Ashram y eucaristía
por el
P. Bede Griffiths, osb. cam.
El Concilio Vaticano II ha manifestado que la eucaristía es la fuente y
cúspide de la actividad de la Iglesia. Siempre he tenido dificultades
con esto. La constitución sobre la sagrada liturgia durante el Concilio Vaticano [la Sacrosanctum Concilium] fue
tarea de la comisión litúrgica. Antes del Concilio, durante casi cincuenta años había existido un movimiento litúrgico muy fuerte en la Iglesia, si bien tenía
ciertas limitaciones y sus horizontes estaban algo restringidos. La comisión
preparó esta constitución con mucha anticipación y creo que fue una de las
primeras en ser completada. Por lo tanto, fue erigida desde cierto punto de vista al
principio del Concilio Vaticano II, pero realmente no ha tenido en cuenta
desarrollos posteriores.
Lo que quiero decir es que el Espíritu Santo es la fuente y cúspide de
la actividad de la Iglesia. En la teología de santo Tomás de Aquino, la palabra
sacramentum significa “signo”; y para
él, en la eucaristía, el pan y el vino son el sacramentum o el signo. Y el signo se contrasta con la res, con la realidad. La realidad es lo
que está significado por el signo. El pan y el vino son signos y significan
algo. Por eso -según él- el sacramentum
et res, el signo y el objeto significado, son el cuerpo y la sangre de
Cristo. Esta es nuestra comprensión habitual. Pero luego santo Tomás dice que
la res, la realidad de la eucaristía,
significada y efectivizada por nosotros, es la unidad del cuerpo místico de
Cristo. Sostiene que el significado y propósito de la santa eucaristía es la
unidad del cuerpo místico de Cristo. Esta es una visión bastante tradicional y
los padres de la Iglesia ciertamente usaron la expresión “cuerpo místico” para
referirse al cuerpo de Cristo presente en la eucaristía.
En la Iglesia, hasta hace poco, la mayoría de los católicos pensaba que
el cuerpo de Cristo en la eucaristía es el cuerpo de Cristo en la cruz. Muchas
personas se han visto movidas a pensar que la eucaristía -como alguien cierta
vez me lo explicó- es la remoción de una suerte de velo, tras el
cual aparece Jesús sobre la cruz, de manera exacta a como estuvo originalmente; y uno está
presente junto a él. Esto no es teológicamente correcto. Tenemos que distinguir
lo que constituye el cuerpo de Cristo en la eucaristía. No es el cuerpo en la
cruz sino el cuerpo de la resurrección. Él está presente en su cuerpo espiritual,
en el cuerpo de la resurrección, el cual no está presente en el tiempo ni el
espacio, ni tampoco está condicionado de forma alguna sino que es totalmente uno
con Dios.
Lo que nosotros experimentamos en la eucaristía, a través de la densa
materia del pan y el vino, es nuestra apertura a la presencia real de Jesús en
su cuerpo espiritual, siendo uno con el Padre y el Espíritu Santo. Los
católicos tienden a pensar que es sólo en el pan y el vino que Jesús está
realmente presente, y es por eso que lo más importante es que tomen la comunión
con mucha frecuencia, de tal manera que puedan experimentar la presencia auténtica de
Jesús. Pero Jesús está presente en el Espíritu por todas partes. En toda esta
creación, Jesús está presente en cada grano de arena, en cada partícula y subpartícula que existe. En cierta ocasión, santo Tomás de Aquino se preguntó: “¿De qué manera Dios está presente en la
creación?”. Y dijo:
Primero, él está en todas las cosas por su poder; él sostiene a todas las cosas por la palabra que emana de su poder [...] Él no está presente en su poder de manera distante porque no hay distancia en Dios; por consiguiente, él está en todas las cosas mediante su presencia. Pero él no está presente en todas las cosas mediante una parte de sí porque no hay partes en Dios; él está presente por medio de su esencia.
Por lo tanto, la esencia de Dios, la Santísima Trinidad, Cristo en su
cuerpo espiritual, está plenamente presente en cada partícula de materia. El
universo entero está en Cristo, en Dios. Nosotros vemos el velo de la materia,
pero la realidad del cuerpo de Cristo siempre está en Dios y siempre está
presente en todas partes.
En la eucaristía hay una forma particular de la presencia de Cristo,
pues Jesús quiso aproximarse a sus discípulos. Las personas necesitan un
signo de su presencia. El Espíritu Santo no tiene ningún signo, pero Jesús
quiso darnos un signo de su presencia; así que tomó el pan y el vino, alimento
y bebida comunes, y se hizo presente a sus discípulos bajo estos signos. Puedes
guardar ese pan y vino en el tabernáculo y venerar allí su presencia, pero en
ningún momento debes olvidar que él está presente en todas partes. Él está
presente en todo ser humano; todo ser humano está hecho a imagen de Dios. Más allá
de nuestro cuerpo denso está la presencia oculta del propio Dios, en todo ser
humano; encontramos a Dios en toda persona. Por lo tanto, en la eucaristía
Jesús está presente de una forma particular, bajo una forma muy humilde.
