5.11.14



Cristo y los niños - P. Theodore Jurewicz – EUA, s. XX.

El hesicasmo: 
la paz del corazón en el corazón del mundo;
para no quedar embrollado.

por Horia Roscanu.

Aspirante [durante 1999] al doctorado teológico en la Université de Montréal.

Resumen.

Con frecuencia, es muy difícil lograr el silencio en medio de la ciudad. La espiritualidad de las Iglesias de Oriente propone, entonces, una relación con la realidad que busque dar lugar al silencio en el corazón de lo cotidiano; propone el recentramiento [recentrement] sobre lo esencial, que no es huir hacia el exterior sino vivir en el interior.

1. Una teología fuera de los muros.

A partir del mandamiento evangélico: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tus fuerzas [o voluntad] y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. 10:25-27), Williams y McKibben [1] deducen tres tipos de teología, que son complementarias entre sí y que deben ir a la par con una vida espiritual equilibrada:

a. una teología centrada en el alma (fe): pensamiento.
b. una teología centrada en el corazón (esperanza): sentimiento.
c. una teología centrada en la voluntad (caridad): acción.

Lamentablemente, estos enfoques han sido eclipsados por solo uno de ellos, por la teología que apela al pensamiento. Se trata del único tipo que es formalmente concedido por los actuales sistemas de enseñanza. Y los cristianos de todas las tradiciones son sus víctimas en grado diverso.  

Desprovista de un equilibrio dinámico entre estos tres tipos de teología, la caída naturaleza humana ha proclamado a la teología académica como mucho mejor que las otras dos. No sorprende, entonces, que los cristianos pocos inclinados por la teología académica se sientan ciudadanos de segunda clase dentro de la Iglesia; han sido consentidos en esta suerte de sentimientos [2].

Una teología auténtica y sana necesita de los tres aspectos señalados arriba. En efecto, sin una base teológica formada en el corazón y la voluntad, la teología centrada en el pensamiento se reseca dentro del racionalismo y se desencarna; se transforma en un sistema de teoremas celestes, en una visión de la mente, en una “excavación de nubes” [pelletage de nuages: una elaboración de teorías sin ningún sentido práctico] y sin asiento en la realidad. De igual manera, sin una base teológica formada en la voluntad y el pensamiento, la teología centrada en el corazón y el sentimiento se convierte en vana, orgullosa y envidiosa; pues avanzará según las emociones y las modas, tal como una anemófila, sin anclaje en la inteligencia histórica. Y por último, sin una base teológica formada en el corazón y el pensamiento, una teología centrada en la sola voluntad se convierte en perezosa, lasciva y colérica [3].

Con el método hesicasta, la tradición cristiana oriental remite al equilibrio de estos tres pliegues complementarios de la teología; y consuma, también, los intentos de los cristianos que buscan un complemento indispensable de vida espiritual en sus búsquedas intelectuales. El hesicasmo sostiene con firmeza que: “Si eres teólogo, sin duda rezas; y si realmente rezas, ya eres teólogo” [4]. De aquí que la teología, entendida como conocimiento íntimo de Dios, no sea monopolio de los académicos ni de los clérigos eruditos; ella está accesible a todos, ella sobrepasa las remotas fronteras de la universidad y a veces incluso está exiliada…  

Pero, ¿qué es la meditación hesicasta? La palabra griega hēsykhia significa “calma, paz, serenidad, silencio, recogimiento, quietud, la marca de un interior unificado” [5]. Para resumirlo de manera lapidaria, se puede decir que el hesicasmo es la toma de consciencia de que “el Reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc. 17:21). El método de oración (centrado en la invocación del nombre de Dios y en especial en el nombre de Jesús), la postura corporal y el rosario de lana [chotki], no son sino soportes para buscar la “liberación del dinamismo del Espíritu enterrado en el corazón humano” [6]. Lo esencial es “permanecer delante de Dios, con el intelecto dentro del corazón, y continuar así delante de él sin cesar, de día y de noche, hasta el fin de la propia vida” [7]. El hesicasmo representa el corazón íntimo de la espiritualidad ortodoxa, es la elección de “la mejor parte” (Lc. 10:42); es, también, la respuesta al mandamiento que dice: “Cuando vayas a orar, entra a tu habitación” (Mt. 6:6), a la cámara del corazón, al centro unificador de todo el ser. La palabra del apóstol: “Oren sin cesar” (1 Te. 5 :17), se convierte así en un objetivo real.

