23.4.15


Ashram y eucaristía

por el P. Bede Griffiths, osb. cam.
 
El Concilio Vaticano II ha manifestado que la eucaristía es la fuente y cúspide de la actividad de la Iglesia. Siempre he tenido dificultades con esto. La constitución sobre la sagrada liturgia durante el Concilio Vaticano [la Sacrosanctum Concilium] fue tarea de la comisión litúrgica. Antes del Concilio, durante casi cincuenta años había existido un movimiento litúrgico muy fuerte en la Iglesia, si bien tenía ciertas limitaciones y sus horizontes estaban algo restringidos. La comisión preparó esta constitución con mucha anticipación y creo que fue una de las primeras en ser completada. Por lo tanto, fue erigida desde cierto punto de vista al principio del Concilio Vaticano II, pero realmente no ha tenido en cuenta desarrollos posteriores.

Lo que quiero decir es que el Espíritu Santo es la fuente y cúspide de la actividad de la Iglesia. En la teología de santo Tomás de Aquino, la palabra sacramentum significa “signo”; y para él, en la eucaristía, el pan y el vino son el sacramentum o el signo. Y el signo se contrasta con la res, con la realidad. La realidad es lo que está significado por el signo. El pan y el vino son signos y significan algo. Por eso -según él- el sacramentum et res, el signo y el objeto significado, son el cuerpo y la sangre de Cristo. Esta es nuestra comprensión habitual. Pero luego santo Tomás dice que la res, la realidad de la eucaristía, significada y efectivizada por nosotros, es la unidad del cuerpo místico de Cristo. Sostiene que el significado y propósito de la santa eucaristía es la unidad del cuerpo místico de Cristo. Esta es una visión bastante tradicional y los padres de la Iglesia ciertamente usaron la expresión “cuerpo místico” para referirse al cuerpo de Cristo presente en la eucaristía.

En la Iglesia, hasta hace poco, la mayoría de los católicos pensaba que el cuerpo de Cristo en la eucaristía es el cuerpo de Cristo en la cruz. Muchas personas se han visto movidas a pensar que la eucaristía -como alguien cierta vez me lo explicó- es la remoción de una suerte de velo, tras el cual aparece Jesús sobre la cruz, de manera exacta a como estuvo originalmente; y uno está presente junto a él. Esto no es teológicamente correcto. Tenemos que distinguir lo que constituye el cuerpo de Cristo en la eucaristía. No es el cuerpo en la cruz sino el cuerpo de la resurrección. Él está presente en su cuerpo espiritual, en el cuerpo de la resurrección, el cual no está presente en el tiempo ni el espacio, ni tampoco está condicionado de forma alguna sino que es totalmente uno con Dios.

Lo que nosotros experimentamos en la eucaristía, a través de la densa materia del pan y el vino, es nuestra apertura a la presencia real de Jesús en su cuerpo espiritual, siendo uno con el Padre y el Espíritu Santo. Los católicos tienden a pensar que es sólo en el pan y el vino que Jesús está realmente presente, y es por eso que lo más importante es que tomen la comunión con mucha frecuencia, de tal manera que puedan experimentar la presencia auténtica de Jesús. Pero Jesús está presente en el Espíritu por todas partes. En toda esta creación, Jesús está presente en cada grano de arena, en cada partícula y subpartícula que existe. En cierta ocasión, santo Tomás de Aquino se preguntó: “¿De qué manera Dios está presente en la creación?”. Y dijo:

Primero, él está en todas las cosas por su poder; él sostiene a todas las cosas por la palabra que emana de su poder [...] Él no está presente en su poder de manera distante porque no hay distancia en Dios; por consiguiente, él está en todas las cosas mediante su presencia. Pero él no está presente en todas las cosas mediante una parte de sí porque no hay partes en Dios; él está presente por medio de su esencia.

Por lo tanto, la esencia de Dios, la Santísima Trinidad, Cristo en su cuerpo espiritual, está plenamente presente en cada partícula de materia. El universo entero está en Cristo, en Dios. Nosotros vemos el velo de la materia, pero la realidad del cuerpo de Cristo siempre está en Dios y siempre está presente en todas partes.

En la eucaristía hay una forma particular de la presencia de Cristo, pues Jesús quiso aproximarse a sus discípulos. Las personas necesitan un signo de su presencia. El Espíritu Santo no tiene ningún signo, pero Jesús quiso darnos un signo de su presencia; así que tomó el pan y el vino, alimento y bebida comunes, y se hizo presente a sus discípulos bajo estos signos. Puedes guardar ese pan y vino en el tabernáculo y venerar allí su presencia, pero en ningún momento debes olvidar que él está presente en todas partes. Él está presente en todo ser humano; todo ser humano está hecho a imagen de Dios. Más allá de nuestro cuerpo denso está la presencia oculta del propio Dios, en todo ser humano; encontramos a Dios en toda persona. Por lo tanto, en la eucaristía Jesús está presente de una forma particular, bajo una forma muy humilde. Nosotros necesitamos tocar, saborear y sentir, por eso él se hace presente en aquella forma particular para beneficio nuestro.

