14.3.14



Paradise Lost (2011) - Simon Bisley.

Satanás, el pecado y la sociología.

La clara comprensión del pecado ha sido reemplazada por una cultura terapéutica y por el “hombre psicológico”.

por Anne Hendershoftt, Ph.D.

26 de enero del 2014

Durante su primera homilía, dada el 14 de marzo del año pasado, el Papa Francisco advirtió a los fieles que “aquel que no reza al Señor, le reza al diablo”. E insistió diciendo que: “Cuando no profesamos a Jesucristo, profesamos la mundanalidad del mal, una mundanalidad demoníaca”. Desde aquel día, con frecuencia ha estado hablando de alguien a quien ha llamado “el príncipe de este mundo” y el “padre de la mentira”. Además, en su libro Sobre el cielo y la tierra (2013), el entonces cardenal Jorge María Bergoglio dedicó todo un capítulo a hablar: Sobre el Demonio, advirtiendo que los frutos de Satanás son “la destrucción, el odio y la calumnia”.

Para muchos católicos, en especial para los de la era posterior al Vaticano II, el hablar en voz alta sobre el mal, el pecado y Satanás es algo que quizás nunca hayan experimentado; ni siquiera dentro de la Iglesia. Puede que algunos tengan que recurrir a internet –o al diccionario- para poder hallar una definición de calumnia. Pareciera que, luego de una prolongada brecha temporal, el mal y el pecado están siendo “redescubiertos” por algunas personas.

Hace ya más de sesenta años, T.S. Eliot escribió sobre el sentido de alienación que tiene lugar cuando los reguladores sociales comienzan a dividirse y la autoridad de control moral de la sociedad deja de ser efectiva. Eliot pudo notar que el “sentido del pecado” estaba comenzando a desaparecer. En su obra: The Cocktail Party, una joven y atribulada protagonista visita a su psiquiatra y le confiesa que se siente “pecadora” a causa de su relación con un hombre casado. Pero no se siente afligida por lo ilícito de la relación sino más bien por una extraña sensación de pecado. Elliot escribe que el “tener esa sensación de pecado le parece anormal” a la mujer; nunca antes había notado que su conducta podría ser vista bajo ese término. Ella creía que se había convertido en “malvada”.

Mientras escribía en la década de los 50, Eliot sabía que el lenguaje del pecado estaba decayendo; aunque la mayoría de nosotros pensaría que en ese entonces el concepto de pecado todavía era fuerte. Sin embargo, al mirar hacia atrás, se nota que para muchos el concepto de pecado estaba comenzando a ser reemplazado por una emergente cultura terapéutica. Y dentro de esa creciente cultura de “liberación”, las personas ya no se veían a sí mismas como pecadoras cuando bebían demasiado, cuando consumían drogas o cuando se entregaban a conductas violentas o abusivas. Antes bien, tales acciones se veían cada vez más como indicadores de que tales individuos estaban siendo víctimas de una enfermedad sobre la que tenían poco o ningún control.

Siendo promocionada por la comunidad psicológica y popularizada por profesionales como Carl Rogers, la mentalidad terapéutica comenzó a filtrarse en la Iglesia a medida que los psicólogos empezaron a asesorar a las diócesis católicas para que se dedicasen a implantar la cultura terapéutica dentro de la Iglesia misma. Es así que se instruyó a los seminaristas para que no hiciesen juicios sobre los demás y, en vez de eso, utilizasen un lenguaje que versase sobre la enfermedad y sobre la terapia. El suicidio ya no era un pecado que privaba a la víctima de un sepelio cristiano sino la simple evidencia de una enfermedad. El abuso del alcohol y de las drogas ya no eran imperfecciones en el carácter o el resultado de las propias elecciones, sino la simple evidencia de una reserva de genes defectuosos que “forzaban” a la víctima hacia la enfermedad del abuso de sustancias.

Y los sociólogos -quienes comprenden mucho mejor que la mayoría la manera en que las conductas desviadas son definidas y redefinidas- comenzaron a prestar atención a este cambio cultural. El sociólogo Philip Rief, experto en el pensamiento de Freud, en su ahora clásico libro: The Triumph of the Therapeutic, ya había advertido que el “hombre psicológico” estaba comenzando a reemplazar al “hombre cristiano” como una tipología dominante en nuestra sociedad. A diferencia de la cristiandad tradicional, que efectúa exigencia morales sobre sus creyentes, el mundo secular del “hombre psicológico rechaza tanto la idea de pecado como la necesidad de salvación”. Fue así que el hablar acerca de una “sensación de pecado”, de una “ocasión de pecado” o del pecado en sí, ya no estaba permitido.

Quizás esta es la razón por la que resulta extraño experimentar este reavivamiento del lenguaje del pecado cuando el Papa Francisco habla, en verdad, de pecados “reales” y no solo de los metafóricos. Al hablar sobre pecados específicos (como la calumnia) que aprendimos hace mucho pero habíamos olvidado, el Papa ha dado inicio al proceso de separación -y aun de mucho más- de la cultura terapéutica y de la Iglesia. Y al recordarnos el tema del pecado, nos recuerda también que existe el mal, el verdadero mal, en este mundo y en nuestras vidas; y el mismo existe junto a una entidad real llamada Satanás, quien es su verdadera fuente.