2. El monaquismo interiorizado o de “espiritualidad laica”.

El occidente medieval ha precisado ya que el monaquismo responde a los consilia [consejos] del evangelio y que el laicado responde a los proecepta [preceptos] del mismo. De dicho de otra manera: por un lado están los perfectos, los monjes; y por otro, los débiles, los laicos que viven en los arriesgados claroscuros de la ciudad terrestre. La vida conyugal, por lo tanto, ¡no es tolerada sino porque engendra vírgenes y habitantes para los monasterios! De aquí resulta la problemática brecha clérigo-laico, el que enseña y el que aprende, el clérigo activo-poderoso y el laico pasivo-obediente; brecha de la que ha surgido una muy lamentable situación en la actualidad. Y de la que ha surgido también la búsqueda demandante y legítima de una “espiritualidad laica” adaptada al mundo contemporáneo: “Solo existe una santidad […] Aunque en la actualidad se asiste a la búsqueda de una inteligencia y práctica de tal santidad que convenga debidamente al laico de la Iglesia, que esté al servicio del laico dentro de la Iglesia” [8].

En el oriente, sin embargo, suena otra campana: las exigencias del evangelio se dirigen a todos, cualquiera sea su estado [9]: “Cuando Cristo ordena seguir el camino estrecho, se dirige a todos los seres humanos. El monje y el seglar han de alcanzar las mismas alturas” (san Juan Crisóstomo). Una sola espiritualidad para todos y el mismo ideal para todos, pues solo varían los grados. Por lo tanto, el oriente cristiano no ha desarrollado una “espiritualidad laica”, ni una “espiritualidad para la tercera edad”, ni una “espiritualidad turística”, ni de parejas, ni de niños, ni nada por el estilo. El monje es, por otra parte, un simple laico [10] que lleva al extremo el radicalismo del evangelio. Y ya los apotegmas de los padres del desierto habían descrito a laicos ocupados en el mundo que sobrepasaban a los monjes en perfección: se consideraba que cierto médico de Alejandría era igual de santo que san Antonio el Grande, padre de los monjes [11].  

A lo largo de la historia han existido dos soluciones para vivir el evangelio:

a. Retirarse del mundo, huir al desierto y encerrarse en un claustro monástico. Pero se entiende que este tipo de vida no es para todos.

b. Cristianizar el mundo sin abandonarlo, construir la ciudad cristiana; tal era el objetivo de los teócratas. Pero su fracaso fue evidente, ya que jamás se puede imponer el evangelio por la fuerza ni tampoco prescribir su gracia como una ley. La Iglesia no puede imponer sus leyes de la misma manera que lo hace un poder político [12].

El mensaje cristiano […] no es una ley a imponer sino una imantación a proponer. No corresponde que la Iglesia dicte las leyes del Estado o que las impida como si fuera un “grupo de presión” política. La Iglesia inspira y santifica, no coacciona; ella tiene que cambiar los corazones. Incluso para sus propios hijos, la Iglesia debe ser una madre misericordiosa y no un poder jurídico impersonal [13].  

El teólogo laico, Paul Evdokimov [14], propone una tercera solución: la del monaquismo interiorizado; el cual responde a la exigencia evangélica de estar en el mundo sin ser de él: “Ustedes están en el mundo, pero no son del mundo”. Pero esta solución no es verdaderamente nueva, en el sentido de que es inherente a la tradición hesicasta que propone el ideal monástico para todos. Aunque todavía hace falta interpretar, encarnar, este ideal en nuestra vida de laicos ocupados en la ciudad terrestre.

San Juan Crisóstomo acierta cuando dice: “Aquellos que viven en el mundo y están casados, en todo deben asemejarse a los monjes. Tú, tú te equivocas por completo si piensas que existen exigencias propias para los seglares y otras para los monjes. Ambos tendrán que rendir las mismas cuentas” [15]. ¿Este padre de la Iglesia quiere decir que los laicos deben vivir los tres votos monásticos de igual manera que los monjes?  Por supuesto que no, pues la Iglesia no aprueba a quienes afirman que la vía monástica es la única vía de salvación. La oración, el ayuno, la lectura de las escrituras y la disciplina ascética son propuestas a todos por igual, a fin de que respondan según sus propias capacidades. Los ayunos dentro de las Iglesias de Oriente son prescritos a todos los fieles, pero pueden atenuarse según una cierta plasticidad, según el ritmo y aptitudes de cada uno. La norma -monástica y ascética- es que los fieles dediquen lo mejor de sí mismos, según sus posibilidades, al estado esencial que es crecer en la vida espiritual.   

