde los sexualmente liberados heredarán la tierra. Y en el mundo de mi amigo, el guionista de Hollywood, la vida es una bolsa de mezcolanzas: existe el bien y existe el mal, y por detrás de todo dolor y de todo placer, lo contrario pronto estará disponible para nosotros. Lo que hace que este enfoque sea tan atractivo para nosotros es una afirmación de descarrilada autoexpresión, la cual está entre los más elevados ideales de la cultura contemporánea. Al final del día, cada quien puede cantar junto a Frank Sinatra: lo hice a mi manera, de manera correcta o equivocada; hice mis propias elecciones y disfruté o soporté las consecuencias.

En el mundo de la hermana o del hermano católico dentro de las órdenes sagradas, el matrimonio y la realización sexual han sido dejadas de lado a favor de un bien mayor. Y en la medida en que los que están en la vida religiosa sean fieles a sus votos, su existencia misma dará testimonio contra la obsesión de la cultura por la gratificación inmediata. Y esto es bueno. Y esta es también la razón por la que los medios populares con frecuencia se burlan de ellos, insinuando astutamente que se trata de personas hipócritas, pues probablemente nadie pueda vivir una vida de completo celibato; además de que el celibato destruye el bienestar del cuerpo y de la mente. Dicen esto y muchas otras cosas similares. A nivel histórico, los norteamericanos tienen una venerable tradición de escepticismo respecto al celibato de quienes están en las órdenes sagradas. [Hace tiempo], durante una época de creciente sentimiento anticatólico, apareció un libro titulado: Awful Disclosures from the Hotel Dieu Nunnery (1834), de Maria Monk; un libro que pretendía ser la exposé de una exmonja sobre las maldades sexuales de su convento. De hecho, el libro era una falsificación encargada por diversos presbiterianos de New York. Estaban difamando al celibato porque entendían que eso les daría algunos puntos de propaganda protestante. Los medios de hoy hacen lo mismo, ya que el celibato no se ajusta a la teoría de que nuestros impulsos sexuales no pueden ser negados o desviados. Debe ser vergonzoso reunirse con una persona que realmente sea sexualmente autocontrolada.    

Recientemente, he redescubierto pasajes bíblicos que hablan sobre la espera en Dios. El año pasado escuché a una amiga dando una conferencia sobre la cuaresma y hablaba acerca de este tema, y a medida que citaba los textos y los comentaba sentí que Dios me hablaba a través de ella. Mis ojos se humedecieron, sus palabras eran una confirmación del cuidado de Dios sobre las personas solteras que estaban viviendo con deseos no realizados: “Sean fuertes todos los que esperan en el Señor y él fortalecerá sus corazones” (Sal. 31:24); “Mi alma espera en el Señor, más que los que esperan al amanecer, más que los que aguardan a la aurora” (Sal. 130:6); “¿Por qué dices tú, Jacob, y por qué repites tú, Israel: mi camino está oculto al Señor y mi derecho no es atendido por mi Dios? […] Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, les crecerán alas como de águila, correrán sin fatigarse y caminarán sin desfallecer” (Isa. 40:27, 31). Esperar en Dios no es poca cosa. Es suficiente para hacer que incluso un tiempo de celibato valga la pena.


Referencias.

