21.12.13




David Menkhoff de Little Rock lee sus votos ante el obispo Anthony B. Taylor junto al P. Norbert Rappold. Y Judith Weaver espera hacer lo mismo apoyada por sus testigos.

Nuevos eremitas diocesanos
buscan la soledad ligados por sus votos.

por Male Hargett

- 2013 –

Los eremitas viven sus vidas en soledad, pero el reciente 10 de septiembre todas las miradas estuvieron puestas sobre dos de ellos cuando profesaron sus votos perpetuos ante el obispo Anthony B. Taylor.

Ese día, se realizó una misa en la capilla Morris Hall del St. John Center -en Little Rock- para Judith Weaver de Paris y David Menkhoff de Little Rock. A la misa asistieron treinta y cinco de sus amigos, los feligreses de lugar y empleados de la diócesis. La casi desconocida vocación fue tema de conversación entre los asistentes, quienes sentían curiosidad por saber sobre la forma de vida de Weaver y Mankhoff: ¿Dónde viven? ¿Cómo es que se sustentan? ¿Qué hacen todo el día?

Hasta el año pasado, la propia hna. Joan Pytlik D.C., auxiliar para los religiosos, no sabía mucho de los cánones que apoyan a la vida eremítica. La Iglesia siempre ha reconocido a los eremitas, también llamados anacoretas, como aquellos que se han apartado del mundo para dedicarse por completo al silencio y a la oración. Tradicionalmente, los eremitas han estado relacionados a las órdenes religiosas, pero en la actualidad también pueden profesar sus votos perpetuos ante un obispo diocesano. Según el Código de Derecho Canónico: “Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de la vida consagrada, si profesa públicamente los tres consejos evangélicos, corroborados mediante voto u otro vínculo sagrado, en manos del obispo diocesano, y sigue su forma propia de vida bajo la dirección de éste”. Los eremitas pueden profesar sus votos luego que el obispo local haya aprobado su “plan de vida”.

La investigación de la hna. Joan sobre la vida eremítica fue reunida para la diócesis de Little Rock como parte de su política inicial para los eremitas. Y la misma fue aprobada por el obispo Taylor en julio de este año. La diócesis ya tenía desde hace mucho a dos eremitas: Alice Ruth Carr de Fort Smith y Agnes Janice Sehgal de Bryant, quienes solo lo eran bajo su propia dirección, hasta recientemente. “Esta naciente política implica que muchos de los ermitaños puedan conectarse a la diócesis de manera formal”, afirma la hna. Joan, quien durante los últimos diez meses estuvo visitando a los mismos personalmente.

En su homilía, el obispo Taylor dijo que es importante reconocer que un eremita no es lo mismo que un “recluso”: “Vos no podés estar casado ‘en general’; en el matrimonio siempre estás ligado a una persona en particular. Pues bien, en la vida religiosa ésa es la diferencia entre ser un eremita y ser un recluso. Ambos se separan en cierto grado del mundo, pero solo el eremita está ligado por votos a la persona de Jesús”.

Weaver, quien es miembro de la iglesia de St. Anthony, en Ratcliff, había vivido como eremita primeramente cerca a la Abadía de Subiaco; lo hizo durante cuatro años en la década de los ’90. Antes de eso pasó por un proceso de discernimiento vocacional para convertirse en monja contemplativa, e incluso tuvo una exitosa carrera en publicidad y marketing durante muchos años. Luego de mudarse a Savannah, Georgia, para discernir su vocación como carmelita y trabajar como capellán en la iglesia de un hospital, Weaver regresó a Arkansas hace ya ocho años para renovar su compromiso con la vida eremítica.

“Siempre me he sentido inclinada por la vida contemplativa. Me siento cómoda en la soledad y también con lo que hago con la soledad. Realmente es una forma de comunicación con Dios”, sostiene. Weaver estaba muy feliz de finalmente profesar sus votos y estar conectada de manera permanente con la diócesis de Little Rock. “Es, en verdad, una vocación madura. No ha sido una trayectoria directa para mí, pero he comprendido que para vivir de verdad la vida eremítica creo que necesitás experimentar la vida religiosa”, afirma.

Weaver, de 72 años, se levanta a las 03:00 a.m. tres veces por semana para una larga vigilia de oración, para la liturgia de las horas, la lectura de libros espirituales, del evangelio del día y de las escrituras: “Se trata del momento más tranquilo y hay un verdadero sacrificio en él. Es un tiempo en que todo el mundo está inmóvil; al menos la mayor parte del mundo. Y uno es más consciente de Dios; al menos yo logro ser así”, sostiene.