Nosotros necesitamos tocar, saborear y sentir, por eso él se hace presente en
aquella forma particular para beneficio nuestro.
Hay una hermosa tradición hindú que dice que
el avatara, o dios, realmente está
presente en la imagen del templo.
Lokacharya, un teólogo tamil del s. XIV, dice:
Dios, que es invisible, se hace visible en la imagen del templo. Dios, que está más allá de nosotros, se hace próximo a nosotros. Dios, que no puede ser comprendido, se hace comprensible. Dios, que no puede ser tocado, se hace perceptible.
Esta es una presencia sacramental. Es
profundamente significativa, pero el propio Dios no se limita a la imagen ni se
limita a la eucaristía.
Esta es la razón por la que digo que no deberíamos
centrarnos en la eucaristía como si no pudiésemos hacer nada sin ella. En los
tiempos de san Benito, los monjes no celebraban la misa; solo la tenían los
domingos y días de fiesta. La palabra “misa” proviene del latín missa que se encuentra en la expresión: ite missa est, al final de la celebración eucarística; y la misma significa:
“Ve, te despido”. Es una despedida, pero por alguna razón esta despedida
fue tomada para señalar a toda la eucaristía. En la regla de san Benito hay una
mención frecuente de la palabra missa, pero se ha descubierto que no se refieren a la eucaristía sino que se trataban de ceremonias de oración. Después
de las ceremonias normales de oración había una despedida: la missa.
San Benito no era sacerdote y todos sus monjes
fueron personas laicas. El movimiento monacal era un movimiento laico. En el
tiempo de san Benito los monjes resolvieron evitar dos tipos de personas: los
obispos y las mujeres; y eso porque un obispo intentaría convertirlos en
sacerdotes y una mujer intentaría convencerlos de que se casen. El monje no era
sacerdote, era un miembro de la comunidad laica. Hoy en día, cada vez más y más
va creciendo el movimiento en favor de comunidades laicas. Todos sentimos que
nuestras comunidades religiosas son demasiadas estructuradas; estamos limitados
por tantas reglas que ellas se tornan una grave limitación después de algún
tiempo. Me he encontrado con muchas hermanas y hermanos que sienten lo mismo.
La comunidad religiosa es una institución que tiene sus reglas y constituciones
y nosotros nos vemos totalmente limitados por éstas. Perdemos nuestra libertad
interior. Thomas Merton se dedicó a la búsqueda de libertad estando dentro del
rígido sistema cisterciense, lo hizo a través de la superación de sus
limitaciones y de la apertura. Y éso es lo que esperamos hacer en la actualidad:
abrir estas estructuras, porque una comunidad religiosa está propuesta para ser
una comunidad de amor. Puede que necesites de algunas reglas y de guías, pero es
al amor espontáneo a lo que estamos llamados, al hecho de compartir en el amor a
Dios.
En la actualidad, las personas buscan comunidades laicas: hombres y mujeres, ya sea sin pareja o casados, viven juntos y
dedicados a Dios y a la comunidad. Las comunidades laicas en América del Sur
son un modelo de esto. Tales grupos mantienen contacto con el sacerdote de la
parroquia y con el obispo, pero organizan sus propias comunidades: reflexionan
sobre sus vidas, leen las escrituras y celebran la eucaristía; invitan al
sacerdote pero éste sólo está allí para servirlos. Viven con el objetivo de
dedicar sus vidas enteras a Dios: económica, social y políticamente. Este es, en verdad, el modelo de la Iglesia de
hoy.
Por eso digo que no debemos hacer demasiado
énfasis en la eucaristía. Es muy valiosa. Es un sacramento, un gran signo de la
presencia de Jesús, pero él está presente de muchas otras formas; y si nos
adherimos tan sólo a la eucaristía, perdemos la capacidad de abrirnos a su
presencia en todas partes. Jesús también está presente en los no-católicos y los
no-cristianos. Muchas personas consideran que Jesús solo está entre nosotros y que
todas aquellas otras personas están afuera. Sin embargo, Jesús está presente en todo
ser humano que está abierto a la gracia, abierto al amor. Muchos católicos y
protestantes de hoy sostienen que uno no puede salvarse a menos que crea en
Jesucristo. Es bastante obvio que esto no tiene ningún sentido, ya que la
inmensa mayoría de la humanidad siempre ha estado completamente fuera de la
Iglesia; ella nunca ha oído hablar de Jesucristo. Los aborígenes australianos
han existido durante 40 mil años en Australia, ¿y qué ha estado haciendo Dios
con ellos durante todo ese tiempo? Ellos nunca habían oído hablar de Jesucristo
sino hasta hace apenas unos 100 años.
Jesús murió por toda la humanidad; y la gracia de Cristo y del Espíritu
Santo se ofrece a todo ser humano, desde el principio hasta el fin del mundo.
