16.10.15

Los eremitas laicos.


Los eremitas laicos.

por el P. Eugene Stockton.

Las personas en búsqueda de soledad me llamaron la atención a partir de que publicara mi libro: Wonder: A Way to God (1998). Resulta claro que existe una afinidad natural entre ciertas formas de oración y un determinado estilo de vida. Existen etapas o niveles de misticismo en donde uno está a solas con Dios en todo momento y la persona tiende a enmarcar ese hecho en un modelo de vida.

Durante la investigación que realizara para el libro, y a partir de reacciones posteriores, pude darme cuenta de que muchos cristianos sin vocación por el estado religioso estaban buscando un compromiso espiritual más profundo, aún cuando eso pudiese significar autoexcluirse de las habituales agrupaciones sociales; incluso de las religiosas. El título de este estudio me resultó un término adecuado para tales buscadores de la soledad.

Los “monjes seculares” de Sinetar.


La gente normalmente desconfía de esta forma de vida. Se considera que los eremitas son raros, antisociales, psicóticos o que están al margen de la sociedad. Sin embargo, tales suposiciones se ven disipadas por un libro de Marsha Sinetar, en donde sintetiza varios estudios de casos de “monjes seculares” (estén o no motivados por cuestiones religiosas) mientras sigue de cerca las observaciones y la terminología de Abraham Maslow. Y sus aportes pueden verse respaldados por las biografías reunidas por Peter France. 

En general, Sinetar concluye que estas personas exhiben personalidades excepcionalmente equilibradas e integradas, y que su forma de vida es un medio de autoactualización. Normalmente estas personas pasan a través de dos etapas: primero, por un radical alejamiento de los demás; segundo, por el comienzo de una auxiliaridad a los demás. Todo esto se da mientras el crecimiento personal resulta en un mayor autoconocimiento y en un aumento de la habilidad para vivir según el propio ser, según la personalidad auténtica [1].

A partir de sus estudios de casos se pueden mencionar las siguientes características típicas del solitario:

- Trascendencia social: independencia o desprendimiento emocional de las influencias sociales (de las reglas, costumbres, ídolos, etc., del mundo externo) a medida que se va tras el llamado interior a ser cada vez más lo que ya se es; es decir, tras “la propia verdad personal”.

- Autonomía: Maslow entiende como individuos autónomos a aquellos regulados por las leyes de su propio carácter antes que por las de la sociedad. Existe una autoridad interior, relacionada con la integridad y verdad personal, a la que uno obedece. Y tal autoridad a veces puede expresarse como una voz de descontento dentro de uno mismo.

- Sacrificio: el sacrificio es inevitable para responder al llamado de desprendimiento social; es decir, para responder al llamado de desapego de las opiniones, costumbres y seguridad colectivas, de la existencia inconsciente, de las rutas directas y seguras hacia el logro, de las tendencias que evitan el riesgo y, finalmente, de la propia separatividad (“el pequeño ser personal”).

- Metamotivación: este es el término que utiliza Maslow para señalar el impulso motivacional hacia la plenitud. A medida que la autoactualización se desarrolla, la persona reconoce al ser como parte de un todo integrado y desea actuar, en consecuencia, de manera eficaz y responsable. Es precisamente permaneciendo un paso atrás que puede ver las cosas en su conjunto (incluyendo al ser).

- Estructura: los aspectos externos del tiempo y el espacio son ordenados a fin de extender el preciado tiempo para ser. La persona ordena sus recursos para lograr la independencia y autosuficiencia, inclinándose por un estilo de vida frugal y por la “simplicidad voluntaria”. De manera deliberada, reduce todas sus obligaciones sociales.

- Ruptura radical: se produce una ruptura radical con la vida común en aras de seguir los dictados internos dirigidos a una vida auténtica. Tal ruptura es tanto perceptual como física y se da a un precio muy elevado, pero resulta en una gran consciencia del verdadero ser. 