Ella disfruta mucho sacando a pasear a su perra Shih Tzu de nombre “Cuddle”, a las 05:00 a.m., mientras la mayor parte del pueblo todavía está durmiendo: “Nunca ladra. Ella es mejor ermitaña que yo”, dice. Weaver tiene un auto y un teléfono, pero no tiene computadora ni televisión: “Para mí, resultan contradictorias y perturban la atención a Dios. Me siento más libre sin esas cosas”.

Durante la semana, a veces se dedica a la “oración compartida” con su vecino, el diácono Mark Shea, quien tiene internet y con quien escucha las homilías del Papa y las noticias católicas. Weaver también prepara viandas para muchos de sus vecinos, una actividad que -según ella- se ajusta a su vida contemplativa. “Puedo ser como María durante todo el día o una parte del mismo; y hacer de Marta mientras estoy en la cocina”, afirma Y hace referencia al pasaje del evangelio que menciona a María de Betania escuchando a Jesús mientras su hermana, Marta, estaba en la cocina.

La misa diaria no es una práctica regular para ella, pero atiende a la adoración los días miércoles: “Estoy muy unida a los demás compartiendo las oraciones de la misa por la mañana… Para mí, estar en silencio y en casa es mi camino”, sostiene.

Menkhoff, de 67 años, se considera a sí mismo un “eremita urbano”: vive en un pequeño departamento en medio de Little Rock y se vale de un ómnibus para ir a misa a la iglesia Our Lady of the Holy Souls o a la Catedral de St. Andrew. A diario, o cuando va a misa los fines de semana, utiliza las tarjetas de oración Divine Mercy, una devoción que ha mantenido desde que era chico. El resto del día se dedica a la oración, a la liturgia de las horas, a la lectura y también a la comunicación con su director espiritual, el P. Norbert Rappold de Mountain Home, a través de un diario espiritual. Para esta comunicación es necesario el correo postal, pues Menkhoff no tiene teléfono ni casilla de email. Y tampoco tiene vehículo alguno ni televisión.

Al igual que Weaver, Menkhoff previamente pasó por un proceso de discernimiento vocacional para ser un benedictino o un carmelita. Menkhoff, veterano de Vietnam y antes enfermero [licensed practical nurse], ha vivido como eremita durante casi 20 años. Ya en el 2007 había profesado votos privados ante el P. Rappold: “Norbert y yo somos como hermanos”, afirma.

Mientras viaja por Little Rock en un ómnibus, dice que todavía puede mantener su vida eremítica: “Internamente sigo viviendo en soledad”.

La vida como eremita: silencio y soledad.

Los hombres y mujeres católicos, de 30 o más años, pueden convertirse en eremitas diocesanos. Pero esta forma de vida con frecuencia es desconocida o malinterpretada.

Para ser un eremita, uno tiene que haber desarrollado su propio plan de vida, que incluye la manera en que habrá de vivir la oración, la penitencia y el trabajo. Los cuatro eremitas que actualmente existen en la diócesis son jubilados y viven de su seguro social y de otros fondos. Un potencial eremita que sea más joven tendrá que ver por sus propios ingresos a través de un empleo externo o como freelance, tratando siempre que su tarea sea “contemplativa”.

Los eremitas tienen que encontrar y pagarse una vivienda “sencilla”. Y dejarán su ermita solo por cuestiones básicas, como: ir a la iglesia, ir a comprar sus alimentos y provisiones. Según la política inicial para los eremitas de la diócesis: “Su morada ha de ser simple y contar con las necesidades básicas, un lugar en donde el silencio y la soledad sean posibles, lejos del ruido y de la confusión de la ciudad”.

Los eremitas aceptan los votos de pobreza, castidad y obediencia de manera similar a como lo hacen los hermanos y hermanas de las órdenes religiosas. Se los alienta a que sean fieles a la misa, a la adoración, a la reconciliación, a la lectura de la escritura, a la oración personal y a la dirección espiritual. No se requiere que se atienda diariamente a la liturgia de las horas.

La diócesis ha desarrollado también una política similar para las vírgenes consagradas. Quienes desean mantener una virginidad perpetua pueden buscar la aprobación de la diócesis para ser consagradas como vírgenes, aceptando el voto de castidad ante el obispo. A las vírgenes así consagradas, se les recomienda que vayan a misa y que reciten la liturgia de las horas; pero no están obligadas a vestir un hábito ni llevar un velo.

Tanto Weaver como Menkhoff eligieron llevar un hábito que fue bendecido por el obispo durante la misa de su profesión, si bien el mismo no es necesario. Menkhoff viste un largo escapulario gris cuando va a misa; Weaver viste una túnica marrón o blanca junto a una falda marrón y una cruz tau alrededor del cuello: “A mi edad, me gusta llevar un signo distintivo de mi compromiso”.

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Hargett, Malea (19 de septiembre del 2013). New diocesan hermits seek solitude, bound by vows. arkansas-catholic.org

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