Aun cuando no tengas una religión, dondequiera que des muestra de amor, bondad,
generosidad y amistad, verás los efectos de la gracia divina en ti. Y si tienes
una religión, si eres hindú, budista, musulmán o de cualquier otra tradición,
la gracia de Dios en Cristo viene a ti a través del Espíritu Santo presente en
esa religión. Todos estamos compartiendo esta gracia de Dios, y un cristiano dirá
que es precisamente la muerte y resurrección de Cristo -su sacrificio de puro amor por el mundo- lo que posibilita que esa gracia esté presente en toda la
humanidad. Pero esta gracia puede ser totalmente invisible.
La Iglesia es el sacramento de Cristo. Un sacramento
es un signo: la Iglesia entera, su jerarquía, sacramentos, doctrinas y leyes,
son todos signos de este misterio divino que es el propio Cristo. Pero más allá
de todos los signos y palabras está la realidad. De hecho, si me preguntasen: “¿Cuál
es la realidad de la Iglesia católica?”, yo diría que es la comunión de los
discípulos de Cristo, los cuales participan a través del Espíritu Santo -como
hijos del Padre- de la vida de la Trinidad. Ésta es la esencia de la Iglesia,
esta comunión de personas que comparten el amor de Dios que se revela en
Cristo. La comunión en el amor es el significado último de la Iglesia; donde
hay comunión en el amor, hay Iglesia.
Como cristianos, y particularmente como
católicos, debemos valorar los sacramentos. Estos tienen un lugar muy importante
en nuestras vidas. Y también las doctrinas de la Iglesia y la jerarquía; todos
tienen su lugar. Pero ésta es una Iglesia sacramental. La Iglesia institucional
es un sacramento, un signo de la presencia de Dios. Todos los dogmas de la
Iglesia son signos. El misterio divino no puede expresarse con toda propiedad
mediante palabras o conceptos. Ninguna palabra es adecuada para describirlo. Lo
mejor que las palabras pueden hacer es apuntar hacia este misterio que está más
allá de toda expresión humana.
Debemos ir más allá de los signos
sacramentales e incluso más allá del signo de Cristo. El propio Jesús es el
sacramento de Dios. La naturaleza humana de Jesús, su vida, muerte y
resurrección son el signo de la presencia de Dios en la tierra. Nosotros
tenemos que ir más allá de la humanidad de Jesús, tenemos que ir hacia la
propia divinidad, pues Dios mismo está más allá de tales signos. Dios no se
limita a la eucaristía, a la Iglesia o a Jesús en su existencia humana; él
transciende todas las palabras, pensamientos y signos.
La meditación es un arte por medio del cual
buscamos ir más allá del cuerpo y de los sentidos. Primero intentamos calmar el
cuerpo -a través de la práctica del yoga si es necesario- y luego buscamos calmar
los sentidos. No suprimimos los sentidos sino que aprendemos a armonizarlos
para que el cuerpo esté en paz. Después tenemos que enfrentar a la mente, pues
ella vaga por todas partes; tenemos que armonizarla. Y de forma similar, no
suprimimos a la mente ni la complacemos sino que intentamos traerla a la
quietud y a la unidad, a menudo usando un mantra.
En la tradición hindú se sostiene que la mente tiene que ser ekegraha, “fija en un solo punto”. Luego
de recorrer los sentidos, los pensamientos y los sentimientos, tenemos que
centrarnos en un único punto. Y a ese punto nos dirigimos, más allá del cuerpo
y de la mente, y allí encontramos a la realidad divina.
En la meditación experimentamos lo divino de
manera directa. Indirectamente, lo necesitamos en los sacramentos y en el
mundo; pero directa e inmediatamente encontramos a Cristo siendo Dios en esta
experiencia interna del corazón. Esto es contemplación. En la tradición
cristiana la meditación es discursiva, pero la contemplación es el punto en
donde la persona humana se abre a lo divino.
En la contemplación llevamos la
mente al punto de la quietud, es entonces que Dios puede entrar y tomar
posesión de nosotros. Es entonces que nos encontramos con una realidad absoluta.
En la muerte nos enfrentamos a esta realidad, por lo que en la meditación buscamos
entrar en el silencio -que es como la muerte de uno mismo- y experimentar el
misterio oculto.
Esta es la función de un ashram,
permitirles a las personas poder descubrir el misterio oculto más allá de este
mundo. La Iglesia, el mundo, la humanidad toda está en búsqueda de Dios, y es
yendo más allá de todas las limitaciones que entramos en la presencia divina.
Dios está llamándonos. Dios está presente en todas partes si los seres humanos son
capaces de salir de su estrechez, de su egoísmo y de sus limitaciones para
dirigirse hacia él. Este es el significado y propósito de la vida humana.
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The Ashram and the Eucharist, The Bede
Griffiths Sangha Newsletter, vol 4 N°2, Junio 2001, pp. 2-4.
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Otros artículos del P. Bede en este blog:
- Sat-sanga con el P. Bede Griffiths.
- Retorno al centro.
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