18.12.14




Sat-sanga con el P. Bede Griffiths.

Sat-sanga es una palabra sánscrita que significa el avance conjunto (sanga) de aquellos que están buscando a Dios, a la verdad, al ser (sat).

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P. Padre Bede, ¿compartiría algunas palabras de sabiduría sobre el “envejecimiento”, dado que hoy en día las personas están viviendo mucho más tiempo?
 
R. Bueno, me pides que hable sobre la vejez. Dado que ahora tengo 86 años, pienso que estoy capacitado para hablar sobre el tema. Para empezar, debo decir que los últimos veinte años de mi vida han sido probablemente los más creativos y los más enriquecedores de todos. Así que quizás éste sea un mensaje importante, puesto que muchas personas parecieran creer que la vejez es un grave descenso, un quebrantamiento gradual. En lo que a mí respecta, ha resultado ser una renovación incesante. 

Me gusta pensar en la existencia humana dividiéndola en tres fases. La primera fase, llamada la fase de adolescencia, es el crecimiento gradual hacia la madurez física durante los primeros veinte años. Durante ese tiempo, la mente y el carácter empiezan a desarrollarse, los deseos sexuales se despiertan y la persona llega hasta los límites de la madurez. Los próximos veinte años, entre los veinte y los cuarenta, conforman la fase de la madurez psicológica. Las capacidades que se han estado desarrollando en la adolescencia logran florecer y normalmente la persona se casa, tiene su familia, adquiere un trabajo, encuentra una profesión y desarrolla sus múltiples capacidades para el deporte, las artes, la poesía y diferentes aspectos de la vida.

Ahora bien, la mayoría de las personas piensa que ese es el fin de la vida, que el objetivo es prolongar aquel período tanto como les sea posible, sea hasta los cincuenta o sesenta años. Pero cuando esa situación comienza a declinar, cuando sus facultades empiezan a declinar, uno ya no puede hacer lo que hacía antes y comienza a pensar que está fallando. De esa manera, la vejez aparece como un gradual envejecimiento, como una gradual pérdida de poder. Pero a mí me gusta pensar de manera contraria. Creo que la tercera fase de la vida normalmente empieza a los cuarenta años.

Entre los veinte y los cuarenta años se da un período intermedio, no final. Es más o menos a los cuarenta años que empieza el último período. De manera que entre los veinte y los cuarenta, cuando los poderes no sólo físico y psicológico sino también espirituales empiezan a desarrollarse, existe la posibilidad de una preparación previa para enfrentar aquel último periodo. Hoy en día, sin embargo, para muchas personas la dimensión espiritual está perdida, más allá de lo físico y de lo psicológico no tienen nada que esperar. Pero lo espiritual es precisamente la parte que transciende lo físico y psicológico y nos abre a lo eterno. Es de esta manera que podemos entrar a la tercera fase: empezando a descubrir las capacidades transcendentes en nuestra naturaleza, pues somos capaces de transcender el cuerpo y la mente para descubrir la profunda fuente de toda realidad.

Suelo pensar en el 500-600 a.C. como un tiempo en la historia en donde la humanidad despertó por completo a la dimensión espiritual. La misma está presente mucho antes -en realidad lo está desde el principio- pero emerge lentamente en una primera fase, empieza a desarrollarse apropiadamente en una segunda y sólo a través de una tercera fase -que la historia alcanzó dramáticamente durante el primer milenio– logra manifestarse como una apertura. Así que alrededor de los cuarenta años todos debemos empezar a crear una apertura para esta tercera fase, un espacio en donde el espíritu esté abierto a lo transcendente, a lo infinito, a lo eterno o a la realidad única, cualquiera sea el nombre que gustemos darle.

La vejez debiera ser el tiempo de floración de toda la personalidad. En un sentido profundo, creo que podría decirse que no seremos personas totalmente humanas hasta que no entremos a la tercera fase, a la fase del espíritu. Todo indica que en esta fase podemos ir más allá del tiempo y del espacio. En la primera fase, la fase física, crecemos en el espacio y desarrollamos nuestro cuerpo. En la segunda fase continuamos creciendo en el tiempo y desarrollamos las diversas facultades de nuestra mente una y otra vez. Y en la tercera fase trascendemos el espacio y el tiempo, descubrimos plenamente el orden de lo eterno, de lo infinito y percibimos al todo abarcando todas estas fases y elementos de nuestras vidas.

Así que el verdadero objetivo de la vida es prepararse para la tercera fase, para el despertar del espíritu. Este periodo está presente en nuestra mente desde la fase más temprana y por tal razón también puede florecer en un momento anterior. Ciertas  personas despiertan su inclinación espiritual a una edad muy temprana, otros lo hacen durante su período de mayor edad. Comoquiera que sea, creo que para todos existe la posibilidad de descubrir la dimensión espiritual allí, en la tercera fase. Es allí en donde la experiencia mística empieza. Y no sólo esta experiencia sino también una forma completamente nueva de ver la vida, de verse a uno mismo, de ver toda la existencia personal bajo un nuevo concepto, a la luz de un todo que abarca toda su experiencia anterior.

Esta forma de ver las cosas podría despertar la esperanza en las personas, dado que muchas parecen estar desesperadas al creer que en la vejez no hay nada más que esperar sino una decadencia gradual. Incluso el desprendimiento del cuerpo que tiene lugar al final de la tercera fase es simplemente la fase última: el cuerpo ha crecido y madurado, ha llegado a su realización y ahora está listo para partir. Y cuando el cuerpo se desprende, entonces el alma, la psique, adquiere una libertad mayor y puede unirse con el espíritu de una manera más significativa. Y la personalidad entera, todo el ser, finalmente alcanza su realización; no en este mundo de espacio y tiempo sino en el mundo eterno, que es el mundo de la realidad. Esta es la esperanza en el futuro.  

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The Bede Griffiths Sangha Newsletter, septiembre del 2000, vol. 3, n. 3, p. 08.

The Bede Griffiths Trust.



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