4.9.14




El monje.

por Raimon Panikkar († 2010)


Con toda certeza, el monje no es una figura menor entre los seres humanos. En todo lugar representa una institución y siempre está presente en el seno de la vida humana. Hablar de un “jesuita budista” es violentar las palabras más allá de lo tolerable; pero hacerlo de un “monje budista” es, en todo sentido, igual que hablar de un “monje cristiano” o de un “monje hindú”. Incluso se podría hablar simplemente de “monjes”, ya sean antiguos o modernos, sin hacer ninguna diferenciación de hábitos o denominaciones. El monje es una figura religiosa primordial, anterior al estallido de las grandes religiones. No representa una especialidad cristiana ni el monopolio de una sola religión. No es el especialista de una tarea particular. No se ve definido por lo que hace sino por lo que es. El monje es el hombre que ha tomado con toda seriedad, y sin ningún compromiso [ulterior], su vocación de devenir plena y totalmente hombre por el hecho de trascender su vida humana. Es el hombre que quiere ser, esencial y sustancialmente: hombre (para usar cierta terminología), pues él cree que el núcleo del alma puede devenir en “más que humano”. Es el hombre que tiende con todo su ser a la realización de su verdadero ser; incluso si eso implica el estallido de su condición humana, pues él [es alguien que] se va desprendiendo de todo condicionamiento de temporalidad. Es un hombre que tiende a la radical perfección de su ser, cualquiera que sea la manera en que se interprete tal perfección dentro de las diferentes tradiciones religiosas.

Podríamos intentar expresar lo anterior de una manera más antropológica para acomodarnos a la tendencia actual. Diremos, entonces, que la dimensión monástica del hombre es su dimensión constitutiva; si bien no se trata de la única dimensión humana, ya que el hombre es mucho más complejo que su núcleo más profundo. Si realmente es así, entonces ser monje no es el monopolio de un grupo reducido; es una dimensión humana alcanzada por diferentes personas con diferentes grados de consciencia y de pureza. Toda persona humana posee su propia dimensión monástica. Pero el monje propiamente dicho no es aquel que cultiva esta dimensión de forma personal, sino aquel que se compromete públicamente; es decir, quien vive su vocación monástica de manera comunitaria.

La tradición cristiana comprenderá esta plenitud desde una perspectiva netamente cristiana; y veremos que el revera Deum quaerit de san Benito [1] se halla dentro de todos los ideales monásticos cristianos. La búsqueda de Dios, del Absoluto, la concentración en los puntos esenciales, la eliminación de lo superfluo o el camino vertical -para utilizar algunos de las metáforas inspiradas por contextos diferentes-, se encuentran en el corazón de la vocación monástica. El tradicional et, al que hice referencia luego del principio [2], ¿no es precisamente el puente entre dos actividades humanas fundamentales: el trabajo de las manos (labora) del hombre -guiado por su corazón- y su existencia (ora) ofrecida a favor de la redención del mundo?

[…]

...

Notas del traductor :

1. Regla benedictina 58,7. Alude a la búsqueda auténtica de Dios por parte de quienes solicitan ser admitidos a la comunidad monástica.

2. El et (y) de la locución latina: ora et labora, como conjuntivo paradigmático que apunta hacia la plenitud de la persona humana.

Panikkar R. (1973). Les moines chrétiens face aux religions d’Asie. Contribution du monachisme chrétien d’Asie à l’Église universelle, pp. 347-348. Secrétariat A.I.M. – Vanves, Francia.


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