por Vāyu-sakha.
El nycticorax es Cristo, o el hombre santo que desprecia a los infieles. En el salmo [se dice]: Soy como un nycticorax en su morada (Sal. 101:7).
La cita le pertenece a Euquerio, obispo de Lyon (†449); y aparece en su obra: Liber Formularum Spiritualis Intelligentiæ ad Uranium (PL 50) – “Libro de fórmulas de comprensión espiritual para Veranio”. Veranio fue uno de los dos hijos que tuvo con su esposa Gala; su otro hijo fue Salonio y sus hijas fueron Consorcia y Tulia. Su obra establece un método para la adquisición de conocimiento espiritual a través del estudio de las escrituras, defendiendo la validez de la lectura de los textos sagrados según el sentido alegórico, acorde a la temprana hermenéutica medieval.
Respecto al fragmento del salterio que aparece en esta cita, la versión Septuaginta
(c. s. II a.C.) lo expresa de la siguiente manera:
ἐγενήθην ὡσεὶ νυκτικόραξ ἐν οἰκοπέδῳ | egenēthēn ōsei nyctikorax en ōikopedō
Cerca de seis siglos después, Jerónimo traducirá este texto al
latín tal como lo menciona Euquerio; es decir, manteniendo el término nycticorax
e interpretando a ōikopedō como domicilio - morada. Y más de un milenio y medio después, la Nova
Vulgata (1986) preservará todavía aquel primer término a la vez que reemplazará al segundo por ruinis - ruinas:
Así, la traducción actual sería: “Soy como un nycticorax entre las ruinas”. Lo cual tiene más sentido si se aprecian los versículos que acompañan a este fragmento y el espíritu de lamentación de todo el salmo. También el Códice de Leningrado (c. s. XI) lo entiende de esta manera, haciendo uso del vocablo: חָרְבָּה - chorbah - lugar en ruinas o desolado.
Factus sum sicut nycticorax in ruinis.
Así, la traducción actual sería: “Soy como un nycticorax entre las ruinas”. Lo cual tiene más sentido si se aprecian los versículos que acompañan a este fragmento y el espíritu de lamentación de todo el salmo. También el Códice de Leningrado (c. s. XI) lo entiende de esta manera, haciendo uso del vocablo: חָרְבָּה - chorbah - lugar en ruinas o desolado.
Pero veamos ahora otro detalle, uno más importante: ¿qué es un nycticorax? En el salmo 102:6, que corresponde a la edición latina del 101:7, todas las traducciones al español lo interpretan como: búho. Pero
el término también podría hacer referencia a otras aves. De hecho, Jerónimo pudo
haber utilizado el vocablo: bubo, noctua o ulula, si hubiese
querido señalar específica y exclusivamente al búho. Pero no lo hizo. ¿Por qué?
El término nycticorax, proviene del griego: νυκτι - nycti - noche | κόραξ - corax
- cuervo; es decir: “cuervo de la noche”. Desde la antigüedad, este
término ha resultado un tanto controversial, pues señala a un incierto grupo de aves
nocturnas. Aunque dentro de tal grupo se reconocen algunas de las consideradas bíblicamente
impuras (Lv. 11:13-19; Dt. 14:12-18); y en particular, al búho orejudo (Asio otus) y al martinete
común (Nycticorax nycticorax). Y esto sucede también al atender al
vocablo hebreo: כּוֹס – kowc, según el
códice mencionado. Por lo tanto, el versículo que utiliza Euquerio también se podría traducir de
la siguiente manera: “Soy como un martinete entre las ruinas”.
Desde tiempos lejanos, en la mitología y folklore de
muchas regiones asiáticas, europeas y americanas, ha sido frecuente la
asociación del búho y el martinete con connotaciones negativas y hasta
maléficas. Durante el cristianismo medieval, se crearán bestiarios que consignarán al nycticorax
como símbolo característico de los infieles y de fuerzas de la oscuridad.
El martinete, que bien podría
reemplazar al búho en nuestras traducciones, recibe diversos nombres comunes en
Centro y Sudamérica. Sin atender a sus subespecies, y sin limitarlo
necesariamente a los países que se mencionan, algunos de tales nombres son: garza
solitaria, garza bruja, zorro de agua (Argentina); huakkana, cachí (Bolivia); guacurú,
taquirí, sabacú (Brasil); gauda, guairao (Chile); guaco común, garza nocturna
(Colombia); chocuacó (Costa Rica); guanabá de la Florida (Cuba); hoactlí, perro
de agua, pedrete gris (México); tayazú-güirá (Paraguay); huaco, huairavo,
huachira (Perú). En prácticamente todas estas regiones, existen entornos rurales en los que todavía se vincula a esta ave con augurios y presencias nada favorables.
Ahora bien, ¿por qué Euquerio compararía a un ave impura
e infame con el propio Cristo? Tras la muerte de su esposa, Euquerio se retiró
primero al monasterio de Lérins y más tarde a la soledad de una cueva, asentada en la región montañosa del Luberon.
Quizás allí, mientras todavía era un ignoto eremita, pudo escuchar
continuamente el ulular de la garza solitaria. Allí, en las silenciosas noches
de su perdida cavidad rocosa, aquella misteriosa ave sería su más frecuente y única compañía.
Los aldeanos de la Provenza medieval, por su parte, al escuchar la nocturna voz del
martinete o al dar con el rojizo brillo de su mirada, de inmediato sentirían temor a
causa del mal presagio o debido a una supuesta presencia maligna. Pero Euquerio no. Su austera soledad le enseñará a percibir su entorno natural de manera mucho más profunda y hasta contraria a como lo hacía la mayoría de las personas.
¿Qué percibió Euquerio en aquella reservada ave y su ulular? Vio la
existencia apartada, solitaria y oculta, de un ser completamente dedicado a su sagrado
objeto de amor y que por eso mismo es bienaventurado. Desde la perspectiva de ese
ser, las demás personas resultan infidelibus, son infieles, pues no
vivifican su relación con aquel que a pesar de todo sigue siendo fiel a
ellas. Pero entonces, ¿puede Cristo, o un ser consagrado, sentir realmente desprecio por
quienes no son fieles a su relación con Dios? Euquerio dice que Cristo los desprecia no
porque él los rechace a ellos, sino porque ellos lo rechazan a él; tal como las
personas crédulas repudian al nictycorax y éste –si bien es evasivo- no puede
sino alejarse más y quedarse lejos de ellas. Cristo se limita a mantenerse
apartado; pero no los abandona.
Y tampoco ha de hacerlo el eremita.
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