21.6.14







| El lema que logró poblar el desierto. |

Aun con todo esto, no fueron estos personajes bíblicos quienes más estimularon la obsesión por el desierto. Quizás, precisamente, por ser demasiados grandiosos; su vocación fue única. Para los monjes, el verdadero padre será san Antonio; y para los hesicastas en particular, será san Arsenio [31]. Este fue un hombre como cualquier otro, quizás incluso menos apto para la soledad que los demás, porque… Será mejor leer lo que nos dicen de él los Apotegmas de los Padres del Desierto:

Abba Arsenio, estando aun en el palacio imperial, rezaba a Dios en estos términos: “Señor, llévame a una vida en que halle mi salvación”. Y vino una voz que le dijo: “Arsenio, huye de los hombres y serás salvo”. Luego, ya convertido en anacoreta, hizo la misma oración en su vida de eremita; y percibió una voz que le decía: “Arsenio, huye, calla y reposa (hēsykháze), pues éstas son las raíces de la impecabilidad” [8].

Estas dos sucintas sentencias, venidas del cielo, han hecho más para poblar los desiertos que la vida de santos como Pablo, Onofre y demás apasionados por la soledad. Ellas tienen todo lo que es necesario, todo lo que se pudiera desear como leitmotiv; es un verdadero lema de club: “Huye de los hombres y serás salvado”. He aquí lo que habría de impresionar a los cristianos. “Huye, calla y reposa en la hesiquía; estas son las raíces de la impecabilidad”; he aquí el estímulo de los novicios de las laúras y lo que les producirá vértigo a los cenobitas de todas las épocas. De momento, examinaremos solo la primera de estas recomendaciones: “Huye de los hombres”; se trata de un “huye” simple, del huir de los hombres y de las cosas.

Antes que nada, ¿cómo lo comprendió el propio san Arsenio? En términos materiales, lo hizo con excesivo rigor; si bien se fue al interior de una colonia de eremitas. Nunca fue un Onofre o un Marcos el Ateniense. Pero en la vecindad de sus hermanos eremitas, defendió su soledad de manera indómita. Y lo hizo también contra una dama de rango senatorial que había realizado el largo viaje de Roma a Escete para verlo y escucharlo; la hizo caer enferma a fuerza de rechazar su indiscreción [33]. Lo mismo hacía también contra todo visitante cuya alma no estuviese a su cargo, como la del arzobispo que se le acercó acompañado de un arkhón [arconte, noble] para implorarle el favor de unas palabras. Tras un momento de silencio, Arsenio le respondió: “Y si les digo una, ¿la observarán?”; los dos visitantes se comprometieron a guardarla. Entonces el anciano les dijo: “No se acerquen a ningún lugar en donde hayan escuchado que se encuentra Arsenio” [34]. 

Se nos asegura que su celda estaba a casi 60 kms. (¿pero de dónde?); que no la abandonaba tan fácilmente y que los demás lo ayudaban en aquello que lo hubiese forzado a alejarse de su ermita [35]. No se dejaba persuadir tan fácilmente para escribir una carta; y cuando iba a la iglesia se sentaba tras una columna, de tal manera que nadie viera su rostro ni tampoco él pudiera fijarse en el de alguno [36].

Pero lo que ahora nos importa saber es la razón de su intransigencia. Y el santo nos lo dice con perfecta simplicidad:

Abba Marcos le dijo a Abba Arsenio: “¿Por qué huyes de nosotros?”. Y el anciano respondió: “Dios sabe que yo los amo, pero yo no puedo estar con Dios y con los hombres. Las miles y miríadas de lo alto tienen una sola voluntad, mientras que los hombres tienen múltiples voluntades. No puedo, por lo tanto, dejar a Dios e irme con los hombres” [37].

A pesar de ser un tanto misteriosa, la respuesta basta para aclarar nuestras dudas. Por consiguiente, podemos creerle a Arsenio cuando apela a Dios para garantizar la realidad de su afecto fraternal. Sus observadores han notado en sus tratos una caridad exquisita, al igual que sucede con sus muchas pruebas de dirección espiritual. Veamos simplemente dos pequeñas acciones. Cuando escucha decir que los frutos están maduros, pide que se los acerquen y disfruta ligeramente de todos ellos dando gracias a Dios. Esta es la ley del desierto, deliciosa ley en la que se dan cita todas las virtudes: lo que se puede hacer sin pecado, se puede hacer una o más veces, de tal manera que jamás se pueda alardear de no haberlo hecho nunca. Esto es humildad, es devoción, es amor a Dios y es caridad fraterna.

Cierta vez Arsenio le dijo a su discípulo: “Cuando hayas terminado con tus hojas de palmera [con las cuales hacían esteras, paneras, canastos, etc.], vienes a comer conmigo; pero si tienes huéspedes comerás con ellos”. Abba Alejandro trabajaba de manera pausada y metódica, y cuando llegó la hora de comer todavía tenía ramas, por lo que se quedó a terminarlas para obedecer al anciano. Abba Arsenio, viendo que no venía, tomó a solas su comida pensando que su discípulo tendría algún huésped. Bien entrada la tarde, Alejandro terminó su trabajo y se retiró. Y el anciano le dijo: “¿Tuviste huéspedes?”; “No”, repuso Alejandro. “¿Y entonces por qué no viniste a comer?”, preguntó Arsenio. “Me dijiste que viniera cuando terminara con mis hojas de palmera, y yo te obedecí. No vine antes porque tenía que venir al terminar”, fue la respuesta. El anciano admiró esa precisión y le dijo: “Apresúrate a comer… que sino pronto podrías enfermar” [38].

Por lo tanto, si bien se rehusaba a admitir en su presencia a los curiosos y lenguaraces, ¿no era acaso más caritativo que otros en su propia rigidez? “Abba Arsenio no consentía tan fácilmente el encontrarse con otra persona. Abba Teodoro, por el contrario, sí se reunía con las personas; pero era como una espada” [39]. Su obstinación por preservar la soledad nos parece el mejor medio y el más caritativo para salvaguardar lo más precioso que existe: la unión con Dios. Y si tal caridad le pareciese a alguno demasiado negativa, que aguarde un poco: san Basilio será el intérprete y corrector de las ideas de san Arsenio. 

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31. Véase : Vie de Syméon le Nouveau Théologien, n. 25, 15; 55, 5.
32. Alf., n.28.
33. Alf. n. 28.
34. Alf. Arsenio n. 7; cf. 8, 25, 37.
35. Ibíd. 21-32 fin.
36. Ibíd. 42.
37. Ibíd. 13.
38. Alf. Arsenio, n.24.
39. Ibíd. 31.


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