26.10.15































Encuentro con los participantes de la peregrinación del Pueblo Gitano.

Discurso del Santo Padre Francisco.

Aula Pablo VI.

Lunes 26 de octubre de 2015.


¡Queridos hermanos y hermanas!

Les doy la bienvenida y los saludo a todos de manera cordial. Agradezco al cardenal Antonio María Vegliò por sus palabras [introductorias] y por la organización de este evento en colaboración con la Fundación Migrantes de la Conferencia Episcopal Italiana, con la Secretaría de Migrantes de la Diócesis de Roma y con la Comunidad de San Egidio.

Queridos amigos gitanos: ¡O Del si tumentsa! [¡El Señor esté con ustedes!].

Muchos de ustedes vienen de lejos y han realizado un largo viaje para llegar aquí. ¡Sean bienvenidos! Gracias por haber deseado que conmemoremos juntos el histórico encuentro del beato Pablo VI con el pueblo nómade. Han pasado cincuenta años desde que él fuera a visitarlos al campamento de Pomezia. Con generosidad paternal, el Papa les dijo a sus abuelos y padres: “En donde ustedes se detienen, son considerados inoportunos y extraños […] Aquí no. […aquí] encontrarán a quien los quiera, los estime, los aprecie y los asista” (Insegnamenti III [1965], 491). Con estas palabras, él instó a la Iglesia al compromiso pastoral con el pueblo de ustedes; alentándolos a ustedes –al  mismo tiempo- a que tengan confianza en ella. Desde aquel día a la fecha, hemos sido testigos de grandes cambios en el campo de la evangelización y en el de la promoción humana, social y cultural de su comunidad. Hemos escuchado al Dr. Peter Pollák [parlamentario esloveno de origen romaní] hablar sobre su experiencia y sobre la manera en que se ha de promocionar esta vía y continuar con ella.     

Un signo fuerte de la fe y el crecimiento espiritual de su etnia, es el creciente número de vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida consagrada. Hoy está aquí, con nosotros, el obispo Devprasad Ganava [de Udaipur, India], quien es hijo de su pueblo. A ustedes, queridos consagrados, sus hermanos y hermanas los miran con confianza y esperanza por el rol que desempeñan y por aquello que pueden hacer en el proceso de reconciliación dentro de la sociedad y la Iglesia. Ustedes son puente entre dos culturas, y por eso se les pide que sean siempre testimonio de la transparencia evangélica, para así favorecer el nacimiento, crecimiento y cuidado de nuevas vocaciones. Sepan ser compañía no solo en el camino espiritual, sino también en la simplicidad de la vida cotidiana, junto a todas sus dificultades, alegrías y preocupaciones.

Conozco la dificultad de su pueblo. Al visitar algunas de las parroquias romanas en las afueras de la ciudad, he podido escuchar de sus problemas, sus inquietudes, y he constatado que no solo interpelan a la Iglesia sino también a las autoridades locales. He podido observar las precarias condiciones en la que viven muchos de ustedes debido a la negligencia, a la falta de trabajo y de medios necesarios para la subsistencia. Esto contrasta con el derecho que tiene toda persona a una vida digna, a un trabajo digno, a la educación y a la atención sanitaria. El orden moral y social requiere que todo ser humano pueda disfrutar de sus derechos fundamentales y que se vea obligado a responder a sus propios deberes. Es sobre esta base que es posible construir una convivencia pacífica, en donde las diversas culturas y tradiciones pueden preservar sus respectivos valores no con una actitud de clausura y contraposición, sino de diálogo e integración. Ya no queremos asistir a tragedias familiares en donde los niños mueren de frío o bajo las llamas, o se convierten en objetos a manos de personas depravadas; en donde los jóvenes y las mujeres se ven envueltos en el tráfico de drogas o de seres humanos. Esto sucede porque a menudo caemos en la indiferencia y en la incapacidad de poder aceptar costumbres y formas de vida diferentes a la nuestra.