- Crecimiento en la auxiliaridad: luego del retiro radical, la metamotivación conduce a un sentido de parentesco o de relación con los-demás-como-si-fueran-el-propio-ser, impulsa al uso de los propios dones en beneficio de la totalidad y hacia la entrega del ser a través de un fuerte sentimiento de amor.

- Autodescubrimiento: al obtener un conocimiento más amplio de sí misma, la persona también descubre en sí habilidades para: interpretarse de manera más auténtica dentro de una visión más amplia del mundo; manejar sus recursos de forma más creativa y eficiente; abandonar las presiones convencionales; tolerar aún más las ambigüedades; fusionar los intereses “del-propio-ser-y-del-de-los-demás”; y para aumentar sus habilidades a fin de resolver los problemas de manera creativa.

La entusiasta valoración del monje secular y de su estilo de vida, por parte de Marsha Sinetar, puede que impacte en el cínico como una más de las publicaciones sobre desarrollo personal que inundan los Estados Unidos. De hecho, su título: Lifestyles for Self-discovery [Estilos de vida para el autodescubrimiento], suena algo extraño para una persona orientada por el amor a Dios; pareciera, más bien, una imprudencia del ser. Pero a través de una actitud favorable, es posible notar a la gracia erigiéndose sobre la naturaleza; es posible notar que el tipo de vida al que la persona [solitaria] se ve dirigido por la gracia es inherente y humanamente saludable.

Mi estudio sobre los eremitas laicos.

En 1999, el obispo Keving Manning (de la diócesis de Parramatta, Australia) me concedió tres meses de licencia para poder estudiar a los eremitas laicos. En Australia pude contactarme con unos pocos que estaban intentando llevar a cabo este tipo de vida, pero sus esfuerzos tendían a ser más bien experimentales y aislados. Luego dirigí mi atención hacia el Reino Unido, en donde existía una larga experiencia en la vida solitaria; claro que tal forma de vida había sido mucho más frecuente antes de la Reforma [s. XVI].

Durante la época de la anacoreta Juliana de Norwich [s. XV], se dice que había 40-50 solitarios viviendo dentro de los muros de la ciudad. En ese entonces, con frecuencia un monasterio o parroquia tenían una celda en la que un(a) anacoreta pasaba toda su vida encerrado(a). Bastante diferente era el ermitaño, tal como lo describe Clifton Wolters en su introducción al The Fire of Love, obra del eremita Richard Rolle:

[...] Aunque solitario, alejado y dentro de su celda, el eremita no estaba ligado a ésta tal como lo estaba el anacoreta. El primero podía desplazarse según su voluntad -lo que habitualmente sucedía- y podía establecer su morada donde quisiese. Si bien compartía el ideal de oración con el anacoreta, el eremita podía practicar además las buenas obras (imposible para aquel) y vivir un tipo de vida totalmente diferente. Existen ejemplos de eremitas actuando como guardafaros extraoficiales en épocas en las que el servicio de faros era impensable; y se sabe de eremitas manteniendo puentes en reparación, mendigando en los caminos, haciendo guardia en las puertas de la ciudad, ayudando a los leprosos en los lazaretos, actuando como guías en territorios difíciles, recaudando donativos o siendo reconocidos como expertos en [determinadas] tareas prácticas dentro de un determinado distrito. Hay pocas cosas a las que no podían dedicarse. Por supuesto, básicamente se dedicaban a rezar, a dar consejos y a advertir a los demás. Un eremita podía incluso casarse, aparentemente sin perjuicio de su posición.

Todo esto recuerda mucho al poustinik ruso, tal como es descrito en el Poustinia de Catherine de Hueck Doherty.

Desde sus días de apogeo, la vida eremítica nunca llegó a desaparecer del todo de la escena británica, pero en las últimas décadas pareciera manifestar un cierto retorno y disfrutar de reconocimiento público. Existe una red que enlaza a los individuos aislados en The Fellowship of Solitaires, que tiene su propio boletín (tal como en EUA están las publicaciones Raven's Bread y The Roll, que llegan a muchos ermitaños). 