Hay una hermosa tradición hindú que dice que el avatara, o dios, realmente está presente en la imagen del templo.  Lokacharya, un teólogo tamil del s. XIV, dice:

Dios, que es invisible, se hace visible en la imagen del templo. Dios, que está más allá de nosotros, se hace próximo a nosotros. Dios, que no puede ser comprendido, se hace comprensible. Dios, que no puede ser tocado, se hace perceptible.

Esta es una presencia sacramental. Es profundamente significativa, pero el propio Dios no se limita a la imagen ni se limita a la eucaristía.

Esta es la razón por la que digo que no deberíamos centrarnos en la eucaristía como si no pudiésemos hacer nada sin ella. En los tiempos de san Benito, los monjes no celebraban la misa; solo la tenían los domingos y días de fiesta. La palabra “misa” proviene del latín missa que se encuentra en la expresión: ite missa est, al final de la celebración eucarística; y la misma significa: “Ve, te despido”. Es una despedida, pero por alguna razón esta despedida fue tomada para señalar a toda la eucaristía. En la regla de san Benito hay una mención frecuente de la palabra missa, pero se ha descubierto que no se refieren a la eucaristía sino que se trataban de ceremonias de oración. Después de las ceremonias normales de oración había una despedida: la missa.

San Benito no era sacerdote y todos sus monjes fueron personas laicas. El movimiento monacal era un movimiento laico. En el tiempo de san Benito los monjes resolvieron evitar dos tipos de personas: los obispos y las mujeres; y eso porque un obispo intentaría convertirlos en sacerdotes y una mujer intentaría convencerlos de que se casen. El monje no era sacerdote, era un miembro de la comunidad laica. Hoy en día, cada vez más y más va creciendo el movimiento en favor de comunidades laicas. Todos sentimos que nuestras comunidades religiosas son demasiadas estructuradas; estamos limitados por tantas reglas que ellas se tornan una grave limitación después de algún tiempo. Me he encontrado con muchas hermanas y hermanos que sienten lo mismo. La comunidad religiosa es una institución que tiene sus reglas y constituciones y nosotros nos vemos totalmente limitados por éstas. Perdemos nuestra libertad interior. Thomas Merton se dedicó a la búsqueda de libertad estando dentro del rígido sistema cisterciense, lo hizo a través de la superación de sus limitaciones y de la apertura. Y éso es lo que esperamos hacer en la actualidad: abrir estas estructuras, porque una comunidad religiosa está propuesta para ser una comunidad de amor. Puede que necesites de algunas reglas y de guías, pero es al amor espontáneo a lo que estamos llamados, al hecho de compartir en el amor a Dios.

En la actualidad, las personas buscan comunidades laicas: hombres y mujeres, ya sea sin pareja o casados, viven juntos y dedicados a Dios y a la comunidad. Las comunidades laicas en América del Sur son un modelo de esto. Tales grupos mantienen contacto con el sacerdote de la parroquia y con el obispo, pero organizan sus propias comunidades: reflexionan sobre sus vidas, leen las escrituras y celebran la eucaristía; invitan al sacerdote pero éste sólo está allí para servirlos. Viven con el objetivo de dedicar sus vidas enteras a Dios: económica, social y políticamente.  Este es, en verdad, el modelo de la Iglesia de hoy.

Por eso digo que no debemos hacer demasiado énfasis en la eucaristía. Es muy valiosa. Es un sacramento, un gran signo de la presencia de Jesús, pero él está presente de muchas otras formas; y si nos adherimos tan sólo a la eucaristía, perdemos la capacidad de abrirnos a su presencia en todas partes. Jesús también está presente en los no-católicos y los no-cristianos. Muchas personas consideran que Jesús solo está entre nosotros y que todas aquellas otras personas están afuera. Sin embargo, Jesús está presente en todo ser humano que está abierto a la gracia, abierto al amor. Muchos católicos y protestantes de hoy sostienen que uno no puede salvarse a menos que crea en Jesucristo. Es bastante obvio que esto no tiene ningún sentido, ya que la inmensa mayoría de la humanidad siempre ha estado completamente fuera de la Iglesia; ella nunca ha oído hablar de Jesucristo. Los aborígenes australianos han existido durante 40 mil años en Australia, ¿y qué ha estado haciendo Dios con ellos durante todo ese tiempo? Ellos nunca habían oído hablar de Jesucristo sino hasta hace apenas unos 100 años.