Deseo que su pueblo pueda dar inicio a una nueva historia, a una historia renovada. ¡Den vuelta a la página! Ha llegado el momento de erradicar los prejuicios seculares, los preconceptos y la mutua desconfianza, los cuales a menudo se encuentran en la base de la discriminación, del racismo y de la xenofobia. Nadie debe sentirse aislado, nadie está autorizado a pisotear la dignidad y los derechos de los demás. El espíritu de misericordia nos llama a luchar para que todos estos valores sean garantizados. Permitamos, por lo tanto, que el evangelio de la misericordia sacuda nuestras consciencias, que abra nuestros corazones y nuestras manos a los más necesitados y marginados; comenzando por aquellos que están más cerca. Los aliento, en primer lugar, a que en las ciudades de hoy -en las que se respira tanto individualismo- se comprometan a construir una periferia más humana, ligada por la fraternidad y por el compartir; tienen esta responsabilidad y es su tarea. Y ustedes pueden hacerlo si son, sobre todo, buenos cristianos; evitando todo aquello que no es digno de este nombre: la falsedad, el fraude, la estafa, los litigios. Ustedes cuentan con el ejemplo del beato Ceferino Jiménez Malla, hijo de su pueblo y quien se distinguió por sus virtudes, por su humildad y su honestidad, así como por su gran devoción a la Virgen, una devoción que lo condujo al martirio y a ser conocido como el “mártir del rosario”. Hoy lo propongo como modelo de vida y de religiosidad por el vínculo cultural y étnico que los une a ustedes con él.   

Queridos amigos, no les den a los medios de comunicación ni a la opinión pública ocasiones para que hablen mal de ustedes. Ustedes son los protagonistas de su presente y de su futuro. Al igual que todos los demás ciudadanos, pueden contribuir al bienestar y al progreso de la sociedad respetando sus leyes, cumpliendo con sus propios deberes e integrándose a ella a través de la emancipación de sus nuevas generaciones. Aquí, en esta aula, veo a muchos jóvenes y a muchos niños; ellos son el futuro de su pueblo y también de la sociedad en la que viven. Los niños son su tesoro más valioso. Hoy su cultura se encuentra en una fase de cambio, el desarrollo tecnológico hace que sus hijos sean cada vez más conscientes de su propia potencialidad y de su dignidad; ellos mismos sienten la necesidad de trabajar por la promoción humana de su persona y por la de su pueblo. Esto exige que se les asegure una adecuada instrucción escolar. Y esto tienen que reclamarlo: ¡es un derecho!

La educación es, sin duda, la base para un saludable desarrollo de la persona. Se nota que el bajo nivel de escolarización de muchos de sus jóvenes representa hoy el principal obstáculo para que accedan al mundo del trabajo. Sus hijos tienen el derecho de ir a la escuela, ¡no se los nieguen! ¡Sus hijos tienen el derecho de ir a la escuela! Y es importante que el estímulo hacia una mayor instrucción provenga de la familia, que parta de sus padres, que parta de sus abuelos; es tarea de los adultos asegura que los niños vayan a la escuela. El acceso a la enseñanza les permite a sus jóvenes convertirse en ciudadanos activos, participar en la vida política, social y económica en sus respectivos países.

A las instituciones civiles se les pide el compromiso de garantizar un adecuado curso formativo para los jóvenes gitanos; concediéndoles la posibilidad, a las familias que viven en condiciones más desfavorables, a que puedan beneficiarse de una apropiada inserción escolar y laboral. El proceso de integración sitúa a la sociedad ante el desafío de conocer la cultura, la historia y los valores de la población gitana. ¡Que su cultura y sus valores sean conocidos por todos!

En varias ocasiones, por parte de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI, se les ha asegurado a ustedes el afecto y el aliento de la Iglesia. Ahora, quisiera terminar citando las palabras del beato Pablo VI, quien afirmó: “En esta Iglesia ustedes no están al margen sino –en cierto modo- en el centro, están en el corazón. Ustedes están en el corazón de la Iglesia” (ibid., 491-492). Y en este corazón también está María, a quien veneran como la Virgen de los Gitanos y que ahora será coronada de nuevo para recordar el gesto que realizara el Papa Montini [Pablo VI] hace cincuenta años. A ella y al beato Ceferino los encomiendo a ustedes, a sus familias y a su futuro. Y por favor, les pido que recen por mí. Gracias.


Fuente: vatican.va

- El registro del evento fue alojado en Youtube. Para el discurso en sí, véase a partir del minuto 41:55. Y a partir del minuto 57:30 se observa la coronación de Amari Devleskeri Dej, de Nuestra Madre de Dios:


- Para leer el discurso de Pablo VI en 1965:



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