También existe un alto grado de aceptación oficial. Un hito importante fue la reunión de algunos de los principales exponentes de este tipo de vida en la iglesia principal de St. Davis, en Gales, en 1975, cuyos informes fueron posteriormente publicados en Solitude and Communion (1997).

En respuesta a las numerosas peticiones de consejo o ayuda, la Commision on the Economics of the Contemplative Life, con sede en Londres, presentó un informe detallado sobre los eremitas solicitando mayor reconocimiento oficial, mayor discernimiento, asistencia y medios de formación para ermitaños, a la vez que rechazaban “toda idea de institucionalizar o hacer uniforme esta forma de vida”.

Existe una casa de formación católica y dos anglicanas [para los eremitas], las cuales, sin embargo, solo pueden ayudar a un mínimo de candidatos. El nuevo Derecho Canónico de la Iglesia Católica reconoce la vida eremítica como una vocación específica que se ha de vivir bajo la guía del obispo diocesano (canon 603). Algunos candidatos consideran la realización de votos bajo este canon, pero los obispos con frecuencia son renuentes a aceptar estos pedidos, quizás por sentirse inseguros sobre los compromisos que habrán de asumir; en tanto que otros candidatos recurren a unos pocos y bien conocidos eremitas para solicitar sus consejos.

Durante mi presente estudio pude hablar con algunos obispos, con superiores de institutos y con guías espirituales que habían tenido tratos con ermitaños. Hallé, como ya lo había hecho, que los solitarios muestran una amplia variedad de estados y estilos de vida. Habían religiosos que eran parte de conventos y monasterios, sacerdotes de ministerio activo, parejas casadas, gente de negocios, jubilados, solteros que vivían en elevados apartamentos, mujeres que trabajaban en guarderías, animadores de casas de oración; había un sacerdote que regía un lugar de estricta soledad a la vez que era lugar de hospitalidad; había uno parecido a un guru o starets que buscaba e impartía sabiduría en un asram de estilo hindú; otros eran peregrinos que recorrían o estaban establecidos en lugares sagrados, otros eran moradores de lugares solitarios, otros miembros terciarios o miembros de una skete (comunidad eremítica).

Sin duda, muchos ejemplificaban uno de los dos estados señalados por Marsha Sinetar:

1. Un alejamiento radical de la sociedad y un ascetismo austero junto a una regla de vida.
2. Un “regreso al mercado [del mundo]”, abrazando la auxiliaridad de servicio a los demás. Estos, aunque menos austeros que los primeros, mostraban una santidad inconfundible a la vez que comodidad, urbanidad y equilibrio (probablemente lo que Sinetar quiere decir con “personalidad auténtica”, lo que es una buena publicidad para esta forma de vida).

Las otras características mencionadas por Marsha Sinetar eran claramente evidentes -en mayor o menor grado- en todas las personas con las que pude entrevistarme, algo que detallaré más adelante.

¿Pueden los laicos ser ermitaños?

A medida que mi búsqueda avanzaba, me resultó claro que la pregunta crucial era si los laicos podían ser ermitaños. Por supuesto, la duda surge entre los religiosos, quienes citan las reglas de san Benito y san Francisco para señalar la recomendación de una larga madurez en comunidad antes de aventurarse a combatir al demonio dentro de uno mismo.

Por otra parte, los laicos sienten que los religiosos subestiman la vocación del laico y que el mundo, lejos de ser un terreno hostil, es para ellos un locus y un medio para la santificación. Es como si los animales de tierra y los acuáticos se sorprendiesen de cómo el otro logra sobrevivir en un entorno tan peligroso; pero cada uno se encuentra cómodo en su hábitat natural, están adaptados para obtener allí su vital porción de oxígeno. Para los laicos, el mundo es el lugar en donde la santidad los espera, las calles son su claustro, el alboroto de la ciudad su liturgia. 

El solitario laico, lejos de ser un cuasi-religioso sin lugar en el mundo, es alguien que busca la soledad con Dios en medio del mundo; de hecho, en comunión con el mundo. Algunos de mis entrevistados, familiarizados con tradiciones de misticismo orientales, se preguntaban si las prácticas y el pensamiento religioso podrían dejar de estar tan llenas de dualismo (evidente en el lenguaje del combate y la mortificación) y si podría darse una vía de ascetismo no dualista.

