14.6.15











“Sierva del Señor”.


El estudio de la simplicidad es especialmente decepcionante. Y el estudio de la simplicidad de María –y aun la de Jesús- lo es en más alto grado.

En María, al igual que en Dios, la esencia es el amor: ella ama y se brinda, ella está por completo y siempre en este don de sí. Su humildad es una de las flores que florece sobre esta raíz y tallo. Ella es humilde porque se olvida de sí misma. Y el olvido de sí la mantiene en su lugar, ella no lo abandona. He aquí porqué ella es tan humilde el día de su asunción y en la hora de su coronación en el cielo como lo fue en la gruta de Belén o al pie de la cruz.

Ella no quiere y no ve sino la gloria divina. En toda circunstancia se ve sumergida en esta gloria que la rodea por todas partes. Ninguna otra luz en ella podría mostrarla a sí misma y a las demás criaturas bajo una luminosidad diferente. El amor la ilumina, la secunda; está en ella y por ella. ¡Qué [incomparable] grandeza! No sabemos casi nada de los detalles de su vida, y sin embargo lo sabemos todo. Nosotros le dirigimos las palabras del ángel: “Llena eres de gracia. El Señor está contigo”.

El amor es simple porque unifica. El amor concentra toda la vida y la dirige hacia el amado. Si no la reúne no se trata de el amor sino de un simple amor; y el amado no es más que uno de los [muchos] objetos hacia los cuales uno tiende. De ahí surge la dispersión. Lo múltiple, dispersa; lo único, concentra. El primero está “ocupado en muchas cosas” (Lc. 10:41) en lugar de estar “a los pies del Señor” (ibíd. 39). Se tienen muchos maestros, pero solo hace falta uno.

La simplicidad es una virtud deliciosa. Al igual que la unidad, ella no reduce; por el contrario: en su objeto único puede sostener todas las cosas. Ella solo excluye lo que no es, pues ama todo aquello que es en aquel que lo es todo. Al igual que la humildad, ella reúne todo en un solo lugar. Ella no suprime nada; ordena. De manera continua encuentro esta idea de orden: ella está en el fundamento de todo como idea de unidad.

La simplicidad no es, entonces, una virtud; es el ensamble de las virtudes que hacen que un ser sea todo aquello que debe ser y que haga todo aquello que debe hacer. Aunque en el mundo creado separamos todo esto porque no sabemos apreciar los ensambles. Pero nos gustan. Los apreciamos con una mirada más grandiosa que la del espíritu que divide para aprehender. Los apreciamos en aquel en quien todo es uno y lo es de manera ordenada.

La simplicidad está hecha de esta visión ordenada de las cosas y del autor de [todas] las cosas. Aquellos que son simples, en todo y siempre ven y quieren este principio: todo en él y para él. Es así como pueden verlo todo, amarlo todo. En realidad, ellos no ven ni aman a otro sino solo a él.  Tal es la simplicidad de Dios; tal fue y tal es para siempre la simplicidad de Jesús, de María y de los santos. La simplicidad, mucho más que la humildad, es hija del amor (que es la flor extrema).

El amor propio genera complicaciones, pues no tiende a un solo objeto. Tal amor se deja prender por lo que cree que es esencialmente múltiple; se encuentra a merced de todos los objetos que se le presentan, y se ofrece a todo lo que tenga cierto aspecto de verdad que se ha de seguir o de maldad que se ha de rehuir. Y [tales cosas] nos impresionan porque la parte impresionable [en nosotros] no está fija en Dios. De ahí proviene la necesidad de un esfuerzo para fijarla; de un esfuerzo intelectual, de la meditación, del estudio, del esfuerzo también moral, de los ejercicios prácticos y de los renunciamientos por amor.

María es humilde porque conoce a Dios. Ella ve lo que es él y ve lo que es ella. Ella reconoce la grandeza divina y reconoce su “nada”. De ahí resulta un total olvido de lo que no es Dios –el único grande- y un movimiento pleno hacia él. Esta es la simplicidad.

La simplicidad es, entonces, una conclusión práctica de la humildad; es el resultado de una visión clara. La humildad ve a la verdad; la simplicidad tiende de lleno hacia ella. Quien ve solo a Dios, quiere solo a Dios y tiende solo a Dios. Esto es lo que produce el amor. Aquel es quien está en el sustrato de esa mirada, de ese querer y de esa marcha. Es él quien produce la mirada simple, el querer pleno y el movimiento único. Se puede decir también que él lo simplifica, lo purifica y lo unifica. Todo habla de Dios, todo es visto en él, todo es querido y es buscado por/para él. Es así que él realmente está en su lugar: él lo es todo. El orden reina; y las cosas pueden procurar su gloria, [pues] ellas le cantan y son buenas en eso.

Los hombres son su imagen; se lo ve en ellos. Y se espera que sus características brillen en ellos. Sin mentiras, trucos ni rodeos uno dice lo que algo es tal como uno lo ve; uno reúne a todo su ser en todo lo que dice y hace; uno mismo desaparece y se muestra según los intereses de Dios, siempre de manera familiar, afable, con alegría y generando alegría. Junto a Dios se da la fe perfecta, fe plena, fe de niño; con ternura, con respeto, con ingenua familiaridad, con cariño. Uno ya no se preocupa de lo que puedan decir, hacer o pensar los hombres. No hay envidia ni suspicacia sino una alegría continua, sin preocupaciones; hay una total entrega a Dios-Padre, el único que es.     

La simplicidad de María se debe a la perfecta armonía de su ser totalmente unificado y acorde con Dios. En ella no existían dos caminos ni dos movimientos que pudiesen oponerse y colisionar de manera frecuente. Ella se da por completo en todo lo que hace, en todo se entrega a su único amado. 


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