De esta manera, la pobreza no es una necesariamente radical, sino una liberación de la influencia material que con frecuencia amenaza con sofocarnos. La verdadera pobreza se encuentra en el uso que se hace de los bienes materiales; es decir, entre el desapego y la sofocación en los bienes terrestres. Por ende, lo que se critica aquí es el éxito material como criterio de valor.

La castidad es la liberación de la influencia de la carne. Es ver al otro no como objeto de placer sino como un rostro, como una persona, con su poesía y su misterio irreductible. Es necesario decir que en occidente el término castidad poco a poco se ha convertido en sinónimo de no-genitalidad, lo cual no sucede en oriente. Por eso, en la liturgia bizantina del matrimonio, se reza porque Dios conceda a los esposos “un amor casto”; es decir, lleno de respeto y de ternura.

La castidad también significa respeto amoroso y no-explotador por la creación, aceptándola como don de lo Alto. Es, finalmente, la elección ultima entre la violación de la naturaleza, el hiperconsumo bulímico, el inmoderado uso de los recursos del planeta, el capitalismo salvaje y el uso de la fuerza por una parte; y por otro lado, la acción de gracias, la eucaristía en todas las cosas según san Pablo, la castidad llena de ternura respecto a la belleza de cuya administración somos responsables. Es revertir un valor mundano por otro, abandonar el primado de la eficacia por el de la veracidad.

En cuanto al tercer voto monástico, el de obediencia, se trata de liberarse de la creciente idolatría del ego. Es estar a la escucha de los llamados del Espíritu, obedecer al Padre que lo envía, responder de manera afirmativa y con generosidad a nuestra vocación filial. Evdokimov señala [16] que el Padre Nuestro contiene ya los tres votos: obediencia, a la voluntad del Padre (hágase tu voluntad); pobreza, al sentir hambre del pan sustancial, eucarístico, el único necesario (danos hoy nuestro pan de cada día); y castidad, en la purificación del mal (líbranos del mal/maligno).    

3. En el corazón de lo cotidiano.

Hoy en día veo la vida con los ojos del corazón. Soy más sensible a lo invisible, a todo aquello que existe en el interior […]
Gerry Boulet.

Cierta noche de diciembre, estando junto a mi hijo de cinco meses en el hospital (debido a una simple bronquiolitis), me vinieron estas palabras de san Silvano del Monte Athos (1866-1938): “Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes”. Pero, ¿cómo mantener los ojos fijos en lo esencial siendo un laico, padre de familia, atrapado por ansiedades reales y apresado por lo cotidiano? “Si esa la condición propia del laico, ¿cómo ser pleno ciudadano de la ciudad por venir no a pesar de la ocupación en la ciudad terrestre sino dentro de esa misma ocupación?” [17]. ¿Cómo vivir el mandamiento que se nos da todos sin excepción: “Oren sin cesar” (1 Te. 5:17), estando en el corazón del mundo?

Una novela de Ion Agârbiceanu, sacerdote y novelista rumano, narra la historia de un cura en un pueblo del s. XIX. En medio de la noche, el hombre le escribe una carta a su obispo para pedirle que considere reemplazarlo temporalmente en sus tareas pastorales. El país atraviesa por una hambruna, y éste sacerdote tiene una familia que alimentar y una hija a casar, por lo que quiere exiliarse a los Estados Unidos por uno o dos años. Cree que allá encontrará trabajo y que regresará con ahorros suficientes para casar a su hija y para retomar sus funciones pastorales con mayor entusiasmo. Pero alguien toca de pronto a su puerta: un aldeano está a punto de morir y su hijo ha venido a buscar al sacerdote para los últimos sacramentos. El cura vuelve en sí, arroja la carta al fuego de la chimenea, se pone su manto, toma su estola y su alforja y se adentra a la noche…