Jesús murió por toda la humanidad; y la gracia de Cristo y del Espíritu Santo se ofrece a todo ser humano, desde el principio hasta el fin del mundo. Aun cuando no tengas una religión, dondequiera que des muestra de amor, bondad, generosidad y amistad, verás los efectos de la gracia divina en ti. Y si tienes una religión, si eres hindú, budista, musulmán o de cualquier otra tradición, la gracia de Dios en Cristo viene a ti a través del Espíritu Santo presente en esa religión. Todos estamos compartiendo esta gracia de Dios, y un cristiano dirá que es precisamente la muerte y resurrección de Cristo -su sacrificio de puro amor por el mundo- lo que posibilita que esa gracia esté presente en toda la humanidad. Pero esta gracia puede ser totalmente invisible.

La Iglesia es el sacramento de Cristo. Un sacramento es un signo: la Iglesia entera, su jerarquía, sacramentos, doctrinas y leyes, son todos signos de este misterio divino que es el propio Cristo. Pero más allá de todos los signos y palabras está la realidad. De hecho, si me preguntasen: “¿Cuál es la realidad de la Iglesia católica?”, yo diría que es la comunión de los discípulos de Cristo, los cuales participan a través del Espíritu Santo -como hijos del Padre- de la vida de la Trinidad. Ésta es la esencia de la Iglesia, esta comunión de personas que comparten el amor de Dios que se revela en Cristo. La comunión en el amor es el significado último de la Iglesia; donde hay comunión en el amor, hay Iglesia.

Como cristianos, y particularmente como católicos, debemos valorar los sacramentos. Estos tienen un lugar muy importante en nuestras vidas. Y también las doctrinas de la Iglesia y la jerarquía; todos tienen su lugar. Pero ésta es una Iglesia sacramental. La Iglesia institucional es un sacramento, un signo de la presencia de Dios. Todos los dogmas de la Iglesia son signos. El misterio divino no puede expresarse con toda propiedad mediante palabras o conceptos. Ninguna palabra es adecuada para describirlo. Lo mejor que las palabras pueden hacer es apuntar hacia este misterio que está más allá de toda expresión humana.

Debemos ir más allá de los signos sacramentales e incluso más allá del signo de Cristo. El propio Jesús es el sacramento de Dios. La naturaleza humana de Jesús, su vida, muerte y resurrección son el signo de la presencia de Dios en la tierra. Nosotros tenemos que ir más allá de la humanidad de Jesús, tenemos que ir hacia la propia divinidad, pues Dios mismo está más allá de tales signos. Dios no se limita a la eucaristía, a la Iglesia o a Jesús en su existencia humana; él transciende todas las palabras, pensamientos y signos.

La meditación es un arte por medio del cual buscamos ir más allá del cuerpo y de los sentidos. Primero intentamos calmar el cuerpo -a través de la práctica del yoga si es necesario- y luego buscamos calmar los sentidos. No suprimimos los sentidos sino que aprendemos a armonizarlos para que el cuerpo esté en paz. Después tenemos que enfrentar a la mente, pues ella vaga por todas partes; tenemos que armonizarla. Y de forma similar, no suprimimos a la mente ni la complacemos sino que intentamos traerla a la quietud y a la unidad, a menudo usando un mantra. En la tradición hindú se sostiene que la mente tiene que ser ekegraha, “fija en un solo punto”. Luego de recorrer los sentidos, los pensamientos y los sentimientos, tenemos que centrarnos en un único punto. Y a ese punto nos dirigimos, más allá del cuerpo y de la mente, y allí encontramos a la realidad divina.

En la meditación experimentamos lo divino de manera directa. Indirectamente, lo necesitamos en los sacramentos y en el mundo; pero directa e inmediatamente encontramos a Cristo siendo Dios en esta experiencia interna del corazón. Esto es contemplación. En la tradición cristiana la meditación es discursiva, pero la contemplación es el punto en donde la persona humana se abre a lo divino.  
 
En la contemplación llevamos la mente al punto de la quietud, es entonces que Dios puede entrar y tomar posesión de nosotros. Es entonces que nos encontramos con una realidad absoluta. En la muerte nos enfrentamos a esta realidad, por lo que en la meditación buscamos entrar en el silencio -que es como la muerte de uno mismo- y experimentar el misterio oculto.

Esta es la función de un ashram, permitirles a las personas poder descubrir el misterio oculto más allá de este mundo. La Iglesia, el mundo, la humanidad toda está en búsqueda de Dios, y es yendo más allá de todas las limitaciones que entramos en la presencia divina. Dios está llamándonos. Dios está presente en todas partes si los seres humanos son capaces de salir de su estrechez, de su egoísmo y de sus limitaciones para dirigirse hacia él. Este es el significado y propósito de la vida humana. 

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The Ashram and the Eucharist, The Bede Griffiths Sangha Newsletter, vol 4 N°2, Junio 2001, pp. 2-4.

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- Sat-sanga con el P. Bede Griffiths.
- Retorno al centro.


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