1. Graham Heath, The Illusory Freedom: The Intellectual Origins and Social Consequences of the Sexual "Revolution" (London: William Heinemann Medical Books, 1978), 1-2.
2. George Thomas Kurian, Datapedia of the United States 1790-2000: America Year by Year (Lanham, MD: Bernan, 1994), 12.
3. Steve Tyler, vocalista del grupo Aerosmith; citado por John Colapinto en Heroin, Rolling Stone, 30 de mayo de 1996, 16.
4. Margaret Mead, Coming of Age in Samoa: A Psychological Study of Youth for Western Civilization (New York: William Morrow, 1928), 14.
5. Ibid., 98.
6. Ibid., 104-8.
7. Edwin McDowell, New Samoa Book Challenges Margaret Mead's Conclusions, New York Times, 31 de enero de 1983, 1; citado en E. Michael Jones, Degenerate Moderns: Modernity as Rationalized Sexual Misbehavior (San Francisco: Ignatius, 1993), 20.
8. (Cambridge: Harvard University Press, 1983). Freeman ha añadido también una secuela a su crítica: The Fateful Hoaxing of Margaret Mead: A Historical Analysis of Her Samoan Research (Boulder, CO: Westview, 1999).
9. Freeman, Fateful Hoaxing, 143-4.
10. Freeman, Margaret Mead and Samoa, 221-2,232,236-7,241-3.
11. Heath, The Illusory Freedom, 15-6, en donde cita a la obra de Havelock Ellis, My Life (London: Heinemann, 1940), 68,79,263,519.
12. Heath, The Illusory Freedom, 16.
13. Cochran, Mosteller, Tukey, and Jenkins, Statistical Problems of the Kinsey Report on Sexual Behavior in the Human Male (Washington: American Statistical Association, 1954); y también Lewis Terman, Sexual Behavior in the Human Male: Some Comments and Criticism, Psychological Bulletin 45 (1948), 455, ambos citados en Jones, Degenerate Moderns, 101.
14. “El diseño del muestreo de Kinsey, básicamente de carácter voluntario o intencional, no logra reunir ni siquiera los más mínimos requisitos para trazar una muestra verdaderamente representativa de gran parte de la población” (Edward O. Laumann, et al., The Social Organization of Sexuality: Sexual Practices in the United States [Chicago: University of Chicago Press, 1994], 35, cf. xxviii-xxix).
15. Heath, Illusory Freedom, 61-2; citando a Kinsey en Sexual Behavior in the Human Female, 327.
16. Jones, Degenerate Moderns, 87.
17. Cornelia Christenson, Kinsey: A Biography (Bloomington: Indiana University Press, 1971), 6-8; citado en Jones, Degenerate Moderns, 96-7.
18. Jones, Degenerate Moderns, 88.
19. E. W. Burgess y P. Wallin, Courtship, Engagement and Marriage (Philadelphia: Lippincott, 1953), Tabla 40, 363, y 370. Los cifras específicas señalan que el 79.6% de las esposas sin experiencia sexual previa, siempre o habitualmente alcanzaban el orgasmo; mientras que lo mismo sucedía con el 82.4% de quienes tenían experiencias sexuales con sus maridos o con otros hombres. Citado en Health, The Illusory Freedom, 60-1.
20. Royal College of Obstetricians and Gynaecologists, Report of Working Party on Unplanned Pregnancy (1972), citado en Heath, The Illusory Freedom, 61.
21. Laumann et al., Social Organization, 365.
22. Laumann et al. ofrecen la siguiente reflexión, que es oportuna sobre el tema de la promiscuidad: “Si bien puede que resulte lindo [pensar en] experimentar la amplitud de placeres sexuales que podrían darse con diversas parejas, y al mismo tiempo disfrutar la satisfacción y placer que deriva de una compañía sexual de largo plazo cuidadosamente alimentada, no se pueden efectuar ambas opciones. Se tiene que hacer una elección. La realidad pareciera ser que la calidad de la relación sexual es mayor, y que la habilidad para alcanzar la satisfacción y el placer son más altos, cuando la limitada capacidad para complacer [al otro] se concentra en una sola pareja, en el contexto de una compañía monógama y de largo plazo” (Social Organization, 365).
23. Kathleen Norris, Celibate Passion, Christian Century, 20-27 de marzo de 1996, 331.
24. Ibid.,333, 331.
25. Sarah E. Hinlicky, Subversive Virginity, First Things, octubre de 1998, 15.
26. Catherine L. Albanese, America: Religion and Religions, segunda edición (Belmont, CA: Wadsworth, 1992), 506.
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McClymond M.J. (2000). The Last Sexual Perversion - An Argument in Defense of Celibacy, Theology Today, n° 56, pp. 217-231.


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