20.3.16

Hilos de fragancia del milenario nardo de Orígenes.



Hilos de fragancia del milenario nardo de Orígenes.

por Vāyu-sakha.

Antes de pasar a leer la presente nota, te recomiendo que tengas a mano una Biblia, de tal manera que puedas seguir correctamente la ilación de cuanto trato de expresar en los apuntes. En ellos, verás una hermosa alegoría escondida por el sabio alejandrino.




Interpretatio Homiliarum Duarum Origenis
In Canticum Canticorum

Homilia II

2. [...] Loquitur Evangelium [75], quia venit mulier habens alabaſtrum unguenti nardi piſtici pretioſi, non illa peccatrix, sed sancta, de qua nunc mihi sermo eſt. Scio quippe Lucam de peccatrice, Matthæum vero et Ioannem et Marcum non de peccatrice illa dixiſſe. Venit ergo non peccatrix, sed sancta, cuius nomen quoque Ioannes inſeruit. Maria quippe erat habens alabaſtrum unguenti nardi piſtici pretioſi, et effudit super caput Ieſu. Deinde super hoc indignantibus non omnibus diſcipulis, sed Iuda solo dicente: Poluit venundari hoc trecentis denariis et dari pauperibus [76]; reſpondit Magiſter atque Salvator: Semper pauperes habebitis vobiſcum, me autem non semper [77]. Prœveniens quippe hæc in diem sepulturæ meæ fecit. Ideo ubicunque prædicatum fuerit Evangelium iſtud, dicetur et quod fecit hæc in memoriam eius [78]. In figura ergo iſtius quæ nunc loquitur: Nardus mea dedit odorem suum, illa super caput Domini fudit unguentum.

Et tu quoque aſſume nardum, ut poſtquam caput Ieſu suavi odore perfuderis, poſſis audacter effari: Nardus mea dedit odorem suum, et a Ieſu reciprocum audire sermonem, quia ubicunque prædicatum fuerit hoc Evangelium in toto mundo, dicetur et quod fecit hæc in memoriam eius. Tu quoque facito, in univerſis gentibus prædicato. Quando autem hoc facies? Si factus fueris ut Apoſtolus, et dixeris: Chriſti bonus odor sumus in omni loco in his qui salvantur, et in his qui pereunt [79]; bona opera tua nardus sunt. Si vero peccaveris, peccata tetro odore redolebunt; dicit quippe pœnitens: Computruerunt et corruptæ sunt cicatrices meæ a facie inſipientiæ meæ [80]. Non de nardo propositum eſt nunc Spiritui sancto dicere, neque de hoc quod oculis intuemur evangelista scribit unguento, sed de nardo spirituali, de nardo quæ dedit odorem suum.

75. Ioan. XII, Matth. XXVI. | 76. Matth. XXVI, 9. | 77. ibid. 12, 13 | 78. Marc. XIV, 8,9. | 79. II Cor. II, 15. | 80. Pſal. XXXVIII, 5. [MPL 023 – 1186].


Dos discursos de interpretación, de Orígenes, 
sobre el Cantar de los Cantares.

Homilía II.

2. […] Dice el evangelio [75] que se acercó una mujer con un [recipiente de] alabastro con[teniendo] un valioso aceite de nardo puro; no era pecadora sino santa aquella de quien ahora trata mi disertación. Sé, por supuesto, que Lucas la trata de pecadora; pero Mateo, Juan y Marcos no dicen que haya sido una pecadora. Se acercó, pues, quien no era pecadora sino santa y cuyo nombre lo registra Juan. María, en verdad, tenía un [recipiente de] alabastro con[teniendo] un valioso aceite de nardo puro y lo vertió sobre la cabeza de Jesús. De inmediato se indignaron no todos los discípulos sino solo Judas, quien dijo: Podría haberse vendido en trescientos denarios para dárselo a los pobres [76]; le respondió el Maestro y Salvador: Siempre tendrán a los pobres con ustedes, pero no siempre [me tendrán] a mí [77]. Ella lo ha hecho, en verdad, previendo el día de mi sepultura. Por eso, en dondequiera que se proclame este evangelio se hablará de lo que hizo aquí para memoria suya [78]. Por lo tanto, es según esta figura que ahora se dice: Mi nardo exhaló su perfume, pues ella vierte el aceite sobre la cabeza del Señor.

Tú también toma tu nardo, y después de humedecer la cabeza de Jesús en un dulce perfume, puedes declarar con confianza: Mi nardo exhaló su perfume; y escucha a la vez decir a Jesús que en cualquier lugar del mundo en que fuera proclamado este evangelio, se hablará de lo que ella hizo aquí para memoria suya. Y tú también lo harás, lo proclamarás a la totalidad de las personas. Pero, ¿cuándo es que lo vas a hacer? Si lo haces tal como el apóstol, diciendo: Somos el grato perfume de Cristo en todo lugar, entre los que se salvan y entre los que se pierden [79]; [pues] tu nardo son las buenas acciones. Pero si pecas, tu pecado es un ofensivo aroma que se propaga; [por eso] dice el penitente: Supuran y se deterioran mis cicatrices a causa de mi necedad [80]. El propósito no es, entonces, hablar sobre el nardo sino sobre el Espíritu Santo; ni tampoco nuestros ojos han de fijarse en que el evangelista escribe: aceite, sino [hacerlo] en el nardo espiritual, en el nardo que exhala su perfume.