Pero, entonces, ¿qué es un eremita o un solitario? La mejor definición con la que me he encontrado es la de Paulo Guistiniani, quien se describió a sí mismo como “alguien que busca vivir a solas con Dios y solo para Dios”. Se trata de alguien que se ve impulsado por una pasión por solo Dios, una pasión que lo conduce a una unión que ha de ser absoluta y exclusiva.

Y tal pasión busca expresarse en cierto estilo de vida, que puede tomar diferentes formas, cada una de ellas respondiendo profundamente a la idiosincrasia del individuo. Y aun cuando el estilo de vida adecuado y ansiado resulte inalcanzable temporalmente, la búsqueda se mantiene. El P. Paul Gurr (de Jamberoo, Australia) me lo señaló acertada y concisamente: básicamente es un tema de autopercepción. Una persona puede que sea naturalmente sociable (como el propio Gurr, por ejemplo), pero suele sentirse sola al estar en medio de las multitudes; y así, durante los viajes se puede ser intensamente consciente de que la única compañía constante es solo Dios.

¿Cómo hace un laico para lograr el equilibrio entre las exigencias del trabajo y la familia y las exigencias de la vida solitaria? En verdad, me he encontrado con quienes lo hacen de manera exitosa; y no había ninguna duda sobre su gracia por la soledad y sobre su eficaz conducción en medio de las exigencias de la vida. Tal como la teología ortodoxa habla de la transfiguración del místico, también se podría decir que para el propio místico incluso el entorno se transfigura. Theillard de Chardin llamó a esta transformación “el medio divino”: el momento en que nuestro entorno natural se ve lleno de Cristo. A través de la fe podemos encontrar a Cristo en todo cuanto nos rodea, en el corazón de la materia, en el corazón del otro.

Una gradual comprensión espiritual de la segunda venida de Cristo haría que lo recibiésemos continuamente en las personas y cosas de nuestro entorno inmediato. Con seguridad, en un matrimonio esto sucedería principalmente en relación a la propia pareja. Y esto se halla en armonía con la más rica teología del matrimonio; aunque al rozar el borde de la sexualidad, pareciera que no nos atreviésemos a adentrarnos en el tema.   

La tradición tántrica, especialmente la del budismo tibetano, bien podría contribuir a nuestra apreciación cristiana de la espiritualidad de la sexualidad. Thomas Moore ha subrayado el vínculo que existe entre la sensación y la experiencia mística, la una nutriendo a la otra. Y Patricia Mullins sostiene que ciertas descripciones del éxtasis sexual muestran que es bastante semejante al éxtasis místico. Y de manera general, los sentidos, lejos de ser enemigos del alma o aún un peligro para la misma (como en las viejas espiritualidades), pueden considerarse como aperturas por las que Dios se filtra en nosotros proviniendo desde nuestro medioambiente.

Surge ahora el tema de la soledad relativa o rítmica. Así como un místico lo es aun cuando no todo el tiempo esté sumido en la oración, de igual modo el solitario no tiene que estar siempre en una soledad absoluta. San Francisco y otros santos son conocidos por llevar un ritmo [de vida] entre soledad y ministerio activo. Se dice que el actual Papa de la Iglesia Copta alterna semanalmente entre la soledad de su celda y la administración de su Iglesia.  

No existe razón alguna por la que una ama de casa, luego de que haya dejado a sus hijos en la escuela, no pueda hallar en sus próximas seis horas un momento para estar a solas con Dios; incluso en medio de sus tareas. Al igual que el viajero (que lo hace en un trayecto largo o en desplazamientos rutinarios), ella puede repetir el himno del breviario [inglés]: “Solo, con nadie sino contigo, mi Señor, recorro mi camino”.

