25.10.15






















El ulular del nycticorax.

por Vāyu-sakha.

El nycticorax es Cristo, o el hombre santo que desprecia a los infieles. En el salmo [se dice]: Soy como un nycticorax en su morada (Sal. 101:7). 

La cita le pertenece a Euquerio, obispo de Lyon (†449); y aparece en su obra: Liber Formularum Spiritualis Intelligentiæ ad Uranium (PL 50) – “Libro de fórmulas de comprensión espiritual para Veranio”. Veranio fue uno de los dos hijos que tuvo con su esposa Gala; su otro hijo fue Salonio y sus hijas fueron Consorcia y Tulia. Su obra establece un método para la adquisición de conocimiento espiritual a través del estudio de las escrituras, defendiendo la validez de la lectura de los textos sagrados según el sentido alegórico, acorde a la temprana hermenéutica medieval.

Respecto al fragmento del salterio que aparece en esta cita, la versión Septuaginta (c. s. II a.C.) lo expresa de la siguiente manera:

ἐγενήθην ὡσεὶ νυκτικόραξ ἐν οἰκοπέδῳ | egenēthēn ōsei nyctikorax en ōikopedō

Cerca de seis siglos después, Jerónimo traducirá este texto al latín tal como lo menciona Euquerio; es decir, manteniendo el término nycticorax e interpretando a ōikopedō como domicilio - morada. Y más de un milenio y medio después, la Nova Vulgata (1986) preservará todavía aquel primer término a la vez que reemplazará al segundo por ruinis - ruinas: 
Factus sum sicut nycticorax in ruinis.

Así, la traducción actual sería: “Soy como un nycticorax entre las ruinas”. Lo cual tiene más sentido si se aprecian los versículos que acompañan a este fragmento y el espíritu de lamentación de todo el salmo. También el Códice de Leningrado (c. s. XI) lo entiende de esta manera, haciendo uso del vocablo: חָרְבָּה - chorbah - lugar en ruinas o desolado.

Pero veamos ahora otro detalle, uno más importante: ¿qué es un nycticorax? En el salmo 102:6, que corresponde a la edición latina del 101:7, todas las traducciones al español lo interpretan como: búho. Pero el término también podría hacer referencia a otras aves. De hecho, Jerónimo pudo haber utilizado el vocablo: bubo, noctua o ulula, si hubiese querido señalar específica y exclusivamente al búho. Pero no lo hizo. ¿Por qué?

El término nycticorax, proviene del griego: νυκτι - nycti - noche | κόραξ  - corax  - cuervo; es decir: “cuervo de la noche”. Desde la antigüedad, este término ha resultado un tanto controversial, pues señala a un incierto grupo de aves nocturnas. Aunque dentro de tal grupo se reconocen algunas de las consideradas bíblicamente impuras (Lv. 11:13-19; Dt. 14:12-18); y en particular, al búho orejudo (Asio otus) y al martinete común (Nycticorax nycticorax). Y esto sucede también al atender al vocablo hebreo: כּוֹס kowc, según el códice mencionado. Por lo tanto, el versículo que utiliza Euquerio también se podría traducir de la siguiente manera: “Soy como un martinete entre las ruinas”.

Desde tiempos lejanos, en la mitología y folklore de muchas regiones asiáticas, europeas y americanas, ha sido frecuente la asociación del búho y el martinete con connotaciones negativas y hasta maléficas. Durante el cristianismo medieval, se crearán bestiarios que consignarán al nycticorax como símbolo característico de los infieles y de fuerzas de la oscuridad.

El martinete, que bien podría reemplazar al búho en nuestras traducciones, recibe diversos nombres comunes en Centro y Sudamérica. Sin atender a sus subespecies, y sin limitarlo necesariamente a los países que se mencionan, algunos de tales nombres son: garza solitaria, garza bruja, zorro de agua (Argentina); huakkana, cachí (Bolivia); guacurú, taquirí, sabacú (Brasil); gauda, guairao (Chile); guaco común, garza nocturna (Colombia); chocuacó (Costa Rica); guanabá de la Florida (Cuba); hoactlí, perro de agua, pedrete gris (México); tayazú-güirá (Paraguay); huaco, huairavo, huachira (Perú). En prácticamente todas estas regiones, existen entornos rurales en los que todavía se vincula a esta ave con augurios y presencias nada favorables.

Ahora bien, ¿por qué Euquerio compararía a un ave impura e infame con el propio Cristo? Tras la muerte de su esposa, Euquerio se retiró primero al monasterio de Lérins y más tarde a la soledad de una cueva, asentada en la región montañosa del Luberon. Quizás allí, mientras todavía era un ignoto eremita, pudo escuchar continuamente el ulular de la garza solitaria. Allí, en las silenciosas noches de su perdida cavidad rocosa, aquella misteriosa ave sería su más frecuente y única compañía.

Los aldeanos de la Provenza medieval, por su parte, al escuchar la nocturna voz del martinete o al dar con el rojizo brillo de su mirada, de inmediato sentirían temor a causa del mal presagio o debido a una supuesta presencia maligna. Pero Euquerio no. Su austera soledad le enseñará a percibir su entorno natural de manera mucho más profunda y hasta contraria a como lo hacía la mayoría de las personas.

¿Qué percibió Euquerio en aquella reservada ave y su ulular? Vio la existencia apartada, solitaria y oculta, de un ser completamente dedicado a su sagrado objeto de amor y que por eso mismo es bienaventurado. Desde la perspectiva de ese ser, las demás personas resultan infidelibus, son infieles, pues no vivifican su relación con aquel que a pesar de todo sigue siendo fiel a ellas. Pero entonces, ¿puede Cristo, o un ser consagrado, sentir realmente desprecio por quienes no son fieles a su relación con Dios? Euquerio dice que Cristo los desprecia no porque él los rechace a ellos, sino porque ellos lo rechazan a él; tal como las personas crédulas repudian al nictycorax y éste –si bien es evasivo- no puede sino alejarse más y quedarse lejos de ellas. Cristo se limita a mantenerse apartado; pero no los abandona.

Y tampoco ha de hacerlo el eremita.  


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