Esta muy bella historia nos introduce en lo que podría ser el hesicasmo en el mundo: se trata de un espíritu de vigilia interior, de centramiento constante sobre lo esencial estando en medio de las preocupaciones más terrenas, es una renuncia a las tentaciones de facilidad de este mundo. He aquí el hesicasmo en lo cotidiano: tratar de no perder de vista el Reino que viene, que lo vivamos desde ya aquí abajo, que aflore en la sonrisa de un niño y en la primavera que llega… Es buscar a Dios en medio del alboroto cotidiano, en medio de los cursos, de los pañales a cambiar, de los biberones y baños, de los artículos a escribir, de los cólicos a calmar, de los vaivenes en la guardería, de las interrumpidas noches en donde a veces pareciera que ¡los bebés quieren hacer de sus padres unos monjes acemetas! [18]. Por supuesto, las tentaciones de fuga no cesan, pero la oración del corazón dentro de un silencio tal que trasciende el tumulto de la vida me inscribe de nuevo en el corazón de la existencia para transfigurarla, para descubrir ahí la oscura luz de Dios.

Lleva tiempo apreciar con sorpresa las puestas de sol, las flores, los niños, las mil y un bellezas de todos los días; lleva tiempo satisfacer la vista, sentir los perfumes de la creación y de la vida, hacer que recen sus ojos y su nariz. Nuestros oídos dan la bienvenida a los sonidos de la vida, al susurro del viento contra las hojas, al crujir de la nieve bajo nuestras raquetas de nieve, a la agitación de las ramas escarchadas, al canto de la golondrina, al ruido de la corriente que fluye contra las rocas y al vaivén de las olas del mar en la playa [19].

Para que ese recentramiento constante tenga lugar, es esencial revitalizarse periódicamente en las bellas liturgias hebdomadarias, ahí en donde el cielo roza la tierra, en donde los cuerpos expresan la alabanza de los corazones a través de todos los sentidos [20]; así se quiebra la rutina y se santifica lo cotidiano. El cristiano, de hecho, no está solo sino que es miembro de una comunidad de creyentes que celebran la salvación y la victoria  de Cristo sobre la muerte y los infiernos. De esta manera se satisface periódicamente la sed de belleza y de comunión. El ícono, ventana hacia el Reino, es una buena ayuda doméstica para recentrarse en lo esencial, es un recordatorio cotidiano de nuestra vocación de portadores de luz en el mundo, un recordatorio para transfigurar todo el cosmos.

4. Conclusión.

Necesitamos hombres de silencio, nutridos de sorpresa, de atención, de “oración pura” y de belleza litúrgica para decir una palabra liberadora [21].

Cierta vez, mi hijo de cuatro años, Émilien, cerró sus ojos mientras acariciaba las orejas de Nicolas -su hermanito de ocho meses- para luego esbozar una sonrisa juguetona. ¿Qué adulto diría que posee tal atención, tal concentración en sus tareas cotidianas? La meditación hesicasta enseña a recentrar la mente, a dirigirla hacia el centro, hacia lo esencial. Y adquiere así, sin realmente pretenderlo, valiosa importancia para nuestro mundo moderno: capacidad de concentración, habilidad para vivir el momento presente, calma, paz interior y muchas otras cualidades que cada vez buscan más los hombres y mujeres de negocios, administradores, atletas, etc. En efecto, pareciera que en este amanecer del siglo espiritual ya se va delineando una verdadera necesidad de hombres y mujeres que tiendan a la unificación de su ser, de personas que hayan integrado sus valores espirituales y que lo demuestren en sus vidas, que cuiden de todas las facetas de su vida: física, psíquica, emotiva y espiritual. En el actual mundo de los negocios no existe vergüenza de afirmar los valores, la fe o la espiritualidad como sucedía durante los años 80. Las empresas verdaderamente modernas, las que sobrevivieron al cambio de siglo, saben respetar a las personas que emplean; en todas sus facetas. Ya no les piden, como lo hicieran en el pasado, que dejen su espiritualidad en el vestuario para no ser más que hormigas productivas y racionales, según la fábula de La Fontaine. Tales empresas también hicieron lugar a la cigarra que canta las maravillas del Señor en lo más profundo de nosotros mismos, por eso saben dejar libres las potencialidades espirituales que nos hacen mejores personas. Se trata de una “ecología del management”. Prueba de esto es el reciente foro internacional sobre management, ética y espiritualidad que tuvo lugar en la École des Hautes Études Commerciales, de Montreal [22].  