Los sacerdotes jubilados o que todavía se hallan dentro del ministerio activo, puede que se sientan llamados a la soledad lejos de sus funciones públicas o incluso dentro de las mismas. Se me ha objetado que ese tipo de compromisos podrían percibirse como diluyentes del status eremítico. Pero lo que es importante para una persona que ha sido llamada no es el esfuerzo por ajustarse a cierta definición de lo que es un eremita, sino el tratar de responder al llamado para estar a solas con Dios según las condiciones reales de su propia vida.

Comparación de características.

El estudio que realizara me condujo a una serie de características hacia las cuales los entrevistados tendían de manera común. Podrían comparárselas con las mencionadas por Sinetar, aunque no se trata de ajustarlas a aquellas ni de usar las categorías propias de su disciplina [la psicología].

- Fuerte sentido del llamado: los sujetos hablan de algo mucho más fuerte que la vocación normal (es decir, que la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa). En algunos se remite a la niñez y con bastante frecuencia cuentan lo felices que eran estando solos cuando eran niños.

- Pasión: unida de manera natural al punto anterior; rápidamente se la menciona como un fuego incesante, como un impulso primario a ser uno con Dios.

- Distancia emocional de la sociedad: esto no solo implica libertad de las presiones de la sociedad civil, sino también de las inquietudes de la Iglesia, de forma tal que uno puede observar los sucesos en ésta de manera profundamente objetiva. Y esto requiere de una interpretación delicada, ya que de ninguna manera significa poco amor por la Iglesia o falta de sentido de pertenencia. 

- Autonomía: sentido de estabilidad al ordenar la propia vida, fijando las prioridades, omitiendo lo que pareciera superfluo o inapropiado (para el individuo en cuestión) y valorando las pocas pertenencias.

- Autosuficiencia: en general, los sujetos no buscan apoyo, sea material o espiritual, de ninguna iglesia ni congregación. Se entiende que cada quien gana su propio sustento o cobra una pensión.

- Simplicidad: la misma encuentra su expresión no en la pobreza sino en la frugalidad. Las posesiones y ocupaciones que están más allá de las verdaderas necesidades se ven como peso de distracción. Es común la conmovedora indiferencia hacia previsiones para la vejez o la enfermedad.

- Quietud y silencio: este es el atesorado bonus proporcionado por la vida simple y despojada. Algunos hablan de un rico vacío que les concede toda creatividad en sus vidas, un vacío lleno solo por Dios.

- Crecimiento en la auxiliaridad: como ya lo dije, algunos encuentran -luego de un radical alejamiento inicial- cierto sentido de servicio al mundo a través de la oración y el ministerio, sin perjuicio de la soledad; se trata de un sentido de comunión con los demás a través de la ocupación amorosa y de la compasión. El seguir las noticias de cada día también es un estímulo a la oración. Me vino a la memoria aquellos abanderados que acompañaban a los ejércitos en las antiguas batallas: desarmados, vulnerables, útiles solo para señalarle a los demás la dirección correcta y la solidaridad.

- Desprendimiento: desapego de todo aquello que no tenga que ver con Dios. Hay una inconfundible cautela ante la posibilidad de verse arrastrados por causas bastante dignas o hacia actividades (quizás parroquiales) que podrían conducirlos a tareas absorbentes o de plena distracción. Para algunos, el cambio en su forma o lugar de vida podría significarles (como a los Padres del Desierto) verse privados de la regular recepción de los sacramentos.

En la vida espiritual, tales complementos son medios para lograr un fin; pero sólo Dios es el fin, aquel a quien algunos se adhieren sin intermediarios debido a su sola gracia. Todo esto exige de mucha prudencia y discernimiento, si bien se debe dejar lugar a que Dios se revele al alma de maneras que no nos resulten nada comunes.

Es habitual comparar la vida espiritual al matrimonio. La imagen es la más apropiada en la  medida en que el alma solitaria va en búsqueda de su amado, razón por la cual, lo siguiente resulta oportuno: la pasión del amor busca la absoluta y exclusiva unión con el otro [Dios]; un alto definitivo, una ruptura radical (como en una boda), da lugar a una unión estable; luego viene la luna de miel y más tarde la rutinaria vida en pareja (que es menos espectacular pero no menos amorosa); el hogar de sus corazones se abre luego a la hospitalidad (niños, visitantes); y la pareja continúa siendo una unidad autosuficiente que se enriquece en la reciprocidad.

