24.6.14





| Realismo y autenticidad. |

Los más hermosos pretextos que alejan de la soledad no son sino ilusiones. Dice Evagrio:

Alabo la generosa voluntad de la casta diaconisa Severa, pero no acepto su emprendimiento. No sé qué provecho pueda encontrar en ese largo y penoso peregrinaje. Por el contrario, puedo demostrar -por medio del Señor- cuánto habrán de perder ella y sus acompañantes. Confío a tu santidad el impedir que quienes han abandonado el mundo salgan de viaje sin ninguna necesidad […] [49].

Y por último, he aquí la resolución de Evagrio según sus propias palabras:

¿Qué es lo que estoy haciendo o qué es lo que siento? Pretendo vivir en soledad y no relacionarme con los hombres, pues no es posible ver a Dios si no expulsamos por completo de nuestra inteligencia a las pasiones e imágenes de este mundo, el cual está lleno de escándalos y de trampas. Rezo para verme librado de todo aquello. Me sorprende que quieras forzarme a abandonar mi celda y a caer en las olas del mar [50].

A pesar de la diferencia de estilo, su pensamiento coincide de manera exacta con el de Arsenio: “No puedo estar al mismo tiempo con Dios y con los hombres”.

Estos eremitas son muy realistas y muy sinceros. Tanto unos como otros, a fuerza de querer vivir con Dios a cualquier precio y sin ilusiones, venden o abandonan todo lo que tienen para adquirir la perla más preciosa: el reino de Dios, que no se le concede sino a la pureza perfecta.

Hay un hombre a quien Evagrio debió conocer, aunque difícilmente se le asemeje en cuanto a su espíritu [51]. Se trata de Ammonas, a quien san Teodoro el Estudita llamó “el Pneumatóforo” [52] y quien fue discípulo de san Antonio, por lo que representa lo mejor de la tradición monástica. Es imprescindible que leamos -llegados aquí y en atención a nuestro contexto- al menos su primera carta sobre la hesiquía, es decir, sobre la soledad.

Ustedes también lo saben, mis queridos hermanos, que después de la transgresión el alma no puede conocer a Dios según debe si antes no se aparta de los hombres y de toda distracción. Es así que podrá ver, entonces, la guerra de quienes luchan contra ella. Y si triunfa ante el asalto que le sobrevendrá a su debido tiempo, el Espíritu de Dios habitará en ella desde ese momento, y toda pena que tuviera se convertirá en gozo y alegría. En tales combates, el alma se verá herida por las tristezas y por la acedia [akēdía], y aún por muchas otras cargas diversas. Pero que no se aflija, pues ellos no prevalecerán sobre ella mientras viva en soledad [hēsykhía]. Es por esto que nuestros santos padres vivían retirados y en los desiertos: Elías, Juan el Bautista y muchos otros más.

De hecho, no han de imaginar que fue mientras vivían en medio de los hombres, mezclados con ellos, que los justos efectuaron con éxito [katórthōsa, término estoico] la justicia. No fue así, sino después de una larga práctica de la soledad y cuando la fuerza divina hizo morada en ellos; fue solo entonces que Dios los envió en medio de los hombres, ya estando en posesión de las virtudes, para edificar a éstos y curarlos de sus enfermedades. Es para esta función que uno es arrastrado a la soledad y luego enviado a los hombres; pero Dios lo envía solo después de que han sido curadas todas sus enfermedades. Es imposible que Dios envíe entre los hombres y para su edificación a un alma que es débil; y quienes así lo hacen antes de haber alcanzado la perfección, van según su propia voluntad y no según la voluntad de Dios. Es por eso que él nos dice: “Yo no los he enviado; corren por sí mismos” [Jr. 23:21]. Y esta es la razón por la que ellos no son capaces de sustentarse a sí mismos ni de edificar a otra alma. Los que son enviados por Dios no desean abandonar la soledad, pues saben que es gracias a ella que han adquirido la virtud divina; pero para no desobedecer al Creador van [a trabajar] por la edificación de los hombres.

Vean que les he hecho conocer el poder de la soledad; ella le es agradable a Dios. Por lo tanto, ahora que saben de la eficacia y del valor de la soledad, podrán llegar a ella.
La mayoría de los monjes no la alcanzan debido a que permanecen junto a los hombres; es por eso que no poseen la fuerza necesaria para subyugar todas sus voluntades. No quieren dominarse a sí mismos de forma tal que puedan huir de la distracción [y del intercambio] junto a los hombres, y así es que se ven demorados y sujetados unos a otros. A causa de esto no pueden conocer la suavidad de Dios, no han sido juzgados dignos de que su poder habite en ellos ni tampoco de recibir la cualidad divina. La razón por la que el poder de Dios no habita en ellos, es porque todavía se ven atados a las cosas de este mundo: van y vienen según las pasiones de su alma, según los prejuicios humanos y las voluntades del hombre viejo […] [53].