75. Jn. 12; Mt. 26. | 76. Mt. 26:9. | 77. ibid. 12 y 13. | 78. Mc. 14:8-9. | 79. 2 Cor. 2:15. | 80. Sal. 38:5.


Apuntes.

A partir de la clara voz de la esposa en el Cantar de los Cantares 1:12, la inteligencia de Orígenes se desplaza de inmediato hacia la evasiva figura de una mujer que se halla en los cuatro evangelios: Mt. 26:6-13, Mc. 14:3-9, Lc. 7:36-50 y Jn. 12:1-8. Esta joven se nos revela como una hermosa joya divina de cuatro facetas, alhaja ante la cual la razón del orfebre alejandrino pareciera confundirse un poco. Lo primero que hace, entonces, es redimirla del sombrío trato que le concede Lucas para luego afirmarla como simple mujer según los otros tres evangelistas; e incluso para ensalzarla como mulier sancta, según su propia intuición apoyada en estos últimos. ¿Cómo es que remontó tan intrépidamente hasta tal altura?

Orígenes acepta el nombre que Juan le concede a la mujer, pero se abstiene de aclarar que se trata de la Magdalena, aun cuando resulta obvio. Mateo y Marcos, por su parte, solo la señalan como gynē (mujer); mientras que Lucas como una gynē hamartōlos (una mujer pecadora). ¿Por qué este Padre de la Iglesia pareciera dejar un fino velo de sacralidad sobre el nombre de la apasionada fémina de Magdala?

A continuación, nuestro noble escritor vuelve su mirada a Mateo y Marcos, al subrayar que aquella mujer le ungió la cabeza a Jesús. Pero prescinde por completo de la simbología escondida en los pies de Jesús siendo humedecidos con lágrimas y besados con mucho amor por aquella mujer (Lc. 7.38 y 47); y prescinde, también, de esos mismos pies ungidos y secados por los cabellos sueltos de la María a quien Jesús amaba (Jn. 11:5). Es como si también a estos símbolos prefiriera dejarlos tras el delicado manto anterior.

Luego, el alejandrino destaca nuevamente el texto de Mateo y Marcos, pero desprende la expresión de los indignados discípulos -que acusan en grupo a la mujer- para adjudicársela solo a Judas, según lo registra Juan; en tanto que Lucas anota una acusación particular por parte de un fariseo. ¿Cuál es la razón por la que Orígenes justifica a los discípulos y concentra toda responsabilidad insidiosa tan solo en Judas? Noten que el efecto es de un mayor contraste entre dos figuras puestas de relieve junto a Jesús: María Magdalena y Judas Iscariote.

Por último, nuestro autor se mantiene junto a Mateo y Marcos cuando reitera que la fama de esta mujer se extenderá junto al evangelio por todo el mundo, algo que omite Lucas y también lo hace Juan. Pero Orígenes no participa de la venerable reserva de estos últimos, pues quiere que ciertos cristianos reconozcan este mystērion y sepan adentrarse en él. De hecho, insinúa ya esta pregunta: ¿qué es exactamente lo que María Magdalena sabía sobre Jesús -sea por revelación íntima y directa de éste o gracias a su amorosa intuición sobre él- para que haya estado guardando (tērēsē) lo que vino a usar con seis días de antelación (Jn. 12:1 y 7)?      

A partir del nardo salomónico y del evangélico, Orígenes asimila a la esposa con María Magdalena y al esposo con Jesucristo, enlazándolos en una sola y muy sublime alegoría. El aroma del nardo de la Sulamita emana del nardo puro de la Magdalena; la que aquella destila junto a su esposo proviene de ésta que lo hace junto a su amado. Ambos íconos son uno solo.

Además de estas dos imágenes superpuestas, existe aún una tercera. Esta vez Eva (María Magdalena) le ofrece a Adán (Jesús) el fruto (nardo puro) que los regresará hacia la nueva vida; mientras lo hace, la serpiente (Judas) sisea de envidia por la sagacidad de la mujer y se ve repelida ahora por la poderosa voz de Adán: Afes autēn, “¡Déjala!”. Todo esto ocurre seis días antes de la nueva creación (la pascua cristiana).

Nuestro noble autor irá acercando luego esa imagen a la realidad concreta, pues invita al alma del lector a ungir a Jesús según lo hizo aquella mujer bajo un sagrado impulso afectivo; e invita también a expandir la gloria de tal audacia femenina para atender así el pedido del propio Jesús. De esta manera, desde el elevado sentido alegórico pasará al sentido moral, afirmando junto al apóstol Pablo que son las buenas obras las que constituyen el perfume de nardo de todo cristiano, mientras que las acciones contrarias son –según la estrofa davídica- un hedor que tiende a propagarse.   

Orígenes está leyendo la antigua poesía veterotestamentaria según la pentecostal gramática del Nuevo Testamento. Y sugiere que el nardo (נֵרְדְּnerd) y el nardo puro (νάρδου πιστικῆς nárdou pistikēs) no extinguen su sentido literal, alegórico ni moral en los hilos de milenaria fragancia que aquí nos está brindando. Es decir, queda todavía el sentido anagógico: uno de mayor penetración espiritual y solo revelado a los elegidos por el Espíritu Santo.

Tú, no demores, entonces; y si has logrado percibir este perfume, ve en busca del nardo espiritual, del nardo puro de María.


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