El hesicasmo conduce al silencio interior, y tal silencio va a la par con la teología apofática. Esta  teología es la aproximación negativa al misterio desarrollada por los padres griegos, quienes buscaron preservarla de toda racionalización y de todo antropomorfismo: “Al proceder a través de las negaciones, uno se eleva desde los grados inferiores del ser hasta las cimas más elevadas, separando progresivamente todo lo que puede ser conocido a fin de acercarse al Incognoscible dentro de las tinieblas de la ignorancia absoluta” [23]. De esta manera, uno comprende que Dios está más allá de todo, dentro de la “nube oscura” (Ex. 20:21), del mismo modo que ciertas experiencias humanas están más allá de todo lenguaje.

Notas.

 1.  Benjamin D. Williams y Michael T. McKibben, Oriented Leadership, Wayne (NJ), Orthodox Christian Publication Center, 1994, p. 37-40.
 2.  Ibid., p. 39.
 3.  Ibid., p. 39-40.
 4.  Évagre le Pontique, en Petite philocalie de la prière du coeur, traducido y presentado por Jean Gouillard, París, Seuil, 1979, p. 42.
 5.  Lucien Coutu, c.s.c., La méditation hésychaste, Montreal, Fides, 1996, p. 27. Esta obra constituye una de las mejores introducciones a la espiritualidad hesicasta. El autor concede regularmente charlas introductorias en el Centre Emmaüs (o donde fuera necesario), lugar que fundara hace 28 años.
 6.  Lucien Coutu, La méditation hésychaste, p. 40.
 7.  San Teófano el Recluso (1815-1894), citado por Kallistos Ware, Le royaume intérieur, Paris, Cerf, 1996, p. 84.
 8.  Yves Congar, Jalons pour une théologie du laïcat, Paris, Cerf, 1954, p. 585.
 9.  “Solo existe un cristianismo […] No existe una espiritualidad propia de los laicos […] el monje no es más que un cristiano que lleva al extremo las exigencias de lo único necesario, sin cuya primacía no existe vida cristiana digna de tal nombre”, Yves Congar, op. cit., p. 559-560.
10.  Es así a menos que el monje sea ordenado, en atención a las necesidades del monasterio, diácono o presbítero; lo que, claro está, no es automático.
11.  Kallistos Ware, Le royaume intérieur, p. 86.
12.  Véase a H. Roscanu, “'Une aimantation à proposer': jalons pour une éthique sociale orthodoxe”, Église et théologie, 27 (1996), 253-274.
13.  Constantinos Charalambidis, “Le mariage dans l'Église orthodoxe”, Contacts, 101 (1978), p. 70. De aquí la reticencia que sienten muchos grupos de cristianos ortodoxos, en principio opuestos al aborto, de asociarse a grupos militantes de tipo pro-vida, pues saben que el amor no se impone con las leyes.
14.  Paul Evdokimov, Les âges de la vie spirituelle, París, DDB, 1964, p. 121-146.
15.  Citado por P. Evdokimov, op. cit., p. 140.
16.  Ibid.
17.  Yves Congar, op. cit., p. 590.
18.  Los acemetas [akoímetai, los que no duermen] eran monjes de Constantinopla que se levantaban a toda hora del día y de la noche para realizar un breve oficio divino.
19.  Lucien Coutu, La méditation hésychaste, p. 32.
20. Las liturgias cristianas orientales exigen todos los sentidos: la vista (íconos, velas), el oído (cantos), el olfato (inciensos), el tacto (la veneración de los íconos) y el gusto (la comunión bajo las dos especies). La ausencia de asientos favorece la oración de todo el ser. 
21.  Olivier Clément, Corps de mort et de gloire, París, DDB, 1995, p. 68.
22.  Se trata del Premier Forum International sur le Management, l'Éthique et la Spiritualité (FIMES), École des H.É.C., Montreal, 18-19 de septiembre de 1998. Véase al respecto a Thierry Pauchant y colaboradores : La Quête du sens. Gérer nos organisations pour la santé des personnes, de nos sociétés et de la nature, Montreal, Quebec, 1996.
23.  Vladimir Lossky, Essai sur la théologie mystique de l'Église d'Orient, París, Cerf, 1990, p. 23.
...

Roscanu H. (1999). L'hésychasme, paix du coeur au coeur du monde: pour ne pas s'enliser. Théologiques, vol. 7, n. 2, pp. 95-103.


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