Este Ammonas exalta la vida solitaria por medio de argumentos que los demás emplean más bien para demostrar la necesidad de la vida en común: ¡la soledad puede derrotar toda voluntad personal! Para obtener este mismo resultado, los Apotegmas de los Padres elogian la entrega del discípulo a un anciano, ¡sobre todo si es alguien malhumorado! Pero los hay quienes recomiendan rotundamente la vida cenobítica. Sin duda, se tiene que comprender la soledad de Ammonas como una vida eremítica relativa, que no excluye sino que más bien supone lo contrario: la sujeción a un padre espiritual. De cualquier manera, Ammonas elogia a la soledad bajo todos los tonos posibles: “¡Sin ella es imposible llegar a la diákrisis!” [54]; | que es el tan mencionado e imprescindible “discernimiento espiritual”. |

He aquí, ahora, una genealogía de las virtudes que los hesicastas aceptaron con entusiasmo:

Primero, la soledad; la soledad engendra la ascesis y las lágrimas; las lágrimas engendran el temor; el temor engendra la humildad y el don de la previsión; la previsión engendra la caridad; y la caridad libra al alma de la enfermedad y la hace impasible. Es entonces, luego de todo esto, que el hombre comprende que no está lejos de Dios. Por lo tanto, quien desee llegar a los honores de toda virtud no se preocupará por ningún hombre, a fin de no juzgarlo, y se preparará para su propia muerte. Y cada vez que ore reflexionará sobre aquello que lo separa de Dios y lo suprimirá, rechazará este mundo y así la bondad de Dios le concederá rápidamente todas las virtudes […] [55].

Estamos aquí ante una corriente de espiritualidad diferente a la de Evagrio. La genealogía de las virtudes no coincide del todo con la expuesta en la carta a Anatolio [56]. Por otra parte, Ammonas ignora por completo la sabia construcción del sistema evagriano; y tampoco conoce el vocabulario ascético y místico tomado como préstamo de los filósofos. Pero a partir de premisas bastante diferentes, estos representantes de dos escuelas distintas llegan a la misma conclusión: la soledad es necesaria para hallar “el lugar de Dios”, para lograr la contemplación de la Santa Trinidad, para alcanzar la contemplación de la oración-teología (como sostiene Evagrio), para la posesión de Dios, del Espíritu o del “carisma diorático”, según Ammonas, quien prueba tener una firme convicción sobre este punto a la vez que una tradición en común con los ascetas del s. IV. Estos se expresaron de continuo a través de una frase de Ammonas:

Huyan de los inútiles encuentros con los hombres y abracen la soledad [monósin], pues el trato con nuestro prójimo es dañino y destruye el estado de sosiego [57].

La máxima “huye de los hombres” se encuentra más de una vez en la Vitae Patrum. Pero, ¿debiera esto sorprendernos? Esta máxima no es sino una glosa del título de monakhos - monje. Nos conviene, ahora, detenernos más sobre este punto. Y escuchemos otra vez a san Antonio:

Aquel que se ha establecido en el desierto, el hesicasta, se ha librado ya de tres guerras: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda sino una sola: la guerra del corazón [58].

San Nilo insiste en que es necesario abrazar la monósis (un término más fuerte para señalar a la soledad), “que es la madre de la filosofía”. La filosofía, para Nilo, es la perfecta vida monástica. Y al igual que Ammonas, reitera que no es necesario abandonar el aislamiento antes de haber adquirido la teleía éxys, la perfección estable. Él mismo (a menos que se trate de Evagrio), y siempre con el espíritu de Ammonas, recomienda adherirse a la “principal de todas las tareas: la hesiquía, la cual nos muestra la contemplación de las virtudes por estar dotada de múltiples ojos” (!)[59].

En épocas que desconocemos pero que son bastante antiguas (probablemente anteriores al siglo XII), aparece un tal Abba Filemón, a quien luego volveremos a mencionar, quien era “un imitador perfectamente fiel de san Arsenio” y por ende amigo de la hesiquía (philēsykhos). Y predicaba lo siguiente:

Sin una soledad perfecta es imposible complacer a Dios; según la enseñanza filosófica de nuestro santo padre Moisés: la soledad engendra a la ascesis.

Esto es algo que sigue textualmente la genealogía de las virtudes establecida por Ammonas. Todo este “logos bastante útil al tema de Abba Filemón” no es sino un panegírico a la hesiquía, y es necesario entender a ésta como una soledad casi absoluta: ēremitiké katástasis [60].


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49. Carta 7.
50. Carta 13.
51. Cf. Antirrético, Acedia 16.
52. Oficio del santo, 21 de enero y semana antes de la quincuagésima; cf. Nau, en PO XI, p. 393, n. 1. [En el actual calendario litúrgico ortodoxo figura el 26 de enero].
53. Ammonas, successeur de St. Antoine, textes syriaques et grecs, ed. F. Nau, PO XI, p. 432 (130)-434 (132).
54. L. c. p. 480.
55. L. c. p. 480 ss.
56. PG 40, 1221 B C.  
57. Sobre ēremitiké katástasis (Ammonas, éd. F. Nau p. 485), esta expresión bien podría designar el necesario estado para la “contemplación de la Santa Trinidad”. El vocablo katástasis posee una gran importancia en Evagrio, se trata de la “inefable paz” que caracteriza, precisamente, a la gnosis de la Santísima Trinidad. Cent. I, 56.  
58. Ecclesiae Graecae Monumenta I, p. 343.
59. Tractatus ad Eulogium, 18, PG 79, 1117 A.
60. Philocalie, Atenas 1893, I, pp. 347-354.


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