Conclusión.

Mis consideraciones finales se dirigieron a ver, puntualmente, cómo algunos solitarios son más exitosos que otros en su forma de vida. Lo cual no sugiere una lista de juicios o exhortaciones sino más bien de consejos. Por ejemplo, he llegado a ser profundamente consciente de lo conveniente que resulta tener cierto orden en la vida, es decir, un horario flexible y un equilibrio en las actividades en vez de dejar que las cosas simplemente sucedan.
Además, algunas de las características mencionadas arriba requieren de una atención constante: es necesario seguir trabajando en la simplicidad (cuidándose del efervescente desorden), en la reflexión (en la tranquila atención a las pequeñas cosas) y en la quietud. Otras características simplemente provienen del desarrollo de la gracia.

Sobre todo, en un tiempo en el que está de moda buscar la soledad por sí misma (como sucede con algunos exponentes de la new-age) o para fines personales (como salud, tranquilidad, estudio, reputación chamánica, autodescubrimiento o integración personal), el solitario cristiano solo puede reconocer un único objetivo, uno sin ningún otro que lo acompañe; incluso en menor grado. La única y exclusiva atención debiera ser centrarse en el Dios que se nos revela en su Palabra encarnada. Solo con él se puede ir tras la soledad. 

“Aquel que busca vivir a solas con Dios y solo para Dios”.

Bibliografía.

- Allchin, A.M. edit. (1977). Solitude and Communion. Fairacres Publication, n. 66, Oxford.
- Doherty, C. (1975). Poustinia, Notre Dame Press, Indiana.
- France, P. (1996). Hermits: The Insights of Solitude, Chatto & Windus, Londres.
- Moore, T. (1998). The Soul of Sex: Cultivating life as an act of love. Harper-Collins, New York.
- Mullins, P. (1999). “After the Games... Theology from the perspective of an Australian woman”, en Peter Malone (ed.), Developing an Australian Theologv. St Paul's Publications, Strathfield, pp.133-147.
- Sinetar, M. (1986). Ordinary People as Monks and Mystics: Lifestyles for Self-discovery. Paulist Press, New York.
- Stockton, E. (1999). Wonder: A Way to God, St Paul's Publications, Strathfield.
- Wolters, C. (1972). Traducción de la obra de Richard Rolle: The Fire of Love. Penguin Books, Londres, pp. 18-19.


1. N. del T.: Maslow entiende la autoactualización como “el deseo de autorrealización; es decir, como la tendencia del individuo a verse actualizado en lo que potencialmente es. Esta tendencia podría expresarse como el deseo de ser cada vez más y más lo que uno es, hasta convertirse en todo lo que uno es capaz de llegar a ser”. (A Theory of Human Motivation, ed. 2000). Esto explica algo más lo que concibe por personalidad auténtica. Y la metamotivación es aquello que motiva o impulsa a un individuo hacia la autoactualización y la excelencia. Pero esta motivación es diferente de la que opera en necesidades de nivel inferior y emerge, precisamente, luego de que éstas se han visto satisfechas. La auxiliaridad (stewardship, traducida también como “mayordomía” o simplemente “servicio”), señala a  la motivación a trabajar por los demás y al sentido de comunión con las otras personas.


Fuente: el artículo fue originalmente publicado en la revista australiana Compass Theology Review, vol. 34, Nº 2, 2000, pp. 46-50. Edición online en (recuperado el 14 de octubre del 2015): hermitary.com

Véase también: 

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2 comentarios:

  1. Me sirvió mucho esta publicación, me siento plenamente identificado y me considero uno de los tantos ermitaños cristianos que existen en este mundo terrenal. Es un estilo de vida que con el tiempo uno más que encontrarse a sí mismo, lo hace con Dios. Y eso te lleva a una paz indescriptible.

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  2. Ángeles Meza Martínez

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