De hecho, las referencias del Papa Francisco a la figura de Satanás son muy notables; y más aún considerando que pocas figuras públicas se animan a hablar abiertamente de este ser. Pues dondequiera que alguno se atreva a hablar abiertamente sobre Satanás, las personas “ilustradas” se escandalizan. El juez de la Corte Suprema de Justicia, Antonin Scalia, pudo notar eso el pasado mes de octubre, cuando fue entrevistado por una escéptica periodista del New York Magazine. El juez Scalia respondió a una pregunta sobre su herencia de forma tan imprevista que sorprendió a la entrevistadora. Además de sostener que “nunca he sido custodio de mi legado”, dijo que: “Cuando esté muerto y me haya ido, seré maravillosamente feliz o terriblemente infeliz”.

La reportera del New York Magazine resultó incrédula y le preguntó: “¿Usted cree en el cielo y el infierno?”. Y Scalia respondió: “Por supuesto que sí”; la reportera, por su parte, dijo no creer en aquello.

Pero el juez Scalia sorprendió aun más a la reportera al inclinarse y decirle en voz baja: “Incluso creo en el demonio… Sí, él es una persona real. ¡Hey, vamos!, esta la doctrina católica estándar. Todo católico cree en esto”. Pero ella difícilmente podía creer en todo aquello y respondió: “¿Todo católico cree en esto? Allá afuera hay una amplia variedad de católicos”.

Lamentablemente, lo que dijo es verdad. Pues existe una gran cantidad de católicos a los que nunca se les ha enseñado que el demonio es “real”. Simplemente les resulta inconcebible. Pero el pasado mes de octubre, cuando el Papa Francisco realizó una misa en la capilla de la Casa de Santa Marta y les señaló a los fieles: “Siempre tenemos que estar en guardia frente a la mentira, frente a la seducción del mal”, se refirió al verdadero mal que es presentado por un verdadero demonio. Para el Papa Francisco “hay una batalla; y una batalla en donde la salvación está en juego, la eterna salvación”. Y dijo también que: “La presencia del demonio está ya en la primera página de la Biblia; y la Biblia también finaliza con la presencia del demonio, con la victoria de Dios sobre el demonio”.

Son muchos los católicos que parecieran haber olvidado todo esto, y tenemos que estar agradecidos al Papa Francisco por habérnoslo recordado. Aunque puede que algunos de nosotros ni siquiera sepan lo que hay en la primera página de la Biblia debido a que no la han leído. Pero muchos de nuestros hermanas y hermanos nunca lo han olvidado. Tal como Russell Moore, presidente de la Ethics and Religion Liberty Commission de la Southern Baptist Covention, recientemente escribió en las primeras páginas de First Things: “Los evangelistas son personas que se ven impulsadas por un relato […] La centralidad del evangelio exige cierta forma de compromiso público. El evangelio, después de todo, es el anuncio de la redención de los pecadores por parte de Dios, realizada a través de la vida, muerte, resurrección y eterno reinado de Jesucristo”.  

Los católicos necesitan volver a aprender este lenguaje. Y el Papa Francisco, continuando con la obra de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, nos enseña a regresar a la Biblia y a ver, tal como nos lo recuerda Russell, que “el universo está configurado alrededor del evangelio de Jesucristo, y el hecho de perder nuestro vivo sentido de un telos último nos conduce a una teleología insostenible”. Probablemente todos nosotros necesitemos recordar que Satanás es una persona real.

Los escritores religiosos con frecuencia se han referido a Satanás como un “genio del mal” debido a su habilidad para ocultarse y para tentarnos de formas sutiles. C.S. Lewis nos ofrece una convincente descripción de la manera en que el “padre de toda mentira” astutamente intenta convencernos de alejarnos de Dios. En sus satíricas Screwtapes Letters [Las cartas de Screwtape], Lewis crea un demonio mayor llamado Screwtape que se dedica a instruir a Wormwood, su joven protégé, acerca de la mejor manera de capturar al alma y así conducirla al infierno. Cuando Wormwood busca tentar a su objetivo para que haga alguna maldad grandiosa en pro de un gran beneficio, Screwtape le aconseja al joven demonio -a quien estaba entrenando- que no es necesario tratar que el objetivo cometa “grandes pecados”. Más bien, como lo dice en la Carta XII, “el camino más seguro al infierno es aquel que es gradual, es la delicada pendiente, es el suavizado camino en donde no hay cambios súbitos y el que no tiene hitos ni señales”.

El Papa Francisco está advirtiéndonos acerca de aquellas delicadas pendientes sin ninguna señal. Nos previene acerca de las “pequeñas” tentaciones: del logro codicioso, del olvido del pobre, de los peligros de la murmuración y del orgullo. Aunque han sido pocos meses, en muchas ocasiones Francisco se ha dedicado a hablar acerca de las tentaciones de Satanás y acerca de la realidad del mal. Pero eso no es suficiente. Los católicos necesitan comenzar a creer que el mal es real y que está activo. En su Carta VII, Screwtape le dice a su joven protégé que lo más efectivo que podría hacer para llevar a las almas al infierno es hacerles creer que Satanás no existe: “El hecho que los ‘demonios’ sean principalmente figuras cómicas en la imaginación moderna te será de mucha ayuda. Si en la mente del individuo empezase a surgir alguna leve sospecha de tu existencia, sugeríle la imagen de algo en pantimedias rojas; y persuadílo para que vea que si no puede creer en aquello, tampoco puede creer en vos”.   

El Papa Francisco se ha rehusado a que esta mentira continúe; y ésta es la razón por la que él es muy importante para nuestra Iglesia.

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Anne Hendershott es catedrática de Sociología en la Franciscan University of Steubenville, Ohio. Es autora de The Politics of Deviance (2004), una obra que obtuvo buena recepción y comentarios en la academia. Es también coautora de Renewal: How a New Generation of Priests and Bishops are Revitalizing the Catholic Church (de próxima aparición, Encounter Books).
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