27.6.14



Arsenio el Grande -  Bulgaria, s. XV

II. Tace (calla).

| La filosofía del silencio. |

Si ya hemos observado la primera ley de la vida hesicasta: huir de los hombres, ¿qué puede significar esta segunda ley? En primer lugar, la huida jamás se puede lograr de manera plena, incluso si así se lo deseara. Aunque después de san Arsenio, no es eso lo que quieren los hesicastas. Pero aun estando lejos de todo ser humano -en el desierto o en la celda- es necesario completar esa soledad o intensificarla mediante el silencio interior. Pues conversar con interlocutores invisibles o con los propios pensamientos puede ser peor que la palabrería externa.

En este sentido, todo empieza con una primera e inocente sugerencia o insinuación (prosbolé), que da lugar a un diálogo divisor [a nivel mental] que conduce luego al consentimiento culpable. San Poemén dice:

Hay quienes parecen callados, pero en su corazón condenan a los demás; tales personas hablan sin cesar. Otros, por el contrario, hablan desde el amanecer a la noche; pero se mantienen en silencio, pues nunca dicen nada que no tenga una utilidad espiritual [1].

Otros fragmentos semejantes fueron pronunciados para terminar con las interpretaciones demasiado formalistas, ya que en todo lugar hay espíritus fanáticos del literalismo. Ya hemos visto una reacción similar de sensatez a propósito de la tan aconsejada perseverancia dentro de la celda:

Un anciano dijo: “Puede que un hombre se siente dentro de su celda durante cien años y jamás aprenda la manera necesaria de estar en la celda mientras se está sentado” [2].

Pero la excepción no invalida la regla. Y el tema presente es huir de los hombres para morar en el desierto, para persistir en la celda y para observar el silencio; que es exterior al principio y luego interior. Esto último constituye la hesiquía propiamente dicha.

En la antigüedad, fue sobre todo Pitágoras quien pudo comprender mejor el alto valor del silencio. Todo el mundo sabía la manera en que formaba a sus discípulos: después de haberlos examinados y probado durante largo tiempo, los sometía durante tres años al mortificante ejercicio de considerarlos insignificantes. Tras esa etapa, a los que quedaban les prescribía un silencio de cinco años, pues “consideraba que el control más difícil que cualquier otro era el control de la lengua” [3]. Y el tipo de vida pitagórico gozó de vasta reputación incluso entre los cristianos. San Gregorio de Nacianzo se refiere a ella como “la muy célebre filosofía del silencio, que tenía por objetivo el aprender a moderar las palabras a través del ejercicio de permanecer callado” [4]. Y es para aprender a hablar que san Gregorio el Teólogo con frecuencia se imponía largos periodos de silencio absoluto; cierta vez se pasó toda una cuaresma sin decir una sola palabra [5].

Las personas se sienten tan ansiosas por hablar, “que se la pasan todo el tiempo hablando o escuchando sobre cosas nuevas” [Hch. 17:21], y por eso detestan o no entienden el elogio a la taciturnitas [a la taciturnidad]. Así lo testifica el tratado de Plutarco: De Garrulitate. Y tenemos conocimiento, entre muchas otras cosas, de que una de las máximas de los Apotegmas de los Padres pronunciada por san Arsenio: “Con frecuencia me he arrepentido de haber hablado, pero nunca de haber callado” [6], se remonta a los tiempos de Simónides (467 a.C.) [7]. San Arsenio, según lo sabemos por los apotegmas (n.5-6), poseía un conocimiento poco común sobre las culturas griega y romana; y se servía de su erudición para beneficio de su vida hesicasta, aunque tenía siempre en mayor estima “el alfabeto de los rústicos” hermanos coptos. 

¿Dónde es que aquellos coptos aprendieron su sabiduría y, en particular, su amor por el silencio? San Arsenio sostiene que se debe a sus propios esfuerzos [8]. Nada enseña a callar como la vida de oración. Esto vale tanto para el silencio como para la soledad: nadie ama estar solo sino para disfrutar de una compañía deseable; nadie se entrega al silencio sino para gozar de un coloquio interior. Pues para el monje, el objetivo de todos sus esfuerzos es lograr “que el espíritu se vea siempre absorto en las cosas de Dios”: Ut in divinis rebus ac Deo mens emper inhaeret; pues, “todo lo que apunte a otro sentido, por grande que sea, es solo secundario; es incluso bajo o totalmente perjudicial” [9].

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1. Alf (= Apophthegmata Patrum, serie alfabética; Cotelier, Eccl. Graecae Monumenta, T.I., pp. 338-712, PG 65, 71-440) Poemén, n.27.
2. Evergetinos I, p. 151, c. 2.
3. Giamblico, De vita Pythagorica XVII, 72, Nauce p. 51 y ss.
4. Or. contra Julianum, PG 35, 637 A.
5. PG 37, 1307 y ss.
6. Alf. Arsenio, n.400; cf. PO XVI, 380.
7. Plutarco, De Garrulitate, n. XXIII fine.
8. Loc. cit. n.5.
9. Casiano, Col. I, 8. Trad. lit.: “Que la mente siempre esté adherida a Dios y a las cosas divinas”.


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